lunes, 18 de abril de 2016

CAPITULO 32: (TERCERA PARTE)





Paula pasó la noche en su nuevo apartamento, situado sobre la tienda de sándwiches. Pedro había intentado convencerla de que se quedara con él y a ella le resultó casi imposible resistirse a la intensidad de sus ojos, pero lo consiguió. Sentía que había otras cosas en su vida que necesitaba poner en orden antes de seguir intimando con nadie. Ahora, por la mañana, tumbada en la cama mirando al techo, se daba cuenta de que algo había pasado en su interior. No estaba segura de qué era exactamente, quizás el renacer de la esperanza.


Durante muchos años, su esperanza de futuro había estado ligada a la marcha de su hermana a la universidad y a no tener que compartir casa con su padrastro. Después pensó que su futuro estaba ligado al de Gonzalo y, apenas con unos días de diferencia, había desplazado esa esperanza hacia Pedro.


Pero ahora... ahora se le abrían otras posibilidades. Nunca había querido regentar un restaurante. Aprendió a cocinar porque las circunstancias la obligaron. Y como era una persona creativa, se obligó a hacer otras cosas que no fueran costillas de cerdo asadas. Aunque quizá...


Estaba desperezándose cuando la sorprendió una voz masculina.


—¡Paula! —rugió alguien en el piso de abajo.


Era Ramon. Y su voz era tan impresionante como su cuerpo. 


Saltó de la cama y buscó sus vaqueros, pero solo encontró una camiseta de tamaño gigantesco.


—¡Baja o subiré yo! —gritó—. Y en ese caso tendré que pelearme con mi primo.


Paula suspiró mirando al cielo. Pedro podía ser muchas cosas, pero no un alfeñique.


—¡Ya voy! —respondió.


—¡Bien, te espero! Tenemos mucho trabajo pendiente. Y no te molestes en maquillarte, no hay tiempo.


Paula fue enseguida al cuarto de baño y se echó un rápido vistazo en el espejo. ¡Estaba hecha un desastre! Tenía el pelo enmarañado, los ojos adormilados y una raya en la mejilla producto de un pliegue de la almohada. Empezó a arreglarse un poco hasta que pensó: «¡Qué diablos!...» 


Estaba demasiado excitada para perder el tiempo en tonterías, y además era Ramon, no Pedro quien la esperaba al final de la escalera con expresión de impaciencia. Expresión que cambió al ver a Paula.


—¡Dios santo! ¿Este es tu aspecto cuando te despiertas? No me extraña que Pedro se haya quedado completamente idiotizado.


Ella no pudo evitar reírse ante el sincero cumplido. Se pasó las manos por el pelo intentando alisarlo.


—¿A qué viene tanta prisa?


—A que creo que deberíamos tenerlo todo a punto para abrir mañana.


—Imposible. Tengo que esculpir ocho animalitos para los niños. Ellos...


—Sí, ya lo sé. Toda la ciudad lo sabe. Los niños vieron cómo una flecha perdida clavaba a Jim Levenger en un árbol, y tú los reuniste y los tranquilizaste esculpiendo dragones con patatas. Y esas pobres mujeres que sufren trabajando para Pedro compraron una tonelada de barro para que estés contenta en Edilean, te quedes aquí para siempre y entretengas a Pedro para que esté de buen humor y las deje en paz. Creen que cuanto más sexo tenga, más amable será. Y viéndote esta mañana, las comprendo perfectamente.


En circunstancias normales, Paula se habría sonrojado por las palabras de Ramon, pero el tono la hizo reír.


—¿El equipo de chismosas tiene alguna idea de cómo se supone que voy a esculpir ocho animales y abrir un restaurante al mismo tiempo?


—Esto es Edilean.


—¿Qué significa eso?


—Que todo el mundo opina de todo.


—Entonces, yo también puedo —aseguró Paula—. Y opino que es mejor que hoy haga las esculturas, mañana ya compraré las provisiones y haré sopa, y pasado mañana abriré el restaurante. Y voy a necesitar ayuda para todo eso.
Iba a mencionar también el dinero que necesitaría y que no tenía, pero no pudo hacerlo.


—Ya me he encargado de todo. Ayer, mientras tú te divertías yendo de picnic al bosque y pelabas patatas, yo trabajé de lo lindo.


—No las pelé. La piel de las patatas sirve para imitar la piel de los animales.


—Como quieras —aceptó, abriendo la puerta delantera. Su camioneta estaba aparcada frente a ella—. Mantenla abierta, ¿quieres?


Ella sujetó la puerta mientras él se dirigía a la camioneta y abría las puertas traseras.


—He traído veinticinco kilos de barro, y vas a esculpir tus animalitos y a encargarte del restaurante al mismo tiempo.


—Pero...


—Ni siquiera pienses que no eres capaz. Soy profesor de universidad, ¿recuerdas? Los chicos hacen sus deberes a las tres de la mañana en plena fiesta.


—Pero, yo no...


No pudo seguir. Ramon le puso una caja en los brazos.


—Ahí tienes todo lo necesario para esculpir. Y yo tengo unos cuantos libros de cocina para inspirarnos y elegir lo que vamos a cocinar.


En el interior de la furgoneta podían verse cuatro enormes bolsas de la compra con el logotipo de William & Mary; y a su lado, tres bolsas más y cuatro cajas de Williams-Sonora.


—Has estado de compras.


Ramon le dedicó una sonrisa.


—La relación entre las mujeres y las compras es muy particular. Llamé a dos mujeres que tienen una... ¿cuál es esa palabra tan desagradable que utiliza la gente hoy día? Una relación fiel, eso es. Durante meses dijeron que no podían salir conmigo bajo ninguna circunstancia, pero en cuanto les pedí ayuda con las compras, solo preguntaron dónde y cuándo. Una me echó una mano con los libros, y la otra a elegir los utensilios de cocina.


—Algo que podrías haber hecho tú solo.


—Habría sido mucho más aburrido, ¿verdad? —respondió, antes de volver a reírse y contagiar a la chica.


El día resultó frenético. Ramon estaba acostumbrado a manejar grupos de personas, así que atosigó a Paula con docenas de cosas a la vez. No ayudó que el día antes hubiera mandado publicar un anuncio en el periódico de Williamsburg:


Se necesita personal para sandwichería en Edilean. Se requiere personal creativo, inteligente, educado y con talento. Se valorará experiencia en cocina.


—¿Buscas una camarera o una esposa?


—Estoy abierto a las dos posibilidades —admitió él—. Veremos quién se presenta.





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