sábado, 26 de marzo de 2016

CAPITULO 40 (PRIMERA PARTE)




Cuando Pedro llegó al coche con las bolsas de las compras, su móvil zumbó. Era un correo de Juan Chaves, y Pedro dudó: o el hombre le habría puesto a caldo o... En realidad, a Pedro no se le ocurrió ninguna otra alternativa. 


Pulsó la tecla y leyó: «Mi Pau necesita a su familia y sus pinturas. Yo estoy harto de estar aquí. ¿Su insignificante pueblucho no necesitará una ferretería? Envíeme más fotos de Lucia.»


Pedro leyó el mensaje tres veces antes de asimilarlo, y entonces apoyó la espalda en el coche y se echó a reír. Si Juan Chaves quería fotos de Lucia, le enviaría todas las que pudiera, incluidas las radiografías de pecho de la mujer.


Volvió a entrar en la tienda.


—¿Llevas tu cámara encima? —preguntó a Paula—. ¿Y el cable ese para conectarlo al móvil?


—Sí —Ella le miró con frialdad mientras sacaba la cámara del bolso—. ¿Sucede algo? Pareces extremadamente complacido contigo mismo.


—Es porque Noelia se lo va a pasar muy bien. Me sabe mal no haberme dado cuenta nunca de lo terribles que han debido de ser esas fiestas para ella. Súmale mi irresponsabilidad con la casa de muñecas, y verás que tengo mucho que expiar. —Lo que estaba diciendo era bastante triste, y sin embargo mostraba una sonrisa esplendorosa. De hecho, ni los ganadores de la lotería sonreían tan abiertamente.


—¿Por qué hablas tan deprisa? Y no sientes ninguna culpa por la casa de muñecas. Lo que quieres es que me tire aquí un año trabajando en ella. ¿Qué está pasando? —preguntó Paula.


—Pues, esto... tengo... tengo que llamar a Ramon. —Se alejó para que Paula no pudiera ver la sonrisa que no podía borrar de su rostro. Salió de la tienda, y Ramon contestó al primer tono.


—¿Ya me echas de menos? —preguntó Ramon.


—¿Sabes ese lugar de tu propiedad en McTern Road?..


—¿Cuál?


—El que era una fábrica de ladrillos.


—Sí, hace cien años.


—¿Está en buen estado? —preguntó Pedro.


—¡Carajo, no! Se está cayendo a cachos. Si lo quieres comprar, te lo dejaré barato.


—Haz que Rams redacte los documentos —dijo Pedro.


—¡Caray! ¿Y para qué quieres ese viejo lugar?


—El padre de Paula piensa abrir una ferretería en Edilean.


—¿Desde cuándo? —preguntó Ramon.


—Desde que le envié un correo electrónico hace diez minutos.


—¿Se va a quedar Paula en el pueblo a arreglar motosierras?


—No lo sé —dijo—. Solo intento ponerle las cosas fáciles para que se quede. Deja la ropa en mi casa, ve luego a ver a Rams y haz que redacte los documentos. Mejor aún, ve primero a ver a Rams. ¿Entendido?


—A la orden, señor —dijo Ramon—. Y claro que me gusta hacer de alcahuete, no te preocupes.


—Te da un respiro de tanto escribir, así que ¿de qué te quejas?


—Buena observación —dijo Ramon, y colgó.


Pedro volvió a entrar en la tienda e hizo doce fotos, todas con Lucia en el centro. Quiso sacar más, pero las mujeres le hicieron parar.


—Esta noche —le dijo Paula en un susurro—, cuando estemos en la cama, me vas a contar qué estás tramando.


Pedro se limitó a sonreírle, e hizo una foto de Lucia, que estaba levantando una tela rosa transparente que tenía adheridas unas pequeñas piedras de strass. Salió de la tienda para enviar a Juan Chaves las seis mejores fotos.
«Soy dueño de una vieja fábrica de ladrillos —escribió, falseando un poco la verdad—. Necesita arreglos. Con plazas de aparcamiento. Al borde de la carretera de Williamsburg. Costearé la remodelación.»


No habían pasado ni diez minutos cuando llegó la contestación. «Envíe datos personales de Lucia y más fotos. 
Y también una del edificio. ¿Es usted unos de esos horribles novios de Pau?»


Entró de nuevo en la tienda y le pidió a Paula que le hiciera una foto con Noelia.


—¡Pedro! —dijo ella—. No sé qué te traes entre manos, pero ahora no tengo tiempo para esto. Tenemos...


La besó en cuello de aquella manera que sabía que a ella le gustaba tanto.


—Por favor —le susurró.


Paula suspiró.


—Yo os haré una a los tres —dijo Lucia—. Poneos ahí.


Pedro cogió en brazos a su sobrina y se inclinó hacia Paula, con Noelia entre los dos. Ni Paula ni Noelia estaban sonriendo; querían volver a las telas.


—Pensad en las caras de las chicas McDowell cuando Noelia camine por la pasarela —dijo, y ambas sonrieron sinceramente.


Pedro le quitó la cámara a Lucia y salió corriendo de la tienda. Era una buena foto. Pero, por segunda vez en su vida, le preocupó su cara. ¿Sería lo bastante guapo para complacer a Juan Chaves? ¿O demasiado guapo? Un tipo que regentaba una ferretería podría pensar que era demasiado «bonito».


—No puedo evitar tener la cara que tengo —dijo en voz alta, y empezó a escribir: «Con mi sobrina. La familia que espero tener.»


Y envió la foto.


Esa vez la respuesta del señor Chaves tardó unos veinte minutos, y Pedro estaba seguro de haber estado conteniendo la respiración todo el rato. «Pau parece feliz. No le diga nada.  Estaré ahí después de aclarar este extremo. Haré la remodelación. Envíe más de Lucia.»


Pedro apoyó la espalda en el coche y dejó salir el aire. «Quizá —pensó—, solo quizá...»


—¡Pedro! —Le gritó Paula desde la puerta de la tienda—. Necesitamos tu ayuda.


Cuando llegó junto a ella, Paula le dijo:
—Esta noche me vas a contar qué es lo que pasa contigo.


—Salvo que sea capaz de distraerte —dijo Pedro de manera que pudiera oírle.






CAPITULO 39 (PRIMERA PARTE)



Al cabo de una hora Paula volvió al salón, donde Pedro estaba preparando una mochila para hacer una excursión y Ramon marinaba una carne de ternera con limón y especias.


—Tengo que volver a casa —dijo Paula.


La reacción de Pedro no se hizo esperar.


—Pero si el verano no ha terminado. Todavía te quedan semanas. Meses. Ruben quiere que regrese para trabajar, pero lo demoraré. Iré a Nueva York contigo y... —Se interrumpió porque Paula le estaba mirando fijamente.


—Me refiero a Edilean —masculló.


Ramon se estaba riendo por lo bajo.


—Ahora que el amigo Ken, aquí presente, ha colgado su corazón para que todo el mundo lo vea, ¿puedo preguntar qué pasa?


—Tengo que conseguir que Lucia empiece a hacer un vestuario completo para que Noelia lo lleve al pase de modelos.


Pedro trataba de superar su bochorno.


—Pero Savannah dijo que ella se iba a encargar de toda la ropa.


—Y si la conozco bien —metió cuchara Ramon—, será lo mejor que el estado pueda ofrecer. Probablemente su hija lleve algo con diamantes en la falda.


—Esa es la cuestión —observó Paula.


Los dos hombres la miraron con idéntica expresión de no entender de qué estaba hablando.


Pedro —dijo ella lentamente—, el año pasado, cuando fuiste a ver las heridas de Rebeca, pensaste que era muy divertido que Noelia llevara puesta un maillot de Mickey Mouse dos tallas más pequeña que la suya. ¿Cómo crees que se sentía ella con aquel atuendo? ¿Y por qué piensas que la «buena» de Rebeca no le dijo a su preciosa, despierta e inteligente prima que tenía que llevar un maillot para la fiesta circense?


—Ay —dijo Pedro—, supongo que no caí en la cuenta. ¿Así que planeas...?


—No confío en que Rebeca y su madre le vayan a dar a Noelia unos vestidos preciosos para que los luzca en el pase de modelos. Me rondan por la cabeza algunas espantosas visiones de monos y botas de caucho. Creo que lo más conveniente para Noelia sería que llegara con sus propios vestidos, diseñados exclusivamente para ella. En realidad, he estado preparando una línea completa de ropa llamada El ropero de Noelia.


Pedro parpadeó varias veces antes de comprender. No quería decir lo que pensaba de Savannah McDowell y su hija, pero estaba en su mirada.


—¿Cuánto tardarás en estar lista para salir?


—Tengo que hacer el equipaje y...


—¿Por qué no os vais vosotros ahora y yo os bajo la ropa esta tarde? —sugirió Ramon—. Y creo que deberíais...


Los dos le miraron.


—No sé mucho de niñas pequeñas, pero podría estar bien que Paula hiciera alguna prenda para que las demás niñas las llevaran en el pase. Y eso podría hacer que Noelia se sintiera menos marginada.


—Es una idea genial —admitió Paula—. Parece que sabes mucho de niñas mezquinas.


—He conocido a algunas. Anda, idos. Llevará una hora meter todas las muñecas Kirby de Noelia en el coche.


—Riley —le corrigió Paula, dirigiéndose al dormitorio.


Veinte minutos más tarde ya estaban listos para partir. Paula había metido a la remanguillé en una bolsa todos sus objetos de aseo, y hecho lo propio con los de Pedro y Noelia. Ramon estaba transportando el lote entero de animales y muñecas de Noelia al coche, y Paula no pudo resistirse a la tentación de hacerle una foto.


—Te la enviaré a Berkeley para que la utilices como reclamo para que se inscriban alumnos —dijo cuando entró en el coche—. En el pie se leerá: TAL VEZ PAREZCA DURO, PERO EN REALIDAD ES UN GIGANTE TIERNO.


—Como diría Nietzsche... —empezó a decir Ramon, pero Pedro arrancó el motor y ahogó su voz. Ramon cogió la indirecta—. Decidle a las chicas que les devolveré sus ollas esta tarde —gritó, por encima del ruido.


Cuando Pedro dejó atrás la cabaña, Paula le miró.


—Deduzco que «las chicas» son la señora Wingate y Lucia.


—Sí, así es —dijo él, echando un vistazo al retrovisor. Noelia, acurrucada con sus muñecos, ya estaba dormida—. Quiero que me cuentes todos tus planes —dijo.


—Preferiría que me hablaras de ti y de Ruben. ¿Cuándo hablasteis?


—Yo y mi bocaza. Después de que Ruben me viera bailar contigo sugirió que me ocupara de mi consulta para que pudiera regresar a donde quiera que haya estado trabajando últimamente.


—Y en vez de eso, nos trajiste a Noelia y a mí a la cabaña.


—Eso hice —dijo Pedro—. Además, Ruben tiene que hacer frente a sus problemas?


—¿Y que son...? —preguntó ella.


—Laura Chawnley.


—¿Estás de broma? —dijo Paula—. ¿Después de todos estos años sigue enganchado a ella? ¿Aunque esté casada con el predicador baptista y tenga hijos ya?


—En efecto —dijo Pedro—. Lo que pasa es que no la ha vuelto a ver desde el día que ella le dijo que no se iban a casar, y él es un miedica.


—Algo que seguramente le has dicho.


—Y disfruté mucho haciéndolo —dijo Pedro con una sonrisa de oreja a oreja.


Paula iba a seguir con sus preguntas, pero entonces su móvil empezó a zumbar.


—Parece que volvemos a tener cobertura. —Sacó el móvil del bolso—. Y tengo veintiún correos electrónicos. —Empezó a repasarlo—. ¡Oh, Dios mío! Una mujer de Nigeria ha decidido entregarme la fortuna de su difunto marido de dieciocho millones de dólares. Y todo porque se ha enterado de que soy una persona muy buena.


—Se lo dije yo —dijo Pedro con aire solemne.


—Entonces debería darle tu dirección de correo electrónico.


—No merezco tanta generosidad —dijo él, y se echaron a reír.


Paula pulsó sobre el número de Lucia, que respondió enseguida. Tardó solo un par de minutos en explicar lo que necesitaban.


—Disponemos solo de una semana. ¿Crees que podemos hacer algo en ese tiempo?


—Me parece que podemos montar un espectáculo que hará que Savannah McDowell se desmaye de envidia. Y a propósito, todo esto es cosa suya, no de su hija.


—Entiendo —dijo Paula, mirando a Pedro de reojo.


—Me reuniré contigo en Telas Hancock de Williamsburg —dijo Lucia—. Sé modificar patrones, pero no soy diseñadora. Además, tendremos que comprar tela.¿Cuántos vestidos has diseñado?


—Seis —dijo Paula—, pero Ramon cree que deberíamos hacer algunos más para las otras niñas.


—Me gusta la idea. Pero no podremos mantenerlo en secreto. Tendremos que decírselo a Savannah... y a Rebeca. No será fácil.


—Tienes razón, por supuesto —reconoció Paula, pensando—. Pedro es el maestro de ceremonias, así que él puede...


—Engatusar a Savannah con lo que sea. Logrará que acepte todo lo que él le proponga. ¡Ah, sí!, me encanta esto. ¿Cuánto tardarás en llegar a la tienda?


Pedro está con nosotros, así que tendremos que dejarle primero, y luego...


—Iré con vosotras —dijo él.


—¿Estás seguro? —preguntó Paula—. Mira que una tienda de telas no es exactamente un lugar para hombres.


—Creo que podré ir y seguir conservando mi masculinidad.


Paula se lo dijo a Lucia, y colgaron.


Durante un momento viajaron en silencio.


—¿Cómo está tu brazo? —preguntó ella.


—Duele, pero mejor. Paula, acerca de lo que dijiste antes...


—¿Cuando creíste que volvía a Nueva York?


—Sí. Te dije que ya era mayorcito y que podría soportar el dolor, pero ahora me parece que quizá no sea tan adulto como pensaba.


Paula miró por la ventanilla. En ese momento no fue capaz de imaginarse no estar con él. En tan poco tiempo habían llegado a involucrarse completamente uno en la vida del otro. Pero se tuvo que recordar que en ese momento aquella no era su verdadera vida. Su familia estaba en otra parte, y era imposible que pudiera ser fiel a su carácter, a lo que realmente era ella, en aquel pequeño pueblo. No podría vivir sin hacer algo creativo en su vida.


—De acuerdo —dijo Pedro, rompiendo el silencio—. Se acabó la seriedad. Cuéntame tus planes para Noelia.


Paula agradeció la tregua; no quería pensar en cosas tristes.


—¿Hasta qué punto conoces a esa mujer, Savannah? —empezó.


Cuando llegaron a la tienda de telas, Noelia estaba despierta y haciendo preguntas. Paula le contó la idea de Lucia de organizar un pase dentro del pase.


—Para los Davie del colegio —dijo Noelia, y Pedro soltó una carcajada.


Paula los miró con expresión perdida.


—¿Te acuerdas de las personas cuyos interiores y exteriores no corren parejos? —preguntó Pedro, y Noelia empezó a explicárselo.


Paula recogió su cuaderno de dibujo del suelo del coche.


—¿Crees que Davie podría pasar una camisa y unos pantalones cortos que son perfectos para una tarde de playa?


—¡Sí! —exclamó Noelia.


Necesitaron varias horas para conseguir todo lo que necesitaban en la tienda de telas. Lucia y Paula se echaron sobre los libros de muestras para encontrar las que mejor encajaran con lo que Paula tenía en mente, mientras Pedro se llevó a Noelia a la charcutería y a la librería cercanas.


Paula envió un mensaje de texto a Pedro cuando estuvieron listas para escoger las telas, así que él y Noelia regresaron a la tienda. A partir de ahí todo fueron discusiones entre
las tres mujeres mientras diseñaban una prenda tras otra, ora un vestido, ora una blusa, ora un pantalón.


—Y los sombreros —dijo Noelia—. Los sombreros van con todo.


—Creo que esta niña va a ser diseñadora de modas —le dijo Paula a Pedro.


—No —respondió él, inclinándose sobre el carrito que ya habían llenado de telas, accesorios y patrones—. Noelia va a ser médico.


Paula le miró con cara de pocos amigos.


—¿No te parece que debería ser ella quien eligiera su profesión?


Pedro se encogió de hombros.


—A veces es ella la que nos escoge. En nuestra familia, la Medicina es la que elige. Yo lo entendí; mi hermana, no; Noelia, sí.


Paula solo pudo mirarle con perplejidad. No había visto ni el menor indicio de que Noelia estuviera interesada en la Medicina. A la niña parecía gustarle el arte por encima de todo lo demás.


Pedro la estaba observando y sonrió.


—Noelia, ¿esto qué es? —Entonces se puso un dedo en la base del cuello por la parte de atrás.


—El bulbo raquídeo —respondió la niña sin apenas levantar la vista del rollo de tela que Lucia estaba sujetando.


—Yo no se lo he enseñado —explicó Pedro—, pero ahora te das cuenta de por qué mi hermana deja que pasemos tanto tiempo juntos.


—Sí, sois almas gemelas —dijo Paula, consciente de que recientemente había dicho eso mismo de ella y Noelia.


—Sí, aunque quiero que en su vida tenga algo más que la Medicina. No quiero que haga lo que yo, que eche los dientes mordisqueando un estetoscopio y leyendo textos médicos, en lugar de libros infantiles. Quiero...


Paula le puso la mano en la suya y se inclinó para darle un beso en la mejilla.


—Lo entiendo —susurró.


—¡Nada de besos! —dijo Noelia, haciéndoles reír.


Paula volvió a centrarse en las telas, combinando un ribete verde con otros rosa y blanco.


Pedro, aburrido con la tarea de agarrarse a los carritos, utilizó su móvil para hacerles una foto a las tres mujeres inclinadas sobre un montón de retales.


—Se la voy a enviar a la abuela —le dijo a Noelia—. ¿Te parece que se va a creer que estoy en una tienda de telas?


—Dile que estás practicando tus suturas —dijo Lucia.


Sonriendo, Pedro le escribió un mensaje de texto a su madre.


—Envíale una copia de esa foto a mi padre —dijo Paula, y le dio la dirección de correo electrónico.


Pedro escribió un breve mensaje genérico al padre de Paula, pero luego lo borró. ¿Cómo era aquel refrán acerca de que el que quiere peces ha de mojarse el culo? Respiró hondo para infundirse valor, y empezó a escribir: «Apreciado señor Chaves, me llamo Pedro Alfonso. Soy el único médico de este pequeño pueblo y estoy enamorado de su hija, con quien me quiero casar. Pero ella dice que va a volver a Nueva York. ¿Cómo podría convencerla para que se quedara?»


Antes de que perdiera los nervios, envió el mensaje.


—¿Se lo has enviado? —preguntó Paula.


—Por supuesto —respondió—. Se lo envié. Tal vez haya enviado el mensaje de mi vida. De toda mi vida.


—¿Qué quieres decir?


—Nada. ¿Tengo que pagar esto?


—Por supuesto —dijo Paula, y entonces Lucia le pidió que echara un vistazo a un algodón azul.







CAPITULO 38 (PRIMERA PARTE)



Ramon regresó aquella noche con el coche lleno de provisiones —la mayoría innecesarias—, y pareció que el mal humor por fin le había abandonado. Hizo salir a Paula de la cocina y empezó a recubrir la pesca de Pedro con una gruesa capa de sal.


—Es un buen cocinero cuando quiere —dijo Pedro.


Tuvieron una cena agradable, en la que Ramon les hizo reír con las cosas que había visto aquel día en Edilean.


Después de esa noche, se sometieron a una rutina amistosa. 


Paula y Noelia tenían encomendado el desayuno, mientras que Pedro se encargaba de la comida.


—Si a sacar las cosas del frigorífico lo llamas preparar la comida... —le decía Ramon.


La cena era cosa de Ramon, y aprovechaba la ocasión para demostrar sus habilidades culinarias. En la parte trasera había un viejo congelador horizontal lleno de carne y verduras.


—Equivocaste tu vocación —le dijo Paula mientras se comía un muslo de pollo marinado con una salsa secreta—. Deberías haber sido cocinero.


—¿Y estar enjaulado en la cocina toda la noche? —le dijo Pedro—. No conoces bien a mi primo. Le gusta estar en medio del fregado, entreteniendo a la gente con su verborrea.


Paula miró a Ramon, no sabiendo muy bien cómo se iba a tomar aquel comentario, pero el hombre se echó a reír.


—¿Y por qué habría de perder la oportunidad de compartir mi grandiosa sensatez? El mundo me necesita.


La carcajada fue generalizada.


Durante el día, Pedro, Paula y Noelia salían de excursión. Pedro y Noelia se conocían todos los senderos de los alrededores de la cabaña, y querían enseñárselos a Paula. Pedro pescaba a veces, pero algunos días se estiraba sobre una manta y dormitaba.


Paula pintaba todo lo que veía, incluidos Noelia y Pedro. Su bloc de dibujos estaba lleno a rebosar, y entre sus fotos y las que hacía Noelia, llenó un disco digital entero.


Por la noche, Paula y Pedro hacían el amor. Se escabullían fuera de la cabaña a la luz de la luna y juntos daban rienda suelta a todo el deseo contenido durante el día. Había una primera explosión, rápida e impetuosa, espoleada por el mutuo deseo de tenerse. Luego, seguían más lentamente, tomándose su tiempo en tocarse y acariciarse.


Al terminar, se tumbaban abrazados y hablaban del día.


—¿Crees que a Ramon le importa que le estemos haciendo perder el tiempo para escribir? —preguntaba Paula.


—¿De qué os andabais riendo como tontas tú y Noelia esta tarde? —preguntaba él.


Al cuarto día, empezó a llover con fuerza y se quedaron en la cabaña, a consecuencia de lo cual los cuatro se instalaron en una vida doméstica y tranquila. Pedro se había llevado algunas revistas médicas, así que se sentó en un extremo del sofá a leer. Paula ocupó el otro extremo, entrelazó los pies con los de él y dibujó. Noelia se construyó un nido en uno de los grandes sofás. Colocó sus muchos animales y muñecas formando un semicírculo, se metió dentro de espaldas, se hizo un ovillo y se puso a leer un libro de aventuras de ciencia-ficción. Ramon se sentó en el sillón situado enfrente de ella y leyó una novela de ciencia ficción.


Paula no pudo reprimir sonreír ante lo apacible de la escena; era como si estuviera con su padre y su hermano cuando era pequeña. Si su padre estaba ocupado, eran una familia muy tranquila. Pero después de que Graciela entrara en sus vidas, la paz se había esfumado.


Después de comer, la lluvia arreció. Noelia se fue al dormitorio para, según dijo, darles un descanso a sus muñecas. Paula fue más tarde a ver cómo le iba, y la encontró dormida. Regresó al sofá.


—¿Qué estás dibujando? —le preguntó Pedro—. ¿Algo para Karen?


Paula le miró y sonrió; conocía esa mirada de Pedro. Si Ramon no hubiera estado sentado allí, a esas alturas ninguno de los dos tendría algo de ropa encima.


—En realidad —respondió—, estoy diseñando un conjunto para que Noelia lo lleve a la fiesta de cumpleaños de su prima.


—Eso está bien —dijo él—, porque este año es un pase de modelos.


Paula bajó el bloc de dibujo y le miró fijamente.


—¿Un pase de modelos? ¿De qué estás hablando?


Pedro bajó su revista médica y se estiró.


—Se refiere —dijo Ramon cuando se levantó para atizar el fuego— a que esas fiestas que Savannah organiza para su hija son unos espectáculos dignos de Versalles.


—No están tan mal —dijo Pedro—. Aunque sí que son espectaculares. —Paula estaba esperando una explicación—. Todos los años, por el cumpleaños de Rebeca, Tyler, su padre, costea la fiesta que se le haya ocurrido a su esposa. Dura dos días, y asisten montones de niños y adultos. Savannha la organiza y...


—Y Tyler las paga —añadió Ramon. No parecía tan fascinando con las fiestas como Pedro.


—Eso es problema suyo —dijo Pedro—. Mira, a mí me alegra que siempre inviten a Noelia a quedarse a dormir, aunque me parece que ella y Rebeca no son amigas en el colegio. Pero Rebeca es una buena chica.


Paula se abstuvo de comentar esta última afirmación.


—¿Y qué es lo que se pone Rebeca? —preguntó.


—No tengo ni idea —respondió Pedro, y Ramon se encogió de hombros.


—¿Y es posible que su madre la lleve a Nueva York dos veces al año para comprarle ropa?


Pedro esbozó una sonrisa.


—Si me dijeras que Savannah se va a París a encargarle la ropa a Rebeca, no me sorprendería. Tyler no para de quejarse de lo mucho que gasta.


—Si el dinero no le viniera de familia, a esas alturas estaría en la quiebra —apostilló Ramon.


—¿Y qué clase de fiestas ha dado? —preguntó Paula mientras volvía a su dibujo.


—El año pasado contrató a una gente de circo —dijo Pedro—. Instalaron un trapecio, y las niñas hicieron piruetas sobre una cama elástica.


—¿Y qué tal se lo pasó Noelia?


—De fábula —le aseguró Pedro. Su manera de sonreír delataba que tenía un secreto.


—De fábula no se compadece con lo que yo oí.


—Bueno —dijo Pedro, y en su voz había un dejo de orgullo—. Rebeca se golpeó con el borde la cama elástica. De no haber sido por la rapidez mental de Noelia, es más que probable que se hubiera caído por el lateral. Probablemente la salvara de romperse uno o dos huesos. Gracias a Noelia, Rebeca salió del trance solo con unos cuantos cardenales.


—¿Y qué hicieron las demás niñas cuando ocurrió eso? —preguntó Paula.


—Se quedaron paralizadas de terror; es lo que me contaron —terció Ramon.


Pedro asintió con la cabeza.


—Las niñas se quedaron de una pieza, pero es que todo ocurrió muy deprisa. Noelia solo... —Su voz se fue apagando, aunque el orgullo que sentía por su sobrina quedó patente.


Paula pensó que no era extraño que Rebeca odiara a Noelia. 


Noelia era más guapa e inteligente, y reaccionaba con rapidez ante una emergencia. A Paula le habría encantado contarle a los dos hombres la verdad sobre la pequeña Rebeca, pero no podía traicionar la confianza de Noelia. Miró a Pedro.


—¿Te avisaron por el accidente?


—Sí —dijo él—. ¿Por qué?


—No recordarás por casualidad lo que Noelia llevaba puesto cuando llegaste allí, ¿verdad?


Pedro se quedó en blanco, pero entonces se le iluminó el rostro.


—En realidad, sí. Llevaba un maillot con Mickey Mouse en la parte delantera. Me acuerdo porque me reí de que fuera dos tallas menor que la suya. Cuando llegamos a casa, hizo que me conectara a internet y le pidiera uno nuevo. ¡Sin ningún dibujo animado estampado!


Paula tuvo que morderse la lengua para evitar decir algo. 


Estaba dispuesta a asegurar que Rebeca se «olvidó» de decirle a su prima que tenía que ir a la fiesta con un maillot, y que a Noelia le dieron alguno viejo. Menuda humillación debió haber sido tener que ponerse un conjunto de Mickey Mouse que además era demasiado pequeño para ella.


—Y este año hay un pase de modelos, ¿no? —preguntó Paula.


—Sí —dijo Pedro—, y me olvidé de comentárselo a Noelai. Pero no tenemos que preocuparnos de nada. Savannah me dijo que ellas van a proporcionar la ropa. Son de las tiendas locales, y han invitado a muchas niñas a participar en el pase. Estará allí prácticamente todo el pueblo. Savannah me preguntó si me importaría ser el maestro de ceremonias.


—¿Y te pondrías el esmoquin? —preguntó Paula, esforzándose al máximo en poner cara de póquer.


Pero no consiguió engañarle.


—Paula, ¿qué sucede?


—Nada que nosotras, las mujeres, no podamos manejar.


A la mañana siguiente, después del desayuno, Paula llevó a Noelia al dormitorio que compartían y le contó que ese año la fiesta de cumpleaños de Rebeca iba a consistir en un pase de modelos. La preciosa cara de Noelia se descompuso en el acto; parecía a punto de echarse a llorar.


—¿Crees que Rebeca te dará algún disfraz de Shrek para que te lo pongas? —Trataba de hacerla sonreír, pero no dio resultado.


—Sí —dijo Noelia—. Me dará la ropa más fea que encuentre.


—Se me ocurre una idea —dijo Paula—. ¿Y si apareces con tu propia ropa? Y no me refiero solo a ropa hecha a medida para ti, sino con tu propia línea de ropa.


La niña la miró como si se hubiera vuelto loca.


Paula se sentó a su lado en la cama y abrió el cuaderno de dibujo.


—Son solo unos bocetos aproximados, pero cogí tu idea de ser una estudiante francesa de intercambio y la desarrollé. Se me ocurrieron algunas posibilidades. —Fue pasando las hojas para enseñarle lo que tenía en mente. Había una americana con unos botones negros enormes. Estaba fruncida por delante y lisa por detrás. Paula la había
dibujado sobre una falda negra lisa, con medias y zapatos negros. Llevaba una boina negra. El siguiente era un sencillo vestido azul marino con el corpiño y las mangas ribeteadas en negro. También había un vestido de noche color melocotón con el cuello cuadrado y la cintura alta.


Toda la ropa era sencilla y muy elegante. No se parecía en nada a lo que solían llevar las niñas, una capa de ropa encima de otra que aparentemente no pegaban ni con cola.


—¿Qué te parecen? —le preguntó Paula.


—Me encantan. ¿Pero...? —No parecía saber qué preguntar—. ¿Cómo...?


—Lucia —le dijo Paula—. Le diré a Lucia que te los haga. Y yo la ayudaré a cortarlos, y a lo mejor Pedro puede... —Agitó la mano—. Puede darnos apoyo moral. Y... redoble de tambores, por favor... —Pasó la hoja para enseñarle un rectángulo donde, escrito con una peculiar letra cursiva, aparecía escrito: El ropero de Noelia.


—¿Y eso qué es?


—Tu etiqueta. Puedes ponerle el nombre que quieras, pero vi un sitio en internet que nos harán las etiquetas y nos las enviarán. Las coseremos en el dorso de la ropa. Serán exclusivamente tuyas. Nadie más en todo el planeta tendrá algo parecido.


Noelia agarró el cuaderno de dibujo un momento mirándolo de hito en hito, a todas luces sin entender de qué estaba hablando Paula, pero aun así contagiada de su entusiasmo.


—¿Te gustaría que los revisáramos de nuevo? —preguntó Paula.


—Ay, sí —dijo Noelia, que cogió un puñado de muñecas y osos en los brazos y se puso cómoda para escuchar.