sábado, 26 de marzo de 2016

CAPITULO 38 (PRIMERA PARTE)



Ramon regresó aquella noche con el coche lleno de provisiones —la mayoría innecesarias—, y pareció que el mal humor por fin le había abandonado. Hizo salir a Paula de la cocina y empezó a recubrir la pesca de Pedro con una gruesa capa de sal.


—Es un buen cocinero cuando quiere —dijo Pedro.


Tuvieron una cena agradable, en la que Ramon les hizo reír con las cosas que había visto aquel día en Edilean.


Después de esa noche, se sometieron a una rutina amistosa. 


Paula y Noelia tenían encomendado el desayuno, mientras que Pedro se encargaba de la comida.


—Si a sacar las cosas del frigorífico lo llamas preparar la comida... —le decía Ramon.


La cena era cosa de Ramon, y aprovechaba la ocasión para demostrar sus habilidades culinarias. En la parte trasera había un viejo congelador horizontal lleno de carne y verduras.


—Equivocaste tu vocación —le dijo Paula mientras se comía un muslo de pollo marinado con una salsa secreta—. Deberías haber sido cocinero.


—¿Y estar enjaulado en la cocina toda la noche? —le dijo Pedro—. No conoces bien a mi primo. Le gusta estar en medio del fregado, entreteniendo a la gente con su verborrea.


Paula miró a Ramon, no sabiendo muy bien cómo se iba a tomar aquel comentario, pero el hombre se echó a reír.


—¿Y por qué habría de perder la oportunidad de compartir mi grandiosa sensatez? El mundo me necesita.


La carcajada fue generalizada.


Durante el día, Pedro, Paula y Noelia salían de excursión. Pedro y Noelia se conocían todos los senderos de los alrededores de la cabaña, y querían enseñárselos a Paula. Pedro pescaba a veces, pero algunos días se estiraba sobre una manta y dormitaba.


Paula pintaba todo lo que veía, incluidos Noelia y Pedro. Su bloc de dibujos estaba lleno a rebosar, y entre sus fotos y las que hacía Noelia, llenó un disco digital entero.


Por la noche, Paula y Pedro hacían el amor. Se escabullían fuera de la cabaña a la luz de la luna y juntos daban rienda suelta a todo el deseo contenido durante el día. Había una primera explosión, rápida e impetuosa, espoleada por el mutuo deseo de tenerse. Luego, seguían más lentamente, tomándose su tiempo en tocarse y acariciarse.


Al terminar, se tumbaban abrazados y hablaban del día.


—¿Crees que a Ramon le importa que le estemos haciendo perder el tiempo para escribir? —preguntaba Paula.


—¿De qué os andabais riendo como tontas tú y Noelia esta tarde? —preguntaba él.


Al cuarto día, empezó a llover con fuerza y se quedaron en la cabaña, a consecuencia de lo cual los cuatro se instalaron en una vida doméstica y tranquila. Pedro se había llevado algunas revistas médicas, así que se sentó en un extremo del sofá a leer. Paula ocupó el otro extremo, entrelazó los pies con los de él y dibujó. Noelia se construyó un nido en uno de los grandes sofás. Colocó sus muchos animales y muñecas formando un semicírculo, se metió dentro de espaldas, se hizo un ovillo y se puso a leer un libro de aventuras de ciencia-ficción. Ramon se sentó en el sillón situado enfrente de ella y leyó una novela de ciencia ficción.


Paula no pudo reprimir sonreír ante lo apacible de la escena; era como si estuviera con su padre y su hermano cuando era pequeña. Si su padre estaba ocupado, eran una familia muy tranquila. Pero después de que Graciela entrara en sus vidas, la paz se había esfumado.


Después de comer, la lluvia arreció. Noelia se fue al dormitorio para, según dijo, darles un descanso a sus muñecas. Paula fue más tarde a ver cómo le iba, y la encontró dormida. Regresó al sofá.


—¿Qué estás dibujando? —le preguntó Pedro—. ¿Algo para Karen?


Paula le miró y sonrió; conocía esa mirada de Pedro. Si Ramon no hubiera estado sentado allí, a esas alturas ninguno de los dos tendría algo de ropa encima.


—En realidad —respondió—, estoy diseñando un conjunto para que Noelia lo lleve a la fiesta de cumpleaños de su prima.


—Eso está bien —dijo él—, porque este año es un pase de modelos.


Paula bajó el bloc de dibujo y le miró fijamente.


—¿Un pase de modelos? ¿De qué estás hablando?


Pedro bajó su revista médica y se estiró.


—Se refiere —dijo Ramon cuando se levantó para atizar el fuego— a que esas fiestas que Savannah organiza para su hija son unos espectáculos dignos de Versalles.


—No están tan mal —dijo Pedro—. Aunque sí que son espectaculares. —Paula estaba esperando una explicación—. Todos los años, por el cumpleaños de Rebeca, Tyler, su padre, costea la fiesta que se le haya ocurrido a su esposa. Dura dos días, y asisten montones de niños y adultos. Savannha la organiza y...


—Y Tyler las paga —añadió Ramon. No parecía tan fascinando con las fiestas como Pedro.


—Eso es problema suyo —dijo Pedro—. Mira, a mí me alegra que siempre inviten a Noelia a quedarse a dormir, aunque me parece que ella y Rebeca no son amigas en el colegio. Pero Rebeca es una buena chica.


Paula se abstuvo de comentar esta última afirmación.


—¿Y qué es lo que se pone Rebeca? —preguntó.


—No tengo ni idea —respondió Pedro, y Ramon se encogió de hombros.


—¿Y es posible que su madre la lleve a Nueva York dos veces al año para comprarle ropa?


Pedro esbozó una sonrisa.


—Si me dijeras que Savannah se va a París a encargarle la ropa a Rebeca, no me sorprendería. Tyler no para de quejarse de lo mucho que gasta.


—Si el dinero no le viniera de familia, a esas alturas estaría en la quiebra —apostilló Ramon.


—¿Y qué clase de fiestas ha dado? —preguntó Paula mientras volvía a su dibujo.


—El año pasado contrató a una gente de circo —dijo Pedro—. Instalaron un trapecio, y las niñas hicieron piruetas sobre una cama elástica.


—¿Y qué tal se lo pasó Noelia?


—De fábula —le aseguró Pedro. Su manera de sonreír delataba que tenía un secreto.


—De fábula no se compadece con lo que yo oí.


—Bueno —dijo Pedro, y en su voz había un dejo de orgullo—. Rebeca se golpeó con el borde la cama elástica. De no haber sido por la rapidez mental de Noelia, es más que probable que se hubiera caído por el lateral. Probablemente la salvara de romperse uno o dos huesos. Gracias a Noelia, Rebeca salió del trance solo con unos cuantos cardenales.


—¿Y qué hicieron las demás niñas cuando ocurrió eso? —preguntó Paula.


—Se quedaron paralizadas de terror; es lo que me contaron —terció Ramon.


Pedro asintió con la cabeza.


—Las niñas se quedaron de una pieza, pero es que todo ocurrió muy deprisa. Noelia solo... —Su voz se fue apagando, aunque el orgullo que sentía por su sobrina quedó patente.


Paula pensó que no era extraño que Rebeca odiara a Noelia. 


Noelia era más guapa e inteligente, y reaccionaba con rapidez ante una emergencia. A Paula le habría encantado contarle a los dos hombres la verdad sobre la pequeña Rebeca, pero no podía traicionar la confianza de Noelia. Miró a Pedro.


—¿Te avisaron por el accidente?


—Sí —dijo él—. ¿Por qué?


—No recordarás por casualidad lo que Noelia llevaba puesto cuando llegaste allí, ¿verdad?


Pedro se quedó en blanco, pero entonces se le iluminó el rostro.


—En realidad, sí. Llevaba un maillot con Mickey Mouse en la parte delantera. Me acuerdo porque me reí de que fuera dos tallas menor que la suya. Cuando llegamos a casa, hizo que me conectara a internet y le pidiera uno nuevo. ¡Sin ningún dibujo animado estampado!


Paula tuvo que morderse la lengua para evitar decir algo. 


Estaba dispuesta a asegurar que Rebeca se «olvidó» de decirle a su prima que tenía que ir a la fiesta con un maillot, y que a Noelia le dieron alguno viejo. Menuda humillación debió haber sido tener que ponerse un conjunto de Mickey Mouse que además era demasiado pequeño para ella.


—Y este año hay un pase de modelos, ¿no? —preguntó Paula.


—Sí —dijo Pedro—, y me olvidé de comentárselo a Noelai. Pero no tenemos que preocuparnos de nada. Savannah me dijo que ellas van a proporcionar la ropa. Son de las tiendas locales, y han invitado a muchas niñas a participar en el pase. Estará allí prácticamente todo el pueblo. Savannah me preguntó si me importaría ser el maestro de ceremonias.


—¿Y te pondrías el esmoquin? —preguntó Paula, esforzándose al máximo en poner cara de póquer.


Pero no consiguió engañarle.


—Paula, ¿qué sucede?


—Nada que nosotras, las mujeres, no podamos manejar.


A la mañana siguiente, después del desayuno, Paula llevó a Noelia al dormitorio que compartían y le contó que ese año la fiesta de cumpleaños de Rebeca iba a consistir en un pase de modelos. La preciosa cara de Noelia se descompuso en el acto; parecía a punto de echarse a llorar.


—¿Crees que Rebeca te dará algún disfraz de Shrek para que te lo pongas? —Trataba de hacerla sonreír, pero no dio resultado.


—Sí —dijo Noelia—. Me dará la ropa más fea que encuentre.


—Se me ocurre una idea —dijo Paula—. ¿Y si apareces con tu propia ropa? Y no me refiero solo a ropa hecha a medida para ti, sino con tu propia línea de ropa.


La niña la miró como si se hubiera vuelto loca.


Paula se sentó a su lado en la cama y abrió el cuaderno de dibujo.


—Son solo unos bocetos aproximados, pero cogí tu idea de ser una estudiante francesa de intercambio y la desarrollé. Se me ocurrieron algunas posibilidades. —Fue pasando las hojas para enseñarle lo que tenía en mente. Había una americana con unos botones negros enormes. Estaba fruncida por delante y lisa por detrás. Paula la había
dibujado sobre una falda negra lisa, con medias y zapatos negros. Llevaba una boina negra. El siguiente era un sencillo vestido azul marino con el corpiño y las mangas ribeteadas en negro. También había un vestido de noche color melocotón con el cuello cuadrado y la cintura alta.


Toda la ropa era sencilla y muy elegante. No se parecía en nada a lo que solían llevar las niñas, una capa de ropa encima de otra que aparentemente no pegaban ni con cola.


—¿Qué te parecen? —le preguntó Paula.


—Me encantan. ¿Pero...? —No parecía saber qué preguntar—. ¿Cómo...?


—Lucia —le dijo Paula—. Le diré a Lucia que te los haga. Y yo la ayudaré a cortarlos, y a lo mejor Pedro puede... —Agitó la mano—. Puede darnos apoyo moral. Y... redoble de tambores, por favor... —Pasó la hoja para enseñarle un rectángulo donde, escrito con una peculiar letra cursiva, aparecía escrito: El ropero de Noelia.


—¿Y eso qué es?


—Tu etiqueta. Puedes ponerle el nombre que quieras, pero vi un sitio en internet que nos harán las etiquetas y nos las enviarán. Las coseremos en el dorso de la ropa. Serán exclusivamente tuyas. Nadie más en todo el planeta tendrá algo parecido.


Noelia agarró el cuaderno de dibujo un momento mirándolo de hito en hito, a todas luces sin entender de qué estaba hablando Paula, pero aun así contagiada de su entusiasmo.


—¿Te gustaría que los revisáramos de nuevo? —preguntó Paula.


—Ay, sí —dijo Noelia, que cogió un puñado de muñecas y osos en los brazos y se puso cómoda para escuchar.








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