domingo, 20 de marzo de 2016

CAPITULO 20 (PRIMERA PARTE)





Paula sabía que era absurdo que sintiera que iba a echar de menos a aquel hombre al que nunca había visto, pero lo sintió. Cuando Pedro empezó a mover cosas alrededor, supo lo que estaba haciendo: haciéndole sitio para que pudiera apoyarse en él. Esperó, bebiendo el champán a sorbos, hasta que notó que Pedro estiraba el brazo.


No titubeó cuando se dio la vuelta y retrocedió entre sus piernas estiradas para apoyarle la espalda en el pecho. 


Cuando tris levantó el brazo lesionado y se lo deslizó por el cuerpo, fue una sensación familiar para Paula. Se acurrucó contra él, y durante un rato permanecieron allí sentados en silencio, escuchando el agua y los sonidos de la noche.


—Te voy a echar de menos —le dijo él en voz baja, con la boca muy cerca de su oreja—. ¿Te importa si te llamo mientras estoy fuera?


—Me encantaría que lo hicieras. Así te contaré todo sobre la tortura diaria aeróbica a la que me someten mis dos damas.


—¿Habéis hecho la danza del vientre esta tarde?


—Ay, sí. A Lucia se le da bastante bien, aunque la señora Wingate y yo jamás pasaremos de ser unas aficionadas.


—Creo que deberías dejarme que hiciera de juez —dijo Pedro—. En mi condición de médico, podría observar y...


—Ni lo sueñes.


Él se rio entre dientes.


—¿Estás deseando ver de nuevo a Ruben?


—No puedo pensar en otra cosa. —Al no decir nada Pedro, volvió la cara hacia la suya—. Sé que es imposible, pero pareces celoso.


—Mi chica fantasea sobre.. ¿cómo la llamaste?... «la hermosa desnudez» de otro hombre ¿y se supone que ni siquiera he de ponerme un poco celoso?


—¿Y cuándo me he convertido yo en «tu chica»?


—Hoy, cuando me pasé el día pensando en ti.


—Eso es porque ahora no tienes trabajo. Si no estuvieras incapacitado y tuvieras en qué ocupar tu tiempo, ni me dedicarías un pensamiento. Sería la chica con la que te tropezaste y eso sería todo. Dudo mucho que hubiera habido una segunda y una tercera noche juntos.


—Creo que eso no es cierto —replicó Pedro—. Te olvidas de la foto que tengo de ti. Llevo deseando estar contigo desde que Karen le contó a todo el pueblo que ibas a venir. —Hizo una pausa—. ¿Cuánto has pintado hoy? ¿O hiciste fotos? ¡Eh! Acabo de caer en la cuenta de que a lo mejor te gustarían las orquídeas salvajes que tengo en casa.


—¿Orquídeas salvajes?


—Las que provienen de la naturaleza, no los híbridos que tengo en casa de la señorita Livie. Tengo licencia de importador, y cuando estuve en Sudamérica compré algunas y las traje conmigo. Han prosperado bien, aunque no fue fácil. Creo que extrañan la libertad y aquellas lluvias tropicales. A las orquídeas no les gusta demasiado que las mime


—En Sudamérica —repitió Paula—. ¿Fuiste como médico? —Estaba jugueteando con la mano del brazo lesionado de Pedro, palpándole los dedos, midiéndoselos, comprobando lo cuidadas que tenía las uñas. Tenía unas manos fuertes, como si hiciera algún deporte que exigiera unas manos así.


—Sí —respondió él en voz baja, con la cara muy cerca de la suya—. Procuro ir a algún lugar del mundo al menos una vez al año. Hago lo que puedo por ayudar.


A Paula le gustó que fuera a lugares a salvar vidas. Incluso le gustó que no alardeara de sus buenas obras.


—¿Te has encontrado alguna vez con Ruben en tus viajes?


—Hemos trabajado juntos media docena de veces más o menos. Bueno, él es un verdadero héroe. ¿Te han contado alguna vez que descendió sobre el océano colgado de un cable para salvar a un niño?


—Karen me lo ha contado por lo menos cuatro veces. Enmarcó la fotografía que sacó aquel periodista ese día. ¿Dónde estabas tú cuando ocurrió eso?


—Por allí.


Algo en el tono de su voz le dijo que había estado con Ruben.


—¿En el helicóptero o en la orilla?


—En el helicóptero.


—¿Te asomaste fuera del helicóptero, suspendido en el vacío, para cogerle el niño a Ruben?


—Más o menos —admitió él—, pero Ruben bajó por el cable.


—¿Cómo decidisteis quién bajaría?


—Piedra, papel, tijera —dijo Pedro—. Perdí yo.


Ella le apretó más la mano y sonrió en la oscuridad. Le gustaban los héroes que mantenían sus actos en secreto.


—Sigues sin contarme lo que hiciste hoy —insistió él.


—Y tú también.


Pedro se rio entre dientes.


—No hice gran cosa. Estuve paseando por el pueblo. Le llevé la comida a mi padre, pero estaba demasiado ocupado para comer, así que me marché y volví a casa. Traté de cambiar algunas macetas, pero no se me da bien hacerlo con un brazo.


—Si no estuviera en casa de la señora Wingate, ahora estarías visitándolas a ella y Lucia, ¿verdad? —preguntó Paula en voz baja.


—Es muy probable. —La besó en el cuello, acariciándole la cálida piel con los labios.


—Cuando regreses... —Paula no era capaz de pensar teniendo él su boca en el cuello.


—¿Sí?


Paula tomó aire.


—Cuando regreses de Miami creo que deberíamos ser más normales.


—¿Normales? —Pedro se apartó—. ¿Te refieres que podré presentarte como mi novia a los demás?


—¿No crees que deberíamos esperar hasta que nos veamos mutuamente, antes de adquirir un compromiso tan serio como el de novios?


Pedro le subió la mano por el hombro, le enredó sus largos dedos en el pelo, y le volvió la cara hacia él. La besó lenta y suavemente.


Paula sintió que su cuerpo cedía ante el de Pedro. El aire frío de la noche, el sonido del agua y la calidez de Pedro, lo dulce que sabía, todo hizo que quisiera darse la vuelta completamente hacia él. Deseó que se quitaran mutuamente la ropa, descubrieran totalmente sus cuerpos y hicieran el amor sobre la manta.


—Paula —le susurró contra los labios.


—Tengo que irme —dijo ella, y se apartó de él.


Él respondió con un gemido.


Paula se movió para no seguir tocándole. Necesitaba pensar en cosas más corrientes y calmarse.


—Estarás de vuelta el domingo.


Pedro tardó un rato en contestar.


—Sí. Al día siguiente de la fiesta.


—¿Fiesta? Ah, te refieres a la de Ruben. Casi me había olvidado.


Pedro le cogió la mano.


—Paula, no tengo ningún derecho sobre ti. Si tú y Ruben queréis empezar a salir, no me interpondré en vuestro camino.


Paula sabía que su declaración era muy políticamente correcta y que era lo que debía decir, aunque en parte deseó que hubiera declarado que mataría a un dragón por ella... que en el caso concreto que les ocupaba era otro hombre.


Sacudió la cabeza para aclararse las ideas. No había dragones y no había nada sólido entre ella y aquel hombre.


—Es muy amable por tu parte —dijo—, mientras se levantaba—. Creo que debería volver ya. Si Lucia ve que he desaparecido, se inquietará.


—¿Lucia? —preguntó Pedro, levantándose—. ¿No la señorita Livie?


—Ella se muestra... —Paula titubeó. Después de todo, él era amigo de la mujer.


—¿Distante? ¿Como si una parte de ella viviera en otro mundo?


—Exacto. —Cuando Pedro le cogió la mano, sonrió.


Pedro la besó en la palma, y empezó a guiarle por el bosque.


—La señorita Livie no ha tenido una vida fácil, y no habla mucho de sí misma a los demás.


—Salvo a ti.


—Ella y yo hemos pasado mucho tiempo juntos. Pero tú y Lucia habéis hecho buenas migas, ¿no?


—Es una mujer interesante —respondió, y durante el resto del camino le habló de las horas que había pasado con Lucia y sus máquinas de coser—. Ver lo que podía hacer me hizo desear haber estudiado más sobre el arte de las fibras.


—Aún no es demasiado tarde.


Y cuando lo dijo, aumentó la presión ligeramente sobre su mano, y Paula supo lo que le estaba pasando por la cabeza.


—Tal vez debiera volver a la facultad y aprender cómo hacer unos edredones fabulosamente artísticos en casa.


—A mí me parece bien —dijo él, sujetándole la mano con fuerza.


—Buen intento —dijo ella—, pero no, gracias.


Paula se dio cuenta por la hierba que pisaba que estaban cerca de la casa de la señora Wingate. Sabía que era tarde y que tenía que entrar, aunque no deseaba dejar a Pedro. Su intuición le decía que esa sería su última noche secreta juntos. Al día siguiente, él tomaría un avión y estaría fuera varios días. Cuando regresara, sabía que se verían y que se convertirían en una «pareja» como todas las demás, salvo por que ella se marcharía al final del verano.


Dejó de caminar y se volvió hacia él.


—Te deseo que tengas un buen viaje y...


Se interrumpió porque Pedro la atrajo hacia él y dejó caer la boca sobre la suya con toda la pasión que ella estaba sintiendo. Sus lenguas se tocaron, y Paula inclinó la cabeza como si tratara de acercarse más y más a él.


Deseó hundirse dentro de él, abandonarse al momento. No quería dejar a ese hombre y aquella noche jamás. El aire, los sonidos, los olores y estar tan cerca de aquel hombre, sintiendo su fuerza, su calidez, todo se unió para hacerla desear que aquello no acabara nunca.


—¿Cuál es tu número de móvil? —preguntó Pedro, mordisqueándole la oreja.


—¿Qué? —Paula no entendió lo que decía. Todo su cuerpo parecía una masa de deseo.


Pedro apartó la cabeza.


—Que cuál es tu número de móvil, por si te puedo llamar.


Paula no pudo evitar soltar una carcajada.


—Aquí me tienes, pensando que este es el momento más romántico de mi vida, y las dulces palabras que me susurras son: «¿Cuál es tu número de móvil?»


Pedro la atrajo de nuevo hacia él.


—¿Quieres dulces palabras? —Le puso los labios en la oreja—. Paula, nunca he deseado a una mujer tanto como a ti. Me gusta todo lo tuyo, desde el tacto de tu cuerpo contra el mío hasta el olor de tu pelo. Pero lo que más me gusta eres «tú». Disfruto de tu humor, de la tranquilidad de hablar contigo, de tu espíritu aventurero. Me gusta lo amable que eres con las dos mujeres, y la facilidad con que dices que ayudarás a mi sobrina. Incluso me gusta que mi prima Karen se convierta en guerrera cuando cree que podrían hacerte daño. Engendrar una amistad así dice mucho en tu favor.


La besó en el cuello.


—Paula —susurró—. No quiero asustarte, pero creo que estoy...


Ella se apresuró a besarle.


—No lo digas.


—De acuerdo —respondió Pedro—. No lo complicaré, y tú puedes seguir creyendo que no soy más que un tío de pueblo que está embelesado con una chica de la gran ciudad.


Cuando se apartó, le soltó la mano.


Paula le gritó su número de teléfono. Cuando empezó a repetirlo, él le dijo que lo recordaría siempre. Ella regresó riendo a la casa.







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