jueves, 14 de abril de 2016
CAPITULO 20: (TERCERA PARTE)
«¡Tres horas!», pensó Paula con fastidio. Pedro y ella habían estado bailando y hablando con los invitados a la fiesta durante tres horas, pero le parecían veinte.
Él era mucho mejor que ella congeniando con los invitados.
Llevando a Paula de la mano, se había dirigido a todo hombre presente en la fiesta, pretextando que intentaba adivinar qué pariente se ocultaba tras el disfraz y así obligarlos a hablar. En su ir y venir tropezaron con varios agentes jóvenes del FBI, por supuesto, y Sophie se dio cuenta de que aquel truco también era una forma de demostrar su credibilidad como testigo. Si señalaba a uno de los agentes como el sospechoso, todo aquel montaje se mostraría inútil... pero ninguna de las voces cuadraba con la que oyó en la casa abandonada.
A las nueve y media, un hombre disfrazado de gladiador —es decir, con poca ropa— la apartó de Pedro para compartir un baile lento.
—¿Cómo va todo? —le preguntó.
No podía verle la cara, pero su áspera voz era inconfundible. Se trataba de Mike.
—Su aspecto es... es... —Tenía un cuerpo extraordinariamente musculado.
—Ni lo mencione. Este disfraz es la idea de Sara de una broma pesada. ¿Ha reconocido alguna voz?
—No. ¿Han encontrado la bomba?
—Sí.
Paula le dedicó una amplia sonrisa.
—Estaba preocupada.
—Todos lo estábamos, pero los perros la han encontrado.
—¿En qué edificio la habían dejado?
—En casa de los Welch, una de las más antiguas de la ciudad. Sara se puso tan furiosa al enterarse que he tenido que mandarla a casa. —Mike giró al compás de la música y la atrajo hacia él—. ¿Cómo os va al doctor y a ti?
Paula buscó a Pedro con la mirada y lo encontró junto al muro exterior, hablando con un hombre disfrazado de Daniel Boone y una mujer vestida de Martha Washington.
—Bien —respondió.
—¿Solo bien?
—Puede que un poco mejor que eso. —Sonrió—. Nos llevamos bien y me infunde confianza. Está convencido de que soy capaz de hacer muchas cosas.
—Algo muy distinto de lo que te pasaba en casa, ¿eh?
Sorprendida, lo miró con el ceño fruncido.
—Sé ver cosas —explicó el detective—. Y te vi el día que llegaste a la ciudad, pero ahora pareces una persona distinta. Tu mirada ha cambiado.
—Me han pasado muchas cosas en poco tiempo —respondió.
—Y supongo que te pasaron muchas más antes de que llegaras aquí, ¿verdad?
La cara de Paula se quedó blanca como la cera. Mike era un detective retirado y tenía contactos con el FBI. ¿Le habrían hablado del robo? ¿La arrestarían en cuanto atraparan al ladrón y terminase la fiesta?
La mirada de Mike era intensa.
—Me refiero al incidente de la cerveza —añadió en voz baja.
—¿De la cerveza? —Tuvo que recurrir a su memoria para saber de qué estaba hablando—. Oh, eso. El incidente de la cerveza.
Se sintió tan aliviada de que no fuera un asunto más serio, que se relajó instantáneamente.
—Paula, si en algún momento necesitas ayuda legal, personal, del tipo que sea, dímelo. Nada me sorprende ya.
—¿Qué es lo que no te sorprende? —preguntó Pedro, apareciendo de improviso.
—Paula tuvo algunos problemas poco antes de llegar a Edilean. Puede que hayas oído hablar de un loco que casi la atropella, aunque luego se vengó de él derramándole una jarra de cerveza en la cabeza.
—Sí, sí... algo he oído... —balbuceó el médico.
—¿Habéis visto a Facundo? —preguntó Paula—. Aquella noche estaba con ese hombre en el restaurante, así que sabe quién es y quiero preguntárselo.
—Y él no te mentirá, no como otros —apuntó Mike, con apenas disimulada alegría—. No he visto al predicador, pero Ramon también lo vio todo y anda por ahí disfrazado de vikingo. Sara tuvo que pedir los cuernos del casco a Texas. Seguro que a Ramon le encantará decirte quién fue el hombre que casi te mató y después huyó. Y, Paula, si cuando sepas quién es quieres denunciarlo, házmelo saber. Puedo tramitar la denuncia... ¿Qué te pasa, Pedro? Tienes mala cara. Será mejor que no sigas bebiendo. ¡Oh, perdonad! Tengo que irme, Ames me está llamando.
—Es un buen hombre —comentó Paula, dedicándole una sonrisa mientras se alejaba.
—Tiene un sentido del humor bastante retorcido —masculló un nervioso Pedro, sujetándola de la mano y arrastrándola hasta la pista de baile.
—¿Por qué dices eso? A mí me parece...
—Vamos a charlar con ese hombre disfrazado de hobbit.
—Antes quiero hablar con Roman.
—Ramon —rectificó Pedro, arrastrándola al extremo opuesto de la sala—. Ramon es aburrido e intentará conquistarte.
A Paula no le gustó aquella actitud, ella no era de su propiedad, y dio un tirón para liberar su mano.
—Y a mí me parece bien porque no estoy comprometida con nadie —protestó, furiosa.
Pedro se quedó de piedra.
—Si piensas así es que no comprendes cómo son las ciudades pequeñas. Mi madre prácticamente nos ha reservado la iglesia.
La respuesta le pareció tan absurda a Paula que tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Puedo al menos elegir mi vestido de novia?
—Sí. Y el dibujo de tu vajilla de porcelana. Pero Edilean se encarga de todo lo demás.
—¿Y quién elegirá la máscara que llevarás puesta?
Pedro dejó escapar una carcajada.
—¡Qué importa! ¿Quién me mirará a mí, llevando a mi lado a una preciosidad como tú?
Paula no podía superar aquello y se dio por vencida.
—De acuerdo, Ramon el Vikingo no entra en la competición. Vamos a hablar con el hobbit. Pero te lo advierto, un gladiador más y vuelvo a casa en caballo.
—Un gladiador o un vikingo más, y te obligaré a subir conmigo al caballo y nos iremos juntos de aquí. ¡Malditos parientes!
Tras él, Paula sonrió.
Pasó otra hora. Ella estaba cansada y quería dejar la fiesta.
La mitad de los invitados había vuelto a sus casas, casi todos ajenos a lo ocurrido. Dado que eran más de las diez y no se había producido ninguna explosión, el ladrón tenía que ser consciente de que su plan no había funcionado.
—Seguro que ya se ha marchado —comentó Paula. Se mantenía a un lado con Pedro, contemplando a las pocas parejas que quedaban.
—Mike dice que han interrogado a los dos cómplices y no saben dónde trabaja ese tal Pete en Edilean. Ni siquiera están seguros de que ese sea su verdadero nombre y, desde luego, no están dispuestos a identificarlo. Dicen que... —Hizo una pausa, desalentado.
—¿Qué? ¿Qué dicen?
—Que no saben nada de una bomba y que, si alguien asegura lo contrario, es un mentiroso y en un juicio sería su palabra contra la suya. Lo siento.
Paula apartó la mirada. Una vez se hiciera público el robo del libro de recetas de los Treeborne, su credibilidad se esfumaría. Un juez nunca admitiría una identificación suya.
—Voy un momento al baño —suspiró, dando media vuelta y alejándose.
Una vez en el cuarto de baño tuvo que reprimir las ganas de llorar. Desde que llegara a Edilean, casi todo había sido mágico. El mundo exterior estaba lleno de hombres como Gonzalo y el que casi la atropelló, pero al cruzar la frontera de la ciudad todo cambió. Entró encantada en Brigadoon, alias Edilean, donde todos eran abiertos, agradables y honrados. Las tres empleadas del doctor Pedro la recibieron calurosamente, y no solo se ofrecieron a llenarle la nevera, sino que compraron los cojines para el sofá del doctor. Y todo por ella, por una «recién llegada».
En cuanto a Pedro... no sabría por dónde empezar. Era el hombre más dulce, más amable, más... bueno, más heroico que había conocido nunca. Nada retorcido, nada mentiroso, sin segundas intenciones. Solo honradez y... y besos.
Lo que casi hacía llorar a Paula era que ella era todo lo contrario. Una mentirosa y una ladrona. Había robado un libro que era la esencia... no, la columna vertebral en la que se asentaba una importantísima compañía de alimentación.
Prácticamente toda su ciudad natal trabajaba para Treeborne Foods. ¿Los habría dejado sin trabajo?
Apoyó las manos en la pila del lavabo e hizo un esfuerzo sobrehumano para contener las lágrimas. Cuando la puerta se abrió logró erguirse rápidamente y apoderarse de una toallita de papel para disimular, antes de que entrara la mujer disfrazada de Martha Washington. Dedicando apenas un fugaz vistazo a Paula, se dirigió rápidamente a uno de los reservados con taza y cerró la puerta.
Paula abrió el pequeño bolso de mano que colgaba de su muñeca y empezó a retocarse el maquillaje. Mientras se pintaba los labios miró por el espejo al reservado donde se había encerrado la mujer. ¿Habría oído sus sollozos? La puerta no llegaba hasta el suelo y, sorprendida, vio la parte trasera de los zapatos de la mujer, por lo que se dio cuenta inmediatamente de que no se había sentado, sino que permanecía de pie.
Paula hizo todo lo posible por conservar la calma. Guardó lentamente el pintalabios en el bolso y esperó, pero la mujer —el hombre— no apareció.
Salió del cuarto de baño y se quedó junto a la puerta, fingiendo que buscaba algo dentro de su bolso. Minutos después salió la persona que estaba dentro y volvió a mirar a Paula, pero esta vez sus ojos se recrearon demasiado en su escote. Bajo el espeso maquillaje creyó entrever lo que parecía una leve sombra de barba. La siguió hasta el vestíbulo y, cuando entraron en el salón de baile, Paula buscó algún rostro familiar. Mike no estaba lejos. Atrajo su atención y señaló la espalda de Martha Washington.
Después, todo sucedió muy deprisa. Pedro apareció de la nada, pasó su brazo por la cintura de Paula y la sacó del edificio. Su trabajo había terminado y él no quería que siguiera allí.
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Ayyyyyyyyyyy, cuando descubra quién es, la que se va a armar jajajaja
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