jueves, 14 de abril de 2016
CAPITULO 19: (TERCERA PARTE)
Ya no llovía, pero tampoco lucía el sol, y el ambiente era gris y neblinoso. Pedro le dio un rápido beso en la mejilla, retuvo su mano un instante más, y se marchó.
Paula hacía todo lo posible por parecer tranquila, pero con poco éxito. Sara Newland era muy amable con ella, como todas las personas a las que había sido presentada, pero seguía aterrorizada. Una docena de chicas, todas de una edad parecida a la suya, entraban y salían de la habitación en la que Sara estaba ajustando el vestido de Paula. Eran tantas que se sentía incapaz de relacionar los nombres con los rostros: Tess, Jocelyn, Gemma, Ariel...
Hacía horas que Pedro se había marchado y que ella narrara su historia. Varias veces. Un atractivo agente del FBI, Jefferson Ames, había pasado media hora a su lado repasando una y otra vez los hechos.
—Creemos que esos tipos atracaron un banco en Baltimore hace tres años. Desde entonces han mantenido un perfil bajo y no han puesto el dinero en circulación. Suponemos que su jefe se oculta cerca de aquí y hemos cercado Edilean —explicó Ames—. Ahora, cuénteme otra vez cómo son sus zapatos.
Mantuvieron tan ocupada a Paula, respondiendo repetidamente a las mismas preguntas, que prácticamente no había prestado atención al vestido que le ofreció Sara.
Era de seda verde, con un escote bajo y cuadrado, de talle alto y ceñido bajo los senos. Una fina gasa color ciruela cruzaba su hombro izquierdo. Paula dejó de responder a las preguntas de Ames cuando Sara le colocó un collar en el cuello. Era grande y pesado.
Paula lo palpó unos segundos, pidió disculpas y se acercó a un espejo.
—¿Esto es...? ¿Estos son...?
—Rubíes engarzados en oro —explicó Sara—. Perteneció a una de mis antepasadas, una de las fundadoras de Edilean. Lo encontramos en una habitación secreta de esta misma casa.
Paula admiró el collar en el espejo. Era de una belleza intemporal que resultaba deslumbrante. Se giró para encarar al agente del FBI.
—¿Es esto lo que están buscando los ladrones?
—Lo que quieren robar, sí. Las piezas son tan únicas que resulta difícil venderlas, así que suponemos que las fundirán. Pero las piedras, aunque necesiten ser talladas de nuevo, son de una calidad superior.
La artista que había en Paula sintió náuseas ante la idea de que algo tan antiguo, tan hermoso, fuera a ser fundido para vender el oro a peso. La posibilidad de impedir que se perdiera algo tan valioso, artísticamente hablando, le infundió valor.
—Dígame qué puedo hacer para ayudarlo —dijo, resuelta.
Pedro no regresó hasta las siete, y Paula se alegró tanto al verlo que tuvo que contenerse para no abrazarlo. Se había cambiado y ahora llevaba traje, pero de un estilo que le hubiera cuadrado al Darcy de Jane Austen. Se ajustaba perfectamente a su cuerpo, resaltando sus musculosas piernas y su esbelta figura.
Permaneció expectante, estudiando su amplia espalda, hasta que se dio la vuelta. Como antes, llevaba un antifaz que le cubría media frente, los ojos y la nariz, pero dejaba al descubierto sus carnosos labios.
Él no dijo ni una palabra. Cruzó la sala, la cogió de la mano y la llevó a un dormitorio. Una vez solos se miraron con ojos interrogantes hasta que Pedro abrió los brazos y ella se refugió en ellos. Se abrazaron intensamente.
—Dime qué estás pensando —susurró Pedro.
—Que no saben lo cobarde que puedo llegar a ser. No dejan de repetirme que he sido muy valiente, pero no es verdad. Siento ganas de esconderme debajo de la cama y no salir hasta que todo haya terminado.
—Yo también —confesó él.
—¿Tú? Pero... —Se alejó de él para poder contemplarlo mejor. Sus ojos brillaban tanto que no podía resistirlos—. ¡A ti te encanta todo esto! Te permite salir de ese apartamento que tanto odias y de esa consulta que te esclaviza, y tú...
Pedro la besó. Fue un beso rápido, familiar. Dejó que se sentase en la cama, antes de dirigirse hacia una bandeja con sándwiches de pavo.
—¿Son tuyos?
—Sí —confirmó. Había estado demasiado nerviosa para comer nada.
Pedro le dio un pequeño mordisco al sándwich.
—¿Cuánto te han contado?
—No mucho —reconoció Paula, mientras él se sentaba a su lado—. Yo he contestado todas sus preguntas, pero ellos no han respondido ni una sola de las mías.
—Algún día, Mike y tú tendríais que hablar del FBI. Seguro que estaríais de acuerdo.
Entre bocado y bocado, Pedro le contó lo que habían estado haciendo y la trampa que le preparaban al «enemigo». Con el campo de entrenamiento del FBI tan cerca de allí, no les faltaban voluntarios que vestir con los disfraces que los parientes del médico pensaban llevar en la fiesta.
—Y de esta manera poder vigilar las joyas —añadió Paula—. ¿Quieres algo de beber?
—Cerveza.
La chica solo tardó unos segundos en ir hasta la cocina y volver con una botella de cerveza, muy consciente de que todos —policías, FBI y parientes de Pedro— dejaban de hablar y centraban su atención en ella.
—Soy la friki del día —comentó al llegar al dormitorio y darle la cerveza al médico.
—A mí me parece que se están preguntando cuándo vas a asesinarme.
—¿Por qué? ¿Por hacerme caminar por aquella viga o por llevarme a una casa abandonada llena de ladrones armados hasta los dientes?
Pedro dio un largo trago de cerveza sin responder.
—Hay algo que me preocupa —siguió Paula—. Si ese hombre hace años que vive en Edilean, ¿no conocerá a muchos de los asistentes a la fiesta? ¿No sospechará cuando vea a tanta gente que no pertenece a la familia?
—Por eso nos encargaremos de que la mayoría de los que acudan no sepa lo que está pasando.
—Pero ¿eso no es...? —Calló, consciente de no querer abundar en lo obvio.
—¿Peligroso? —apuntó Pedro—. Sí, pero para ti será peor. Si esos hombres sospechan siquiera que puedes identificarlos... No, no quiero que pienses en eso, Paula.
Dejó a un lado el plato y la botella vacíos, apoyó las manos en la cama y retrocedió hasta apoyarse en el cabezal.
Cuando levantó un brazo, pareció algo natural que Paula se deslizara bajo él y apoyara la cabeza en su pecho.
—Tendrás que hablar con todos los hombres de la fiesta —dijo Pedro—. Solo tú puedes identificar su voz.
—Tú también oíste a los otros dos. Incluso los viste.
—Jeff Ames dice que se encargarán de ellos. Sabemos que llevarán disfraces que los cubrirán por completo.
—Y con un pelaje que pica.
—Exacto —corroboró el médico—. Los agentes del FBI también llevarán disfraces para que el jefe de la banda crea que todo discurre según su plan. Jeff me dijo que tendré que identificarlos en cuanto los pillen, aunque eso signifique dejarte sola. Ya te imaginas dónde le dije que podía meterse su plan.
La miró fijamente y movió su mano libre para acariciarle suavemente la cara.
—Me sigue sorprendiendo lo preciosa que eres. En cuanto terminemos con esto...
Se inclinó para besarla, pero Paula lo detuvo.
—Creo que ya es hora de que te quites la máscara —susurró, alargando las manos para desatar el lazo anudado en su nuca.
Pedro reaccionó instintivamente, y medio segundo después ya estaba de pie junto a la cama.
—Será... será mejor que vaya a... er, a revisarlo todo.
Y abandonó rápidamente el dormitorio.
Paula se quedó en la cama, mirando desconcertada la puerta cerrada. Estaba empezando a pensar que algo malo le pasaba a su rostro. Quizá resultó herido en alguno de sus arriesgados rescates, quizá lo tenía lleno de cicatrices. Incluso entraba dentro de lo posible que esa fuera la causa de que quisiera marcharse de Edilean, para no verse señalado constantemente por la gente que cuchicheaba a sus espaldas. Quizá por eso prefería vivir en países del
Tercer Mundo donde encajaba mejor, donde su cara desfigurada y sus cicatrices daban menos que hablar.
O quizá solo le gustaba andar por ahí enmascarado una vez al año. Paula se levantó de la cama, alisó su vestido de seda y se dirigió al comedor. El espectáculo debía continuar.
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