jueves, 21 de abril de 2016
CAPITULO 42: (TERCERA PARTE)
«Ya casi es Navidad —pensó Pedro—, y sigo sin la menor idea de qué regalarle a Paula.» Si siguiera su impulso le compraría un anillo de compromiso, pero no se atrevía. No soportaría otra negativa.
En los meses transcurridos desde la llegada de la chica, su vida había fluctuado entre perfecta y horrible. Estaba encantado de que Paula estuviera estableciéndose en la comunidad de Edilean, pero era consciente de que él seguía queriendo abandonar la pequeña ciudad... y tenía intención de llevársela con él.
Había disfrutado viendo su excitación aquellas últimas semanas. Era como si creyera que por fin estaba logrando todo lo que siempre había deseado.
Pedro no se sentía precisamente feliz por la llegada de Gonzalo, aunque admitía que haberle dado un puñetazo fue algo excesivo.
Aquella tarde la encargada de la joyería de Karen lo había llamado por teléfono, asegurando que era muy importante que hablasen de inmediato.
—Sé lo que hiciste —aseguró Carla—. Ya sabes, me refiero a tumbar a ese chico de un golpe.
—Sí, lo sé —admitió Pedro con un suspiro—. No debí hacerlo...
—Oh, sí. Claro que debías hacerlo. Toda la ciudad sabe que Paula y tú estáis hechos el uno para el otro. En Halloween, media ciudad os espió a través de las cortinas para veros cabalgar juntos a la luz de la luna. Fue lo más romántico que ha visto nunca esta ciudad. Bueno, por lo menos desde que el doctor Tomas se declaró a Maria. Oh, y por supuesto no olvidemos la forma en que Luke casi mata a...
—¡Carla! —cortó Pedro—. ¿Para qué me has llamado? Tengo pacientes esperando.
—Ah, sí, claro. Pensé que te gustaría saber que vendí el diamante rosa que engarzó Karen. Era la pieza más cara de toda la tienda.
El médico sabía que Carla y su hermana habían tenido algunos problemas relacionados con la venta del anillo de zafiro, pero creía que ya lo habían arreglado.
—¿Y quieres que me haga cargo de la factura? —preguntó Pedro, cargando su voz con toda la preocupación que pudo fingir.
«Así es mi “nuevo yo” desde que llegó Paula —pensó—. Un Pedro amable, comprensivo, dulce y paciente.»
—¿Estás diciendo que no puedo confiar en su cheque? —preguntó Carla, elevando el tono de voz—. Porque si es así, yo...
—¡Carla, corta! Solo dime lo que hace rato no me estás diciendo.
—El hombre que compró el anillo es el mismo al que golpeaste. Dijo que era para comprometerse con una chica.
—¿Treeborne lo compró?
—¿Se llama así? —se extrañó Carla—. No será un Treeborne de Treeborne Foods, ¿verdad?
—Estoy seguro de que sabes más sobre él que yo —aseguró Pedro—. Carla, a menos que tengas algo más que decirme, tengo que dejarte.
—No dejes que te la quite —dijo Carla, frenética—. No te amilanes porque sea tremendamente guapo y rico. Paula es amiga de Karen, y vosotros dos hacéis una pareja estupenda. Olvídate de que casi la atropellas con tu coche lujoso, que ella te bañó con cerveza y, sobre todo, de que toda la ciudad, incluido tú, le mentimos sobre quién eras. Sigo creyendo que deberíais estar juntos. No dejes que un diamante rosa perfecto te intimide. Paula puede...
—Adiós, Carla —se despidió un exasperado Pedro, y colgó.
Ese día, aunque no dejara de repetirse que Paula nunca volvería a Texas con un tipo como Gonzalo Treeborne, fue incapaz de concentrarse en el trabajo.
En cuanto vio a Helena, supo que Carla le había contado lo del anillo. Los ojos de la enfermera estaban tan llenos de ánimo que casi cantaban «Ra, ra, ra, Pedro ganará». No le habría extrañado que le recomendara mantener la cabeza alta y lanzarse al ataque sobre la chica. Si su mirada glacial no le hubiera advertido que mantuviera la boca cerrada, seguro que sus siguientes palabras habrían sido: «Ánimo, tú puedes.»
No obstante, Helena revoloteó toda la tarde en torno a Pedro mientras visitaba a los pacientes, y por dos veces le sugirió respetuosamente unas pruebas que el médico había olvidado recomendar
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