sábado, 16 de abril de 2016

CAPITULO 26: (TERCERA PARTE)




Pasaron el día comprando el equipo necesario para el pequeño restaurante y, por mucho que Ramon lo intentó, no consiguió convencer a Paula de que compraran una cucharita siquiera que la chica no considerase imprescindible. Dado que a Ramon también le gustaba la cocina, hablaron mucho del tema, y ella se encargó de que la conversación nunca derivara hacia asuntos más personales. Era como si la chica se hubiera cerrado, como si hubiera levantado un muro a su alrededor, algo que a él le molestaba. Quizá Pedro fuera el principal responsable de lo que le había pasado, pero también lo era la ciudad en pleno por seguirle el juego.


Cuando hicieron una pausa para almorzar y Paula se excusó para ir un momento al baño, Ramon llamó a Sara para ponerla al día.


—Todos somos culpables —admitió Sara—. No solo Pedro, sino todos nosotros. ¿Cómo podemos ayudar a esa pobre mujer?


—¿Demostrándole que Edilean no está llena de escoria mentirosa e intrigante? —sugirió Ramon.


—Eso para empezar. Mantenla ocupada tanto como puedas, y yo me encargaré de hablar con la gente para que se sienta bienvenida a esta ciudad. Karen y Maria van a asesinarnos... Perdona, pero tengo que dejarte, necesito... Oh, no sé por dónde empezar.


Sara colgó, y Ramon volvió a la mesa con Paula.


—¿Qué más necesitas? —le preguntó, sentándose frente a ella.


—Ya hemos comprado demasiadas cosas. No sé cómo voy a pagarte todo esto —suspiró Paula.


Ramon estuvo a punto de pedirle perdón en nombre de toda la ciudad, pero no lo hizo. En su lugar, dijo:
—Déjame trabajar contigo. Pedí un año de excedencia para escribir una novela, una novela de misterio que arrasara en todo el mundo, pero... —Hizo un gesto vago con la mano—. Digamos que el mundo está a salvo. Todos saben que sé cocinar un poco, así que quizá pueda, no sé... —Se encogió de hombros.


—¿Ayudarme a hacer bocadillos para chicas?


Ramon no comprendió la referencia, así que Paula tuvo que explicarle lo que le había dicho Al.


Ramon no pudo contener la risa.


—Si haces una hamburguesa de menos de medio kilo, Al pensará que es para una chica.


—Quizá debería hacer sándwiches de rosbif que pesen tanto como Al. Lo llamaríamos el «Bocadillo Al».


—¿Con salsa de rábanos picantes?


—Por supuesto.


—¿Y para su esposa, la señora Solo-Como-Alimentos-Light?


—¿Para la señora Dos-Tallos-De-Apio? Mmm, ¿qué tal una ensalada con tiritas de pollo asado?


—Pero no una pechuga entera...


—Claro que no, sería demasiada comida. Y una rebanada de pan tostado. Sin mayonesa, por supuesto, solo unas gotitas de aceite y un toque de zumo de limón. Lo llamaríamos «Señora de Al».


Ramon se inclinó hacia ella.


—Puede que hayas encontrado petróleo. Piénsalo: bocadillos personalizados para los habitantes de Edilean.


—Entonces ¿qué debería incluir? ¿Arsénico o cicuta?


—¡Ouch, eso duele! —Ramon rio.


—Lo siento. Estoy segura de que en Edilean hay personas maravillosas que solo querían ayudar a Pedro, pero pensar que se burlaron de mí porque estaba trabajando para un hombre que bañé en cerveza, despierta todos mis malos instintos. Si visitan mi tienda, no sabré cómo enfrentarme a ellos. ¿Cómo voy a servirle sopa y bocadillos a los que... que...?


—Creo que en esta ciudad tendemos tanto a proteger a los nuestros que no pensamos en los forasteros. Hace unos años, una joven llamada Jocelyn heredó Edilean Manor, y no le dijimos que su jardinero era en realidad Luke Adams.


—¿El escritor?


—El mismo.


—¿Y se creyó que solo era el tipo que plantaba las petunias? ¿Cómo se lo tomó cuando lo descubrió?


—No demasiado mal. Lo curioso es que volcó toda su furia sobre Luke, no sobre los demás habitantes de la ciudad.


—¿Me estás diciendo que debería perdonar y olvidar, no?


—Supongo. Al menos danos una oportunidad para ayudarte, ¿de acuerdo?


—Yo... —Paula se lo pensó dos veces antes de responder—. Pregúntamelo otra vez el quince de enero.


Ramon sonrió.


—Me parece justo. ¿Nos vamos? Oye, ¿qué sándwich piensas que le gustaría a un escritor?


—Uno con el mejor best seller de la lista del New York Times incrustado en el pan.


Ramon la contempló atónito unos segundos, antes de estallar en carcajadas.


—¡Oh, Paula, voy a disfrutar trabajando contigo! ¡Y aún tenemos que crear un bocadillo especial para mi primo! Vamos, compremos una plancha para los sándwiches... No, mejor compremos tres.


Y se marcharon del restaurante sonriendo.


Pedro permaneció inmóvil en el pasillo del hospital varios minutos, incapaz de dar un paso. No había dormido nada en dos días y sabía que lo más razonable era irse a casa. Pero la visión de su oscuro apartamento, sin la presencia de Paula para iluminarlo, le resultaba insoportable. Solo podía pensar en cómo recuperar su amor... o su afecto por lo menos. ¿Aceptaría una disculpa? Lo dudaba.


Mientras guardaba el móvil en el bolsillo se acordó de su compañero de habitación en la universidad. Buscó en su lista de contactos y pulsó la tecla de llamada.


—¡Hola, hacía tiempo...! —saludó Kirk, su compañero—. ¿Sigues intentando que alguien se traslade a la gloriosa Edilean para hacerse cargo de tu consulta?


—No, necesito otra cosa —explicó Pedro—. Tu hermano estudió ingeniería, ¿verdad?


—Sí, y ahora trabaja para la NASA. ¿Estás planeando irte a la Luna para librarte de Edilean?


Pedro hizo una mueca ante la idea de que, por su culpa, alguien pensara que odiaba tanto Edilean.


—¿No me dijiste que de pequeño le gustaba descifrar códigos?


—Sí, mucho. ¿Has decidido convertirte en espía y necesitas tu código personal?


—En realidad ya lo soy. Más o menos.


—¡Cuéntamelo todo! —aplaudió Kirk, entusiasmado—. ¿A quién quieres espiar?


—Eso no puedo decírtelo —confesó Pedro. Hablar con su primo era una cosa, pero no pensaba mencionar el apellido Treeborne a alguien que no fuera de la familia. Así que mintió.


—Mi tía ha encontrado un viejo libro de cocina de su abuela y le gustaría probar algunas de las recetas, pero está escrito en una especie de código. ¿Crees que tu hermano podría descifrarlo?


—Si él no puede, tiene a toda la industria aeroespacial para echarle una mano. Pero te advierto que si es uno de esos códigos basados en el orden de las palabras de otro libro y no tienes ese libro, será un problema.


—Es posible, no tengo ni idea. Puedo escanearlo y enviárselo a tu hermano, ¿te parece bien?


—Le acabo de diagnosticar pie de atleta, así que me debe una. Sigo teniendo la misma dirección electrónica, envíamelo a mí y se lo haré llegar.


—De acuerdo. Ahora mismo estoy en Williamsburg, pero te lo enviaré en cuanto vuelva a casa. Y gracias, Kirk, yo también te deberé una.


—Bueno, la verdad es que tengo un pequeño problema de hemorroides y...


—Llama a un especialista —cortó Pedro con sequedad. 


Antes de colgar pudo oír la carcajada burlona de su amigo.


Cuando se marchó del hospital, la idea de hacer algo por Paula alivió un poco su depresión anterior. Como era tarde, se encontró la consulta vacía y oscura, y su apartamento resultó todavía peor. A pesar de su agotamiento, se tomó el tiempo suficiente para escanear el libro de recetas de los Treeborne y enviarle las páginas a Kirk. Después mandó un correo electrónico a la esposa de Al para decirle que pensaba trasladarse al día siguiente a la casa que había alquilado para Paula. No soportaba la soledad de su apartamento, un apartamento que Paula había convertido en un hogar.


Mañana, siguió repitiéndose mientras se duchaba, mañana haría todo lo posible para que ella lo perdonase. Si la ayudaba con lo que fuera que el idiota de Treeborne le había hecho, quizá ganara algunos puntos. Claro que era muy probable que Paula considerase a Pedro tan mala persona como Carter Treeborne.


Cuando acabó de ducharse fue hasta la nevera, reunió todos los alimentos precocinados de aquella marca y los tiró a la basura.


—Mañana —exclamó en voz alta, antes de irse a la cama.



1 comentario:

  1. Qué buenos que las están ayudando, ahora que Pedro se prepare para mañana cuando se reencuentren jajajaja

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