jueves, 7 de abril de 2016

CAPITULO 29 (SEGUNDA PARTE)





Pedro la acompañó hasta el coche. Hicieron el recorrido hasta el bed & breakfast en silencio.


Paula sabía lo que Pedro quería. ¿Por qué no iba a quererlo? Se encontraban en un pueblecito muy romántico, en un establecimiento precioso, eran jóvenes y estaban enamorados. Así que deberían pasarse todo el día en la cama. ¿No le dijo a su hermano que era eso lo que quería? ¿Qué fue lo que dijo exactamente?


«... mientras esté aquí quiero darme un atracón de sexo. Días enteros. O semanas. Si fueran meses, por mí genial.»


Bueno, pues lo había conseguido y lo único que quería en ese momento era llamar a su amiga Maria para pasarse cuatro horas hablando por teléfono con ella. En ese momento, lo que más necesitaba era el alivio que le reportaría la conversación.


«Quizá debería buscar a Red y pedirle consejo», pensó. 


¿Quería preguntarle cómo solucionar los problemas al hombre que los había ocasionado? Soltó una carcajada.


—¿De qué te ríes? —quiso saber Pedro mientras aparcaba el coche.


—De nada —contestó antes de salir.


Pedro la cogió de la mano para subir la escalera de camino a sus habitaciones. Una vez dentro, se inclinó para besarla, pero ella lo apartó.


—Lo siento —se disculpó—. Es que... me duele la cabeza y creo que debería echarme un rato.


Pedro se apartó de ella.


—¿Te traigo algo?


—No, gracias —contestó—. Solo necesito estar sola un rato.


—Claro, por supuesto —dijo Pedro, que caminó hasta la puerta que comunicaba sus habitaciones, la abrió, salió y la cerró.


Paula miró la cama. Tal vez se sentiría mejor si se acostaba un rato, pero sabía que no podría dormir. No dejaba de recordar las palabras de Penny. ¿Hasta dónde debía contarle a Pedro? ¿Qué debía ocultarle? ¿Cuánto...?


—¡Ni hablar! —exclamó Pedro, que acababa de abrir la puerta—. Esto no está bien. Nada bien. Hoy te ha pasado algo y quiero saber lo que es.


—No puedo...


—Pues a ver qué hacemos, porque como digas que no puedes contármelo, voy a...


—¿Qué vas a hacer? —lo interrumpió Paula, alzando la voz—. ¿Vas a marcharte? ¿Te irás cuando las cosas se pongan demasiado serias para ti? ¿Desaparecerás como la otra vez? ¿Me dejarás sola sin darme una explicación? ¿Me pasaré años buscándote mientras tú me vigilas a escondidas y visitas mis exposiciones? ¿Eso es lo que vas a hacer?


—No —contestó Pedro en voz baja—. No volveré a hacer eso jamás. Pero ahora mismo voy a quedarme en esta habitación hasta que me digas qué es lo que te tiene tan alterada.


—Es que... —La ira la abandonó. Se sentó en la cama y se cubrió la cara con las manos.


Pedro se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros, instándola a que apoyara la cabeza en él.


—¿Tiene algo que ver con el hecho de que Facundo sea mi hermanastro?


Paula titubeó solo un segundo.


—¿Cómo lo...?


—No tengo mucha experiencia con los parientes, pero soy un buen observador. ¿Quién más podría mirarme con el odio que me miraba Facu el día que lo conocí? Era como verme en un espejo, pero con la diferencia de que mi imagen quería matarme.


Aliviada, Paula suspiró. Al ver que la tensión abandonaba su cuerpo, Pedro la instó a girarse para que pudieran tumbarse en la cama.


—¿Qué ha pasado mientras yo hablaba con Penny por teléfono? Estabas bien mientras visitábamos las tiendas, pero entraste en el restaurante tan blanca como si un vampiro te hubiera dejado sin sangre.


—Pues es una descripción muy apropiada —replicó Paula, que hizo una mueca.


Pedro la besó en la frente.


—Quiero escucharlo todo. Ni se te ocurra dejarte algo atrás.


—Pero...


Pedro se inclinó sobre ella y la miró a los ojos.


—No hay peros que valgan. Olvida las excusas. Y, sobre todo, olvida el miedo. No tienes por qué asustarte, y menos de mí. ¿Has matado a algún ser querido mío?


Paula sabía que Pedro solo intentaba aligerar el momento, pero para ella ese asunto era muy serio.


—No —respondió—. Pero estoy sopesando la idea de atropellar a tu padre con un cortacésped.


La cara de Pedro perdió todo rastro de humor y, de repente, Paula vio al hombre que trabajaba en los tribunales. Se dejó caer de nuevo sobre el colchón y la estrechó con tanta fuerza que ella apenas podía respirar. De haber podido, se habría pegado todavía más a él.


¿Por dónde empezaba?


—¿Recuerdas que anoche antes de cenar te estuve esperando mientras hablabas por teléfono?


—¿Con el idiota de Forester? Sí. ¿Qué pasó?


—Que conocí a tu padre.


Pedro le aferró el hombro con más fuerza, pero guardó silencio. En cuanto empezó a contarle la historia, se mantuvo callado y muy atento. Le relató sus dos encuentros con el hombre que se hacía llamar Red y le repitió palabra por palabra lo que recordaba de las conversaciones, incluyendo el pequeño sermón que le soltó sobre los niños que comían pintura pero que solo recordaban que les prohibían hacer lo que les gustaba.


—Típico de mi padre. Se cree capaz de justificar todas las asquerosidades que hace.


Era evidente para Paula que Pedro no se había sorprendido al enterarse de que su padre estaba en Janes Creek. Sin embargo, sí se sorprendió al descubrir que había ido a pescar a Edilean.


—Nunca le he preguntado a mi madre dónde escuchó hablar de Edilean por primera vez. Jamás lo he pensado, pero es posible que mi padre le hablara del pueblo. Tiene sentido. Sigue, por favor.


Paula le describió el momento en el que descubrió que Facundo era su hermano.


—Me miraron suplicándome que no te lo dijera.


—Penny sí lo hizo. Facu se lo estaba pasando genial.


—¿Te diste cuenta?


—Una de las cosas que he aprendido siendo abogado es a observar en la misma medida que a escuchar. No fuisteis muy sutiles.


—¿Crees que Facundo sabe que tú lo sabes?


—Claro. El chaval está disfrutando mucho.


—Solo es año y medio más pequeño que tú, así que no es un chaval.


—¿Tu hermano te ve como a una adulta?


—Pues no —respondió Paula.


—Bueno, ¿qué ha pasado hoy mientras te esperaba en el restaurante?


—He tenido una conversación con tu secretaria.


Pedro guardó silencio un instante.


—Ahora sí que me has sorprendido. ¿Qué te ha dicho Penny?


—No sabe que tu padre está aquí. Dice que...


—No, espera. Cuéntamelo todo desde el principio. Cómo se puso en contacto contigo y lo que te dijo, exactamente al pie de la letra.


Paula le relató despacio lo que había sucedido. Comenzó con las sillas y le dijo que había cambiado la posición de la suya.


Pedro se rio por lo bajo mientras la abrazaba y le daba un beso fugaz.


—¡Bien hecho! Estoy orgulloso de ti.


A Paula le gustó tanto el beso que se lo devolvió, pero lo que querían (y necesitaban) era hablar sobre lo que Penny le había contado.


Empezó con la información más fácil de digerir, con lo que supuso que sería más inofensivo para Pedro. Le contó cómo fue concebido Facundo. Al ver que Pedro no replicaba, comentó:
—No pareces sorprendido.


—Pues lo estoy, pero no como tú esperas. Las malas lenguas en la oficina dicen que mi padre y Penny fueron amantes durante años. La sorpresa es que solo estuvieran juntos una vez.


—Y de esa vez nació un niño.


—Un niño feo y espantoso, por cierto —añadió Pedro, pero Paula se percató de la nota afectuosa de su voz—. ¿Qué más? ¿Y qué es lo que no me estás contando?


—¿Vas a dejarme que te lo cuente a mi ritmo o qué?


—De momento es lo que estoy haciendo, ¿no? —replicó él en voz baja.


Paula se volvió para mirarlo con expresión interrogante.


—No me he hecho con el control de la situación —señaló Pedro.


—¿Te refieres a como hiciste con el asunto de David? —le preguntó ella.


—Me... —Titubeó como si lo que estaba a punto de decir fuera difícil para él—. Me da miedo parecerme a mi padre más de lo que me gustaría. Cuando compré Catering Borman, lo hice con una actitud dominante, ya que, tal como me dijiste, no te creía capaz de manejar una situación semejante sin ayuda. Lo siento. No lo haré más. No voy a hacerme con el control de tu vida, pero creo que si queremos que esto funcione, necesitamos hacer las cosas juntos. En equipo, en pareja. Estoy aquí para escucharte. Si me dices qué es lo que te preocupa, a lo mejor los dos juntos podemos solucionarlo. —Sonrió—. Dicho lo cual, confieso que en la vida me han echado una bronca como la tuya. Me pitaban los oídos y todo.


—No fue para tanto.


—Sí que lo fue y me lo merecía.


Paula se arrebujó entre sus brazos.


—Así que esta vez...


—Esta vez, me he quedado sentadito para que tú manejes las cosas a tu antojo. Pero no ha sido fácil. No te imaginas las ganas que tenía de decirle a Facundo que dejara de reírse de ti.


—Es tu hermano.


—Sí —replicó Pedro con una nota emocionada en la voz—. Es raro pensarlo, la verdad. Bueno, sigue contándome.


Paula respiró hondo.


—Esta parte no te va a gustar.


—Eso significa que vas a hablarme de mi padre.


—Pues sí —reconoció Paula, que comenzó a explicarle cómo veía Salvador Alfonso la infancia de su hijo.


Pedro guardó silencio durante el relato y cuando Paula acabó, lo miró.


—Me lo imaginaba en parte —le aseguró él—. Aunque mi padre jamás admitiría que se sintió intimidado por alguien. Supongo que hasta cierto punto se lo ganó con sus comentarios. Tiene la costumbre de ir dando órdenes por la vida, y seguro que de pequeño era igual.


—¿No te molesta enterarte de todo esto?


—Pues... —Pedro sonrió—. No, la verdad es que no. Es difícil admitirlo, pero creo que comencé a trabajar para él porque quería saber si era capaz de triunfar a su lado. No es fácil ser el hijo de Salvador Alfonso. A veces, cuando trabajaba en Hollywood, los chicos me preguntaban por qué arriesgaba el pescuezo todos los días. Les encantaba decirme que si estuvieran en mi pellejo, se pasarían el día viajando por el mundo en un avión privado, bebiendo champán.


—Pero a ti no te gustaba —señaló Paula—. Por lo menos en aquella época. Creo que después aprendiste a valorar ese tipo de cosas.


—Sí. Bebí mucho champán. Y disfruté de... bueno, de muchas otras cosas.


—Debe de haber sido agradable —replicó ella en voz baja.


—No mucho. ¿Sabes una cosa? He recibido más afecto de Juan Layton que de... En fin, que de la gente que me rodeaba. ¿Puedo contarte un secreto?


—Sí, por favor —respondió Paula, que estaba sonriendo por el comentario que había hecho sobre Juan, el hombre que pronto se convertiría en su padrastro. Juan vivía en Edilean, así que a lo mejor Pedro quería mudarse también al pueblo.


—Quiero abrir un campamento.


—¿Qué tipo de campamento?


—Uno gratuito —contestó Pedro—. Llevo años pensándolo, y se me ocurrió que podía intentarlo en California, pero desde que vi los terrenos que rodean Edilean, he cambiado de opinión. Juan podría encargarse de la construcción, Penny podría gestionarlo y...


—Pero quiere jubilarse.


—Después de haber pasado años trabajando con mi padre, esto le parecerá una jubilación.


—Tu madre podría encargarse de la decoración.


Pedro la instó a levantar la cabeza para mirarla a los ojos.


—¿Qué tal se te daría enseñarles a los niños a hacer collares con macarrones?


—Si a ti te enseñé a hacer una casa de muñecas, creo que puedo enseñar cualquier cosa.


—¿Cómo que me enseñaste? ¡Ja! No parabas de darme órdenes. —Estaba desabrochándose la camisa.


—Por favor, dime que no vas a pedirme que cierre mi negocio y que trabaje para ti.


—Ni se me ha pasado por la cabeza —le aseguró Pedro mientras la besaba en el cuello—. Pero sí te digo que mi plan secreto es llevarte la contabilidad.


—¿De verdad vas a hacerlo? —le preguntó Paula mientras él le besaba un pecho.


—¿Crees que podré convencerte de que me recomiendes al bufete de abogados de Edilean?


Paula, que estaba besándolo en una oreja, se apartó para preguntarle a su vez:
—¿Te refieres a McDowell, Chaves y Welsch? Hay que llevar alguno de esos tres apellidos para formar parte del bufete.


—¿No vale casarse con un miembro de la familia? —le preguntó Pedro, que la besó en la boca de inmediato.


Una hora antes, Paula no estaba interesada ni por asomo en el sexo, pero en ese momento no podía pensar en otra cosa.


—Creo que tenemos futuro —susurró.


Pedro se apartó de ella.


—¿Qué?


—Que creo que tenemos futuro —repitió.


—¿Es que...? —Pedro guardó silencio un instante—. ¿Creías que iba a dejarte?


—Sí. Bueno, no. Es que no me imaginaba siquiera dónde íbamos a vivir.


—En tu casa, si consigo que saques todos esos chismes del garaje. Juan me dijo que...


Paula lo silenció con un beso.


—¿Y qué pasa con el divorcio?


—Juan se encargará de todo. De hecho, me asusta un poco lo que pueda pasarle a mi padre cuando se enfrente a él. ¿Quieres seguir hablando? —preguntó, exasperado.


—¡Sí! —exclamó Paula—. ¡Sí, sí y sí! Quiero hablar sin parar sobre nosotros, sobre nuestro futuro, sobre... ¡Oh! —exclamó, al sentir los labios de Pedro en el abdomen.


—Vale, sigue hablando —le dijo él mientras descendía por su cuerpo.


—Quizá luego —claudicó al tiempo que cerraba los ojos y se olvidaba de todas las preocupaciones




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