jueves, 21 de abril de 2016
CAPITULO 41: (TERCERA PARTE)
Cuando Paula volvió al restaurante se sorprendió viendo a Gonzalo y a una desconocida enharinados hasta las cejas.
Tenían una caja de manzanas en el suelo, junto a ellos, y todos los fogones estaban ocupados con ollas grandes. Toda la tienda olía de maravilla.
Henry y ella habían paseado hasta la iglesia, mientras el anciano le contaba que pensaba construir un estudio en su propiedad.
—Mi esposa y yo tenemos veinte mil metros cuadrados a las afueras de Williamsburg. Ahora mismo están construyendo un garaje de tres plazas, pero, Paula, puedo convertirlo fácilmente en un estudio de dos pisos, con techo abierto y ventanas que den al norte. Podría tener puertas triples para que cualquier pieza de bronce grande y pesada que hagas, o que hagamos los dos, pueda entrar y salir con facilidad.
Lo que Henry estaba diciendo era un sueño convertido en realidad. Todo lo que había deseado tener mientras estudiaba.
Karen y ella habían pasado largas tardes hablando de sus posibles futuros. Todo lo que ansiaba Karen se había convertido en realidad. Tenía su propia tienda y era posible que consiguiera distribuir sus obras a escala nacional. Maria aún no era una pintora reconocida, pero tenía todo el tiempo del mundo para conseguirlo. Y Paula... Paula creía que, a pesar de tener veintiséis años, apenas empezaba a vivir. Es decir, a tener una vida propia.
—¿Eres Paula? —preguntó la joven tras el mostrador, sacudiéndose la harina de las manos—. Yo soy Kelli Parker.
Aquel nombre no significaba nada para ella.
—¿No te habló Facundo de mí?
—Ah, sí. Sí, lo hizo.
Paula contempló la cocina. Si hiciera más tiempo que el restaurante había abierto, si hubiera empezado a sentir en su interior que el local era realmente suyo, podría albergar cierto resentimiento viendo que una completa desconocida lo había hecho suyo. Pero, aquella mañana, el aluvión de clientes le demostró que su falta de experiencia casi les había llevado al desastre.
Se dio cuenta de que la joven la miraba ansiosamente, esperando que Paula dijera algo.
—¿Qué estáis haciendo?
—Kelli es maestra pastelera —explicó Gonzalo por encima del alto mostrador de cristal—. Piensa llenar esta estantería de... de... no sé, de pasteles. Supongo.
—¿Quieres volver al trabajo y dejarme hablar con ella? —protestó Kelli, antes de volver su atención a Paula—. Oh, perdón. Si eres la jefa, supongo que las órdenes tendrías que darlas tú.
—Las órdenes que le daría a Gonzalo —dijo Paula sin el menor atisbo de sonrisa— incluirían aceite hirviendo y unas cuantas palabrotas.
El gruñido de Gonzalo resonó por toda la sala, pero no dejó de trabajar. Paula volvió a centrarse en Kelli.
—Los pasteles me parecen una gran idea. ¿En qué puedo ayudar?
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