viernes, 8 de abril de 2016
CAPITULO 32 (SEGUNDA PARTE)
Pedro llegó al claro del bosque donde se había dispuesto que se celebrara el almuerzo campestre y esperó encontrar el Jeep de Facundo, pero no lo vio. En cambio, había un flamante camión de bomberos de color rojo y lo que parecía ser todo el cuerpo de bomberos, con el uniforme de gala.
Los bomberos reían y charlaban mientras disfrutaban del espléndido banquete que les habían servido.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Paula.
—Ni idea, pero a lo mejor mi padre ha planeado encender una hoguera.
Paula contempló el idílico lugar y soltó el aire. La escena no era la que tanto había temido, comprendió de repente.
Porque pensaba que se encontraría camareros ataviados con guantes blancos que servirían champán en copas de cristal, y que tal vez habría cientos de invitados.
En cambio, solo vio un mantel de cuadros rojos y blancos extendido en el suelo debajo de un enorme castaño, y unas seis neveras portátiles a un lado. No había ni un solo camarero a la vista.
Lo extraño era la presencia de los bomberos.
—No es lo que esperaba —reconoció Paula.
—Lo mismo digo —replicó Pedro.
Mientras hablaba, llegó Penny en su coche de alquiler del que se bajó a toda prisa para correr hasta ellos.
—¿Ha llegado Facundo? —le preguntó a Pedro a través de su ventanilla.
—No lo he visto. ¿Qué...? —Dejó la pregunta en el aire porque Penny se fue corriendo hacia el camión de bomberos.
—¿Habrá pasado algo? —preguntó Paula.
Pedro observaba por el retrovisor cómo Penny hablaba con todos los bomberos.
—Nunca la he visto perder la compostura —comentó, asombrado—. En una ocasión tuvimos la presencia de dos enemigos jurados en la oficina al mismo tiempo. Mi padre y yo temíamos que sacaran las pistolas, pero Penny se las arregló para moverlos por el edificio de tal manera que ni siquiera llegaron a verse. Gracias a ella conseguimos un contrato multimillonario.
Paula estaba observando la escena a través de la luna trasera.
—No sé lo que ha pasado, pero está muy nerviosa. Parece histérica.
—Eso es interesante —comentó Pedro al tiempo que se volvía y le sonreía—. ¿Estás preparada para esto? Estoy seguro de que mi padre... ¡La leche!
Paula alzó la vista y vio que llegaba otro coche al claro.
—Es...
—Sí. Juan Layton y mi madre —dijo Pedro en voz baja—. Hablando de enemigos jurados...
—Tu madre y Penny —suplió Paula, mientras se dejaba caer en el asiento—. Tengo una idea. Es una tontería, pero me gustaría que la consideraras. ¿Y si nos vamos ahora mismo y volvemos a Edilean? Que Penny nos mande la ropa. O compramos ropa nueva allí. ¿Qué te parece?
—Me gusta tu forma de resolver ciertas situaciones —contestó él al tiempo que ponía en marcha el coche.
Sin embargo, Juan Layton se plantó delante del vehículo.
—¿Y si pones en práctica alguna técnica de conducción especial? —sugirió Paula—. Podrías rodearlo y eso.
—Es demasiado grande. Abollaría el coche. Mejor salimos por tu lado y corremos hacia el bosque. A lo mejor conseguimos escapar.
Juan demostró ser demasiado rápido para ellos. En un abrir y cerrar de ojos, se colocó junto a la puerta de Pedro, metió la mano por la ventanilla y quitó las llaves del contacto.
—Vamos, cobardes. Salid y uníos a la fiesta. —Abrió la puerta del coche.
Pedro le dio un apretón a Paula en la mano y puso los ojos en blanco.
—Señor, dame fuerzas.
Paula salió por su puerta y retrocedió un poco para observar a Lucia, una mujer menuda que en ese momento se encontraba detrás de Juan, que era tan grande que la tapaba por completo.
Paula sentía curiosidad por una mujer que había logrado mantenerse cuatro años escondida de ella. En cuanto Lucia rodeó a Juan para ponerse de puntillas y abrazar a su hijo, Paula comprendió por qué lo había hecho. Llevaba tan grabadas en la mente las semanas que había pasado con Pedro cuando eran pequeños que no había olvidado el rostro de Lucia. De haberla visto en Edilean, habría hecho justo lo que Lucia temía y le habría contado a todo el mundo que la conocía. Lucia era el vínculo con Pedro, el eslabón que podría llevarla hasta él, y ella no habría pensado en otra cosa. No habría analizado las consecuencias.
Lucia enfrentó la mirada de Paula. En los ojos de ambas brillaba una disculpa.
—Paula —dijo Lucia en cuanto estuvo a su lado—, no pretendía...
—No pasa nada —la interrumpió ella—. Seguro que mi madre te dijo que se lo contaría a todo el mundo, y llevaba razón. Deseaba tanto encontrar a Pedro que habría vendido a mi propia madre a un tratante de blancas para conseguir información.
—Según tengo entendido, se las habría apañado estupendamente —replicó Lucia, y ambas se echaron a reír.
»¿Por fin va todo bien entre Pedro y tú? —le preguntó Lucia en voz baja. Pedro y Juan estaban un poco apartados.
—Muy, muy bien. ¿Qué tal os va a Juan y a ti?
Lucia suspiró de forma sentida.
—Es bonito que te quieran, ¿verdad?
—Sí, maravilloso —reconoció Paula—. ¿Sería una grosería si te pregunto cómo va lo de tu divorcio?
Lucia miró de reojo a Juan y a Pedro, tras lo cual se inclinó hacia delante, cogió a Paula de la mano y susurró:
—Salvador ha accedido a darme el divorcio de forma pacífica. Nada de enfrentamientos. Un acuerdo justo. Le he dicho que no quiero que Pedro ponga un pie en los tribunales. Quiero que paséis juntos todo el tiempo que os merecéis.
Paula no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas de felicidad.
—Gracias —murmuró.
Lucia sonrió y ambas siguieron cogidas de la mano.
—¡Eh, vosotras dos! —gritó Pedro—. Tengo hambre. Vamos a ver qué nos ha mandado mi padre para comer.
Penny seguía hablando con los bomberos, por lo que pese al hambre que tenía, Pedro se acercó a ella. Saludó a los bomberos y les dijo que estaba a su disposición para lo que necesitaran. Todos quisieron estrecharle la mano al hijo del hombre que acababa de regalarles un camión nuevo. Pedro tardó un rato en poder hablar con Penny.
—¿Qué está tramando mi padre ahora? —le preguntó a su secretaria—. Me alegra que colabore con el cuerpo de bomberos de Janes Creek, pero ¿qué gana con esto?
—Fui yo —confesó Penny, con los ojos clavados en la carretera, no en Pedro.
—¿Has comprado un camión de bomberos?
—Me limité a encargarlo. Tu padre lo ha pagado —precisó, tras lo cual guardó silencio, como si esa fuera toda la información que podía darle.
—¿Penny? —insistió Pedro.
En ese momento, se escuchó un coche que se acercaba por la carretera y su secretaria pareció dejar de respirar. El coche pasó de largo y Penny soltó el aire.
—¿Qué está pasando? —exigió saber Pedro.
Penny, que seguía con la vista clavada en la carretera, le entregó su móvil.
—Lee el mensaje de texto que me ha enviado Facundo.
—¡Ah! —exclamó Pedro al leerlo—. ¿Le ha pedido a su novia que se case con él? Creo que esto debe de ser contagioso. Espero que haya usado uno de los anillos que le ofrecí a Paula. Seguro...
—Facundo no tiene novia.
—Pero dice que va a casarse con la madre de un niño a quien le encantan los coches de bomberos. ¿Quién es esa mujer?
Penny se volvió y lo miró en silencio.
Pedro tardó un instante en comprender lo que significaba eso.
—¿Acaba de conocerla?
—Eso creo —respondió Penny, que comenzó a frotarse las manos, nerviosa—. ¡Ay, Facundo! —susurró—. ¿Qué has hecho?
Por primera vez en la vida, Pedro le pasó a Penny un brazo por los hombros. Ella siempre había sido quien se mantenía firme en cualquier circunstancia. Cada vez que Pedro y su padre se enzarzaban en una discusión, ella usaba la sensatez. Su negativa a permitir que una crisis la alterara era lo que tranquilizaba a los demás.
Sin embargo, en ese momento era ella quien necesitaba una presencia tranquilizadora.
—Tu madre me odiará aún más —dijo, dejando entrever que en el fondo seguía siendo la misma, aunque después apoyó la cabeza en el torso de Pedro.
Él miró hacia el lugar donde estaba su madre, sentada con Juan y con Paula en el mantel de cuadros. Habían abierto una nevera y habían sacado limonada, vasos, una gran variedad de quesos y de galletas saladas. Aunque no había camareros, la comida parecía muy pija.
—Mi madre solo tiene ojos para Juan, y Facundo le gustará nada más verlo.
Penny se apartó de él.
—Eso espero. Aunque, claro, se parece mucho a ti. Y tu madre te adora por encima de todo.
Pedro sonrió.
—Juan me ha dicho que mi padre va a darle el divorcio sin luchar en los tribunales. ¿Crees que es cierto?
—Sé que está muy impresionado con Paula.
Pedro no pudo evitar hacer una mueca.
—¡Qué cabrón! Mira que aparecer a hurtadillas... Sabía perfectamente dónde estaba mi madre durante todos estos años. Cada vez que me acuerdo de lo que me costó
esconderme de él para poder... —Miró a Penny—. ¿Por qué sabes que le gusta Paula?
—He hablado con él. Le enseñé a Paula una foto de tu padre y se quedó blanca. Así que me imaginé que lo había visto en algún lado.
Pedro asintió con la cabeza.
—Llegó al restaurante con muy mala cara, como si hubiera visto un fantasma.
—¿Te ha dicho que fingió ser un jardinero?
—Me ha costado un poco que me lo contara.
—Bien —replicó Penny—. No tengáis secretos el uno con el otro. Tu padre y yo nunca... quiero decir que...
—Te entiendo. Su vida siempre ha girado más en torno a ti que en torno a mi madre.
Penny se volvió para mirar a Lucia y a Juan, que estaban sentados muy juntos sobre el mantel.
—Siempre me ha caído mal tu madre. Y no por que hiciera algo en concreto, sino por lo que suponía de ella. El hecho de que tuviera un apellido tan ilustre me hizo pensar que vivía en un mundo lleno de fiestas al aire libre y tés a media tarde. Y pensaba que le gustaban los caballeros que llevaban pañuelos de encaje.
Juan Layton no se parecía en absoluto al típico «caballero».
—Estoy seguro de que Facu llegará pronto, así que es un buen momento para llevar a cabo un cara a cara con mi madre.
—¿Sabes si ha venido armada? —le preguntó Penny.
—Creo que solo tiene un par de machetes —bromeó él, pero al ver que su secretaria retrocedía, se echó a reír—. Vamos, Paula y yo te protegeremos.
Pedro se mantuvo cerca de Penny mientras caminaban hacia el lugar donde los demás estaban sentados y le suplicaba a su madre con la mirada que no atacara. Sin embargo, comprendió que eso no era justo. Al fin y al cabo, Penny había tenido un hijo con su marido. Claro que tampoco podía decirse que hubiera roto un matrimonio feliz.
La verdad era que Pedro estaba tan contento de tener un hermano que lo demás le importaba bien poco.
Mientras se sentaba entre su madre y Paula, miró a Juan en busca de apoyo moral. Juan cogió a su madre de una mano y le dijo con la mirada que todo saldría bien.
—¿Hay cerveza? —preguntó Pedro con los ojos clavados en su madre, que se negaba a mirar a Penny—. Mamá —insistió mientras Paula le pasaba una cerveza—, Paula me ha dicho que tienes dos hermanos. ¿Es cierto?
—Howard y Arthur —respondió ella—. No los he visto desde... bueno, desde que me casé. Nos dijimos algunas cosas muy desagradables.
Todo el mundo guardó silencio, a la espera de que Lucia añadiera algo más, pero no lo hizo.
—¿Cómo son? —le preguntó Pedro, dispuesto a hablar de cualquier cosa con tal de ponerle fin al incómodo silencio—. Me gustaría conocerl...
—¡Aquí están! —exclamó Penny, aliviada y contenta. Se levantó y echó a correr.
—¿De quién está hablando? —quiso saber Paula.
—Parece que desde que mi hermano pequeño —dijo, mirando directamente a su madre, que se negó a enfrentar su mirada— nos dejó a la hora del desayuno, ha conocido a una mujer de la que se ha enamorado y a la que le ha propuesto matrimonio.
Todos se quedaron paralizados, con la comida en las manos, a medio camino de los labios
—¿Quién es ella? —preguntó Paula
—Ni idea. Todo lo concerniente a mi hermano es un misterio absoluto. ¿Vamos a conocerla? Parece que tiene un hijo de cinco años que está loco por los camiones de bomberos.
Todos se pusieron en pie y se acercaron al camión. En ese momento, se escuchó un chillido de alegría procedente de un niño precioso que corría hacia ellos.
—¡Pedro! —exclamó Paula, que también echó a correr—. ¡Se parece a mi primo Tomas! —gritó, mirando hacia atrás—. ¡Facundo ha encontrado a mi familia!
Su entusiasmo resultó contagioso, de modo que Pedro, Juan y Lucia apretaron el paso.
El niño ya estaba subiéndose al camión, ayudado por los bomberos. La felicidad que irradiaba era tal, que todos sonreían.
Tras el niño llegó Facundo, con una expresión pletórica y cogido de la mano de una mujer muy guapa.
—Me gusta el anillo —le dijo Paula a Pedro, que la miró sin saber a qué se refería—. Lleva el diamante rosa de cuatro quilates que estaba entre los que me enseñaste. Era mi segunda opción. La chica tiene buen gusto.
Pedro sonrió y asintió con la cabeza. Tal como esperaba, Facundo había usado uno de los anillos que él le había ofrecido a Paula como anillo de compromiso.
Facundo se detuvo al llegar frente a ellos.
—Mi padre me citó en el viejo molino esta mañana —dijo—. Parece que Clarissa acostumbra a trabajar en él los domingos por la mañana.
—Si Facundo no hubiera aparecido, ahora mismo estaría muerta o con los huesos rotos —añadió Clarissa, que se hizo con la atención de todos los presentes.
—Tenéis que contárnoslo todo —dijo Paula—. Creo que somos primas.
—Primas lejanas —precisó Pedro.
—Tengo que echarle un ojo a mi hijo —se disculpó Clarissa—. Juan es...
—Ahora tiene una abuela —la interrumpió Facundo en voz baja, y todos se volvieron para mirar.
Penny estaba aún en el suelo, con los brazos extendidos sobre la cabeza para que dos fornidos bomberos la alzaran hasta la parte superior del camión, donde se sentó al lado de Juan. El niño la miró con una sonrisa, y cuando el camión se puso en marcha, ella le pasó un brazo por los hombros.
—Creo que tiene quien lo cuide —añadió Facundo, que miró muy sonriente a Clarissa—. ¿Nos sentamos?
—Y comemos —dijo Clarissa—. Estoy segura de que tendrás hambre otra vez.
Como los dos tortolitos que eran, el comentario les hizo mucha gracia, lo que dejó en evidencia que se trataba de una broma íntima.
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