viernes, 22 de abril de 2016

CAPITULO 44: (TERCERA PARTE)





Aquella noche el sexo fue algo muy especial para los dos. 


Pedro no lo había racionalizado, pero llevaba a cuestas una pesada carga de culpabilidad por casi haberla atropellado. Aunque el incidente había tenido algo de bueno —desde entonces cambió su estilo de conducción—, seguía sintiéndose mal por lo ocurrido. La confesión de Paula lo había librado de aquella culpabilidad.


Ahora tenía algo con lo que compensar el hecho de que toda Edilean —incluido él mismo— hubiera mentido a la chica. De hecho, al día siguiente le faltó tiempo para contarle a Helena los detalles del incidente del atropello y la cerveza.


—Estaba plantada en medio de la autopista intentando conseguir cobertura para su teléfono —le contó despreocupadamente, mientras Pedro fingía consultar unos gráficos.


—¿Está seguro?


—Sí.


Helena sonrió satisfecha.


—Ahora están en paz. Usted tiene tanto contra ella, como ella contra usted. Así funcionan los matrimonios.


Y se marchó de la consulta antes de que él pudiera responder.


Todo cambió tres días antes de Navidad.


—Un hombre quiere verlo. Dice que es un asunto personal —anunció Helena a las cinco de la tarde con el ceño fruncido, como queriendo dejar claro que el hombre no le gustaba.


Pedro le echó un disimulado vistazo a la sala de espera y vio a su viejo amigo Tyler Becks. Habían estudiado juntos muchos años, jugado muchos partidos de fútbol y bebido muchas cervezas.


Tyler era alto, rubio y de ojos azules, y llegó a tener una larga lista de teléfonos de chicas que nunca le importó compartir. Por aquel entonces, Pedro estaba tan enamorado de Laura Chawnley que se sentía casi paternal mirando cómo los demás se peleaban por tal o cual número. Él se consideraba prácticamente un hombre casado.


Pedro sonrió a Tyler y lo invitó por señas a que pasara a su despacho. Una vez fuera de la vista de sus ruidosas empleadas, los dos hombres se saludaron como suelen hacerlo los viejos amigos.


—Siéntate —invitó Pedro—. ¿Cómo estás?


Tyler prácticamente se desplomó sobre la silla.


—Si me lo hubieras preguntado hace un mes, te habría dicho que estaba en el paraíso. Tenía una esposa, una consulta en alza a medias con un colega, una casa estupenda y pensaba en ampliar la familia. ¿Y tú? Seguro que por lo menos tienes ya tres críos.


Hacía años que no hablaba seriamente con Tyler ni estaban al día de sus respectivas vidas.


—Ni esposa ni hijos.


—Es verdad, lo olvidé. Esa chica a la que eras tan fiel te abandonó, ¿verdad?


—Eso fue hace tiempo —suspiró Pedro—. Desde entonces he viajado mucho, aunque ahora, ya lo ves, haya vuelto a mi ciudad natal. ¿Y tú, qué? ¿Estás de paso? Esto es muy bonito en Navidad...


Calló al ver que Tyler estallaba en lágrimas. Pedro cogió algunos pañuelos de papel de una caja que tenía sobre la mesa y se los alargó a su amigo.


—Lo siento —se disculpó Tyler—. No tengo derecho a...


Pedro se levantó de su asiento, fue hasta un archivador, sacó de él una botella de whisky de malta McTarvit de cuarenta años y sirvió dos vasos.


Tyler vació el suyo de un solo trago.


—Lo siento —repitió—. He pasado unas semanas horribles. Mi esposa me ha pedido el divorcio. Solo llevábamos casados tres años, pero...


Pedro volvió a sentarse frente a su amigo, sorbió un poco de su whisky y siguió en silencio. Por propia experiencia, sabía que lo más importante para una persona que estuviera viviendo una agonía como aquella era ser escuchado.


—Parece que mi socio, ¡el muy cabrón!, y ella llevan liados estos dos últimos años. Él me soltó un cuento lacrimógeno sobre lo perfecta que era mi vida y lo vacía que era la suya. ¡Ja! Si se presentaba un paciente a última hora o había que acudir a una emergencia, siempre era yo el que pringaba con la excusa de que necesitaba tiempo para intentar encontrar una mujer que fuera la mitad de buena que mi Amy, y mientras... mientras se la estaba tirando. —Tyler alzó sus ojos enrojecidos y llenos de dolor—. No quería una copia de mi esposa, quería el original.


Pedro empezaba a comprender dónde terminaría todo aquello. Tyler era uno de los muchos a los que les había ofrecido su trabajo en Edilean, hablándole de la ciudad en los términos más elogiosos que se le ocurrieron. Le dijo que prácticamente era un paraíso en la Tierra, una ciudad ideal para las familias y genial para los solteros que desearan formar una. También le contó que quería... no, que necesitaba volver a ser un médico de verdad, un médico itinerante que viajase por todo el mundo creando clínicas allí donde fueran más necesarias. Algunos lo habían escuchado cortésmente, otros sintieron ganas de colgar el teléfono, y todos rechazaron la oferta. Tyler simplemente se había reído. Según él, su vida era tan maravillosa que no tenía ganas de cambiar nada.


Pedro se inclinó hacia delante y escuchó relatar a Tyler su horrible situación actual.


—Quería tener una verdadera familia. Hijos. Hablé con Amy, pero ella siempre se negó aduciendo que no estaba preparada, que su trabajo como recepcionista era «demasiado importante» para pensar en dejarlo para tener hijos. A ver, ¿qué mujer no querría tener un hogar propio e hijos? Vamos, respóndeme. Una cocina impecable, enrejados llenos de rosas, niños corriendo por la casa. Pero mi esposa...


La mente de Pedro voló hasta Paula. No hacía mucho estaba a punto de casarse con Gonzalo Treeborne. Quería tener una gran boda y un hogar. Y lo habría conseguido si Gonzalo no hubiera sido tan cobarde.


Ahora, el chico se estaba convirtiendo en un gran apoyo para Paula. Todos los días tenía que escuchar las ideas de Gonzalo, los consejos de Gonzalo, los planes de Gonzalo... 


Según él, solo quería que ella lo perdonase, pero Pedro sospechaba que hacía todo lo posible por conquistarla. No de forma descarada, sino sutil, con bromas y comentarios sobre una futura línea de productos para Treeborne Foods.


Cada vez le resultaba a Pedro más difícil competir con Gonzalo. Si aceptaba como buenas todas sus sugerencias, si él volvía a viajar, estaba seguro de que perdería a Paula para siempre.


—Y entonces fue cuando me acordé de tu llamada —dijo Tyler—. Hace seis semanas, la idea de dejar mi consulta me hacía reír, pero ahora...


—El sueldo es pésimo —cortó Pedro—. Apenas gano lo suficiente para subsistir, nunca podría mantener a una esposa y menos a unos hijos.


—No importa. Mi hermano es abogado y me ha dicho que cuando termine de... —Tyler tragó saliva— de disolver la sociedad que tengo con mi examigo, dispondré de bastante dinero para vivir diez años sin dar golpe. Ahora solo necesito un lugar tranquilo donde instalarme y trabajar, y tu pequeña ciudad me parece la más tranquila de todo el país.


—Sí, bueno —aceptó Pedro—, pero estamos casi aislados del mundo...


—¿Bromeas? Williamsburg está aquí al lado. Además, esta ciudad cuenta con unos lugares geniales. Reconócelo, es un paraíso.


La noche antes, Paula había dicho casi exactamente lo mismo: que Edilean era un pequeño paraíso.


—¿Cuándo piensas irte? —preguntó Tyler.


—Todavía no. Ahora mismo, yo...


—Vale, ya lo pillo. Quedemos para después de Año Nuevo. Tengo muchas cosas que preparar hasta entonces. —Tyler se levantó y alargó la mano a Pedro—. Entonces ¿trato hecho?


—No lo sé —dudó Pedro.


—Entiendo. Toda mi vida se ha vuelto del revés. ¿Qué tal si hablamos a mediados de enero?


«La fecha en que Paula tiene pensado marcharse, según Ramon», pensó.


—Sí, buena idea.


Los dos hombres se estrecharon la mano. Pedro le preguntó si quería cenar con Paula y con él, pero Tyler declinó la invitación. Conocía a cierta gente de los alrededores y ya lo habían invitado.


Tyler se detuvo en el umbral y miró a su amigo.


—Tengo un buen presentimiento sobre este asunto —dijo, antes de marcharse.


—Pues eres el único —susurró Pedro, dejándose caer en el sillón de su despacho.



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