lunes, 28 de marzo de 2016

CAPITULO 44 (PRIMERA PARTE)





Cuando se despertó al lado de Pedro, pensó que era excelsamente feliz. Así era como se sentía... y eso la llenó de zozobra.


Como siempre, estaban enredados el uno con el otro, hasta el punto de que era difícil decir dónde empezaba una persona y terminaba la otra. Tenía el brazo de Pedro bajo el cuello, y tras besarlo, se lo bajó un poco. Pedro respondió en sueños apretándole la pierna con la suya.


Habían pasado dos semanas desde el desfile de modas y por fin había tenido tiempo de terminar las pinturas para Karen. 


La noche anterior había cenado en casa de su amiga, y se las había entregado.


Las seis primeras acuarelas, las que iban con las joyas cuyas fotos le había enviado Karen, eran de las orquídeas salvajes de Pedro. Había hecho una composición en la que las joyas se destacaban sobre los colores crema de las exóticas flores.


Con toda la sutileza de la que fue capaz, había dibujado a Pedro o a Noelia en el fondo de sus pinturas. Los mostraba más como sombras que como personas de carne y hueso, solo ligeramente insinuados a lo lejos.


Las segundas seis eran todo lo contrario. Tanto Pedro como Noelia estaban en primer plano, mientras que las joyas surgían, imprecisas, al fondo.


Paula había estado observando atentamente la expresión de Karen mientras su amiga miraba la segunda tanda de pinturas. 


Eran las que tenían que inspirar a Karen para diseñar unas joyas a juego con ellas. ¿Pero qué podría hacer con un hombre o una niña? ¿Uno de aquellos horribles anillos rosáceos, como los de hombre, que a la mayoría de las mujeres no les gustaba lucir?


Karen se había cuidado de no dejar traslucir ninguna emoción mientras miraba los dibujos, y a Paula se le cayó el alma a los pies.


Karen se había levantado de la mesa, y tras coger una carpeta de piel se la había entregado a Paula.


—Anda —dijo—, mira dentro.


Paula desató las cuerdas lentamente. Casi había tenido miedo de lo que iba a ver. ¿Se había cansado Karen de esperar a que terminara sus pinturas y había contratado a alguien más para que las hiciera? De ser así, Paula lo habría entendido.


Sacó un dibujo. Karen jamás se había interesado en las clases de dos dimensiones a las que había tenido que asistir en la facultad para obtener los créditos requeridos. Al igual que Sofia, a Karen le interesaba el arte en tres dimensiones, concretamente la joyería. El dibujo era un boceto aproximado, aunque Paula reconoció lo que representaba: una pulsera preciosa.


Lo que tenía de insólito era que los dijes estaban relacionados con la historia del siglo dieciocho de Edilean, e incluso con El ropero de Noelia.


—¿Qué es...? —había preguntado Paula, con los ojos como platos—. ¿Cómo...? —Empezó a revisar los demás dibujos. Había más dijes, que podían colocarse en collares, pulseras, ajorcas y pasadores de pelo.


—Tu pase de modelos me sirvió de inspiración —dijo Karen.


—Ni siquiera te he preguntado si lo habías visto —dijo Paula—. Oh, Karen, soy tan mala...


—¡No lo digas! —le conminó su amiga—. Tu creatividad, tu entusiasmo, toda tú has encendido un fuego debajo de este pueblo.


—No me lo puedo creer —dijo Paula—. Solo pretendía ayudar a Noelia.


—Y paraste a una déspota.


—¿Te refieres a Savannah? —preguntó Paula, sonriendo.


—Sí, claro. Sus fiestas exclusivas han provocado muchas lágrimas aquí. ¿Sabes qué está haciendo ahora?


—No me lo imagino.


—Está intentando que Rebeca sea admitida en el Club de las Triunfadoras.


Paula abrió los ojos de par en par.


—Pero si eso se lo inventó Pedro. O Ramon. No existía antes del desfile.


—Ya lo sé —dijo Karen—, pero nadie del pueblo se lo va a contar. De hecho, me he enterado de que la madre de la tímida Kaylin le dijo a Savannah que su hija hacía tres años que era miembro del club.


Paula se echó a reír.


—¿Y qué es lo que está haciendo Savannah para conseguir que admitan a su hija en el club?


—Ha contratado a un orientador universitario.


—¡Pero si Rebeca tiene nueve años!


—Y no para de defenderse de su madre a cada paso.


Ambas se habían echado a reír. Karen les había servido más vino a la dos mientras Paula miraba los demás dibujos. Karen no solo había adivinado con exactitud que sus pinturas no solo versarían sobre una niña, sino que también lo harían sobre Pedro. Sus últimos tres diseños eran de tres collares sencillos; lo que los hacía extraordinarios eran las piedras de colores de diferentes tamaños.


—¿Te parece que el rostro de Pedro puede vender estas? —preguntó Karen.


—A mí me lo vendería todo —confesó Paula. Y como Karen guardara silencio, miró a su amiga—. De acuerdo —dijo—, suéltalo.


—No es asunto mío —replicó Karen—. Quiero a Pedro desde el día que nací. Son incontables las veces que me ha llevado a caballito. Le he cubierto de flores. A cualquier sitio del mundo que vaya, busco los encurtidos más raros para traérselos. Es un gran tipo lo mires como lo mires.


—Bueno, ¿y cuál es el problema?


—¿Qué vas a hacer ahora que has terminado estos dibujos?


Paula sabía adónde quería ir a parar su amiga, pero no quería admitirlo.


—Voy a hacer lo que vine a hacer a este pueblo. Pintaré algo que espero exhibir y vender en Nueva York. Igual que tú vendes tus joyas.


—Vale —dijo Karen—, si quieres ignorar lo que está pasando entre tú y Pedro, tienes todo el derecho.


Pues claro que quería ignorarlo. No quería pensar en lo mucho que disfrutaba estando con él. El lunes siguiente al pase de modelos, Pedro había vuelto al trabajo. Él y Ruben habían confeccionado un horario por el cual Pedro atendería las visitas de la mañana y Ruben se ocuparía de las de la tarde. Pero había sido un acuerdo difícil de alcanzar. Ruben había señalado que no había ninguna verdadera razón para que su primo no se encargara de todo... aparte del hecho de querer estar con Paula.


Cuando Pedro había vuelto de ver a Ruben el domingo por la noche, fue la primera vez que le había visto enfadado. Su habitual carácter desenfadado había desaparecido, dejando paso al malhumor. Había querido que hablara con ella, pero como había sospechado que haría, le dijo que todo iba bien y se negó a hablar del asunto.


Al principio Paula no dijo nada, comportándose como si realmente a Pedro no le pasara nada, pero su enfado no parecía más que aumentar. Paula sabía que tenía que sacarlo todo fuera, pero no sabía cómo accionar la válvula de escape.


Después de hora y media de estar observando cómo se encerraba cada vez más en sí mismo, decidió correr el riesgo. Se puso de lado de Ruben. Así que como quien no quiso la cosa, le dijo que Ruben tenía razón, que Edilean no era asunto suyo y que Pedro le había apartado de las importantes tareas que le reclamaban por el mundo adelante para hacer recetas de somníferos.


Pedro la había mirado boquiabierto.


—Si es así como lo ves —había dicho.


—¿Y de qué otra manera se podría ver? —le había preguntado con toda la inocencia que fue capaz de fingir.


Él no había dicho nada; solo se levantó y se metió en el dormitorio.


Paula había suspirado; su experimento parecía haber fracasado. ¿Y cómo iba a conseguir ahora que Pedro le hablara?


Un segundo más tarde, él había vuelto al salón, y su ceño había sido sustituido por una expresión de cólera en toda regla.


—¿Por qué son más importantes las enfermedades de la gente de otros países que el cáncer del marido de la señora Norton? Llevan casados sesenta años. ¿Cómo se las va a arreglar sin él? La señora Norton es tía abuela de Ruben, y en 1953 se lanzó a un estanque helado para sacar al pequeño Arnold Aldredge de seis años (el padre de Ruben) de debajo del hielo. Si no hubiera tenido el valor de hacer aquello, Ruben no habría nacido. ¿Qué problema hay con que nuestro querido Ruben se quede en Edilean durante el resto del verano para ayudar a las personas que le quieren? —Pedro la había mirado con furia.


—Estoy de acuerdo —había respondido ella en voz baja.


—Pero si acabas de decir... —su voz se fue apagando. 


Cuando por fin se dio cuenta de lo que ella había pretendido, se sentó a su lado en el sofá y la atrajo para que le pusiera la cabeza en el hombro.


—Odio las peleas —dijo.


—Lo sé—dijo ella—. Me lo imaginé. Cuéntame qué pasó.


Pedro había tardado unos segundos antes de empezar a hablar sobre la discusión que había mantenido con Ruben.


—La verdad es...


—Deja que adivine —dijo Paula—. Laura Chawnley está en el origen de todo.


—Exacto. —Pedro suspiró—. Ruben no admitirá su temor a verla de nuevo. Lo encubre todo con esa palabrería suya sobre salvar al mundo y con que le traje aquí con falsas excusas. Esgrime todo lo que se le ocurre para dejar de ayudar en la consulta. Quiere marcharse de Edilean lo antes posible, antes de que se tropiece accidentalmente con Laura en alguna calle.


Paula había escuchado, y por la mañana llamó a Karen.


—Tenemos que arreglar lo de Ruben —le dijo.


Karen había sabido inmediatamente a qué se refería.


—No podría estar más de acuerdo —había dicho, y entre las dos trazaron un plan.


Esa tarde Paula y Karen invitaron a Ruben a comer al pequeño bar donde Pedro le había dejado un libro a hurtadillas a Paula. Las dos jóvenes bromearon y se rieron con Ruben, halagándole tanto que el hombre empezó a hablar largo y tendido sobre lo que había hecho en su vida y lo que quería hacer.


A la una y media, como hacía todos los martes, una mujer entró con sus tres niños pequeños. Era la primera vez que Paula veía a la mujer que le había roto el corazón a Ruben siete años antes. Laura era una mujer guapa, aunque no de las que uno miraría dos veces. En las últimas semanas, Paula había empezado a pensar que probablemente Laura conocía a Ruben mucho mejor de lo que se conocía él a sí mismo. Era muy posible que le hubiera hecho un favor a Ruben. Por su paciencia a la hora de tratar a sus revoltosos hijos, parecía estar haciendo lo que deseaba hacer. ¿Se había dado cuenta que bajo la apariencia de pueblerino de Ruben anidaba una naturaleza inquieta? ¿Se había alejado de él antes de que la verdadera naturaleza de Ruben aflorara y empezara a tratar de convencerla de que lo acompañara en su vida de trotamundos?



Cuando Laura vio a Ruben, tenía un bebé en la cadera, otro agarrado a la pierna y un tercero que trataba de trepar a la ventana. La mujer se quedó paralizada, con la taza en la mano, y lo miró de hito en hito.


Ruben, que estaba en pleno relato de una de sus aventuras en el Amazonas, levantó la vista hacia ella pero no dejó de hablar.


—Fue la cosa más asquerosa que he probado en mi vida —estaba diciendo—, pero si no la hubiera bebido habría ofendido al hombre, así que contuve la respiración y... —Entonces se interrumpió, levantó la vista hacia Laura y la reconoció.


Paula y Karen observaron su cara para ver cómo reaccionaba. Extrañamente, parecía confuso.


—Ruben —había dicho Laura—, ¿qué tal estás?


—Muy bien —respondió él—. ¿Y tú?


La mujer sonrió.


—Agotada, pero... feliz. Me enteré que estabas ayudando al doctor Pedro en su consulta durante el verano.


Paula y Karen contuvieron la respiración mientras esperaban la respuesta de Ruben. Justo la noche anterior este le había dicho a Pedro que no se iba a quedar en el pueblo, que no iba a seguir ayudando en la consulta.


Ruben se recostó en la silla, y dio la sensación de ser un hombre profundamente aliviado. Le dedicó una sonrisa a Laura que podría haber derretido a cualquier mujer.


—A tiempo parcial solo —dijo—. El amigo Pedro me quitó a Paula, aquí presente, y quiere estar con ella, así que me toca sustituirle. ¿Por qué no traes a tus hijos para que les haga un reconocimiento? Invita la casa. Por los viejos tiempos.


—Sí —dijo Laura—. Lo haré. ¿Te veré el domingo en la iglesia?


—En la tercera fila, como siempre.


Laura le sonrió de nuevo, llamó a su hijo, y se fueron todos del bar.


Ruben mantuvo la mirada fija al frente mientras terminaba su café.


—¿Habéis conseguido lo que queríais, entrometidas? —les preguntó, sin mirar a ninguna de las dos.


—Creo que sí —dijo Karen alegremente—. ¿Y tú, Paula?


—Justo lo que esperaba.


Ambas se sonrieron orgullosamente.


—Líbrame de las aldeas —masculló Ruben mientras dejaba el dinero en la mesa—. ¿Hemos terminado aquí?


Paula miró su reloj.


—Pedro está esperando a que le sustituyas a la una y media. Vamos a ir los dos a la Punta. —Cuando Ruben la miró con sarcasmo, enrojeció—. A pintar —añadió.


—Y voy yo y me lo creo.


Los tres se levantaron, y Ruben les echó un brazo por el hombro a cada una.


—Os habéis inmiscuido en algo que no era asunto vuestro. —Guardó silencio—. Pero, gracias. —Les dio un beso en la mejilla y bajó los brazos—. Ahora, largaos y dejadme en paz. Se acabó el arreglarme la vida.


—Hasta la próxima vez que necesites un arreglo —dijo Karen, saliendo por la puerta a toda prisa detrás de Paula.


Desde el pase de modelos, las dos habían pasado mucho tiempo en mutua compañía. Habían cenado juntas dos veces, y Paula le había contado a su amiga toda la historia que se escondía tras el desfile, mientras que Karen le había hablado de las esperanzas que tenía depositadas en sus joyas. Y el buen recibimiento que Karen le había brindado a la pintura había estrechado aún más los lazos que las unían... aunque las preguntas de Karen sobre Pedro habían inquietado a Paula.


En ese momento miró a Pedro.


—¿Qué hago? —dijo en voz alta, y Pedro, cuyo hermoso cuerpo rodeaba el suyo, se volvió de costado.


—¿Sobre qué? —preguntó él con la ronquera del sueño. La atrajo hacia él y le acarició el cuello con el morro.


—Anoche Karen me preguntó qué es lo que iba a hacer, ahora que el pase de modelos ha concluido y he terminado las pinturas para la publicidad.


—Podíamos ir a pasar unos días a la cabaña de Ramon y...


—Tú tienes que trabajar.


Pedro la estaba besando en el cuello, bajándole la mano por el cuerpo. Paula sabía muy bien cuáles eran las intenciones de Pedro.


—Hoy no tengo que trabajar —dijo él—. Ruben se queda a cargo.


—¿Por qué?


—Porque tengo una sorpresa que darte, por eso.


La sorpresa la hizo recelar un poco. No habían hablado de su marcha ni de su trabajo de Nueva York desde el desfile de modelos.


—¿Qué clase de sorpresa?


Él le besó la nariz.


—Nada siniestro, te lo aseguro. —Pedro vio que Paula no estaba para juegos. Se dio la vuelta para tumbarse de espaldas—. ¿Qué es lo que te preocupa?


—Lo perfecta que se ha vuelto mi vida. Y eso es algo que siempre me pone nerviosa. Un domingo por la tarde que estaba en casa me puse a pensar en lo perfecta que era mi vida, en el hecho de tener a papá y a mi hermano Bulldog, el que fuera a ir a estudiar Bellas Artes a la universidad y convertirme en una pintora famosa. No había la menor pega. Al viernes siguiente, Juan nos presentó a Graciela y nos dijo que le había pedido que se casara con él. Papá y yo no habíamos oído hablar de ella hasta ese momento.


Pedro la miró con incredulidad.


—¿Y la felicidad siempre te hace sentir así?


—Esta clase de felicidad es aterradora. —Le puso la mano en la cara—. Tú y yo tenemos que hablar seriamente sobre el futuro.


Pedro se levantó de la cama.


—Hoy no, y sin duda no esta mañana. Puede que después de que veas lo que tengo que enseñarte... —Tuvo un momento de vacilación—. Puede que después de hoy las cosas sean diferentes. —Se inclinó y le dio un beso rápido—. Voy a ducharme. Ponte unos vaqueros y un calzado resistente





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