viernes, 22 de abril de 2016

CAPITULO 45: (TERCERA PARTE)



—¿Qué piensas hacer en Navidad? —preguntó Henry a Paula. Estaban en su garaje, trabajando en una gran escultura de un metro de altura y que representaba la batalla de Bunker Hill. Entre los dos habían encontrado una forma eficaz de colaboración, consistente en que Henry intentaba dar una forma básica a la arcilla, basándose en diferentes cuadros encontrados en Internet. Una vez hecho esto, el anciano daba un paso atrás y Paula retocaba su trabajo.


En las últimas semanas había llegado a conocer bastante bien a Henry. Aunque su aspecto exterior pareciera tranquilo, por dentro era un volcán. Ahora comprendía que hubiera sido capaz de dirigir un par de empresas muy importantes. 


Solo se rendía ante su pequeña y oronda esposa.


—Henry, como no saques esa porquería de mi garaje, acabarás viviendo con ella y no conmigo —le advirtió un día.
En su siguiente encuentro, ya había empezado la construcción del estudio prometido.


—Aquí podrás hacer tu propio trabajo —le dijo Henry a Paula—. Ven, mira lo que hice ayer.


Lo que había hecho era un hombrecito horrible a caballo, con una pierna dos centímetros más corta que la otra... y eso no era lo peor. Lo peor era que si el hombre estuviera de pie junto a su montura, sería un palmo más alto que el caballo. 


La ambición de Henry era mucho mayor que su talento.


Reprimiendo un suspiro, Paula destrozó prácticamente el trabajo del anciano. Intentó ser delicada, pero no podía desprenderse de su malhumor. Cuando terminó de modelar con los dedos, utilizó una herramienta de acero inoxidable y empezó a esculpir con ella.


Henry no se ofendió, sino que se rio. Sabía lo que era delegar.


—No has contestado a mi pregunta sobre la Navidad —observó.


—Aún no sé lo que haré. Pedro y yo compramos un árbol, y muchos regalos para su familia y sus amigos. Fue divertido.


—¿Qué piensas comprarle a él?


—Me enseñó fotos de sus viajes y quiero hacer una escultura basándome en una de ellas. Me gustaría hacerla en bronce, pero entonces no podría terminarla antes de Navidad.


Henry contemplaba los cambios que estaba sufriendo su escultura a manos de la chica. Siempre era capaz de ver qué tenían de malo sus obras, el problema era que no sabía cómo hacerlas bien.


—Algo te preocupa.


—No, yo...


—Tengo tres hijas, ¿recuerdas? Siempre sé cuándo les pasa algo.


Paula se limpió las manos con un trapo.


—Ayer tuve un cliente un poco especial. Parece que me lo enviaron las tres cotillas de Pedro.


—¿Las mujeres que trabajan para él?


Henry tenía mucho cuidado de guardarse sus opiniones. Si algo había aprendido criando a tres hijas era que, si hablaba mal de alguien, ellas lo apoyaban automáticamente.


Su hija mediana casi se había casado con un chico que tenía antecedentes de robo a mano armada, únicamente porque Henry le desaconsejó que saliera con él «por su propio bien».


Así que siguió callado y esperó que Paula le contase lo que estuviera dispuesta a contar. Nada más. Su opinión personal era que Pedro Alfonso estaba coartando el increíble talento de la chica. Que ella malgastase su tiempo en aquella deprimente sandwichería le molestaba profundamente y tenía un plan. Por Navidad iba a ofrecerle un trabajo a tiempo completo. Tendría un sueldo, pagas extras y un excelente lugar donde trabajar. Ya estaba bien de pasarse el día haciendo bocadillos de ensalada de atún.


—Se llama Tyler Becks, es médico y quiere encargarse de la consulta de Pedro —explicó Paula.


Henry conocía los chismes que circulaban por la ciudad; según ellos, Pedro había renunciado a una carrera cuando menos llamativa para volver a Edilean y ayudar a su amigo. 


Lo malo era que seguía atrapado allí.


—¿Qué dijo Pedro?


—Nada. —Y podía detectarse frustración en la voz de Paula—. Ni siquiera mencionó que lo había visto, fue Ramon quien me lo contó. Eso hizo darme cuenta de que la mayoría de las veces no sé lo que está pensando. Prácticamente vivimos juntos, pero no sé más sobre él que hace unos meses.


—En la ciudad todos dicen que está loco por ti —comentó Henry en voz baja.


—Sí, supongo. —Paula desvió la mirada. En la distancia podía oír el ruido de las pistolas de clavos de los trabajadores que estaban construyendo el nuevo estudio del anciano. Sospechaba que este iba a ofrecerle un trabajo, y no sabía qué responderle.


La verdad era que no tenía ni idea de qué hacer con su vida. 


Ramon no dejaba de burlarse sobre su posible marcha el quince de enero. Lisa era feliz en la universidad, incluso estaba planeando pasar las navidades con sus amigos, ya no necesitaba a su hermana mayor. Y Paula sabía que no podía volver a su ciudad natal. ¿Para qué? La única persona que había llegado a ser importante para ella era Gonzalo, y ahora estaba en Edilean.


La chica sabía que Pedro se sentía profundamente celoso de Gonzalo, y reconocía que una parte de ella incluso disfrutaba con esa idea.


—¿Tiene algo que ver con el joven Treeborne? —preguntó Henry.


—No, con Gonzalo todo va bien. Es más, creo que se está enamorando de Kelli.


—¿La panadera? ¿La que lleva ese...? —E hizo un gesto con el dedo circunvalando sus ojos.


—Sí, esa. Es una buena pastelera-jefe y lo que me encanta es que no parece querer aprovecharse de Gonzalo. Yo solía ser muy consciente de que era un Treeborne y lo trataba como un príncipe. Me tenía deslumbrada, lo reconozco.


—¿Y Kelli no?


—Ni de lejos. Actúa como si ser un Treeborne fuese casi una molestia, un inconveniente.


—Eso suena bien —dijo Henry, sonriendo.


—Lo es. Debí tratarlo así.


—Entonces ¿qué es lo que realmente te preocupa?


—Ese hombre, el doctor Becks... Las tres mujeres me lo enviaron, aunque no directamente. Solo sugirieron que fuera a comer algo al Fénix y preguntara por Paula.


—¿Y nunca habían hecho algo similar?


—No. Por eso me imaginé que se trataba de algo importante y me senté a charlar con él. El pobre hombre está hecho un desastre. Su esposa tiene un lío con otro médico, un
compañero suyo con el que había establecido su consulta, y ahora quiere divorciarse de él.


—¿Y pretende instalarse en Edilean mientras se lame las heridas?


—Sí, y creo que le sentará bien. La gente de Edilean se encargará de buscarle pareja, y para cuando Tomas vuelva ya se estará recuperando.


Se acercó a la mal proporcionada escultura de Henry para hacer algunos cambios más.


—Todo eso me parece bien —comentó Henry—, pero tú no pareces estar muy de acuerdo.


—Creo que es maravilloso. Sé que Pedro quiere volver a viajar, que eso es lo que le gusta... al menos lo supongo, porque no me lo ha confesado nunca. Hace unas cuantas semanas dieron por la tele una noticia acerca de un doctor que era propietario de un barco y lo había reconvertido en un hospital flotante, con el que viajaba a lugares que no habían visto un médico en su vida. ¡Tenías que haberle visto la cara! Se le iluminó como si hubieran encendido una bombilla.


—¿Qué dijo?


—¡Ese es el problema! —saltó Paula—. No dijo una sola palabra al respecto. Solo se levantó y fue a la cocina a buscar una cerveza. Fui tras él y le pregunté si le gustaría hacer algo parecido. ¿Y sabes cuál fue su reacción? Se rio y dijo: «¿Sabes lo que cuesta algo así? Nunca tendré tanto dinero para poder hacer algo parecido.» Intenté que me hablara, que me contara sus aspiraciones, pero se cerró en banda y no dijo una sola palabra más.


—Así que se trata de dinero, ¿eh? —dijo Henry, pensativo—. ¿Y si le consiguiera el dinero suficiente para poner en marcha su proyecto? ¿Te irías con él?


—¿Qué podría aportar? Ni soy enfermera ni sé nada de medicina. Solo estorbaría. Pedro está acostumbrado a descolgarse de helicópteros, mientras que a mí me entra pánico si tengo que caminar por una viga del techo.


A Henry se le escapó una sonrisa.


—A mí también, y no por eso me considero un inútil. Paula, tienes un talento maravilloso y supongo que te interesa mostrarlo al mundo.


—Sí, claro —reconoció ella—. Bueno, creo que sí, pero a veces... no lo sé. Todo lo que sé es que Pedro no me habló del médico que puede que lo sustituya. Le insinué el tema cien veces, pero no conseguí nada. Me temo que...


—¿Qué, Paula? —la animó Henry.


—Que Pedro deje su sueño a un lado y termine quedándose en Edilean por mi culpa. O que quizás ese médico acepte su oferta, él se marche y yo vuelva a quedarme sola. Haga una cosa u otra, uno de los dos se sentirá desgraciado.


Henry se dio cuenta de que Paula estaba al borde del llanto e hizo lo mismo que solía hacer con sus hijas: la estrechó en sus brazos. Por encima del hombro de la chica vio que su mujer estaba observándolos, pero no dijo nada, solo le ofreció una sonrisa de simpatía, dio media vuelta y se alejó. 


Sabía que su marido era muy bueno con las mujeres que lloraban.


Cuando una de sus hijas se peleaba con otra o con su madre, pasaban una a una —su mujer incluida— por los brazos de Henry para que las consolara y resolviera el problema.


—Déjame hablar con unos cuantos conocidos —dijo Henry, soltándola y retrocediendo un paso—. Conozco algunas empresas a las que podría interesarles patrocinar a un médico que quiere salvar el mundo. Y cuando volviera a casa de uno de sus viajes, siempre podrías estar esperándolo.


—De acuerdo —aceptó Paula. Y al mirar a Henry supo que habían cerrado un trato. Un trato de negocios. Si ella le daba a Henry lo que quería, una profesora particular y la oportunidad de exponer su trabajo en algún lugar importante, él patrocinaría la clínica ambulante de Pedro.


Aspiró profundamente. Es lo que ella quería, ¿no? Para eso había estudiado. Y ahora, todos sus estudios por fin le servirían de algo. Henry, ese hombre que había aparecido en su vida como un hada madrina, le estaba ofreciendo un precioso estudio y recursos ilimitados. No dudaba de que, gracias a Henry, podría conseguir clientes fabulosamente ricos que podían permitirse una escultura a tamaño natural en sus jardines. Solo tenía que seguir trabajando con él, y a eso podía acostumbrarse fácilmente.


Y, tal como decía el anciano, podía quedarse en Edilean, incluso vivir en la casa que había comprado Pedro y esperar que volviera a casa tras sus viajes. Él podía enviarle fotos y llamarla a menudo, y ella le mostraría sus trabajos y hacerlo partícipe de sus éxitos. Sí, podían amoldarse a una vida juntos y también por separado.


Parecía genial, una solución perfecta. Entonces ¿por qué tenía ganas de cavar un agujero y refugiarse en él?


—Bien, hablaré con Pedro —dijo por fin.


Esa noche estaban pasando una velada aparentemente tranquila, pero a Paula se la comían los demonios por dentro.


—¿Hay algo que te preocupe? —preguntó la chica.


—No, nada. ¿Y a ti?


—Tampoco, ningún problema... —negó, mintiendo descaradamente. Si no quería hablarle del doctor Becks y de la posibilidad de que se hiciera cargo de la consulta, ella no pensaba preguntárselo. Y si ya estaba haciendo planes para marcharse... bien, estaba en su derecho, pero no quería oírle decir que ella no podía acompañarlo porque no le sería útil. 


¿Qué podía hacer por los enfermos? ¿Convertir sus almohadas en unicornios? Comparada con la de Pedro, su profesión era más bien frívola. No, no quería oírle decir (amable y delicadamente, por supuesto) que no la necesitaba en su importante misión.






No hay comentarios:

Publicar un comentario