viernes, 25 de marzo de 2016

CAPITULO 35 (PRIMERA PARTE)






Una vez más, Paula le estaba siguiendo en la oscuridad, y su confianza en él era plena. Prestó atención a los sonidos de la noche que les rodeaban, y le resultaron, ay, tan familiares. Los sonidos, los olores, el aire frío, la oscuridad que los envolvía, la mano de Pedro cogiéndole la suya, todo eso había hecho que se enamorase de él.


Al pensarlo, supo que debía corregirse, pero estar con Pedro en la oscuridad era demasiado agradable para querer pensar en otra cosa que no fuera el amor.


Olió las flores antes de verlas. Mientras que la zona que había visto en torno a la cabaña estaba cubierta de maleza en su mayor parte, lo que allí había era un exquisito jardín. Y, en efecto, la luz de la luna bailoteaba sobre tres pequeños macizos de flores blancas que rodeaban una pequeña parcela de hierba blanda.


—Acompáñame —dijo Pedro, sujetándole ambas manos y haciéndola entrar al pequeño lugar encantado. Una vez dentro, la besó en la cara y el cuello, le deslizó la bata por los hombros sin esfuerzo, y le desabotonó con destreza la parte superior del pijama. La tela suave cayó. Cuando la piel desnuda de Paula tocó la suya, ella jadeó.


—Qué suave eres —murmuró Pedro—. Eres suave, hueles bien, sabes mejor.


Hundió la cara en su pelo y aspiró profundamente, con la mano en el pecho de Paula.


Ella echó la cabeza hacia atrás, entregando el cuello a sus labios. Pedro descendió, poniéndole la boca en los pechos, luego en el estómago. Sus manos le siguieron, de manera que los holgados pantalones del pijama se deslizaron lentamente hacia abajo.


La atrajo cuidadosamente hasta el suelo, y cuando se estiró a su lado, sus besos se hicieron más apremiantes, exigiendo más de ella.


Paula se volvió hacia él. Sentía lo mucho que él la deseaba, y le puso la pierna sobre la cadera desnuda. Pedro tenía la piel caliente y suave, y le deseó desesperadamente.


Cuando la penetró, Paula soltó un largo suspiro de placer y le rodeó con los muslos, acercándoselo cada vez más.


Pese al escaso tiempo transcurrido desde que habían hecho el amor, a ella se le antojaron años. Pedro parecía sentir la misma perentoriedad, la misma necesidad de estar muy cerca de ella.


Cuando alcanzaron el clímax, Paula le puso la boca en los hombros para evitar gritar.


Permanecieron allí tumbados juntos un buen rato, la piel ligeramente húmeda, simplemente abrazados el uno al otro.


—Paula —susurró él, acariciándole la oreja con su aliento—. Estoy encantado de que estés aquí conmigo ahora.


La luz de la luna, el dulce aroma de las flores, la suavidad de la hierba contra la espalda, el aire frío de la noche y, por encima de todo, la piel de Pedro contra la suya, hicieron que Paula deseara no abandonar jamás aquel lugar y aquel momento.


—Así es como más me gustas —dijo ella.


—¿Desnudo? —preguntó Pedro, que se quitó de encima de ella y la atrajo a su lado para que le apoyara la cabeza en el hombro—. ¿Piel contra piel?


—No. Me refería en la oscuridad, donde puedo ver a tu yo real, al hombre que hay dentro de ti. No a Cupido ni a Ken, ni siquiera al médico, sino a ti. A la persona que veo con los demás sentidos que no son la vista.


—¿Como me viste en casa de Karen?


—Sí —dijo ella, sonriendo—. Estabas tan arrebatadoramente atractivo con aquel esmoquin que tuve que esforzarme para ver al hombre que había debajo, para ver al hombre que conocía.


—¿Y te gustó? —Pedro lo dijo en un tono de indiferencia, aunque estaba conteniendo la respiración.


—Sí —dijo ella, volviendo la cara hacia la de él—. El que más me gusta es el hombre que hay dentro. —Guardó silencio un momento—. Pero debo decir que estoy encantada con que el interior y el exterior vayan a juego.


Pedro no pudo evitar soltar una carcajada.


—Eso es justo lo que dijo Noelia —y le contó lo de los dos niños de su colegio.


—Me alegra que sea capaz de darse cuenta de eso. Es... —¿Había sido aquello una gota de lluvia?


La lluvia empezó a caer enseguida, y tuvieron que ponerse la ropa frenéticamente y echar a correr a toda prisa hacia la cabaña. Pedro subió de un salto al lateral del porche por debajo del barandal, y luego alzó a Paula tras él.


—Esto va a hacer que mañana te duela el brazo —dijo ella.


—Habrá merecido la pena —respondió Pedro cuando la beso, y abrió la puerta.


En el exterior de los dormitorios siguieron más besos antes de despedirse para ir a sus camas separadas. Paula estaba bostezando cuando cerró la puerta, y le alegró que su bata hubiera mantenido seco el pijama, porque no le habría dado tiempo a cambiárselo. Mientras se metía bajo la colcha, se preguntó si el pantalón de chándal de Pedro se habría mojado. 


Si fuera así, ¿se lo quitaría y dormiría desnudo? Era un pensamiento delicioso. Se puso de lado y se quedó dormida con una sonrisa en la boca.



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