sábado, 2 de abril de 2016

CAPITULO 14 (SEGUNDA PARTE)





Cuando Juan Layton vio bajar del coche a Paula y al hombre que la acompañaba, supo dos cosas: la primera, que el hombre era familia de Lucia; la segunda, que estaba enamorado de Paula. La primera hizo que frunciera el ceño y la segunda le arrancó una sonrisa.


Llevaba tratando de sonsacar a Lucia sobre su pasado desde que la conoció, pero ella se negaba a hablar. Si fuera otro tipo de hombre, le habrían hecho gracia sus intentos por eludir sus preguntas. Sin embargo, no le gustaba verla incómoda, de ahí que evitara preguntarle.


Sin embargo, saltaba a la vista que ese hombre era pariente suyo. ¿Sería su hijo?, se preguntó. Tenían los mismos ojos, pero los de Lucia eran más claros. También tenía una onda en el pelo justo sobre el cuello, igual que ella. Y el gesto que hizo con el brazo al cerrar la puerta del coche era idéntico al que hacía Lucia.


De modo que tenía un hijo, pensó. ¿Quién sería el padre?


Esa era la siguiente pregunta.


En cuanto a su segunda observación, Juan sentía lástima por Paula porque todas sus amigas se habían casado y habían comenzado una nueva fase de sus vidas. Maria y ella habían sido amigas durante años, y Juan sabía que todas las amigas y las primas de Paula habían ido casándose una a una. Hasta Maria la había abandonado. Aunque había ido a Edilean para visitarla, había acabado pasando todo el tiempo posible con el doctor Tomas.


Así que le alegraba ver a un hombre enamorado de ella. Se merecía lo mejor que la vida pudiera ofrecerle.


Juan carraspeó y enderezó los hombros. No podía permitir que se le notara la vena sentimental. Abrió la puerta.


—¿Habéis venido por lo del trabajo?


—¿Qué trabajo? —preguntó Paula mientras lo saludaba besándolo en la mejilla. Lo conocía desde hacía años, y había pasado varias noches en su casa, en Nueva Jersey. 


En una ocasión, cuando estaba en la universidad, Juan pasó toda la noche escuchándola llorar por lo que le había hecho un chico de una fraternidad.


—Ayudarme a poner la tienda en marcha. He tenido que despedir al primero que contraté.


Pedro miraba a Juan Layton de forma penetrante. Era un hombre bajo y de complexión musculosa, y parecía estar frunciendo el ceño.


—Este es mi amigo Pedro... —Paula titubeó al añadir—: Merritt. Estaba hablándole sobre tu nueva tienda. ¿Sigue vacío el almacén que ibas a dejar que usara Maria?


Juan estaba observando a Pedro. Su padre debía de ser alto, pensó, tal como lo era el muchacho, pero el parecido con Lucia era escalofriante. Tardó un momento en percatarse de que Pedro le había tendido la mano para saludarlo. Juan la aceptó sin dejar de mirarlo a los ojos. 


Cuando el muchacho apartó la mano, Juan reparó en sus callos.


—¿Trabajas en la construcción?


—No —contestó él—. He llevado una vida inútil.


—Trabajaba de doble en Hollywood —dijo Paula.


—¿En serio? ¿Y qué trucos sabes hacer?


—Casi siempre me usaban como diana —respondió Pedro—. Soy el tío vestido de policía al que mata el malo. Me han llegado a matar cuatro veces en la misma película Cosas de tener un presupuesto mínimo.


—Lo normal es que un chico guapo como tú sea el protagonista —replicó Juan.


Pedro se echó a reír.


—Pues sí. Incluso se lo insinué a un director, así que me hizo una prueba para un papel. El veredicto fue que carezco de talento interpretativo.


—¿Y qué tiene que ver eso para convertirte en una estrella de cine? —preguntó Juan, con una expresión muy seria.


—Eso mismo me pregunto yo —repuso Pedro—. Pero de cualquier forma, no me gustaba pasarme las horas muertas sentado en un tráiler sin hacer nada. ¿A qué trabajo te referías antes?


—Gerente —respondió Juan—. Necesito alguien que se encargue de la tienda mientras yo estoy con mis chicas.


—¿Con tus chicas? —le preguntó Pedro, cuya sonrisa había desaparecido.


—Quizá deberíamos... —terció Paula.


—Mi hija y mi prometida —contestó Juan—. ¿Crees que podrías encargarte de ese trabajo? Hay que saber mucho sobre herramientas.


Pedro sabe mucho sobre... —dijo Paula, aunque guardó silencio antes de añadir—: Globos.


Ambos la miraron.


—¿Eres el tipo que ha bajado del árbol el globo del niño?


—Sí —contestó Pedro—, pero no sabía que el pueblo entero iba a enterarse tan pronto.


—Es que el sheriff ha pasado hace un rato por aquí. —Señaló con la cabeza hacia el otro extremo del edificio—. ¿Queréis ver el estudio de Maria?


—Pues sí —respondió Paula, tras lo cual siguieron a Juan.



*****

—¿Qué te parece? —le preguntó Paula a Pedro. Estaban cenando en un pequeño restaurante situado en la carretera de Williamsburg.


—¿El qué? —preguntó él a su vez mientras jugueteaba con el tenedor.


—Lo de abrir una tienda de artículos deportivos.


Pedro se tomó su tiempo para contestar.


—Me gusta ese tío.


—¿Te refieres a Juan? No me extraña. Es un buen hombre. Y lo has impresionado mucho. Me ha resultado increíble que te pidiera consejo sobre sus finanzas.


—Igual que a mí. No pensarás que está al tanto de...


—¿De que eres el hijo de Lucia? ¿Cómo iba a estarlo?


—Me han dicho muchas veces que me parezco a mi madre, así que a lo mejor me ha reconocido.


—No sabría decirte, porque de momento no he podido fijarme bien en ella. —Paula lo miró, demorándose en esas cejas oscuras que se curvaban sobre sus ojos y en ese mentón ensombrecido por la barba. No entendía que un hombre tan masculino pudiera parecerse a una mujer.


Lo que Pedro vio en los ojos de Paula lo instó a extender un brazo por encima de la mesa para tirar de ella. Su boca era tan preciosa que se moría por besarla. En ese momento, recordó las palabras de su madre y apartó la vista. No sabía hacia dónde se dirigía su vida y no era justo arrastrar a Paula con él.


Paula se había percatado del brillo que había iluminado los ojos de Pedro. Había sentido la chispa que había surgido entre ellos. Pero en ese momento Pedro apartó la mirada. Por algún motivo que se le escapaba, él se esforzaba por negar la atracción que existía entre ellos. La atracción sana y natural que los hombres y las mujeres sentían mutuamente, pero que él negaba.


Que así fuera, pensó. Había dicho que serían amigos y eso era lo que iban a ser. Sin embargo, no pudo evitar enfadarse. 


¿Habría alguna mujer en su vida? ¿Habría decidido que una 
chica de pueblo no era suficiente para él? ¿O se trataba de que aún la veía como si fuera una niña?


Fuera lo que fuese, no le gustaba ni un pelo.


—¿Te importa si llamo por teléfono? —le preguntó con la voz más dulce de la que fue capaz. Parecía que en su caso era cierto el dicho sobre la ira de las mujeres despechadas.


—No, adelante. ¿Quieres hacerlo a solas?


—No, no voy a tardar. Estoy segura de que está trabajando.


—¿Quién?


—David, mi novio.


Pedro estuvo a punto de atragantarse con la comida que tenía en la boca.


—¿Tu novio?


Paula estaba a punto de responderle justo cuando David contestó:
—Hola, nena, ¿qué pasa?


Paula se apartó un poco el teléfono de la oreja para que Pedro oyera la voz de David.


—Me preguntaba si sabías qué ropa debemos llevarnos para el fin de semana. ¿El bed & breakfast es muy elegante? ¿Me llevo algún vestido largo?


—No lo sé —contestó David—. Fuiste tú quien eligió el sitio. Eso sí, desde ya te digo que no voy a llevarme el esmoquin. Bastante lo uso en el trabajo. ¡Oye! ¿Y si solucionamos el problema cenando todas las noches en la cama?


Paula sonrió mientras miraba a Pedro, que la observaba con los ojos como platos, como si no creyera lo que estaba oyendo.


—Pensaba que lo normal era desayunar en la cama —replicó con una voz ronca y sensual. La misma voz que Pedro había usado con las mujeres. Con otras mujeres que no eran ella.


—¿Y si llegamos a un acuerdo y hacemos las dos cosas? —le preguntó David con voz ronca.


—¿Y qué hacemos a la hora del almuerzo si se puede saber? —preguntó ella, haciéndose la inocente.


—Tú eres la creativa, así que eso te lo dejo a ti. Tengo que irme. Estamos cargando la furgoneta para una cena. Nos vemos el viernes a las dos. Ah, Paula...


—¿Qué?


—No te lleves nada para dormir.


Ella colgó entre carcajadas, soltó el teléfono y le dio un buen sorbo a su bebida.


Pedro la estaba mirando. No había movido un solo músculo desde que ella cogió el teléfono.


—¿Tu novio? —preguntó por fin, casi susurrando.


—Sí. ¿Qué te pasa? ¿No te gusta el sándwich? Podemos pedir otra cosa. ¿Quieres que llame a la camarera?


—La comida está bien. ¿Desde cuándo tienes novio?


—David y yo llevamos seis meses juntos. —Le sonrió—. Creo que la cosa va en serio.


—¿Hasta qué punto?


Paula se encogió de hombros.


—Pues lo normal. ¿Por qué me miras así?


—Es que estoy sorprendido. No me había dado cuenta de que tenías a alguien... a alguien importante en tu vida.


—Por favor, dime que no has supuesto que porque vivo en un pueblecito estaba... ¿qué? ¿Esperando que un chico de la ciudad me rescatara? Pues no.


—En realidad, pensé que la boda que se celebraba el día que llegué era la tuya —confesó.


Ese comentario acabó con todas las dudas que pudiera tener sobre la naturaleza de la relación que existía entre ellos. Pedro no parecía molesto por la idea de que ella estuviera a punto de casarse. ¿Por qué iba a estarlo? 


Apenas se conocían y le había dejado muy claro que se marcharía al cabo de tres semanas.


—¿Y tú qué? ¿Hay alguien especial?


—No sé —contestó. No se le había ocurrido pensar que Paula pudiera tener novio. Que pudiera tener una relación «en serio».


—¿No sabes si hay alguna mujer en tu vida? Si la hay y necesitáis anillos, puedo diseñároslos y hacerlos. ¿Nos vamos?


—Claro —respondió Pedro, que aún no se había recuperado de la impresión.


No tenía claro qué había imaginado, pero desde luego que no era a Paula hablando con otro hombre sobre desayunar y cenar en la cama.


Dejó el dinero sobre la mesa y salió del restaurante detrás de Paula. Una chica muy guapa le sonrió, pero él no le prestó la menor atención.


Paula se sentó al volante de su coche.


—Tengo trabajo en casa —dijo ella con voz distante.


—¿He hecho algo para que te enfades?


—Por supuesto que no. ¿Por qué iba a enfadarme? —Se moría por decirle cuatro cosas a voz en grito.


Había coqueteado con otras mujeres, pero a ella la miraba como si fuera su hermana. O más bien como si fuera una niña de ocho años.


Respiró hondo y después soltó el aire, liberando la ira que la embargaba. No era justo que se enfadara con él solo porque no la encontrara atractiva. ¿Cuántas veces se le habían acercado hombres que ella había rechazado? Todas las semanas entraba algún tío en su tienda que le hacía saber que estaba disponible. A veces, su mujer lo esperaba al otro lado de la puerta.


«En realidad, la atracción sexual es incontrolable», pensó. O se sentía o no. Había imaginado que Pedro la sentía por ella, pero al parecer se había equivocado. Le había dejado claro que lo que quería y necesitaba era una amistad, así que eso era lo que iba a darle.


—¿Hasta qué punto es seria tu relación con este hombre?


«Piensa en él como si fuera una amiga», se dijo. «No lo mires, no te dejes hipnotizar por esa pinta tan estupenda que tiene. Es un colega, un amigo y nada más.»


—Creo que puede ser permanente —contestó—. Carla se ríe tontamente cada vez que habla de este fin de semana, y resulta que uno de mis mejores anillos no está en su expositor. Un zafiro enorme. No encuentro el tíquet de compra y cada vez que le pregunto a ella, dice que... no recuerdo qué excusa me pone, pero el caso es que el tíquet de compra no está en la tienda.


—No pareces preocupada por la posibilidad de que la tal Carla lo haya robado. Supongo que insinúas que este tío va a regalarte uno de tus anillos. ¿Como anillo de compromiso?


—Es posible —respondió.


—¿Y lo del bed & breakfast?


—Es que la mujer de mi primo Luke, Jocelyn, ha estado investigando la genealogía de las siete familias fundadoras de Edilean, pero hay una laguna en el árbol genealógico de los Chaves. Una de mis antepasadas fue a un lugar llamado Janes Creek, en Maryland, alrededor de 1890, y volvió embarazada. Joce quiere intentar averiguar quién era el padre de la criatura. Pero tiene dos niños pequeños, y por eso me ha pedido que sea yo quien vaya para ver qué puedo averiguar.


—¿Y este hombre va a acompañarte?


—Sí —contestó Paula—. David es el dueño de una empresa de catering y siempre está muy ocupado durante los fines de semana. Ha tenido que pagarles una pasta a sus empleados para que lo cubran mientras él me acompaña.


—Y que se tome esos días libres, y que haya desaparecido un anillo y no encuentres el tíquet de compra te hace pensar que va a... ¿a hacer qué? ¿A pedirte que te cases con él?


Paula sintió que la rabia se apoderaba de nuevo de ella, pero se controló. Dobló al llegar al camino de entrada a su casa, apagó el motor y se volvió para mirar a Pedro.


—Resulta que David también está loco por mí. Pasamos juntos todos sus días libres. Nos llamamos. Hablamos de nuestro futuro juntos.


—¿Futuro? ¿Qué significa eso?


Pedro, la verdad es que no me gusta este interrogatorio. Accedí a ayudarte con tu madre y eso es lo que voy a hacer, pero prefiero mantener mi vida privada al margen. —Salió del coche y entró en casa.


Pedro se demoró en el coche, porque estaba tan sorprendido que ni siquiera podía moverse. ¡Paula estaba a punto de aceptar una propuesta matrimonial del dueño de una empresa de catering! ¿Cómo era posible que se hubiera equivocado hasta ese punto con ella? Había pensado que estaba... bueno, que estaba interesada en él.


Abrió su móvil y usó la marcación automática para llamar a Penny. Tan pronto como esta contestó, él dijo:
—Necesito todo lo que puedas encontrar sobre un hombre llamado David, desconozco su apellido. Vive en algún sitio cercano a Edilean y es el dueño de una empresa de catering. Tiene una habitación registrada a su nombre en un bed & breakfast de Janes Creek, en Maryland, para este fin de semana. Quiero saberlo todo sobre él, y me refiero a todo.


—¿Cancelo la reserva en el bed & breakfast?


—¡Sí! No. Resérvame la habitación contigua. Y reserva también todas las demás. De hecho, reserva todas las habitaciones disponibles del pueblo.


—¿Alguna preferencia en cuanto a los huéspedes? Alejandra te ha llamado varias veces.


Pedro pensó en invitarla. No sabía si estaba enfadado con Paula, o celoso, o... en fin, dolido. No obstante y con independencia de sus sentimientos, no creía que la presencia de Alejandra pudiera ayudarlo.


—Le encantaría la joyería de la señorita Chaves —comentó Penny, poniendo fin al silencio. Al ver que Pedro no replicaba, añadió—: La vida no es tan fácil sin el apellido Alfonso, ¿verdad?


Sus palabras fueron demasiado certeras para el gusto de Pedro.


—Me da igual a quién envíes a ese pueblo. Invita a tu familia. —De repente, pensó que desconocía los detalles de la vida personal de Penny—. ¿Tienes...?


—¿Que si tengo familia? —suplió ella—. Pues sí. Muy numerosa, además. Tengo un hijo de tu edad. Te enviaré lo que encuentre por correo electrónico —concluyó y por primera vez en todos esos años, fue ella quien colgó primero.


Pedro cerró el teléfono y lo contempló un instante. ¡Menudo día de sorpresas! Paula estaba a punto de aceptar una propuesta matrimonial y su leal mano derecha, Penny, tenía un hijo de su edad.


En ese momento, pensó en volver a Nueva York para seguir destrozando las vidas de otras personas. Esa actividad no afectaba tan negativamente a sus sentimientos.


Salió del coche de Paula sin saber muy bien lo que hacer. 


¿Entraba en su casa para hablar con ella? ¿Qué podía decirle? ¿Que dejara a su novio por la remota posibilidad de que entre él y ella hubiera algo, y de que algún día, cuando por fin decidiera qué hacer con su vida, pudieran estar juntos? Ninguna mujer aceptaría semejante proposición. 


Mucho menos una como Paula, que sabía lo que quería desde que era pequeña. A los ocho años, empezó a diseñar joyas, y seguía haciéndolo a los veintiséis.


—Mientras que yo ni siquiera he decidido... —dijo en voz alta, pero no quiso concluir la frase.


Vio que Paula había encendido la luz del garaje, lo que significaba que estaba trabajando. A él no le gustaba que lo molestaran mientras trabajaba, así que tal vez a ella tampoco le hiciera gracia. Además, no sabía qué decirle.


Se marchó a la casa de invitados y se acostó.





CAPITULO 13 (SEGUNDA PARTE)




Pedro fue incapaz de contener una sonrisa al escucharla. Lo habían interrogado los abogados más brillantes del mundo, tanto en los tribunales del país como en algunos extranjeros. 


No le cabía la menor duda de que podía plantarle cara al hermano médico de Paula.


Sin embargo, al ver al hombre que se acercaba a ellos, se puso blanco. Ya había visto antes a Ruben Chaves, y no precisamente en las mejores circunstancias.


Pedro y su mecánico participaban en un rally por Marruecos. 


Al doblar un recodo del camino a las afueras de un pueblo perdido, se toparon con un hombre que tiraba de las riendas de un burro cargado hasta los topes, justo delante de ellos.


Pedro consiguió no atropellar al hombre e hizo virar el coche con tal brusquedad que trazó un círculo completo. Le costó mantener el control para no volcar, pero al final lo consiguió.


Por desgracia, con el susto, las cajas que transportaba el burro cayeron al suelo. Cuando Pedro consiguió enfilar de nuevo la dirección correcta, vio que se había derramado algún líquido en el interior de las cajas y que el hombre agitaba un puño hacia ellos. Su expresión furiosa se le quedó grabada a fuego en la memoria.


Mientras se alejaban, le dijo a su mecánico que llamara a Penny para descubrir la identidad del hombre y para que reemplazara lo que hubiera perdido. Días después, Penny le mencionó que el hombre era un médico norteamericano y que le había enviado nuevos suministros. También había hecho una donación a la clínica. No le dijo cómo se llamaba el médico y él no se lo preguntó.


Ese hombre, el médico que los había puesto de vuelta y media en Marruecos, caminaba hacia él en ese momento.


—¿Puedo contarle la verdad sobre ti? —susurró Paula.


Por un segundo, Pedro creyó que se refería a la carrera, pero se refería a cuando se conocieron de niños.


—Claro, pero no le digas que Lucia Cooper es mi madre.


—Ni se me ocurriría —masculló ella mientras le sonreía a su hermano.


—Paula —dijo Ruben con bastante seriedad—, me han dicho que has causado un pequeño alboroto hace un rato.


Pedro ha rescatado el globo de un niño —dijo al tiempo que miraba a Pedro, que se estaba tapando la cara con una mano—. Te presento a...


—No me digas que es ese Pedro —la interrumpió Ruben—. ¿El niño con el que has estado fantaseando desde que eras una cría?


—¡Ruben! —protestó Paula, que sintió que le ardía la cara—. ¡Eso es mentira!


—Me alegro de conocerte por fin —dijo Ruben al tiempo que le tendía la mano.


Pedro se la estrechó, pero mantuvo la mano izquierda sobre los ojos.


—Me suenas de alguna parte —comentó Ruben—. He viajado mucho. Por casualidad no habrás sido paciente mío, ¿no?


—No —contestó Pedro al tiempo que apartaba la cara.


Paula miró a su hermano y a Pedro. Ruben lo observaba con los ojos entrecerrados como si quisiera recordar dónde había visto a Pedro. Y este se comportaba como un animal acorralado, desesperado por esconderse en su madriguera.


—Tenemos que irnos —dijo—. Pedro quiere hablar con el señor Layton sobre la posibilidad de abrir una tienda de deportes.


—Hace falta una en la zona —comentó Ruben—. ¿Qué piensas vender?


—Artículos de deporte —se apresuró a decir Paula, deseando alejarse de su hermano lo antes posible—. ¿No te está haciendo señas una de tus enfermeras?


—Sí —contestó Ruben—. He dejado las dos salas de reconocimiento y la sala de espera llenas. A ver si quedamos para cenar. —Echó a andar pero se volvió hacia Pedro—. Estoy ansioso por saber qué has estado haciendo desde que visitaste Edilean por primera vez.


En cuanto se quedaron a solas, Paula le preguntó a Pedro:
—¿A qué ha venido eso?


—Bueno... Creo que ya he visto a tu hermano antes.


Al ver que no pensaba añadir más, Paula se dio la vuelta y echó a andar hacia su joyería.


Pedro la alcanzó.


—¿Qué haces?


—Si no vas a sincerarte conmigo, mejor me vuelvo al trabajo. Tengo que ponerme con un collar que estoy diseñando. Había pensado usar ópalos australianos, pero quizá debería comprar más aguamarinas, ya que van tan bien con los ojos castaños.


—Vale —dijo él—. ¿Y si vamos a algún lugar tranquilo para hablar? A lo mejor puedes ayudarme a decidir qué hacer con mi madre.


Una hora después, estaban sentados a una mesa en la reserva. Habían pasado por el supermercado y habían comprado unos sándwiches, ensaladas y algo de beber, pero aún era muy temprano para comer.


—Es precioso —comentó Pedro con la vista en el lago—. Vives en un lugar muy bonito.


—Me gusta —le aseguró Paula.


El lugar era muy relajante, tanto que apenas recordaba por qué se había enfadado. Por algo relacionado con Ruben. 


Claro que de un tiempo a esa parte cualquier cosa relacionada con su hermano parecía enfadarla. Ruben no quería ser médico en su pueblo natal y solía quejarse con frecuencia... y ya estaba harta de escucharlo.


—En realidad, nunca me han presentado a tu hermano, pero estuve a punto de matarlo —confesó Pedro, que procedió a hacerle un resumen de la historia, incluido el hecho de que hubiera repuesto los suministros de Ruben.


—Ruben nunca mencionó el incidente en sus cartas —comentó Paula. Se imaginaba perfectamente lo furioso que se habría puesto su hermano—. Ruben cree que todo el mundo debería olvidarse de las frivolidades como los rallies y dedicarse a buenas causas.


Pedro la estaba observando.


—No sabe cómo divertirse, ¿verdad? —preguntó en voz baja.


—Las cosas de madurar —respondió—. ¿Qué has estado haciendo desde que nos vimos cuando éramos pequeños?


—Vivir según lo que me enseñaste —contestó él con una sonrisa.


Paula no se la devolvió. Comenzaba a percatarse de que esquivaba sus preguntas, de que las respondía con evasivas. Ese día había presentido que algo lo inquietaba.


Aunque Pedro le había quitado hierro a lo sucedido con su madre, comenzaba a pensar que había mucho más aparte de lo que le había contado.


—Cuéntame más sobre la conversación con tu madre. ¿Qué te dijo exactamente?


Pedro apartó la cara, pero no antes de que Paula pudiera ver que tenía el ceño fruncido. Parecía que lo que madre e hijo se hubieran dicho era demasiado desagradable como para hablar de ello.


Cuando volvió a mirarla, sonreía.


—Me aseguró que Juan Layton era un buen hombre y que la quería. No sabe que mi madre tiene dinero y ella desconoce cómo se las ha apañado para financiar la remodelación de ese viejo edificio.


Paula se percató de que le estaba ocultando algo y estaba segura de que no le iba a decir qué era. En fin, pensó, si él podía guardar secretos, ella también.


—¿Cuándo quieres ver al señor Layton?


Pedro comprendió que Paula se había cerrado en banda y conocía el motivo. A decir verdad, le habría encantado hablarle de la conversación con su madre, pero no podía hacerlo porque la peor parte había sido precisamente sobre ella.


La noche anterior había quedado con su madre en el jardín de la casa de la señora Wingate, y tras unos minutos de abrazos y de lágrimas de alegría por el reencuentro, Pedro se puso manos a la obra para averiguar cosas sobre Juan Layton. Pero desde que abrió la boca, su madre se mostró distinta a como la recordaba. No era la mujer acobardada y callada con la que había crecido. Le dio las gracias por haber ido a rescatarla, pero le dejó bien claro que era una batalla que tenía que librar sola.


Pedro empleó la voz que usaba en los juzgados para hacerle ver que estaba equivocada. Pensó que había dejado clara su postura hasta que su madre le dijo que se parecía a su padre. Eso lo desinfló por completo, tanto que se dejó caer contra el respaldo del banco y la miró boquiabierto.


Justo entonces, su madre le preguntó que qué hacía con Paula y que por qué no le había contado toda la verdad sobre su padre.


—¿Paula conoce tu apellido?


La pregunta hizo que volvieran a ocupar los papeles de costumbre, el de madre e hijo.


—Es que... Me gusta que una mujer se preocupe por mí, que no se deje cegar por el apellido Alfonso —explicó Pedro—. ¿Y sabes qué, mamá? Me gustaría saber si soy capaz de vivir como una persona normal. Mi aislada infancia no me preparó para llevar una vida normal como adulto.


Lucia dio un respingo, pero Pedro continuó.


—Y desde entonces las mujeres...


—Por favor, no me des detalles.


—No pensaba hacerlo —le aseguró—. Es que no se me había presentado la oportunidad de... en fin, de conocer el amor.


—¿Y qué pasa si Paula se enamora de ti? —le preguntó Lucia—. ¿Qué pasaría?


—¿Y si me enamoro yo de ella? —Estaba bromeando, en un intento por aligerar el ambiente.


Sin embargo, Lucia hablaba en serio.


Pedro, llevas enamorado de esa chica desde que tenías doce años. Lo que quiero saber es qué pasará si ella se enamora de ti. ¿La mirarás a los ojos y le dirás «Espérame» antes de irte a esquiar a alguna montaña? ¿Querrás que sea como yo y que se quede todos los días junto al teléfono con el miedo de recibir una llamada que la informe de que te has quedado paralítico, has perdido una extremidad o has muerto? ¿Querrás que comparta tu vida nómada y que nunca eche raíces en ninguna parte?


—¡No lo sé! —exclamó Pedro, frustrado—. Mi vida...


—No ha sido normal —terminó Lucia por él—. Yo lo sé mejor que nadie.


—Comencé a trabajar con mi padre para proteger...


—Ni se te ocurra responsabilizarme de esa carga —lo interrumpió Lucia a voz en grito—. Pedro, te ha encantado trabajar para Salvador. La emoción, el dinero, el... el poder. Has florecido haciéndolo.


Pedro se dejó caer de nuevo contra el respaldo.


—¿Me estás diciendo que me estoy convirtiendo en mi padre? —le preguntó en voz baja.


—No, claro que no. Pero me temo que...


—¿Qué?


—Que podrías hacerlo.


Pedro tardó un rato en hablar de nuevo.


—A mí también me preocupa —dijo a la postre—. A veces veo cosas de mi carácter que no me gustan. Cada vez que lo complazco, me enfado conmigo mismo... y me preocupa que mi enfado sea tan fuerte como su satisfacción. —La miró—. Pero no sé cómo distanciarme de esa parte de él que llevo dentro.


Lucia le cogió la mano.


—Pasa más tiempo con Paula. Olvídate de Juan y de mí. Lo nuestro funciona bien. No va detrás de mi dinero, y tampoco lo haría aunque supiera que lo tengo. Me quiere.


—¿Estás segura?


—Total y absolutamente.


—Pero ¿no quisiste a papá en otra época?


—Era una chica que había crecido en un ambiente muy protegido y tu padre me persiguió tal como persigue las empresas que compra.


—A mí me gustaría perseguir a Paula de esa manera —masculló.


—¡Ni se te ocurra! —exclamó Lucia—. ¡Ni se te ocurra hacerle eso! No uses el encanto y el dinero de los Alfonso y todo lo que has aprendido con esas espantosas mujeres con las que sales para seducir a Paula. No la hipnotices. No la lleves a París para cenar con un buen vino, no hagas que se derrita por ti. No se merece que la trates así.


—¿De qué lado estás?


—¡Del tuyo! —exclamó ella antes de obligarse a calmarse—. Pedro, te quiero más que a mi vida. Moriría por ti, pero quiero que tengas algo real. No te acuestes con esta chica y le enseñes lo que has aprendido con una modelo ambiciosa. Descubre quién es. Averigua si la quieres de verdad o si solo sientes gratitud porque te enseñó a montar en bici. Conoce a la mujer en la que se ha convertido. Y deja que ella te conozca... pero de verdad. No al abogado astuto y locuaz que es capaz de liar a cualquiera. Deja que vea al niño que se quedó prendado de una niña que le puso un collar de cuentas al cuello.


—No estoy seguro de saber hacerlo.


De vuelta al presente, miró a Paula, que tenía la vista clavada en el lago. En ese momento, no creyó haber visto nada más bonito... ni más deseable. Si fuera otra mujer, le diría cualquier cosa y usaría cualquier táctica para llevársela a la cama. Pero, tal como su madre le había dicho, después la dejaría. Parecía que su vida consistía en ir corriendo de un lado para otro. Si no era una reunión de negocios en representación de su padre, era alguna carrera o alguna escalada, o alguna otra actividad que, tal como había comentado su madre, podría acabar en la pérdida de una extremidad.


—Supongo que deberíamos marcharnos —dijo Paula para romper el silencio, sacando a Pedro de su ensimismamiento.


No se movió.


—No es mi intención ser tan misterioso.


—¡Pues dime qué es lo que te molesta! —exclamó ella—. ¿Me estás ocultando algo espantoso que has hecho? No puedes ser un criminal buscado por la policía, porque estoy segura de que Colin ya te habrá investigado a estas alturas. Si tuvieras antecedentes penales, se habría enterado y me habría avisado.


Dado que ni el sheriff, ni Paula, conocían su verdadero apellido, no habría encontrado nada, pensó él.


—No tengo antecedentes penales —le aseguró y la miró con una sonrisa—. La verdad es que no me siento orgulloso de algunas de las cosas que he hecho en la vida.


—¿Te refieres a tu trabajo en Hollywood o a atropellar médicos en Marruecos?


Soltó una carcajada al escucharla.


—A lo de Marruecos más bien. Pero ¿qué narices hacía tu hermano tirando de un burro en el trazado de un rally?


—Supongo que Ruben pensó que todo el mundo se pararía para dejarlo pasar. Su trabajo es importante, el tuyo no.


—En eso tengo que darle la razón. Paula...


—¿Qué?


—Ahora mismo tengo que tomar decisiones importantes sobre mi vida.


—¿Como qué?


—Como qué hacer con lo que me queda de ella. Dentro de tres semanas dejaré de trabajar para mi padre.


—¿En qué consiste tu trabajo exactamente?


—En dejar a la gente sin trabajo —contestó Pedro.


Paula lo miró con expresión hosca.


—No es tan malo como te lo acabo de decir. Las empresas están en bancarrota y los trabajadores acabarían en la calle de todas formas. Mi padre compra la empresa y despide solo a dos tercios de la plantilla. —Clavó la mirada en el lago—. Estoy cansado de todo y necesito un cambio. ¿Tienes una vacante en tu joyería? Creo que podría vender cosas.


—¿Coqueteando con las clientas? No, gracias. ¿Para qué quieres mi ayuda?


Quiso decirle «Huye conmigo», pero las palabras de su madre seguían resonando en su cabeza. «Conoce a la mujer en la que se ha convertido. Y deja que ella te conozca... pero de verdad», le había dicho.


—Quiero que seas mi amiga —le dijo, en cambio—. Fuimos amigos de niños, así que a lo mejor podemos serlo ahora.


—Claro —replicó Paula, clavando de nuevo la vista en el lago.


Amigos. Esa parecía la historia de su vida. Sus dos últimos novios habían cortado con ella porque tenía más éxito que ellos. Cada vez que conseguía un contrato nuevo con una empresa que quería vender sus joyas, se producía una discusión. Calculaba que hacían falta unas tres discusiones gordas antes de terminar con la relación. Estaba segura de que el único motivo por el que David y ella habían durado seis meses era porque no le había dicho que Neiman Marcus quería exponer sus joyas a modo de prueba para comprobar las ventas.


—Ahora eres tú la que guarda silencio.


—Yo también necesito un amigo —dijo—. En los últimos dos años, todas mis amigas se han casado y casi todas están embarazadas.


—¿Por qué tú no? —le preguntó él con seriedad.


Sabía que si le contaba la verdad, parecería autocompasión, y eso no lo soportaría.


—Porque mi hermano médico se niega a decirme cómo se queda embarazada una mujer. No creo que sea al comerse las semillas de una sandía, que fue lo que me contó cuando yo tenía nueve años. Después de que me lo dijera, estuve dos años sin comer fruta que tuviera pepitas grandes. Mi madre me amenazó con darme de comer a la fuerza. Pero después descubrí que era un beso francés, que en su momento creí que era un beso que se daba en Francia, lo que dejaba embarazada a una chica.


Pedro sonreía.


—¿Y quién te contó la verdad?


—Sigo con la teoría francesa, dado que nunca he estado en ese país y no me he quedado embarazada.


—¿Qué te parece si tú y yo...? —Pedro se interrumpió porque había estado a punto de sugerir que se fueran a París unos días.


—¿Si tú y yo qué?


—Si nos comemos los sándwiches.


Paula sabía que se había mordido la lengua una vez más antes de decirle algo. Le pasó un sándwich y empezó a desenvolver el suyo. Parecía que la idea que Pedro tenía de la amistad era muy diferente a la suya.