sábado, 23 de abril de 2016
CAPITULO FINAL: (TERCERA PARTE)
No dejó de correr hasta llegar a la consulta de Pedro, pero al entrar en ella le asaltaron las dudas. Estaba tan llena de pacientes que quizá sería mejor esperar para hablar con él.
Bety la vio y le dio un codazo a Helena, que aferró el brazo de Alicia con fuerza. Un segundo después, las tres mujeres rodearon a Paula, con Helena entre ella y la puerta para que la chica no pudiera escapar.
—Gonzalo ha hablado contigo, ¿verdad? —preguntó Bety muy seria.
—Sí. Y ahora quería hablar con Pedro, pero veo que está muy ocupado. Volveré más tarde.
Intentó abrir la puerta, pero Helena la bloqueaba.
Bety rodeó maternalmente con un brazo los hombros de Paula.
—¿Alguien tiene inconveniente en que Paula hable con el doctor Pedro? —preguntó en voz alta a los pacientes.
—Oh, puedo esperar —accedió una mujer con dos niños.
—Si hace falta, ya volveré la semana que viene —se apresuró a decir un hombre.
—Yo solo tengo bronquitis —dijo otra mujer, reprimiendo un ataque de tos.
—Me pueden quitar los puntos mañana —aseguró un joven.
—¿Lo ves? —preguntó Bety triunfalmente—. No hay ningún problema.
Arrastró prácticamente a Paula hasta el despacho de Pedro, seguidas de Alicia y Helena, que se encargaron de cerrar la puerta tras ellas.
Bety golpeó con los nudillos la puerta de la sala de examen contigua y la abrió sin esperar contestación. Una anciana estaba sentada en la camilla, vestida únicamente con una bata de hospital. Pedro se hallaba frente a ella, examinándole el pie.
—Si no se cortase tanto las uñas, no le crecerían hacia dentro —estaba recriminándole con tono gruñón—. Ya se lo advertí la última vez.
Volvió la cabeza al oír la puerta y sus ojos se abrieron como platos al ver a Paula prácticamente encajonada entre sus tres ayudantes.
—Les he dicho que podía esperar a que terminases —intentó disculparse la chica—. No quería...
La anciana saltó ágilmente de la camilla.
—Tiene razón. Me lo advirtió, es culpa mía. Adiós —balbuceó, antes de abalanzarse hacia la puerta.
Segundos después, Pedro y Paula se quedaron solos.
—¿Qué diablos está pasando? —preguntó un desconcertado Pedro—. ¿Te ocurre algo, Paula?
—Físicamente estoy bien, pero tengo que decirte algo importante —aclaró ella, sentándose en un extremo de la camilla—. ¿Te acuerdas cuando tallé aquellos animales para los niños con las patatas?
—Claro que me acuerdo.
—Los niños estaban traumatizados y con razón. Una flecha había volado por encima de sus cabezas y clavado a un hombre en un árbol. No podían saber si era un accidente o si un loco iba a por ellos. Solo puedo pensar lo que debió de imaginarse aquella enfermera, seguro que estaba casi histérica. Tenía que ocuparse de la herida del hombre, procurar que no se desangrara, pedir ayuda y proteger a los niños. Todo a la vez.
Pedro no tenía ni idea de adónde quería llegar Paula, pero por su expresión dedujo que realmente lo consideraba muy importante.
—Pero... tú conseguiste reunirlos y tranquilizarlos... —dijo, sonriendo—. Cuando os encontré, parecías una ninfa de los bosques rodeada de niños que te miraban como si los hubieras rescatado de una muerte segura.
—Algunos parecían muy asustados, ¿verdad?
—No contigo y tus dragones. Y estoy seguro de que en Acción de Gracias te consideraron un ángel. Tu forma de tratar a los niños fue algo mágico.
—Me gusta sentirme necesitada. Creo que por eso preferí quedarme con Lisa a aceptar aquel trabajo de las tazas. Creí que el mundo no necesitaba cucharas con la cabeza de los presidentes en el mango. En cambio, Lisa estaba hecha un lío. Era una adolescente que se había quedado sin madre, con un padrastro insufriblemente perezoso y necesitada de una excusa para no seguir viendo a una pandilla bastante peligrosa.
—Y entonces llegó Gonzalo—añadió Pedro—. Él también te necesitaba.
—Así es. Su padre es el mayor abusador de este planeta.
—¿Qué tiene que ver toda esa necesidad conmigo? —preguntó Pedro, sonriendo—. Soy bastante autosuficiente. Soy capaz de dirigir clínicas y consultas, así como de ocuparme de los problemas médicos de toda una ciudad, por no hablar de sus problemas psicológicos. Nunca te lo he dicho, ni a ti ni a nadie, pero prácticamente dirijo un servicio de citas. Una vez...
No pudo seguir. Paula se estaba riendo a carcajadas.
—¿Tú, autosuficiente? ¿Precisamente tú...? Estás de broma, ¿no? Eres la persona más necesitada del mundo.
—¿Yo? Paula... —No pudo evitar sentirse herido al ver que la chica lo conocía tan poco—. Sabes que en Edilean tengo tres ayudantes, pero cuando viajaba al extranjero...
—Casi te haces atropellar por unos coches de carreras.
—Eso solo me pasó una vez —protestó Pedro, frunciendo el ceño—. ¿Qué intentas decirme, Paula?
Ella suspiró. ¿Y si le confesaba lo que verdaderamente sentía, lo que verdaderamente quería, y él la rechazaba? ¿Y si se reía ante su deseo de querer acompañarlo en sus viajes?
—Gonzalo y Treeborne Foods financiarán tu hospital flotante, y quiero ir contigo.
Pedro se quedó sin habla. Solo pudo parpadear desconcertado.
—Pero ¿y tus esculturas? ¿Y el fabuloso estudio que te está construyendo Henry? Gracias a sus contactos podrías abrirte camino en el mundo del arte. Con tu talento, serías famosa.
—No, no soy como Maria o Karen. Lo más importante para mí no es tener éxito en el mundo artístico. —Se acercó a él poco a poco—. Me sentí mejor ayudando a esos niños tallando animales con patatas que con cualquier otra cosa que haya esculpido en mi vida. —Dio otro paso hacia Pedro—. ¿Hay sitio en tu cruzada para una mujer a la que le gusta encargarse de niños traumatizados? ¿Crees que podría serte útil en tu trabajo?
—Paula... —Pedro tuvo que tragarse las lágrimas para hablar coherentemente—. Sí, te necesito. Y los niños del mundo te necesitan. ¿Quieres casarte conmigo y acompañarme a... a donde quiera que el mundo nos necesite?
—Sí —aceptó ella—. Me encantaría.
Pedro la estrechó entre sus brazos, la besó y... y de la sala exterior les llegaron los aplausos y los vítores de los allí reunidos. Al parecer, alguien había pegado la oreja a la puerta. Tres minutos después, el departamento de bomberos disparó las alarmas de su sede, Colin conectó las sirenas de los dos coches patrulla y las campanas de las tres iglesias de Edilean repicaron jubilosas.
Pedro miró sorprendido a Paula, un segundo antes de que ambos empezaran a reír.
—Er... Creo que todos están de acuerdo con nosotros.
—Sí —secundó Paula—. Sí, sí y sí.
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Hermosa historia, me fascinó jajaja
ResponderEliminarPor fin terminé de leerla! Hermoso final, me quedé con ganas de seguir leyendo las historias de Edilean!
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