Cuando Juan Layton vio bajar del coche a Paula y al hombre que la acompañaba, supo dos cosas: la primera, que el hombre era familia de Lucia; la segunda, que estaba enamorado de Paula. La primera hizo que frunciera el ceño y la segunda le arrancó una sonrisa.
Llevaba tratando de sonsacar a Lucia sobre su pasado desde que la conoció, pero ella se negaba a hablar. Si fuera otro tipo de hombre, le habrían hecho gracia sus intentos por eludir sus preguntas. Sin embargo, no le gustaba verla incómoda, de ahí que evitara preguntarle.
Sin embargo, saltaba a la vista que ese hombre era pariente suyo. ¿Sería su hijo?, se preguntó. Tenían los mismos ojos, pero los de Lucia eran más claros. También tenía una onda en el pelo justo sobre el cuello, igual que ella. Y el gesto que hizo con el brazo al cerrar la puerta del coche era idéntico al que hacía Lucia.
De modo que tenía un hijo, pensó. ¿Quién sería el padre?
Esa era la siguiente pregunta.
En cuanto a su segunda observación, Juan sentía lástima por Paula porque todas sus amigas se habían casado y habían comenzado una nueva fase de sus vidas. Maria y ella habían sido amigas durante años, y Juan sabía que todas las amigas y las primas de Paula habían ido casándose una a una. Hasta Maria la había abandonado. Aunque había ido a Edilean para visitarla, había acabado pasando todo el tiempo posible con el doctor Tomas.
Así que le alegraba ver a un hombre enamorado de ella. Se merecía lo mejor que la vida pudiera ofrecerle.
Juan carraspeó y enderezó los hombros. No podía permitir que se le notara la vena sentimental. Abrió la puerta.
—¿Habéis venido por lo del trabajo?
—¿Qué trabajo? —preguntó Paula mientras lo saludaba besándolo en la mejilla. Lo conocía desde hacía años, y había pasado varias noches en su casa, en Nueva Jersey.
En una ocasión, cuando estaba en la universidad, Juan pasó toda la noche escuchándola llorar por lo que le había hecho un chico de una fraternidad.
—Ayudarme a poner la tienda en marcha. He tenido que despedir al primero que contraté.
Pedro miraba a Juan Layton de forma penetrante. Era un hombre bajo y de complexión musculosa, y parecía estar frunciendo el ceño.
—Este es mi amigo Pedro... —Paula titubeó al añadir—: Merritt. Estaba hablándole sobre tu nueva tienda. ¿Sigue vacío el almacén que ibas a dejar que usara Maria?
Juan estaba observando a Pedro. Su padre debía de ser alto, pensó, tal como lo era el muchacho, pero el parecido con Lucia era escalofriante. Tardó un momento en percatarse de que Pedro le había tendido la mano para saludarlo. Juan la aceptó sin dejar de mirarlo a los ojos.
Cuando el muchacho apartó la mano, Juan reparó en sus callos.
—¿Trabajas en la construcción?
—No —contestó él—. He llevado una vida inútil.
—Trabajaba de doble en Hollywood —dijo Paula.
—¿En serio? ¿Y qué trucos sabes hacer?
—Casi siempre me usaban como diana —respondió Pedro—. Soy el tío vestido de policía al que mata el malo. Me han llegado a matar cuatro veces en la misma película Cosas de tener un presupuesto mínimo.
—Lo normal es que un chico guapo como tú sea el protagonista —replicó Juan.
Pedro se echó a reír.
—Pues sí. Incluso se lo insinué a un director, así que me hizo una prueba para un papel. El veredicto fue que carezco de talento interpretativo.
—¿Y qué tiene que ver eso para convertirte en una estrella de cine? —preguntó Juan, con una expresión muy seria.
—Eso mismo me pregunto yo —repuso Pedro—. Pero de cualquier forma, no me gustaba pasarme las horas muertas sentado en un tráiler sin hacer nada. ¿A qué trabajo te referías antes?
—Gerente —respondió Juan—. Necesito alguien que se encargue de la tienda mientras yo estoy con mis chicas.
—¿Con tus chicas? —le preguntó Pedro, cuya sonrisa había desaparecido.
—Quizá deberíamos... —terció Paula.
—Mi hija y mi prometida —contestó Juan—. ¿Crees que podrías encargarte de ese trabajo? Hay que saber mucho sobre herramientas.
—Pedro sabe mucho sobre... —dijo Paula, aunque guardó silencio antes de añadir—: Globos.
Ambos la miraron.
—¿Eres el tipo que ha bajado del árbol el globo del niño?
—Sí —contestó Pedro—, pero no sabía que el pueblo entero iba a enterarse tan pronto.
—Es que el sheriff ha pasado hace un rato por aquí. —Señaló con la cabeza hacia el otro extremo del edificio—. ¿Queréis ver el estudio de Maria?
—Pues sí —respondió Paula, tras lo cual siguieron a Juan.
*****
—¿Qué te parece? —le preguntó Paula a Pedro. Estaban cenando en un pequeño restaurante situado en la carretera de Williamsburg.
—¿El qué? —preguntó él a su vez mientras jugueteaba con el tenedor.
—Lo de abrir una tienda de artículos deportivos.
Pedro se tomó su tiempo para contestar.
—Me gusta ese tío.
—¿Te refieres a Juan? No me extraña. Es un buen hombre. Y lo has impresionado mucho. Me ha resultado increíble que te pidiera consejo sobre sus finanzas.
—Igual que a mí. No pensarás que está al tanto de...
—¿De que eres el hijo de Lucia? ¿Cómo iba a estarlo?
—Me han dicho muchas veces que me parezco a mi madre, así que a lo mejor me ha reconocido.
—No sabría decirte, porque de momento no he podido fijarme bien en ella. —Paula lo miró, demorándose en esas cejas oscuras que se curvaban sobre sus ojos y en ese mentón ensombrecido por la barba. No entendía que un hombre tan masculino pudiera parecerse a una mujer.
Lo que Pedro vio en los ojos de Paula lo instó a extender un brazo por encima de la mesa para tirar de ella. Su boca era tan preciosa que se moría por besarla. En ese momento, recordó las palabras de su madre y apartó la vista. No sabía hacia dónde se dirigía su vida y no era justo arrastrar a Paula con él.
Paula se había percatado del brillo que había iluminado los ojos de Pedro. Había sentido la chispa que había surgido entre ellos. Pero en ese momento Pedro apartó la mirada. Por algún motivo que se le escapaba, él se esforzaba por negar la atracción que existía entre ellos. La atracción sana y natural que los hombres y las mujeres sentían mutuamente, pero que él negaba.
Que así fuera, pensó. Había dicho que serían amigos y eso era lo que iban a ser. Sin embargo, no pudo evitar enfadarse.
¿Habría alguna mujer en su vida? ¿Habría decidido que una
chica de pueblo no era suficiente para él? ¿O se trataba de que aún la veía como si fuera una niña?
Fuera lo que fuese, no le gustaba ni un pelo.
—¿Te importa si llamo por teléfono? —le preguntó con la voz más dulce de la que fue capaz. Parecía que en su caso era cierto el dicho sobre la ira de las mujeres despechadas.
—No, adelante. ¿Quieres hacerlo a solas?
—No, no voy a tardar. Estoy segura de que está trabajando.
—¿Quién?
—David, mi novio.
Pedro estuvo a punto de atragantarse con la comida que tenía en la boca.
—¿Tu novio?
Paula estaba a punto de responderle justo cuando David contestó:
—Hola, nena, ¿qué pasa?
Paula se apartó un poco el teléfono de la oreja para que Pedro oyera la voz de David.
—Me preguntaba si sabías qué ropa debemos llevarnos para el fin de semana. ¿El bed & breakfast es muy elegante? ¿Me llevo algún vestido largo?
—No lo sé —contestó David—. Fuiste tú quien eligió el sitio. Eso sí, desde ya te digo que no voy a llevarme el esmoquin. Bastante lo uso en el trabajo. ¡Oye! ¿Y si solucionamos el problema cenando todas las noches en la cama?
Paula sonrió mientras miraba a Pedro, que la observaba con los ojos como platos, como si no creyera lo que estaba oyendo.
—Pensaba que lo normal era desayunar en la cama —replicó con una voz ronca y sensual. La misma voz que Pedro había usado con las mujeres. Con otras mujeres que no eran ella.
—¿Y si llegamos a un acuerdo y hacemos las dos cosas? —le preguntó David con voz ronca.
—¿Y qué hacemos a la hora del almuerzo si se puede saber? —preguntó ella, haciéndose la inocente.
—Tú eres la creativa, así que eso te lo dejo a ti. Tengo que irme. Estamos cargando la furgoneta para una cena. Nos vemos el viernes a las dos. Ah, Paula...
—¿Qué?
—No te lleves nada para dormir.
Ella colgó entre carcajadas, soltó el teléfono y le dio un buen sorbo a su bebida.
Pedro la estaba mirando. No había movido un solo músculo desde que ella cogió el teléfono.
—¿Tu novio? —preguntó por fin, casi susurrando.
—Sí. ¿Qué te pasa? ¿No te gusta el sándwich? Podemos pedir otra cosa. ¿Quieres que llame a la camarera?
—La comida está bien. ¿Desde cuándo tienes novio?
—David y yo llevamos seis meses juntos. —Le sonrió—. Creo que la cosa va en serio.
—¿Hasta qué punto?
Paula se encogió de hombros.
—Pues lo normal. ¿Por qué me miras así?
—Es que estoy sorprendido. No me había dado cuenta de que tenías a alguien... a alguien importante en tu vida.
—Por favor, dime que no has supuesto que porque vivo en un pueblecito estaba... ¿qué? ¿Esperando que un chico de la ciudad me rescatara? Pues no.
—En realidad, pensé que la boda que se celebraba el día que llegué era la tuya —confesó.
Ese comentario acabó con todas las dudas que pudiera tener sobre la naturaleza de la relación que existía entre ellos. Pedro no parecía molesto por la idea de que ella estuviera a punto de casarse. ¿Por qué iba a estarlo?
Apenas se conocían y le había dejado muy claro que se marcharía al cabo de tres semanas.
—¿Y tú qué? ¿Hay alguien especial?
—No sé —contestó. No se le había ocurrido pensar que Paula pudiera tener novio. Que pudiera tener una relación «en serio».
—¿No sabes si hay alguna mujer en tu vida? Si la hay y necesitáis anillos, puedo diseñároslos y hacerlos. ¿Nos vamos?
—Claro —respondió Pedro, que aún no se había recuperado de la impresión.
No tenía claro qué había imaginado, pero desde luego que no era a Paula hablando con otro hombre sobre desayunar y cenar en la cama.
Dejó el dinero sobre la mesa y salió del restaurante detrás de Paula. Una chica muy guapa le sonrió, pero él no le prestó la menor atención.
Paula se sentó al volante de su coche.
—Tengo trabajo en casa —dijo ella con voz distante.
—¿He hecho algo para que te enfades?
—Por supuesto que no. ¿Por qué iba a enfadarme? —Se moría por decirle cuatro cosas a voz en grito.
Había coqueteado con otras mujeres, pero a ella la miraba como si fuera su hermana. O más bien como si fuera una niña de ocho años.
Respiró hondo y después soltó el aire, liberando la ira que la embargaba. No era justo que se enfadara con él solo porque no la encontrara atractiva. ¿Cuántas veces se le habían acercado hombres que ella había rechazado? Todas las semanas entraba algún tío en su tienda que le hacía saber que estaba disponible. A veces, su mujer lo esperaba al otro lado de la puerta.
«En realidad, la atracción sexual es incontrolable», pensó. O se sentía o no. Había imaginado que Pedro la sentía por ella, pero al parecer se había equivocado. Le había dejado claro que lo que quería y necesitaba era una amistad, así que eso era lo que iba a darle.
—¿Hasta qué punto es seria tu relación con este hombre?
«Piensa en él como si fuera una amiga», se dijo. «No lo mires, no te dejes hipnotizar por esa pinta tan estupenda que tiene. Es un colega, un amigo y nada más.»
—Creo que puede ser permanente —contestó—. Carla se ríe tontamente cada vez que habla de este fin de semana, y resulta que uno de mis mejores anillos no está en su expositor. Un zafiro enorme. No encuentro el tíquet de compra y cada vez que le pregunto a ella, dice que... no recuerdo qué excusa me pone, pero el caso es que el tíquet de compra no está en la tienda.
—No pareces preocupada por la posibilidad de que la tal Carla lo haya robado. Supongo que insinúas que este tío va a regalarte uno de tus anillos. ¿Como anillo de compromiso?
—Es posible —respondió.
—¿Y lo del bed & breakfast?
—Es que la mujer de mi primo Luke, Jocelyn, ha estado investigando la genealogía de las siete familias fundadoras de Edilean, pero hay una laguna en el árbol genealógico de los Chaves. Una de mis antepasadas fue a un lugar llamado Janes Creek, en Maryland, alrededor de 1890, y volvió embarazada. Joce quiere intentar averiguar quién era el padre de la criatura. Pero tiene dos niños pequeños, y por eso me ha pedido que sea yo quien vaya para ver qué puedo averiguar.
—¿Y este hombre va a acompañarte?
—Sí —contestó Paula—. David es el dueño de una empresa de catering y siempre está muy ocupado durante los fines de semana. Ha tenido que pagarles una pasta a sus empleados para que lo cubran mientras él me acompaña.
—Y que se tome esos días libres, y que haya desaparecido un anillo y no encuentres el tíquet de compra te hace pensar que va a... ¿a hacer qué? ¿A pedirte que te cases con él?
Paula sintió que la rabia se apoderaba de nuevo de ella, pero se controló. Dobló al llegar al camino de entrada a su casa, apagó el motor y se volvió para mirar a Pedro.
—Resulta que David también está loco por mí. Pasamos juntos todos sus días libres. Nos llamamos. Hablamos de nuestro futuro juntos.
—¿Futuro? ¿Qué significa eso?
—Pedro, la verdad es que no me gusta este interrogatorio. Accedí a ayudarte con tu madre y eso es lo que voy a hacer, pero prefiero mantener mi vida privada al margen. —Salió del coche y entró en casa.
Pedro se demoró en el coche, porque estaba tan sorprendido que ni siquiera podía moverse. ¡Paula estaba a punto de aceptar una propuesta matrimonial del dueño de una empresa de catering! ¿Cómo era posible que se hubiera equivocado hasta ese punto con ella? Había pensado que estaba... bueno, que estaba interesada en él.
Abrió su móvil y usó la marcación automática para llamar a Penny. Tan pronto como esta contestó, él dijo:
—Necesito todo lo que puedas encontrar sobre un hombre llamado David, desconozco su apellido. Vive en algún sitio cercano a Edilean y es el dueño de una empresa de catering. Tiene una habitación registrada a su nombre en un bed & breakfast de Janes Creek, en Maryland, para este fin de semana. Quiero saberlo todo sobre él, y me refiero a todo.
—¿Cancelo la reserva en el bed & breakfast?
—¡Sí! No. Resérvame la habitación contigua. Y reserva también todas las demás. De hecho, reserva todas las habitaciones disponibles del pueblo.
—¿Alguna preferencia en cuanto a los huéspedes? Alejandra te ha llamado varias veces.
Pedro pensó en invitarla. No sabía si estaba enfadado con Paula, o celoso, o... en fin, dolido. No obstante y con independencia de sus sentimientos, no creía que la presencia de Alejandra pudiera ayudarlo.
—Le encantaría la joyería de la señorita Chaves —comentó Penny, poniendo fin al silencio. Al ver que Pedro no replicaba, añadió—: La vida no es tan fácil sin el apellido Alfonso, ¿verdad?
Sus palabras fueron demasiado certeras para el gusto de Pedro.
—Me da igual a quién envíes a ese pueblo. Invita a tu familia. —De repente, pensó que desconocía los detalles de la vida personal de Penny—. ¿Tienes...?
—¿Que si tengo familia? —suplió ella—. Pues sí. Muy numerosa, además. Tengo un hijo de tu edad. Te enviaré lo que encuentre por correo electrónico —concluyó y por primera vez en todos esos años, fue ella quien colgó primero.
Pedro cerró el teléfono y lo contempló un instante. ¡Menudo día de sorpresas! Paula estaba a punto de aceptar una propuesta matrimonial y su leal mano derecha, Penny, tenía un hijo de su edad.
En ese momento, pensó en volver a Nueva York para seguir destrozando las vidas de otras personas. Esa actividad no afectaba tan negativamente a sus sentimientos.
Salió del coche de Paula sin saber muy bien lo que hacer.
¿Entraba en su casa para hablar con ella? ¿Qué podía decirle? ¿Que dejara a su novio por la remota posibilidad de que entre él y ella hubiera algo, y de que algún día, cuando por fin decidiera qué hacer con su vida, pudieran estar juntos? Ninguna mujer aceptaría semejante proposición.
Mucho menos una como Paula, que sabía lo que quería desde que era pequeña. A los ocho años, empezó a diseñar joyas, y seguía haciéndolo a los veintiséis.
—Mientras que yo ni siquiera he decidido... —dijo en voz alta, pero no quiso concluir la frase.
Vio que Paula había encendido la luz del garaje, lo que significaba que estaba trabajando. A él no le gustaba que lo molestaran mientras trabajaba, así que tal vez a ella tampoco le hiciera gracia. Además, no sabía qué decirle.
Se marchó a la casa de invitados y se acostó.