jueves, 24 de marzo de 2016

CAPITULO 32 (PRIMERA PARTE)





La cabaña era tal cual la había imaginado, y Paula se habría llevado un chasco de no haber sido así. Era bastante ancha, con un profundo porche que ocupaba toda la parte delantera, donde además de unas sillas y unos troncos apilados había un vieja bañera colgada de la pared. En el centro del empinado techo se elevaba una chimenea, de la que salía lentamente un zarcillo de humo gris.


—Es perfecta —dijo, mirando por el parabrisas.


Atrás, Noelia se despertó, vio dónde estaban, y se abalanzó gateando entre los asientos delanteros y por encima de su tío para salir. Cuando le pisó el estómago, Pedro soltó un gemido de dolor.


—Supongo que se alegra de estar aquí —dijo Paula, observando a Noelia cuando la niña salió corriendo hacia los escalones del porche.


Pedro estiró la mano por delante de ella para dar un rápido bocinazo.


—¿Está dentro viendo sus culebrones? —preguntó Paula.


—Sería divertido. Está tratando de escribir su novela.


La puerta delantera se abrió de golpe y salió un hombre grande y fornido vestido con un mono raído y una camisa de franela azul encima de una camiseta verde oscura. Sus pesadas botas resonaron sobre el suelo.


—Desde luego, da el tipo —comentó Paula. Cuando el hombre llegó al suelo, ella le vio la cara. Era un hombre guapo, con barba de tres días, y su abundante pelambrera tenía un inconfundible tono rojizo—. ¿Le pusieron su nombre por el pelo?


—Cuando era niño lo tenía como el fuego —dijo Pedro, abriendo la puerta del coche.


—E imagino que se lo recordabais a menudo.


—Sí, claro —admitió Pedro, riéndose mientras salía—. Le llamábamos el Niño Encendido.


—¿Y él que te llamaba?


—Ramon es realmente desagradable. Me llamaba Ken —dijo, cuando cerró la puerta.


Paula tardó un instante en comprender la razón de que eso fuera tan malo, pero entonces se dio cuenta de que hacía referencia a Ken, el novio de la muñeca Barbie.


Riéndose por lo bajo, vio a Ramon coger en brazos a Noelia, a la que hizo girar en el aire mientras la niña aullaba de placer.


Salió del mamotreto de coche, pero se mantuvo a distancia, observando. Quería darles tiempo para que se saludaran; además, por lo que sabía, Ramon no sabía que iba ella.


Los tres hablaban pisándose la palabra unos a otros. Pedro y Ramon habían intercambiado grandes abrazos y en ese momento estaban simulando un combate de boxeo.


Ambos eran más o menos de la misma altura, pero ahí se acababa el parecido entre ellos. Ramon era más musculoso. 


Los dos eran atractivos, aunque los rasgos de Pedro eran refinados, incluso elegantes, mientras que Ramon parecía sacado de una vieja foto titulada Cazadores de Búfalos.


En conjunto, Paula se quedaba con Pedro de largo.


Mientras observaba, pensó en cómo se encontraba en ese momento con Pedro, pues aquella etapa de una nueva relación siempre era interesante, cuando empiezas a conocerte mutuamente, cuando descubres los vicios y virtudes de la otra persona. Le gustaba enterarse de los gustos gastronómicos y literarios de la otra persona, conocer su forma de reaccionar ante diferentes situaciones.


Más tarde, cuando empezara a ver las cosas que no le gustaban de la persona se daría cuenta de que todo había estado allí en aquellos primeros días. Como aquella vez en que un novio se había dirigido de forma poco considerada a una camarera, y luego le había dicho que lo sentía, pero que no había dormido bien y que eso le ponía de mal humor, algo que le juró no era su natural. En su momento ella no le había dado importancia, aunque más tarde se percató de que él «siempre» trataba con desprecio a los dependientes, camareros, mecánicos, etcétera. Entonces se dio cuenta de que siempre había sido un grosero, pero que ella no había querido ver la verdad.


Quizá se estuviera engañando, pero hasta el momento no había visto nada en Pedro que le desagradara. Aunque por otro lado, ¿no era de eso sobre lo que Karen le había advertido? Que Pedro hacía que una mujer se sintiera como una princesa, y que luego él... ¿Qué? ¿La dejaba tirada? Tal vez ella fuera su ligue favorito porque sabía que no podía haber nada permanente entre ellos.


Cuando terminara el verano, ¿le daría un beso en la frente y le diría que se lo había pasado muy bien?


Se recordó que era ella la que se iba a marchar, no él. 


Recuperó su cazadora —uno de los desechos de su jefa— del asiento trasero, rodeó la parte delantera del coche, y espero a que alguno de los tres reparase en ella.


—Paula va a pintar flores —estaba diciendo Noelia.


—Y tu casa de muñecas —añadió Pedro.


—Y me va a enseñar a pintar —continuó Noelia.


—Tu nueva amiga parece muy amable —dijo Ramon—. ¿Y qué es? ¿La niñera?


—Es la novia del tío Pedro —dijo Noelia.


—¿Ah, sí? —preguntó Ramon.


Paula pensó que el primo tenía una voz que podría llegar fácilmente hasta el fondo de un auditorio. Pese a que no se compadecía con la idea que alguien pudiera tener de un profesor universitario, sí que tenía de este la voz y la actitud. 


La manera de pararse, con los hombros hacia atrás, su manera de sonreírle a Noelia, le indicó a Paula que era un hombre que estaba acostumbrado a que le escucharan.


—Sí —dijo Pedro, y su voz dejó traslucir un ligero dejo de desafío, como si retara a su primo a decir algo despectivo.


A Paula le pasó por la cabeza que si no intervenía, allí podía estallar una pelea de patio de colegio a la vieja usanza.


—Hola —dijo en voz alta—. Soy Paula Chaves. —Se adelantó con la mano extendida.


Ramon se volvió hacia ella, sonriendo, pero la sonrisa se esfumó de su cara en cuanto la vio. La miró de pies a cabeza, como si tasara algún objeto que estuviera viendo en una subasta. Entonces, de ella pasó a mirar a Pedro, y de nuevo a mirarla a ella, y su atractivo rostro adquirió una expresión huraña.


—¡Ramon! —dijo Pedro con aspereza, mirando a su primo con el ceño puesto.


—Perdona —se disculpó Ramon—. Es que no me esperaba semejante belleza. —Cogió la mano de Paula entre las suyas—. Pedro no suele traer gente con él. Confío en que encuentres adecuado nuestro humilde alojamiento.


Paula sacó la mano de entre sus manazas.


—No es mi intención imponer nada, sino... —No sabía muy bien qué decir. No le gustaba cómo la estaba mirando el hombre. No era que la estuviera mirando con lujuria, sino que Paula tuvo la impresión de que, bueno, de que ella no le gustaba ni un pelo. Lo primero que pensó fue que el profesor no la consideraba lo bastante buena para Pedro—. Esto, yo... —empezó a decir


—Estoy hambrienta —gritó Noelia.


Paula se volvió y miró a Pedro, que a su vez se quedó mirando a Ramon de hito en hito cuando este rodeó la cabaña; parecía dispuesto a batirse en duelo por el honor de Paula.


—¿Me ayudas a sacar la comida del coche? —le preguntó ella. Como no respondiera, Paula le cogió del brazo y tiró de él.


Pedro se dirigió a la parte trasera del coche con el entrecejo arrugado y abrió la portezuela.


—¿Qué está pasando? —preguntó Paula en voz baja—. Mira, esta es su casa, así que si no quiere que me quede, me iré.


—¡No! —dijo Pedro—. Lo arreglaré, no te preocupes. Tú y Noelia instalaros y yo me ocuparé del Niño Encendido.


Noelia se acercó a la parte trasera del coche, y Pedro le puso en los brazos una caja ligera.


—¿Por qué no llevas a Paula adentro y le enseñas dónde está todo? —le dijo a su sobrina.


—¿Estás furioso con el tío Ramon?


—¡Sí! —dijo Pedro, inclinándose hacia sus sobrina—. Y le voy a dar una paliza. ¿Te parece bien?


Noelia no sonrió..


—¿Trajiste las vendas?


—¿Para él o para mí?


—Para ti. Es más grande que tú —dijo, riéndose a carcajadas mientras echaba a correr.


Pedro —empezó a decir Paula, pero él le metió en las manos una gran caja, y luego la besó por encima de ella.


—Averiguaré qué problema tiene. No te vas a ir a casa. ¡Y ahora, largo!


Mientras Paula seguía a Noelia al interior de la cabaña con los brazos cargados, no pudo evitar pensar en lo que acababa de aprender de Pedro: la había defendido. Cuando salía con su penúltimo novio, la hermana de este había dicho algunas cosas muy desagradables acerca de su trabajo y de que vivía en un mundo de arte y artistas que era «demasiado bueno para el resto de nosotros». Se había enfadado por lo que había dicho la mujer, pero se había enfurecido porque su novio no había dicho nada para defenderla; y Paula se lo hizo ver. La excusa que le había puesto fue que se trataba de su hermana, y que por consiguiente no podía decir nada. 


Rompió con él dos días más tarde.


Ramon no había hecho ni dicho nada ni de lejos tan malo como lo que dijera la hermana. En realidad solo había sido un gesto, un ademán, pero incluso aquella nadería había hecho que Pedro saliera en su defensa.


Entró en la cabaña sonriendo.


—¿A qué puñetas venía todo eso? —Pedro exigió una explicación a su primo en cuanto se quedaron solos. Ramon estaban cortando leña, balanceando el hacha con tanta fuerza que parecía estar desquitándose con la madera.


—No sabía que ibas a traer un ligue —dijo Ramon con frialdad.


—Si tuvieras un teléfono aquí te habría llamado. —Pedro siguió esperando a recibir una explicación.


Su primo le miró a los ojos durante un instante. Habían sido críos al mismo tiempo trepado a los mismos árboles; en quinto grado se habían enamorado de la misma chica. Se conocían bien.


—Crees que estás enamorado de ella, ¿no es eso?


—¡Baja la voz! Te va a oír.


Ramon hizo lo que le decía.


—Esa chica viene de la ciudad. Destila ciudad por los cuatro costados. Esa cazadora que lleva cuesta miles de dólares. No se va a quedar en el pequeño y remoto Edilean. Pedro, esa mujer te va a romper el corazón.


—Paula no es lo que estás pensando —dijo Pedro, y desistió de su actitud hostil. No podía enfadarse con Ramon por que le cuidara. Por otro lado, su primo pensaba que puesto que vivía en la gran y pérfida California, sabía más de la vida que Pedro, que seguía viviendo en Edilean—. Y sí, va a regresar a la ciudad, y sí, voy a acabar destrozado.


—¿Y por qué te haces esto? —preguntó Ramon—. Hazme caso, haz caso de mi experiencia, y no estires el cuello cuando sabes que te lo van a cercenar.


—Soy más partidario de la filosofía de que es mejor haber amado y perder que no haber amado jamás.


—Lo dice por un hombre al que jamás le han arrancado y pisoteado el corazón —replicó Ramon


Pedro empezó a recoger la leña.


—¿No crees que va siendo hora de que superes lo de tu ex esposa y su joven novio?


—Un hombre jamás se sobrepone a algo así. Espera a que te ocurra a ti.


—No me va a ocurrir tal cosa. Ella ha sido sincera conmigo desde el primer día. Ramon, te juro por Dios que si haces algo que la haga sentir incómoda haré que lo lamentes.


—Pues luego no me vengas lloriqueando —dijo Ramon mientras le quitaba la leña de las manos y echaba a caminar hacia la cabaña.


—Puedes estar seguro de que no lo haré —le gritó mientras se alejaba.Pedro sabía que estaba furioso porque Ramon había dicho lo que él estaba pensando. Sabía que a cada día que pasaba con Paula, la partida sería más dolorosa. Si tuviera un ápice de sentido común, dejaría a Noelia con Ramon, llevaría a Paula de vuelta a Edilean y regresaría allí a pasar una semana... ¿A qué? ¿A pescar? Sabía que jamás podría quedarse en la cabaña si Paula estaba en Edilean. 


Fuera cual fuese el tiempo del que dispusieran, quería que lo pasaran juntos.


Levantó una pesada nevera e hizo una mueca por el dolor que sintió en el brazo izquierdo, aunque sonrió; Paula había reparado en lo que él creía haber ocultado a la perfección. 


No, no iba ser «sensato» y no iba a pasar alejado de ella ni siquiera un minuto que no tuviera que pasar. Esa noche, teniendo que compartir dormitorio con Ramon, mientras Paula estaba en la habitación contigua, ya iba a ser bastante difícil.






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