viernes, 8 de abril de 2016

CAPITULO 33 (SEGUNDA PARTE)




No obstante, pasaron tres horas hasta que todos estuvieron saciados de comer y de beber y por fin pudieron hablar. El camión de bomberos había vuelto para entonces, y todos escucharon el entusiasmado relato de Juan, que les contó lo que había visto y lo que había hecho. Le habían regalado un casco y una chaqueta amarilla, prendas que todavía llevaba puestas.


Después de comer, se sentó en el regazo de su madre porque estaba muerto de cansancio. Una vez que se durmió, Facundo lo cogió y le colocó la cabeza en su regazo y los pies en el de Penny.


Todos habían escuchado con atención el relato que Facundo y Clarissa se turnaron para contarles sobre su primer encuentro. Pedro miró a Penny, ya que no necesitaban de palabras para comunicarse tras tantos años trabajando juntos. Salvador Alfonso había encontrado a los descendientes de la familia Chaves y había orquestado las cosas para que su hijo Facundo conociera a Clarissa.


Cuando Clarissa les relató el encontronazo con la muerte que había sufrido por su empeño en renovar el viejo molino, Pedro miró de nuevo a Penny, que asintió con la cabeza. Salvador Alfonso le regalaría a su hijo la remodelación completa del edificio como regalo de boda.


Sin embargo, lo que todos escucharon con mayor atención fue el relato de su encuentro. Ambos se mostraron tímidos y reticentes a entrar en detalles sobre esa parte de la historia, si bien sus expresiones fueron más que elocuentes.


Pedro miró varias veces a su madre, cuya cara dejaba bien claro que estaba tan fascinada como los demás por lo que estaba escuchando. Pedro la pilló dos veces mirando maravillada a Facundo, que era un calco de su hijo.


Sobre las cuatro, el cansancio de un día tan emocionante comenzaba a hacer mella en ellos. Pedro y Paula se miraban como si desearan estar a solas, de la misma forma que lo hacían Juan y Lucia, y también Facundo y Clarissa.


De modo que quien sostenía la vela era Penny.


—Creo que deberíamos volver al hotel —dijo Paula—. Podríamos quedar luego para... —Se interrumpió porque en ese momento llegó una limusina negra, que aparcó junto al resto de los coches.


Una de las puertas traseras se abrió, pero no bajó nadie. El motor seguía en marcha. En el interior parecía haber una persona, si bien se tomó su tiempo para salir.


—Es Salvador —dijo Lucia, cuya voz pareció indicar que la fiesta había terminado. Sin embargo, de repente su expresión se tornó radiante y miró a Penny sin disimulos. No con las miradas de soslayo que habían estado dirigiéndose toda la tarde, sino directamente a los ojos—. ¡Ha venido por ti!


Penny se encogió de hombros.


—Seguro que quiere que le recoja la ropa de la tintorería.
Los demás siguieron mirándola sin pestañear.


—Madre —dijo Facundo—, llevas casi treinta años enamorada de ese hombre, ¿no va siendo hora de que demuestres tus sentimientos?


Penny miró a Lucia, como si le estuviera pidiendo permiso. A modo de respuesta, Lucia se acercó más a Juan.


—Esto es todo lo que necesito.


Penny apenas tardó dos segundos en tomar una decisión. 


Se levantó con cara de estar a punto de hacer por fin lo que más deseaba en la vida, se alisó la falda y besó a Facundo, a Juan y a Clarissa en la frente. Después se dio media vuelta y echó a andar despacio hacia la limusina. No obstante, en un momento dado echó a correr. La vieron sonreír al acercarse. Ni siquiera titubeó cuando llegó junto al vehículo, cuya puerta cerró nada más entrar. La limusina se marchó.


El silencio reinante hizo que Juan se removiera, inquieto. Al abrir los ojos y ver a Facundo, le sonrió.


—Me has regalado un camión de bomberos —dijo, tras lo cual lo abrazó.


—Creo que debemos irnos —terció Facundo, dirigiéndose a Clarissa, que se puso en pie al ver que él hacía lo mismo.


Los demás siguieron sentados sin quitarles la vista de encima. Facundo llevaba en un brazo a Juan, que lo abrazaba con fuerza, y con el otro ayudaba a Clarissa a recoger unas bolsas. Era increíble que se hubieran conocido esa misma mañana. Sin embargo, esas tres personas conformaban una familia.


—Bueno, ¿qué planes tenéis? —preguntó Pedro.


Clarissa miró a Facundo. Mientras doblaba una manta, el anillo que llevaba en el dedo brilló.


—Todavía es un poco pronto para hablar de eso.


Facundo añadió:


—Supongo que todo depende del lugar en el que encuentre trabajo.


—Muy bien, hermanito —replicó Pedro—, nos tienes a todos en ascuas. ¿Cuál es tu vocación?


Facundo sonrió como si no pensara contestar.


Clarissa pareció extrañada al ver que los hermanos ignoraban algo tan básico.


—Facundo es un pastor de la iglesia baptista.


El anuncio los dejó a todos sin palabras.


Facundo se encogió de hombros.


—Tengo la formación, que no la práctica. Me dijeron que tenía ciertos problemas... esto... para controlar mi temperamento y me sugirieron sin mucha sutileza que antes tenía que solucionarlos.


Pedro parecía estar a punto de soltar una carcajada, pero Paula lo miró muy seria, advirtiéndole de que no lo hiciera. 


Después dijo:
—En fin, la mitad de Edilean no ha perdonado a nuestro antiguo pastor por haberle robado la novia a mi hermano. Además, lleva años en el puesto y... —Dejó el resto de la información en el aire.


—Lo que mi futura esposa intenta decir es que tal vez haya una plaza libre en Edilean para un pastor baptista. —Pedro miraba a su hermano con los ojos abiertos de par en par, aunque había logrado recuperarse un poco de la sorpresa—. Creo que deberíamos hablar sobre el campamento que tengo la intención de abrir. Hay una vacante para ti.


—Con mucho gusto —replicó Facundo—, pero antes Clarissa tendrá que ir a la universidad para estudiar Medicina. Quiere ser médico.


—Es una verdadera Tomas —comentó Paula, haciendo que todos rieran. Tras mirar las sonrientes caras de todos los presentes, clavó la vista en Pedro. Por fin había conseguido lo que quería desde que era una niña de ocho años.


—¿Estás lista para marcharte? —le preguntó Pedro en voz baja.


—Sí —respondió ella—. Contigo, siempre.





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