martes, 12 de abril de 2016

CAPITULO 10: (TERCERA PARTE)





Cuando sonó el teléfono de la mesita de noche, Paula no estuvo segura de querer responder. Quizás era una llamada privada para Karen. Pero, tras el octavo timbrazo, descolgó el auricular.


—¿Sí? —preguntó, vacilante.


—¿Eres Paula?


Su corazón se detuvo un segundo. La habían encontrado. Le echó un vistazo al sobre que tenía en la cama, marcado por la huella de neumático. Por no hablar del libro de cocina, estropeado, deteriorado, encuadernado a la antigua con cintas de seda y hojas amarillentas. Lo más curioso era que estaba escrito en un idioma que no era capaz de reconocer o quizás en una especie de código.


—Sí, soy yo —reconoció, aceptando el hecho de que no tenía sentido mentir. Aguantó la respiración, temiendo lo que vendría a continuación.


—Soy el doctor Pedro. Bueno, puedes olvidar lo de doctor. Después de la cena que me has preparado, puedes llamarme como quieras.


Su voz era agradable, profunda, rica. La verdad es que sonaba un poco a chocolate fundido.


—Bueno, espero que te gustase —comentó, intentando recordar cuál era el aspecto del hermano de Karen.


—Si no fuera por Treeborne, yo...


—¿Qué? —preguntó, alarmada, antes de darse cuenta de que se refería a las cajas de precocinados que había visto en el congelador. Abrir esa puertecita y ver el nombre de los Treeborne en todas aquellas cajas había sido todo un shock—. Oh, ¿hablabas de la comida congelada? Perdona, casi derramo mi bebida del susto.


—¿Qué estabas bebiendo? —preguntó él, con un claro tono de flirteo.


Paula empezó a creer en el viejo refrán: «Si quieres conquistar a un hombre, empieza conquistando su estómago.»


—Te has bebido toda la botella de vino, ¿verdad?


—Me lo he comido todo y me lo he bebido todo, lo que es raro en mí. No suelo... er... —Buscó dificultosamente la palabra exacta.


—¿Achisparte?


—Hablas como toda una sureña. Achisparme, sí, pero no he probado bocado en todo el día y para desayunar solo me comí esa cosa que lleva un huevo dentro de un muffin.


—Eso no es nada bueno. ¿A qué hora quieres que vaya mañana? Si es que he conseguido el trabajo, claro.


—¿Estás de broma? —preguntó Pedro—. Te doblo el sueldo. Por cierto, ¿cuánto te iba a pagar?


A Paula se le escapó una carcajada.


—No tengo ni idea, Karen no mencionó ninguna cantidad. —Se preguntó cuánto le habría contado Karen sobre su situación—. ¿No habló contigo del trabajo y de mí?


—Creía que conocías a mi hermana. Me llamó diciendo que te había contratado como mi ayudante personal y colgó. Ni siquiera sabía cuándo aparecerías.


«Gracias, Karen», suspiró ella mentalmente.


—Yo, er... bueno, necesitaba trabajo y Karen se ofreció a buscarme uno.


—Eso suena ominoso —la interrumpió, pero con tono simpático—. Déjame adivinarlo: problemas con tu novio.


Desde que Gonzalo la dejara, no había tenido oportunidad de hablar del tema con nadie. En la universidad, Karen, Maria y ella pasaron mucho tiempo consolándose mutuamente por las traiciones de los hombres. Desde entonces...


—Bueno, yo... —Y sintió una opresión en el pecho.


—¿Qué pasó? —preguntó Pedro con suavidad. Su voz desprendía tanta comprensión que Paula decidió contarle la verdad, aunque hizo todo lo posible por restarle importancia.


—Es agua pasada pero, para resumir, digamos que tuvimos una diferencia de opinión. Yo pensaba que íbamos en serio, pero para él solo era un rollo de verano. Resultó que, mientras salíamos juntos, estaba comprometido con otra chica.


Pedro no se rio, solo dijo:
—Lo entiendo perfectamente.


—¿Qué te contó Karen sobre mí? —preguntó, repentinamente alarmada.


—Nada, de verdad. Lo digo en serio. Es que a mí me pasó algo parecido.


Paula intentó recordar qué le había contado Karen sobre su hermano, pero hacía demasiado tiempo y desde entonces habían pasado demasiadas cosas.


—¿Tuvisteis algo Maria y tú? ¿Se enamoró de ti o algo así?


—¿Maria? No, no tiene nada que ver con ella. Por entonces apenas era una cría. Después creció y hasta sentí un poco de envidia hacia Tomas, pero entre nosotros no hubo nada. A menos que cuente el que me salvara la vida aunque casi se ahogase por hacerlo.


—Oh, eso tienes que contármelo —exclamó Paula, acurrucándose en la cama.


—Es tarde y probablemente tengas ganas de dormir.


Ella se había pasado todo el día limpiando el oscuro y desastrado apartamento de Pedro y estaba exhausta, pero no pensaba confesárselo. Escuchar los problemas de otra persona quizá lograse distraerla del recurrente «Lo-Que-Gonzalo-Me-Ha-Hecho».


—No me importaría escuchar las desgracias de otra persona —reconoció.


—Sí, conozco la sensación. —Pedro se estiró en el sofá sin soltar el teléfono—. Bueno, pues érase una vez... —Y le contó lo ocurrido entre Laura y él.


Puede que su necesidad fuera fruto de la frustración de no poder contárselo a nadie o quizá de estar harto de guardárselo todo dentro. Con sus compañeros podía quejarse del trabajo y de los pacientes, pero no contarles cuánto odiaba ser constantemente comparado con Tomas. Y mucho menos la verdad de lo sucedido entre Laura y él. 


Porque sabía que toda la ciudad estaba deseando decirle: «Te lo advertí.» Todos habían creído siempre que Laura y él eran incompatibles.


Pero Paula no era de Edilean, ni era una paciente. Lo cierto era que ni siquiera la conocía. Era una extraña, era de noche —podía ver la luna a través de los cristales de su ventana— y había tomado demasiado vino. Una vez empezó a hablar, toda la historia fluyó como un torrente. Tardó un buen rato en explicárselo todo.


—Por lo que me contó Karen, siempre te gustó rescatar a la gente —comentó Paula sobre la timidez de Laura.


—Bastante, lo reconozco —confesó. Aquella chica estaba consiguiendo que se sintiera mejor.


—Karen es luchadora y normalmente tiene éxito en todo lo que se propone, y eso es lo que valora en los demás. A veces, me siento intimidada.


—¿Ah, sí? Muchas veces siento lo mismo. Laura me gustaba porque era absolutamente opuesta a mi madre y a mi hermana. Estar con ella me resultaba relajante porque nunca me daba órdenes o intentaba imponer su opinión a la mía.


—¿Y ahora? —se interesó Paula.


—Creo que he aprendido a enfrentarme con ellas, aunque no siempre me salga bien. Mamá quería prepararme la comida y encargarse de la limpieza de mi apartamento, pero le respondí que ya era un hombre adulto y que podía apañármelas solo. Y ya ves cómo ha acabado todo.


—¡No! —negó Paula—. Quiero decir, ¿y si te hubieras casado e instalado en Edilean? Tendrías el mismo trabajo que ahora, pero no durante dos años, sino para siempre.


—¡Uauh! —exclamó Pedro—. Nunca lo había mirado de esa forma. Creo que...


—¿Qué?


—Este verano, Maria y Karen hicieron que afrontase lo que ocurrió con Laura, y dijeron que en el fondo me había hecho un favor. —Y le contó a Paula cómo decoraba su dormitorio con pósters de viajes—. Le dije a mamá que Laura viajaría conmigo y que juntos... No habría funcionado, ¿verdad?


—Creo que no —reconoció Paula—. Según Karen, necesitabas el mundo, no solo Edilean.


—Oh, sabes hacer que un hombre se sienta bien, ¿verdad?


—Es que... —Se detuvo, no queriendo nombrar a Gonzalo —. Es que Earl me dijo algo antes de dejarme. También me dijo que... que... —No pudo seguir.


—¿Qué te dijo?


—Es demasiado reciente y duele demasiado para repetirlo en voz alta. —Miró de reojo el libro de cocina que tenía en la cama, junto a ella.


Lo que más necesitaba en aquel momento era hablar con alguien de lo que había hecho. ¿Con un abogado quizá? No, sabía que si consultaba un abogado, lo primero que le diría sería que se entregase. «Mañana devolveré el libro —pensó—. Lo enviaré desde otro estado, para que el remite no sea de Virginia, Así...»


—¿Sigues ahí? —preguntó Pedro.


—Sí, sí. Solo estaba pensando en lo que me dijo.


—¿Y en cómo vengarte de ese tal Earl?


—Yo... —dudó. ¿Cuánto podía confiar en aquel hombre? Aspiró profundamente antes de seguir—. Me fui con algo que le pertenece y me gustaría devolvérselo, pero no quiero que sepa que se lo he enviado desde Virginia.


—¿Desde dónde quieres enviarlo? Tengo amigos en todo el mundo. Lo empaquetaremos, lo enviaremos al extranjero y mis amigos se encargarán de mandarlo de vuelta a Estados Unidos. Ni siquiera mirarán el contenido, te lo garantizo. ¿Qué te parece?


—¿Eso no llevará mucho tiempo?


—Los servicios de mensajería son rápidos y llegan a todas partes.


Paula tuvo que reprimir las lágrimas de agradecimiento que pugnaban por escapar de sus ojos. Excepto el idiota que casi la atropella, todos los habitantes de Edilean que conocía eran encantadores. Se propuso hacer todo lo que estuviera en su mano para que la vida de Pedro resultara más fácil.


—He visto algunas facturas pendientes de pago en la encimera de tu cocina. ¿Te importa si me encargo de pagarlas? Podrías firmarme algunos cheques en blanco... si te atreves a confíar en mí, claro. O puedo usar tu cuenta on-line.


Pedro sonrió.


—Paula, nunca he configurado una cuenta on-line, pero dicen que es muy fácil y resulta muy cómodo. ¿Qué tal si quedamos mañana en la consulta a las nueve y lo
arreglamos todo?


—Me encantaría —aceptó ella, sonriendo.


—De acuerdo, pues. Ahora resulta que soy médico, es medianoche y tenemos que irnos a la cama.


Paula tuvo que reprimir una carcajada ante la última frase de Pedro, pero antes de que pudiera decir nada, él se dio cuenta y rectificó.


—Vale, olvídalo, metí la pata. Quería decir que tienes que irte a la cama y yo también. No, espera...


—Ya lo he captado —lo cortó ella, sonriendo—. Nos vemos mañana.


—No te olvides del paquete para enviárselo al muy estúpido de Earl.


—No me olvidaré. Buenas noches y gracias.


—Soy yo el que debería darte las gracias a ti. ¿Qué era esa especie de sopa anaranjada?


—Calabaza.


—¿Y la fruta machacada?


—Chiribías.


—Karen tenía razón. Está bien, vete a la cama. Nos veremos mañana.


Ella volvió a desearle buenas noches y colgó.


Paula se mantuvo despierta un buen rato, mirando al techo y sonriendo. Puede que, al fin y al cabo, todo terminara saliendo bien. Si devolvía el libro de recetas a la familia de Gonzalo, quizás olvidasen el incidente y no la acusaran oficialmente de robo. Y si el remite era de otro país, ni siquiera se molestasen en buscarla.


Por primera vez desde que dejara a su padrastro, Paula creyó que podía dejar el pasado atrás y que ese día, esa noche, era la primera de su nueva vida.


Y quizá, pensó mientras apagaba la luz, el doctor Pedro podía ser parte de su nuevo futuro.




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