viernes, 1 de abril de 2016

CAPITULO 10 (SEGUNDA PARTE)




Pasó una hora, y después dos. Cuando ya habían pasado tres horas, se convenció de que no volvería a verlo en la vida. De modo que cuando Pedro golpeó el cristal de la puerta trasera, dio un respingo antes de regalarle su mejor sonrisa.


Pedro no parecía estar de muy buen humor, una sospecha que quedó confirmada cuando se sentó en uno de los taburetes y preguntó:
—¿Tienes whisky?


Le sirvió una copa de McTarvit, una botella que siempre tenía en casa para sus primos.


Pedro la apuró de un solo trago.


—¿Quieres contármelo? —le preguntó en voz baja. Cuando la miró, vio el dolor reflejado en sus ojos.


—¿Alguna vez has tenido la sensación de que lo que más temes en la vida se está haciendo realidad?


Quería decirle que ella temía convertirse en una empresaria cincuentona sin vida social y, de momento, ese era el camino que llevaba.


—Sí —contestó—. ¿Es lo que crees que te está pasando?


—Es lo que parece creer mi madre.


Esperó a que él le contara algo más, pero guardó silencio. 


Cuando eran niños, Pedro siempre decía lo menos posible, y en ella recaía la tarea de sonsacarle información.


—Bueno, ¿qué vas a hacer mañana?


La miró un momento y sonrió.


—No lo que me gustaría hacer, pero estoy abierto a alternativas.


—¿Qué quiere decir eso de que no puedes hacer lo que te gustaría?


—Nada —contestó él—. ¿Qué haces mañana?


Paula sintió que la opresión del pecho desaparecía. Hasta ese momento había temido que, una vez que hablara con su madre, anunciaría que se marchaba.


—Trabajar —dijo—. Lo que hago todos los días. Tú eres quien tiene otros planes. ¿Te ha dicho tu madre que te vayas del pueblo?


—En realidad, me ha dicho todo lo contrario. ¿Hay algo de comer? Estoy bajo de reservas después de la charla materna.


Paula había estado tan preocupada por la posibilidad de que se marchara que no se había percatado de que tenía la camisa rota y sucia, y de que tenía una hoja en el pelo. Justo como cuando eran niños.


—¿Qué has estado haciendo? —le preguntó mientras abría el frigorífico.


—Un poco de escalada. Tenéis un bonito acantilado en Stirling Point.


—¿Y cómo te has ensuciado tanto subiendo por el sendero?


—No he subido por el sendero —contestó él mientras se acercaba a los armarios y sacaba un par de platos.


Paula se detuvo con un cuenco en las manos.


—Pero es una pared vertical.


Pedro se encogió de hombros.


A Paula no le hizo gracia.


—No tenías cuerdas y estabas solo. Ha sido arriesgado. No vuelvas a hacerlo —le regañó.


—¿O me desmembrarás? —preguntó él, y esa palabra lo llevó a hacer una mueca. Sirvió ensalada de patata en los platos—. Bueno, ¿qué has hecho mientras yo no estaba?


—Intentar moldear cera para que fuera luz de luna.


Pedro la miró con curiosidad.


—¿Qué quiere decir eso?


—Anoche durante la boda, la luz de la luna me pareció tan bonita que me pregunté si podría convertirla en una joya.


—¿Y eso que tiene que ver con la cera? —le preguntó él mientras comenzaba a comer.


Paula se sentó a su lado y aceptó el plato que él le había servido. Se le pasó por la cabeza que David lo había preparado y que tenía que hablarle a Pedro de él, pero no lo hizo.


—Fabrico joyería industrial, fundición a pequeña escala y también a la cera perdida.


—¿La cera perdida? Me suena de haberlo visto en la tele. Era un misterioso método desaparecido a lo largo de los siglos.


Paula resopló con desdén.


—¡Menudos imbéciles! Se llama «a la cera perdida» no porque el proceso se haya perdido, sino porque la cera se funde y se cuela. La cera se pierde en el proceso.


—Vas a tener que enseñármelo. A lo mejor podrías...


—¡Pedro! —exclamó Paula—. Quiero saber qué está pasando. Me dijiste que necesitabas mi ayuda y ahora mismo no pienso darte un curso de joyería.


Pedro titubeó antes de decir:


—Tengo tres semanas.


—¿Tres semanas antes de qué?


—Antes de tener que enfrentarme a mi padre con la noticia de que su mujer quiere el divorcio.


—¿Qué pasará después?


—Una batalla legal —contestó—. Mi padre se opondrá y yo me opondré a él. Será la guerra.


—Pero en cuanto termine, ¿serás libre? —quiso saber ella.


—Sí —respondió—. No sé lo que seré libre de hacer, pero ya no me atará obligación alguna a ellos. Salvo por motivos éticos y morales, y por el cariño, y por...


—Pero ¿qué planes tienes ahora? Para estas tres semanas —precisó Paula.


—A lo mejor capturo un poco de luz de luna para que puedas meterla en cera y perderla.


Paula sonrió.


—Eso estaría bien. Necesito ideas nuevas. Siempre me han inspirado las formas orgánicas y se puede decir que ya he agotado todas las que conozco.


—¿Qué me dices de las flores que solías unir?


—Es la flor del trébol y se consideran malas hierbas.


—Me gustaban —dijo él en voz baja y por un segundo sus miradas se encontraron. Pero después, Pedro se volvió y recogió los platos sucios para meterlos en el lavavajillas.


—Si vas a quedarte aquí durante tres semanas, tenemos que decirle a la gente quién eres.


—¿A la gente? —preguntó él—. ¿A quién te refieres?


Pedro, estamos en un pueblecito. Estoy segura de que todo el mundo está hablando de que Paula recogió a un moreno desconocido y se lo ha llevado a su casa.


—¿Has llamado ya a tu madre? —le preguntó él con una sonrisa.


—La última vez que supe de ella, estaba en Nueva Zelanda, así que las noticias tardarán en llegarle otras veinticuatro horas, o eso espero. Pero mi hermano está aquí. Al igual que mi primo Colin.


—El médico del pueblo y el sheriff. Eres una mujer con muchos contactos.


—¿Qué vas a contarles? ¿Les dirás que Lucia Cooper es tu madre?


—Me ha pedido una semana para contarle a Layton que está casada y que tiene un hijo.


—Si se lo dice así, creerá que tiene un hijo de nueve años.


—¿Cuántos años cree tu madre que tienes? —quiso saber Pedro.


—Cinco —contestó Paula, y los dos se echaron a reír—. ¿Y si contamos la verdad, pero nos callamos que la mujer que cose, Lucia Cooper, es la señora Merritt? Viniste aquí de niño, nos conocimos, has crecido y ahora has vuelto a Edilean para pasar tres semanas de vacaciones.


Los ojos de Pedro se iluminaron.


—Si consigo que mi madre posponga el momento de contarle la verdad a Layton, podría conocerlo antes de que ella le diga quién soy.


—Creo que tenemos un plan —dijo Paula y ambos sonrieron.






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