domingo, 27 de marzo de 2016

CAPITULO 43 (PRIMERA PARTE)




A las once, hora del comienzo del desfile, Paula y Lucia estaban en sus asientos. Al principio habían ocupado unos en la última fila —después de todo, no era realmente su fiesta—, pero entonces un joven se acercó para decirles que el doctor Pedro tenía unos asientos para ellas al final de la pasarela. Sonriendo, Lucia y Paula se adelantaron.


Los primeros treinta minutos del desfile fueron como Paula se los había imaginado. Unas niñas rebosantes de confianza en sí mismas —algunas casi tan guapas como Noelia—se pavonearon por la pasarela convencidas de ser unas modelos.


El público expresó educadamente su interés y simpatía con todo tipo de sonidos guturales ante la visión de las niñas y sus vestidos y la sosegada y refinada música, pero no hubo nada que alguien fuera a recordar al día siguiente.


Pedro, en su condición de maestro de ceremonias, leía las tarjetas sumisamente, informando de lo que le habían escrito para que dijera. A Paula le pareció tan atractivo como una estrella cinematográfica, aunque para su gusto parecía un poquitín apático.


Cada niña tenía tres vestidos para desfilar, y se produjeron algunas demoras, aunque todo discurrió sin incidente.


Cuando la última niña caminaba hacia el final, se produjo cierta conmoción, como si el público estuviera a punto de marcharse, pero entonces ocurrió algo extraño. Alguien hizo sonar la bocina de un coche. Y no fue un simple bocinazo, sino que se echó encima del claxon y lo mantuvo así. Siendo bastante lejano, el sonido no resultaba chirriante, aunque parecía que fuera una señal. Desde los altos árboles y los setos que rodeaban el jardín de varias hectáreas de Savannah un grupo de personas empezó a caminar hacia la pasarela.


Paula reconoció entre ellas a algunas personas que había conocido en Edilean. Parecía como si la mitad de los habitantes del pequeño pueblo hubiera acudido a ver la segunda parte del desfile.


Los invitados de las sillas volvieron a sentarse cuando los habitantes de Edilean se amontonaron a su alrededor de cinco en cinco y de seis en seis. Paula vio que Savannah echaba un vistazo desde detrás de las cortinas, y en su rostro había una sonrisa. Era evidente que había estado esperando la aparición de aquellas personas.


—Damas y caballeros —dijo Pedro al micrófono con voz grave y sonora—, parece que el desfile acaba de empezar.


La música pasó de la insipidez a un rock descarnado, y allí que apareció Noelia. Iba vestida con una chaqueta roja, falda negra, medias y zapatos, y en un lado de la cabeza lucía garbosamente una boina negra.


La voz de Pedro sonó alta y clara, y el aburrimiento desapareció.


—Los vestidos del resto del desfile han sido diseñados por la señorita Paula Chaves, confeccionadas por la señora Lucia Cooper y este conjunto es presentado por la señorita Noelia Alfonso Sandlin. —Leyó la ficha del diseño que le había escrito Paula, y luego dijo de Noelia que algún día sería la médico titular de Edilean. Paula advirtió que nadie pareció sorprenderse del anuncio.


A continuación apareció la tímida Kaylin, salvo que la pequeña se mostró de todo menos tímida. Llevaba un top de seda rosa hecho a base de hileras de volantes ligeros y un pantalón corto de color marrón y rosa. Su mochila y el sombrero con una gran ala eran también en rosa y marrón, con un ribete verde lima.


—Estas jovencitas son miembros del Club de las Triunfadoras —estaba diciendo Pedro, que pasó a hablar de la pasión de Kaylin por la astronomía—. Su ambición es demostrar que el planeta Plutón sí que existe.


Las niñas salieron de una en una, y de todas Pedro hizo cumplido elogio de sus logros. Tal vez aquellas niñas no fueran las más populares del colegio, puede que ni siquiera estuvieran «en la onda», pero ciertamente habían logrado muchas cosas en sus cortas vidas.


Al terminar la primera ronda, para sorpresa de Paula y Lucia, salió Rebeca luciendo una de las creaciones de Paula.


Paula se quedó boquiabierta y miró a Lucia.


—¿Cuándo? ¿Cómo?


Lucia se encogió de hombros.


—No tengo ni idea.


Paula miró a su izquierda y vio a Ramon, que la miraba con una sonrisa de oreja a oreja.


—Rebeca dice que el mayor logro en su vida hasta el momento —dijo Pedro al micrófono— es haber convencido a sus padres para organizar este pase de modelos.


El comentario provocó las carcajadas y los aplausos de todos los presentes, y entonces Rebeca se puso de puntillas, levantó las manos sobre la cabeza y ejecutó una perfecta cabriola de bailarina. Sus años de ballet habían dado sin duda sus frutos.


El ritmo de la música aumentó y salió Davie, el amigo de Noelia. Como la niña había dicho, no era un niño atractivo, pero por los aires que se dio por la pasarela, quedó patente que tenía muchísima personalidad. Se paró al final, y, una a una, las niñas volvieron a salir. Se acercaron todas a Davie, que, cogiéndolas por turno de la mano, las guio alrededor del final de la pasarela. Era la personificación de un caballero... hasta que se volvió de nuevo hacia el público y movió sus pobladas cejas. Todo el mundo estalló en carcajadas.


Al final, Rebeca volvió a salir, esta vez luciendo el último de los diseños de Paula, y cuando pasó por el lado de Davie, este la besó furtivamente en la mejilla y la siguió de nuevo hacia la cortina.


Paula pensó que el desfile había tocado a su fin, pero entonces la música atacó un crescendo, Davie se dio la vuelta una vez más y echó a correr. Cuando había recorrido dos terceras partes del camino pegó un salto e hizo una perfecta voltereta hacia atrás. Aterrizó justo al final de la pasarela, echó una rodilla a tierra y tendió la mano en línea recta.


—Les presento —dijo Pedro a voz en cuello— a la señorita Paula Chaves, diseñadora de la preciosa ropa que acaban de ver.


Un adolescente colocó un par de escalones al final del escenario, y le tendió la mano a Paula para ayudarla a subir los escalones.


Abochornada aunque contenta, Paula miró a Pedro, que le estaba sonriendo. Se volvió para mirar de nuevo a Lucia. La mujer también debía de subir al escenario, pero su silla estaba vacía; Lucia había huido de los focos.


El pequeño Davie se levantó y volvió a mirar hacia las cortinas. La música volvió a cambiar, y todas las niñas salieron una vez más, primero las que habían desfilado con la ropa de confección, y luego las amigas de Noelia —las miembros del Club de las Triunfadoras—, todas ataviadas con las creaciones de Paula.


Esta solo había visto todos los conjuntos en el taller de Lucia, y tuvo que admitir que puestos en las niñas tenían un aspecto estupendo.


Al lado de Paula, Davie volvió a poner una rodilla en el suelo, y las niñas se fueron colocando en los bordes de la pasarela. 


Entonces las cortinas se abrieron, y seis musculosos y robustos adolescentes, vestidos con ropa de deporte, aparecieron llevando a Rebeca en una silla.


Noelia, que estaba al lado de Paula, la cogió de la mano. 


Entre la música, las risas y los aplausos de lo que debían de ser cuatrocientas personas, no se podían oír una a la otra.


—¿Esto es cosa tuya? —dijo Paula, moviendo los labios sin emitir sonido.


La forma en que la niña encogió los hombros le indicó que sí.


Apretó la mano de Noelia y dejó que su mirada expresara lo orgullosa que se sentía de ella. Al final, a Noelia se le había ocurrido un numerito de «roba planos» que convirtió a Rebeca en la estrella. Noelia había estado por encima de pecados pretéritos.


Los chicos depositaron a Rebeca en el centro del escenario, y Savannah apareció por el fondo transportando una tarta de cumpleaños de color rosa y morado con nueve velas. 


Rebeca las sopló de la forma más ostentosa jamás vista.


Entonces echó a nadar hasta el final de la pasarela con los brazos en alto y se paró delante de Davie. El resto de las niñas giraron en redondo en un movimiento bien ensayado y empezaron a desfilar hacia el fondo.


Paula no tenía muy claro qué tenía que hacer, pero siguió a Noelia hasta allí, donde se paró justo detrás de la cortina. 


Quería ver qué iba a suceder a continuación.


Davie cogió del brazo a Rebeca y la condujo de nuevo hacia la cortina, donde, arrancando un atronador aplauso de la audiencia, que ya estaba de pie, los dos niños hicieron una reverencia. Davie se escabulló detrás de la cortina, Rebeca hizo otra reverencia, y entonces también desapareció por el fondo.


Paula se quedó junto a la cortina. Dentro reinaba el caos, con una docena de niñas que se reían como tontas y hablaban todas a la vez. Le alegró que ninguna pareciera tener prisa por quitarse la ropa que había diseñado.


—Esto es obra tuya —dijo Pedro, echándole el brazo por el hombro y besándola en la sien.


—Yo no tuve nada que ver con el espectáculo. Solo hice unos cuantos dibujos. Todo el trabajo lo hicieron los demás.


—Es una manera de verlo —replicó él—. Pero tengo que darte las gracias por haber averiguado lo de Noelia y arreglar el problema. Ay, no. Ahí viene Savannah. Tendrá una docena de cosas que hacer para mí.


Pero Savannah no le estaba mirando. Solo tenía ojos para Paula, y estaba extendiendo los brazos hacia ella.


—Gracias —dijo Savannah cuando le apretó las manos a Paula—. Tenía esperanza de que fuera un buen desfile, pero... —Agitó las manos—. Esto... Ni siquiera sé cómo describirlo. Despediré a ese hombrecillo al que contraté para planificar la fiesta. ¿Se te ocurrirá otro espectáculo para el año que viene? ¿Algo diferente?


—Yo no... —empezó a decir Paula.


—Savannah —dijo Pedro—. Paula diseñó la ropa. Si quieres un organizador de fiestas, contrata a Ramon. —Miró a Paula—. No sé tú, pero yo me muero de hambre.



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