sábado, 19 de marzo de 2016
CAPITULO 16 (PRIMERA PARTE)
Mientras Pedro se bebía otra taza de café, miró fijamente por la ventana tratando de decidir qué hacer. ¿Respetar la petición de su querida prima o seguir citándose con Paula?
Lo primero que se le ocurrió fue que no podría soportar no volver a estar con Paula, no pasar otra noche hablando con ella, riéndose, ¿haciéndose arrumacos? No era algo que pudiera considerar. La noche anterior había acortado el rato con ella porque el ímpetu de su deseo casi le había superado. Pero entonces ya sabía que lo que sentía por Paula era algo más serio que un mero revolcón en la casa de muñecas. No quería que las cosas fueran demasiado rápido. Cuando hicieran el amor, quería que tuviera más trascendencia que una simple aventura nocturna.
—¿Karen te ha hecho pasar un mal rato? —preguntó Doris, la camarera. Ella, su marido y sus dos hijos eran pacientes de Pedro. Cuando su marido se había rebanado el tobillo con un cortacésped, él se lo había vuelto a unir; y cuando la herida se infectó y el hombre se negó a ir a su consulta, Pedro había acudido a su casa y le había salvado el pie.
—Sí —dijo Pedro—. Vaya que sí.
—¿No hay otra cosa que le guste hacer?
—¿Además de darme un disgusto? —preguntó Pedro—. No suele, pero hoy...
—No, si me refiero a ese chica a la que no le gusta Edilean. ¿Es que no sabe hacer nada aparte de pintar? Y no tiene por qué pintar siempre esas extravagantes flores tuyas, ¿no?
Pedro levantó la vista hacia la mujer, comprobó que el lunar de su cuello no había cambiado y entonces trató de entender de qué estaba hablando.
—Piensa en ello —dijo Doris—. Y no te preocupes, que no diré nada. Jamás oigo las conversaciones privadas. —Le guiñó un ojo, recogió la cafetera y se alejó
Pedro no estaba seguro de a qué se refería Doris, pero le dejó una propina del mismo importe que la nota y se marchó.
Sabía que era inútil que fuera a la consulta, porque su padre le diría que se fuera a descansar.
En lugar de eso, se fue al gimnasio que estaba instalado temporalmente en un edificio del centro del pueblo. Solo era para socios, y tenía una llave. No había nadie, lo cual le alegró porque eso le daba la oportunidad de pensar.
El dueño del gimnasio, Mike Newland, tenía algunas taquillas en la parte posterior donde Pedro había dejado su ropa de gimnasio. Le resultó difícil desabotonarse la camisa y quitarse los pantalones, y cuando consiguió terminar de desvestirse y vestirse, estaba furioso por lo que Karen le había dicho. Pero al cabo de treinta minutos de ejercicios se dio cuenta de que su prima le había dicho que no hiciera daño a su amiga. A su manera rebuscada, eso era todo lo que había dicho. Y él no tenía derecho a enfadarse por ello.
Pasó dos horas solo en el gimnasio e hizo lo que pudo con un brazo solo. Mientras gastaba energías, su enfado empezó a abandonarle y él empezó a sonreír de nuevo.
Así que a Paula le gustaba la creatividad, ¿verdad? Los médicos no eran famosos por la suya, aunque pensó que podría conseguirlo.
Consultó su reloj, medio oculto por el cabestrillo. Disponía de varias horas antes de que la volviera a ver.
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