sábado, 19 de marzo de 2016
CAPITULO 15 (PRIMERA PARTE)
Pedro estaba enfrascado con su desayuno tras haber decidido hacerse unos huevos revueltos, en lugar de tomarse otro cuenco más de cereales. Pero hacer algo con un brazo solo era difícil. Rompió los huevos en un cuenco y recogió las cáscaras.
Puso mantequilla en una sartén caliente, pero se le quemó porque estaba distraído. No dejaba de mirar la puerta que utilizaba cuando iba a casa de los Wingate. ¿Qué haría Paula se si presentaba allí a desayunar, como solía hacer antes de que ella llegara?
El día anterior había tenido que inventarse un pretexto para justificar ante las dos mujeres que no se pudiera quedar. Lucia le había creído; le había dado un beso en la mejilla, y dicho que trabajaba demasiado.
Pero la señorita Livie le había mirado igual que lo hacía cuando él tenía doce años y contaba alguna mentira sobre su paradero y lo que hubiera estado haciendo. Ni siquiera su madre le pillaba en las mentiras como lo hacía la señorita Livie.
Supuso que a esas alturas la mujer le habría relacionado con las ausencias nocturnas de Paula, aunque hasta donde él sabía, la señora Wingate no parecía desaprobar la clandestinidad de sus encuentros.
Se le ocurrió que probablemente pensaría que iban a casa de Pedro a follar como locos. Volvió a limpiar la sartén; había quemado la segunda tanda de mantequilla.
Se preguntó qué pensaría la señorita Livie si supiera la verdad, que apenas si había besado a Paula.
—Lo más seguro es que no me creyera —masculló, y volvió a meter los huevos en el frigorífico. Mejor olvidarse de cocinar; iba a ir al pueblo a desayunar.
Sin pensarlo, cogió el teléfono y llamó a Karen.
—¿Has desayunado?
—Todavía no.
—¿Puedo invitarte a desayunar a Al?
—Esto estaría muy bien. Tengo que contarte algunas buenas noticias.
—¿Ah, sí? ¿Sobre qué? —preguntó él.
—Me lo reservaré hasta que te vea. A propósito, ¿qué te parece Paula?
—Cada vez que voy a casa de la señorita Livie, tu Paula está en su habitación. —Era lo más cerca que podía estar de no mentir.
—De todas formas es mejor así, porque ya está pedida. Te veo en Al. —Y colgó.
—¿Qué diantres significa eso? —Le dijo Pedro al teléfono—. ¿Pedida?
A pesar de su discapacidad. Pedro estaba en la cafetería al cabo de unos diez minutos, esperando impacientemente a que llegara su prima Karen.
Karen entró sonriendo, le besó en la mejilla y ocupó el banco que estaba frente a él. La cafetería de Al había sido el no va más en la década de 1950, cuando el Chevy del 57 reinaba en las carreteras y Elvis Presley empezaba a hacerse famoso. A la sazón, el lugar había tenido un gran éxito, así que Al —el hijo— no vio ningún motivo para cambiarlo. Los reservados seguían siendo los mismos, al igual que los redondos taburetes del largo mostrador. En la pared de cada reservado había unas pequeñas gramolas en la que uno podía escoger su música. A nadie le importaba que no hubiera ninguna canción posterior a 1959.
—Bueno, ¿qué quieres oír esta mañana? —preguntó Karen, mientras repasaba la lista de éxitos—. ¿B9, «Diana», de Paul Anka, o D8, Jerry Lee Lewis desgañitándose con
«Great Balls of Fire»? —Los niños de Edilean se enorgullecían de saberse de memoria los números de catálogo de las canciones.
—Ninguna —dijo Pedro, bebiendo su café.
—Alguien está de mal humor —dijo Karen—. ¿Te duele el brazo?
—Los días sin nada que hacer me vuelven loco —respondió Pedro.
—Lo siento, aunque me parece que la cosa va a empeorar.
—¿Qué quieres decir? —Pedro tenía el ceño puesto.
—Hoy estás gruñón, ¿eh? ¿Qué es lo que te ha puesto de mala leche?
No podía decirle que habían sido sus palabras acerca de que Paula «estaba pedida».
—¿Cuál es tu buena noticia?
—Ruben regresa este fin de semana.
—¿Ah, sí? —preguntó Pedro, y sonrió. Llevaba sin ver a su amigo y primo más de dos años. Había sido Karen quien le había pedido que se hiciera cargo de la consulta. Su padre estaba dispuesto a trabajar todo el tiempo que Pedro llevara el brazo en cabestrillo, pero su madre se había opuesto. ¡La mujer estaba decidida a zarpar en el crucero que había reservado!
—¿Qué le ha hecho venir antes? —preguntó Pedro, desaparecido su mal humor. Ruben era uno de los pocos amigos solteros que le quedaban.
—Paula.
Pedro tuvo que reprimir un gruñido. Otra vez el «algo» del que ella había hablado no.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Le conté que Paula estaba aquí, y me respondió que cogía el primer vuelo que hubiera. Rompió con su última novia hace un par de meses, así que cuando le conté que Paula estaba aquí se mostró impaciente por verla. ¿No sería maravilloso que mi hermano y mi mejor amiga se enrollaran?
—No supe que se conocieran hasta que me lo mencionaste el otro día. —Cuando le había preguntado a Paula por su primo, sacó la impresión de que no había nada entre ella y Ruben. Y, por lo que sabía, todo aquello era fruto de la muy activa imaginación de Karen. De la abundancia del corazón... Pero ahora le estaba diciendo que Ruben volvía antes a casa solo para ver a Paula.
—Oh, sí —dijo Karen—. La primera vez que vino Paula fue nada más acabar el primer año de carrera, y se chifló por mi hermano. Pero eso fue cuando aquella idiota de Laura Chawnley le acababa de dejar, y Ruben ni siquiera le hizo caso. Me contó que había estado corriendo completamente desnudo delante de ella y que ni siquiera se había dado cuenta.
La camarera se acercó para tomar nota, y eso le dio tiempo a Pedro para tranquilizarse. Después de que la camarera se marchara, dijo:
—¿Quieres decir que Ruben estaba desnudo?
Karen le contó entre risas la historia de Paula y Ruben en la laguna de Punta Florida y que ella se había zambullido tras él.
—Hace un par de años le pregunté a Ruben por lo sucedido... quería oír su versión..., y me dijo que había estado tan alterado por lo de Laura, que no había sabido lo que hacía. ¿Y sabes qué más me dijo?
—¿Qué? —preguntó Pedro.
—Que aquel día había estado pensando que quizá le gustaría acabar con su sufrimiento, y que si no hubiera subido desde el fondo de la laguna no habría pasado nada.
—Así que Paula le salvó la vida.
—Diría que sí —dijo Karen—. Y creo que Ruben quiere darle las gracias. Y yo voy a hacer todo lo que esté en mis manos para que se hagan novios.
—¿No me dijiste que Paula no quiere vivir en Edilean?
—Ni tampoco Ruben. Me temo que el mundo lo tiene atrapado. Paula sería una esposa perfecta para él.
—¿Esposa? —preguntó Pedro con más vehemencia de la que era su intención mostrar—. ¿Cuándo pasaste de que se conozcan a casarlos?
—Ay, hijo, es que hacen una pareja tan perfecta... —dijo su prima, mientras les ponían la comida en la mesa—. Su profesión de pintora es nómada, así que podría acompañarle a cualquier parte.
—Pensaba que trabaja en una galería de arte. Eso no es muy nómada.
—¿Qué pasa hoy contigo y tu negatividad?
—Mi brazo, y quiero que Ruben sea feliz. ¿Y esa tal Paula cómo va a conseguir que lo sea? ¿Cómo va a viajar, si tiene un trabajo a jornada completa en Nueva York?
Karen titubeó.
—Paula...
—¿Ella qué?
—No le digas que te lo he dicho, ¿vale?
—Sabes que soy el depositario de muchos secretos de este pueblo.
—Sí que lo sé —reconoció ella en voz baja—. Las pinturas de Paula no se venden. Son fantásticas, fabulosas. Nunca he visto nada mejor, pero solo ha vendido unas pocas. Y su trabajo en esa galería... por cierto, tiene una jefa despreciable... le ocupa tanto tiempo que no le queda mucho para dedicarlo a su obra.
—Tiene todo el verano para pintar aquí —señaló Pedro.
—Espero que sí. Aunque, por otro lado, también espero que Paula deje ese trabajo horrible, viaje con mi hermano y pinte. ¿Te imaginas lo que haría en África? ¿O en Brasil? Ruben ha estado allí dos veces.
Pedro bajó la vista hacia su plato. Había comido poco, y la comida se estaba enfriando. Paula no querría renunciar a una vida así para vivir en el diminuto Edilean. ¿Renunciaría a la posibilidad de pintar a unos guerreros masai por dejar constancia de la feria escocesa local? Ni de broma.
Por otro lado, él no iba a permitir que la ecuanimidad se interpusiera en su camino.
—¿Cómo es tu amiga Paula como persona?
—Es creativa. Le encanta hacer cosas, desde decorar tartas o hacerse su propia ropa a pintar una habitación. Dice que está deseando que llegue la fiesta.
—¿Qué fiesta?
—La de bienvenida a Ruben por volver a casa, claro está. Es el próximo sábado. Estás invitado. Empieza a las seis, pero ven antes para ayudar a papá con la comida. Va a hacer una barbacoa con más de veinte kilos de carne. Colin va a traer...
—¿Cuándo llamaste a Paula?
—Anoche. ¿Pasa algo? Te comportas de manera muy extraña. Me parece increíble que no hayas visto a Paula en casa de la señora Wingate. Sueles ir allí cuatro veces al día y...
Pedro la cortó. Para responder tendría que mentir, y no quería hacerlo.
—Háblame más de Paula. ¿Qué consejo le darás a Ruben si quisiera conquistarla?
—Que utilice la cabeza y discurra algo diferente para hacer con ella.
—¿Ir a cenar y una película...?
—Paula se moriría de aburrimiento. Ni te imaginas la cantidad de tíos que iban detrás de ella en la universidad. Tiene algo que gusta a los hombres.
«Sí, sentido del humor, compasión, ganas de pasárselo bien», pensó él. Paula no era la clase de mujer que se cabreara cuando un hombre la dejaba plantada en una cena por tener que ir a atender una urgencia.
—¿Alguna proposición matrimonial?
—Cuatro que ella me contara. ¿Por qué me haces todas esas preguntas sobre Paula?
—Estás planeando ofrecerle esta mujer a mi primo y amigo. Quiero estar seguro de que es merecedora de él. ¿Has pensado en algún plan para que Ruben la conquiste?
—Simplemente no ser aburrido —respondió ella.
—¿Y qué es lo que le aburre a Paula?
—¿Sabes todas esas preciosas barbis con las que sales y que piensan que es suficiente con tener un aspecto fantástico?
Pedro asintió con la cabeza; sabía muy bien a qué se refería su prima. Había sido el caso de Heather, que era tan guapa que la gente se paraba en la calle para mirarla. Pedro se había colado por ella como todos los demás. Pero solo habían sido necesarias dos citas para que se diera cuenta de lo que la chica esperaba que hiciera por ella. Heather parecía creer que su única obligación en la vida era tener buen aspecto.
—Lo sé—dijo él—. ¿Paula no es así?
—No. Detrás de su cara bonita hay una persona real. Pedro, ¿qué estás tramando?
—¿Qué quieres decir?
—¡Todas estas preguntas sobre Paula! No estarás pensando en ir tras ella, ¿verdad?
—Todavía no hemos sido presentados.
Ella lo miró con severidad, tratando de averiguar en qué estaba pensando su primo.
—No lo conseguirás —dijo ella, por fin.
—¿Conseguir qué?
—No pongas esa cara de inocente. Te conozco de toda la vida. Te aseguro que por más que lo intentes no conseguirás a Paula.
—¿Y por qué no? —preguntó él.
—Porque no es como las mujeres de este pueblo. Necesita algo más que casarse con un médico guapo, irse a vivir a su vieja y destartalada casa y echar al mundo cuatro o cinco hijos. —Karen se dio cuenta de que se iba enfureciendo—. Mantente alejado de ella. No quiero que nadie le rompa el corazón, como has hecho con todas las demás mujeres que han intentado acercarse a ti.
Pedro pensó que si algún corazón había sido roto era el suyo.
—No sabía que hubiera herido ningún corazón.
—Eres tan puñeteramente amable con ellas, que acaban pensando que va a haber más. Eres tan adorable y considerado que las mujeres empiezan a comprar revistas de novias después de la primera cita. Y cuando les dices que se pierdan, acaban destrozadas.
—¿Estás diciendo que no debería ser cortés con las mujeres con las que salgo?
—Creo que deberías ser más honesto. Si no te gustan, díselo. —Karen agitó la mano en el aire—. Esta conversación no va a ninguna parte. Paula no es para ti, así que te pido por favor que la dejes en paz.
Pedro no pudo evitar que las palabras de su prima lo aturdieran... y le hirieran no poco. ¿Cuántas personas lo consideraban un hombre que rompía el corazón a las mujeres? A su modo de ver, era un buen tío que siempre había sido correcto con las mujeres. Con independencia de lo odiosa, agresiva o banal que resultara ser su acompañante, siempre hacía todo lo que estaba en sus manos para hacerla sentir como si fuera una mujer atractiva.
Oír que su prima, alguien a quien quería, tenía una opinión tan diferente acerca de su comportamiento, fue un duro golpe. Escogió sus palabras con sumo cuidado.
—No he oído más que cosas buenas de tu amiga, y me gustaría pedirle que saliera.
Karen se retrepó en el asiento.
—¡Me cago en la leche! Ruben y Paula tienen un asunto. Mi hermano le está agradecido por ayudarle en lo que él llama el punto más bajo de su vida. Cuando le dije que ella iba a pasar el verano aquí reorganizó toda su vida para poder regresar tres semanas antes. Llevo años imaginando a Paula con mi hermano.
—¿Y tan trágico sería que ella se enamorase de otro y se quedara a vivir en Edilean? —preguntó Pedro con crispación.
—A ella le gusta este pequeño pueblo, pero no puede vivir aquí —repuso Karen—. Su familia, su profesión, todo está en otra parte. ¿Qué iba a hacer aquí? ¿Pintar la Punta de Florida trescientas veces? ¿Abrir una galería y oír a los turistas decir lo mona que es su obra? Aunque se enamorase loca y perdidamente de ti, aun así matarías su alma.
Karen se deslizó hasta el extremo del reservado y le miró.
—Pedro, sabes que te quiero. Siempre te he querido. Fuiste el único primo adolescente que prestaste atención a una niña que le gustaba hacer joyas tomando las flores como modelo. Me dejabas que te cubriera con collares de margaritas. Estoy segura de que si sacaras a relucir tu encanto, podrías enamorar a Paula, pero ¿luego qué? ¿La meterías en tu vieja casa y contemplarías morir su alma? Por favor, no hagas eso.
Como su primo no dijera nada, se despidió de él con un beso en la mejilla y se marchó.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario