sábado, 23 de abril de 2016

CAPITULO 47: (TERCERA PARTE)





El día de Nochebuena, Lewis Treeborne apareció en la sandwichería. Entró, pidió sopa y un bocadillo, y esperó que le sirvieran.


Paula reconoció su voz. Se quedó helada y todos sus miedos regresaron a ella de golpe. ¿Habría venido con la policía? ¿Se la llevarían de allí esposada? Gonzalo la hizo reaccionar.


—¡Eh, Paula, despierta! Hay gente esperando.


Ella señaló la caja registradora, donde el viejo Treeborne estaba pagando su pedido. Gonzalo dudó un momento, dejó junto a la chica el bol de sopa que llevaba en las manos y le dio la espalda a su padre.


—¿No deberías ir a hablar con él? Hacer algo, no sé... —preguntó ella en voz baja.


—Ya no le tengo miedo —afirmó Gonzalo—. Me ha encontrado, sabe que estoy aquí. Así que si quiere algo de mí, ya me lo dirá,


Paula asintió y tuvo que recurrir a todas sus fuerzas para no correr hasta el anciano y preguntarle qué hacia allí. Tuvo que recordarse a sí misma que estaban en Edilean y que la familia Treeborne no era la dueña de ese lugar.


Pero no pudo evitar seguir mirando de reojo al hombre sentado a la pequeña mesa, comiendo lentamente y sin dirigir una sola mirada a los que se encontraban tras el mostrador.


—¿Por qué estáis susurrando vosotros dos? —preguntó Kelli, extrañada—. ¿Ocurre algo?


—Ese es el padre de Gonzalo —dijo Paula, señalándolo con la cabeza.


—¿Ah, sí? ¿El viejo Treeborne en persona?


—El monstruo en carne y hueso —corroboró Gonzalo con una mueca de desagrado.


Kelli pasó su mirada de uno a otro.


—Sois unos cobardes.


—Tú lo has dicho —aceptó Paula.


Kelli hizo rodar los ojos mientras se alejaba hasta el mostrador de cristal, lleno de pasteles recién horneados, y empezaba a llenar una bandeja con porciones de varios de ellos.


—¿Qué haces? —se interesó Gonzalo, acudiendo presuroso junto a ella.


—Aprovechando la oportunidad —respondió la chica.


Cuando la bandeja estuvo llena con las distintas muestras, cogió unas servilletas y un tenedor, y fue hasta la mesa de Lewis Treeborne.


—Su hijo y yo estábamos pensando aprovecharnos de sus contactos en el imperio Treeborne para crear una línea de tartas congeladas.


Lewis ni siquiera alzó los ojos cuando la chica dejó la bandeja sobre la mesa, dio media vuelta y se marchó.


Paula y Gonzalo fingieron inútilmente no prestar atención, pero cuando Lewis empuñó el tenedor y partió un pedazo de tarta, dejaron de contener el aliento al mismo tiempo.


—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ramon, y Kelli se lo explicó.


Aunque varios clientes hacían cola frente a la caja registradora, Dany dejó su puesto para preguntar qué ocurría. Fue Ramon quien se lo explicó.


Por entonces, todos los presentes en el local se habían dado cuenta de la tensión que reinaba en el ambiente y miraban con mayor o menor disimulo al hombre de la enorme bandeja de postres.


—¿Le gusta el café? —le preguntó Dany a Lewis.


—Sí, claro.


Y llenó una taza.


—¿Azúcar? ¿Leche?


—No. Solo.


El ambiente del atestado restaurante podía cortarse con una navaja cuando Dany llevó la taza de café al anciano.


Él tomó un sorbo.


—Bueno, ¿eh? —preguntó Dany.


—¿El café o el pastel? —preguntó Lewis.


—Los dos.


Él se tomó su tiempo para responder.


—No está mal.


Se levantó sin aclarar a qué se refería, pero al menos había probado todos los pasteles.


Todos miraron cómo Lewis Treeborne se dirigía hacia la puerta. No miró a nadie, pero hizo una pausa antes de abrir la puerta.


—Esta noche a las ocho —dijo en voz alta y abrió la puerta—. Los dos.


Y salió del restaurante.


Todo el mundo tardó menos de un segundo en soltar el aire que retenían en los pulmones y empezar a hablar a la vez. 


Ramon, acostumbrado a las multitudes, intentó responder a las preguntas, mientras Gonzalo, Kelli y Paula volvían a su trabajo, intercambiando miradas llenas de preguntas y esperanza al mismo tiempo.


—¿Dónde tenéis que veros? —preguntó Kelli.


—En el Williamsburg Inn —respondieron Gonzalo y Paula al unísono. Era el mejor hotel de la zona. Elegancia clásica.


—Tienes que venir con nosotros —le dijo Kelli a Paula, antes de mirar a Gonzalo—. Bueno, suponiendo que tu padre no se refiriera a Paula cuando dijo «los dos».


Gonzalo y Paula intercambiaron miradas.


—No —negó Paula—. Yo no le intereso nada.


—Tiene razón —apoyó Gonzalo—. Quiere verte a ti y a tus manos mágicas.


Paula se alejó de los dos, ya que sus miradas lo decían todo. 


Mientras limpiaba la mesa desocupada por Lewis Treeborne, estudió a las dos parejas. Gonzalo y Kelli tenían sus cabezas casi juntas, susurrando y haciendo planes. Los había oído hablar sobre lo que podía cocinar Kelli para llevarlo a su cita nocturna. En el otro extremo del local, Ramon y Dany charlaban tranquilamente trabajando tan conjuntados que daban la impresión de conocerse de toda la vida.


Paula tuvo que apartar la vista. ¡Le daban tanta envidia!


Poco antes de cerrar, cuando Paula seguía pensando qué podía o qué debía hacer, llegó Henry. Traía con él un voluminoso sobre de papel manila, y ella supo de inmediato que contenía su propuesta. Dejó que los otros se encargaran de los pocos clientes que quedaban y se sentó con el anciano.


—Quería traerte esto ahora y no interrumpir tus navidades. —Y empujó el sobre hacia ella a través de la mesa.


Paula no lo abrió.

—Ahí está todo lo que hablamos. Es una oferta de trabajo y, si me permites la inmodestia, una oferta bastante buena. El estudio estará acabado en abril y podrás usarlo cuando y como quieras a partir de entonces. Puedes dar clases en él o trabajar en tus propios proyectos. El sueldo es suficiente para que vivas bien y puedes complementarlo vendiendo tus obras. ¿Qué te parece?


—Perfecto —admitió la chica, pero no sonrió.


Henry frunció el ceño antes de continuar.


—Además, el seguro te cubre cualquier problema médico, incluido el dentista. Si te casas, el plan se extenderá a tu marido. Y, Paula...


—¿Sí?


—El seguro cubrirá cualquier tipo de enfermedad en cualquier parte del mundo, me he ocupado de eso. Si necesita ser rescatado por medios aéreos de algún lugar olvidado de Dios, lo será.


—Bien. —Y aquí sí dejó escapar una leve sonrisa—. ¿Y los fondos de los que hablamos?


—También están contemplados en el contrato, tengo a gente que se encargará del asunto. Si tu joven doctor quiere un barco completamente equipado, lo tendrá; si quiere una clínica itinerante para abrir consulta una temporada aquí y otra allí, también la tendrá.


—Gracias.


Henry se apoyó en el respaldo de su silla.


—Y, Paula, si os casáis, me encargaré de que todos los años paséis como mínimo dos semanas juntos con todos los gastos pagados en el país que elijáis. Además, cuento con que Pedro, por supuesto, volverá a menudo a casa.


—No me ha pedido que me case con él —le advirtió Paula.


—Lo hará. Toda la ciudad lo sabe —replicó él, sonriendo ampliamente. Se había preocupado por la expresión abatida de la chica, temiendo que la responsable fuera su oferta. Ahora se daba cuenta de que la culpa de su infelicidad era de su despreocupado novio. Henry le apretó cariñosamente la mano—. Estoy seguro de que lo hará. Quizá mañana, en Navidad, se arrodille delante de ti y te lo pida.


Paula recogió el sobre de la mesa.


—Hablaré con Pedro de todo esto y ya te contestaré. Es una oferta muy generosa y te lo agradezco.


—Es un placer —dijo Henry, pero observándola fijamente e intentando no fruncir el ceño nuevamente. Deseó conocerla mejor para saber cómo tranquilizarla e infundirle seguridad.


Por su parte, no estaba seguro de cómo reaccionaría el doctor Pedro ante la oferta. Si Paula le mostraba todo el paquete, asegurándole que podría financiar sus viajes, ¿qué supondría eso para ella? ¿Le daría un beso a la chica, le diría «Gracias, nena», y adiós muy buenas?


«Si lo hace —pensó Henry—, me aseguraré de que ese jovencito pierda todos sus fondos. Paula es una chica encantadora y no merece que la traten así.»


Cuando Henry se marchó, Paula ayudó con la limpieza del local. El día de Navidad cerraban y querían que todo quedara limpio y organizado.


Kelli y Gonzalo charlaban tranquilamente sobre la cita con Lewis y lo que iban a hacer, y su excitación era contagiosa. 


En el otro extremo del restaurante, Ramon y Dany se habían retirado a un reservado. Parecían estar haciendo planes para Navidad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario