sábado, 26 de marzo de 2016
CAPITULO 40 (PRIMERA PARTE)
Cuando Pedro llegó al coche con las bolsas de las compras, su móvil zumbó. Era un correo de Juan Chaves, y Pedro dudó: o el hombre le habría puesto a caldo o... En realidad, a Pedro no se le ocurrió ninguna otra alternativa.
Pulsó la tecla y leyó: «Mi Pau necesita a su familia y sus pinturas. Yo estoy harto de estar aquí. ¿Su insignificante pueblucho no necesitará una ferretería? Envíeme más fotos de Lucia.»
Pedro leyó el mensaje tres veces antes de asimilarlo, y entonces apoyó la espalda en el coche y se echó a reír. Si Juan Chaves quería fotos de Lucia, le enviaría todas las que pudiera, incluidas las radiografías de pecho de la mujer.
Volvió a entrar en la tienda.
—¿Llevas tu cámara encima? —preguntó a Paula—. ¿Y el cable ese para conectarlo al móvil?
—Sí —Ella le miró con frialdad mientras sacaba la cámara del bolso—. ¿Sucede algo? Pareces extremadamente complacido contigo mismo.
—Es porque Noelia se lo va a pasar muy bien. Me sabe mal no haberme dado cuenta nunca de lo terribles que han debido de ser esas fiestas para ella. Súmale mi irresponsabilidad con la casa de muñecas, y verás que tengo mucho que expiar. —Lo que estaba diciendo era bastante triste, y sin embargo mostraba una sonrisa esplendorosa. De hecho, ni los ganadores de la lotería sonreían tan abiertamente.
—¿Por qué hablas tan deprisa? Y no sientes ninguna culpa por la casa de muñecas. Lo que quieres es que me tire aquí un año trabajando en ella. ¿Qué está pasando? —preguntó Paula.
—Pues, esto... tengo... tengo que llamar a Ramon. —Se alejó para que Paula no pudiera ver la sonrisa que no podía borrar de su rostro. Salió de la tienda, y Ramon contestó al primer tono.
—¿Ya me echas de menos? —preguntó Ramon.
—¿Sabes ese lugar de tu propiedad en McTern Road?..
—¿Cuál?
—El que era una fábrica de ladrillos.
—Sí, hace cien años.
—¿Está en buen estado? —preguntó Pedro.
—¡Carajo, no! Se está cayendo a cachos. Si lo quieres comprar, te lo dejaré barato.
—Haz que Rams redacte los documentos —dijo Pedro.
—¡Caray! ¿Y para qué quieres ese viejo lugar?
—El padre de Paula piensa abrir una ferretería en Edilean.
—¿Desde cuándo? —preguntó Ramon.
—Desde que le envié un correo electrónico hace diez minutos.
—¿Se va a quedar Paula en el pueblo a arreglar motosierras?
—No lo sé —dijo—. Solo intento ponerle las cosas fáciles para que se quede. Deja la ropa en mi casa, ve luego a ver a Rams y haz que redacte los documentos. Mejor aún, ve primero a ver a Rams. ¿Entendido?
—A la orden, señor —dijo Ramon—. Y claro que me gusta hacer de alcahuete, no te preocupes.
—Te da un respiro de tanto escribir, así que ¿de qué te quejas?
—Buena observación —dijo Ramon, y colgó.
Pedro volvió a entrar en la tienda e hizo doce fotos, todas con Lucia en el centro. Quiso sacar más, pero las mujeres le hicieron parar.
—Esta noche —le dijo Paula en un susurro—, cuando estemos en la cama, me vas a contar qué estás tramando.
Pedro se limitó a sonreírle, e hizo una foto de Lucia, que estaba levantando una tela rosa transparente que tenía adheridas unas pequeñas piedras de strass. Salió de la tienda para enviar a Juan Chaves las seis mejores fotos.
«Soy dueño de una vieja fábrica de ladrillos —escribió, falseando un poco la verdad—. Necesita arreglos. Con plazas de aparcamiento. Al borde de la carretera de Williamsburg. Costearé la remodelación.»
No habían pasado ni diez minutos cuando llegó la contestación. «Envíe datos personales de Lucia y más fotos.
Y también una del edificio. ¿Es usted unos de esos horribles novios de Pau?»
Entró de nuevo en la tienda y le pidió a Paula que le hiciera una foto con Noelia.
—¡Pedro! —dijo ella—. No sé qué te traes entre manos, pero ahora no tengo tiempo para esto. Tenemos...
La besó en cuello de aquella manera que sabía que a ella le gustaba tanto.
—Por favor —le susurró.
Paula suspiró.
—Yo os haré una a los tres —dijo Lucia—. Poneos ahí.
Pedro cogió en brazos a su sobrina y se inclinó hacia Paula, con Noelia entre los dos. Ni Paula ni Noelia estaban sonriendo; querían volver a las telas.
—Pensad en las caras de las chicas McDowell cuando Noelia camine por la pasarela —dijo, y ambas sonrieron sinceramente.
Pedro le quitó la cámara a Lucia y salió corriendo de la tienda. Era una buena foto. Pero, por segunda vez en su vida, le preocupó su cara. ¿Sería lo bastante guapo para complacer a Juan Chaves? ¿O demasiado guapo? Un tipo que regentaba una ferretería podría pensar que era demasiado «bonito».
—No puedo evitar tener la cara que tengo —dijo en voz alta, y empezó a escribir: «Con mi sobrina. La familia que espero tener.»
Y envió la foto.
Esa vez la respuesta del señor Chaves tardó unos veinte minutos, y Pedro estaba seguro de haber estado conteniendo la respiración todo el rato. «Pau parece feliz. No le diga nada. Estaré ahí después de aclarar este extremo. Haré la remodelación. Envíe más de Lucia.»
Pedro apoyó la espalda en el coche y dejó salir el aire. «Quizá —pensó—, solo quizá...»
—¡Pedro! —Le gritó Paula desde la puerta de la tienda—. Necesitamos tu ayuda.
Cuando llegó junto a ella, Paula le dijo:
—Esta noche me vas a contar qué es lo que pasa contigo.
—Salvo que sea capaz de distraerte —dijo Pedro de manera que pudiera oírle.
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