Los cuatro se marcharon una hora después, deseándole feliz Navidad a Paula. Ella se hizo un té y se sentó frente al paquete que le trajera Henry. Era una oferta muy generosa, sí, pero no especificaba una cantidad concreta para el fondo de Pedro. No obstante, por sus palabras deducía que, por mucho que necesitara el médico, podría contar con ello. No pudo evitar preguntarse cuántos favores había tenido Henry que pedir para presentarle aquella generosa propuesta.
En cuanto a ella, la oferta era igualmente generosa. Le pagaría por trabajar en un estudio fabuloso, podría complementar el sueldo de cualquier forma que se le ocurriera y el seguro era excelente. En resumen, el plan no podía ser mejor, nada había quedado al margen.
Entonces ¿por qué la deprimía tanto?
Estudió los documentos página a página y separó todos los que tenían su nombre o les competían a Pedro y a ella como pareja. Por más que le hubiera insistido en vivir juntos, nunca había mencionado la palabra matrimonio. Resultaría embarazoso enseñarle los papeles que mencionaban un supuesto matrimonio como si lo diera por supuesto.
Cuando Pedro la recogió a las cinco de la tarde, ella hizo todo lo posible por parecer animada, lo que no le resultó nada fácil.
—¿Iremos mañana a casa de Sara? —preguntó, mientras iban de camino a casa.
—Claro. A menos que no te apetezca. Si quieres, podemos ir a Williamsburg y ver qué se cuece por allí. Pero si tienes alguna otra idea...
—¿Cuándo vas a hablarme del doctor Becks? —cortó ella, incapaz de contenerse por más tiempo.
—No hay nada que hablar —respondió Pedro secamente.
—No es eso lo que me contó. Dijo que se había ofrecido a llevar la consulta para que pudieras irte de Edilean.
—Es más complicado que eso —confesó el médico—. Necesitaría un dinero del que no dispongo. Como tenía que venir aquí, desatendí todos los contactos que tenía. Necesitaría meses para reorganizarlo todo, y para entonces Tyler ya se habría marchado.
Paula aspiró profundamente.
—Tengo algo que enseñarte, algo que te va a encantar.
****
—Así están las cosas, ¿eh? —preguntó Colin.
Era Navidad, y Pedro y él se encontraban en la salita trasera de la casa de Sara. Podían oír a los demás riendo, charlando y cantando villancicos al otro lado de la puerta cerrada, pero allí estaban relativamente tranquilos.
—Ahora ya lo tienes todo. Alguien que se haga cargo de la consulta, el dinero necesario para montar el tipo de clínica que quieras, y una chica que está tan loca por ti como tú lo estás por ella. ¿Qué más quieres?
—No lo sé —confesó Pedro. La pequeña chimenea de la habitación estaba encendida y Sara había instalado un pequeño árbol de Navidad en un rincón—. Paula lo tiene todo. Anoche tardé horas en convencerla para que me explicase por qué Henry le ofrecía todo eso. Parecía un trato demasiado fabuloso.
Le explicó los detalles a Colin, incluido el seguro dental.
—No puede rechazar todo eso así como así y marcharse contigo —dijo Colin. Había comentado ese problema con Tomas y con Maria. El trabajo de Paula era una cosa y el de Pedro otra—. ¿Qué piensas hacer?
—Quedarme. Como suele decir Sara, no me enamoro fácilmente. Ya perdí una vez a la mujer que amaba, no quiero que vuelva a pasar.
—Pero odias estar aquí.
—Me estoy ajustando a la vida en Edilean. Con Paula todo me parece mucho más agradable. ¡Y no puedo perderla! Ese idiota de Treeborne se pasa todo el día con ella. Si me marcho, no tardará ni un segundo en abalanzarse sobre ella.
—Por lo que he oído, parece que quiere a la chica de los pasteles.
Pedro se encogió de hombros.
—Cree que Paula está fuera de su alcance porque yo ando por aquí.
Colin no podía discutir ese punto, ya que opinaba lo mismo de su esposa, Gemma. Para él, Gemma era la mujer más hermosa y deseable sobre la faz de la Tierra y estaba seguro de que todos los hombres pensaban lo mismo.
—¿Se lo has dicho ya a Paula?
—Se lo diré mañana, y espero que se alegre. La incertidumbre parece tenerla muy deprimida. Claro que, cuando pienso en dejarla, yo también me deprimo.
—Así que ella tendrá el trabajo que siempre quiso y tú te quedarás atrapado eternamente en Edilean. —Negó con su cabeza, apesadumbrado—. Rechazar una oferta como esa debe de ser muy doloroso para ti.
A Pedro se le escapó un gruñido.
—Más de lo que te imaginas. Es lo que he soñado muchos años y deseaba pasarle algo así por la cara a mi nuevo cuñado. Al menos, ahora me ahorraré la escena. Y siempre me quedará el trabajo de Paula. Es la persona con más talento que he conocido nunca en mi vida, se merece el reconocimiento del mundillo artístico.
—En eso estoy de acuerdo. He visto la pequeña escultura que te hizo. Por cierto, ¿qué le has comprado como regalo navideño?
—Una cámara fotográfica. He supuesto que le irá bien para fotografiar sus trabajos.
—En tu lugar, yo haría una visita a la tienda de Karen —sugirió Colin, refiriéndose a la pequeña joyería.
—Sí, claro. Tengo que comprarle un anillo a Paula y pedirle que se case conmigo. Es que...
—¿Tienes miedo de que te rechace?
—Estoy aterrorizado. Yo... quiero decir que yo... ella es tan...
—Te comprendo perfectamente. Apabulla, ¿verdad?
—Paula es lo más importante para mí, más importante que cualquier otra cosa —admitió Pedro—. Haría lo que fuera por ella.
—¿Incluso rechazar una oferta que te daría todo lo que has querido en tu vida adulta?
—Sí. Rechazaría todo lo que fuera por ella.
—Por lo que sé, es exactamente lo que estás haciendo al rechazarlo todo.
—No lo veo así exactamente. Tendré a Paula y ella tendrá la posibilidad de crear. Es lo que Karen y Maria deseaban. Lo deseaban de tal manera, que estaban dispuestas a renunciar a los hombres que amaban. Sé que si me marcho, la perderé.
—Quizás ella podría...
Pedro sabía lo que iba a decir su primo: que quizá Paula podría marcharse con él.
—Ni siquiera pienso sugerírselo porque a lo mejor estaría de acuerdo contigo. ¿Qué ocurriría entonces? ¿Me seguiría por todo el mundo sin poder explotar su talento? No puedo pedirle algo así. Sería como si ella me pidiera que yo renunciase a la medicina. Me quedaré en Edilean y me ofreceré como voluntario para trabajar en algunas clínicas gratuitas.
—Genial —susurró Colin—. La mitad de tus pacientes serán adictos al crack y no la gente que te necesita desesperadamente.
—No veo otra solución. —Pedro suspiró, volviendo a encogerse de hombros.
—Creo que deberías hablar con Paula y contarle la verdad.
—¿Y que se sacrifique por mí? No, gracias. Ya se sacrificó por su hermana, sería injusto que lo repitiera. Además, no quiero compartir mi vida con una mártir.
Pedro dio por terminada la conversación y dejó la sala, cerrando la puerta tras él.
—Pues el mártir vas a ser tú. ¿Podrás vivir contigo mismo? —dijo Colin en voz alta, aunque nadie pudiera escucharlo.
Poco después se unió a los demás, pero, por más que lo intentó, no consiguió sonreír a Paula. Era una chiquilla encantadora y parte de él se alegraba de que Pedro hubiera encontrado a alguien a quien amar, pero odiaba que ella convirtiera la sentencia de tres años de su primo en una cadena perpetua de infelicidad. Colin recordaba bien sus visitas a Pedro durante su estancia en algún país lejano. Aquel hombre dinámico, enérgico y sobre todo feliz, no era el hombre que deambulaba por Edilean como un fantasma. Atrapado entre cuatro paredes todo el día, tratar a pacientes con poco más que una astilla clavada en el dedo, no era aquello a lo que Pedro quería dedicarle su vida. A Tomas le encantaba, como le encantaba tratar con la gente y sus problemas, pero Pedro no lo soportaba.
Ahora, por culpa de aquella joven recién llegada a la ciudad y de la que Pedro se había enamorado, estaba dispuesto a pasarse la vida haciendo lo que más odiaba.
Cuando Paula cruzó su mirada con la de Colin, riendo a carcajadas por algo que habían dicho los niños, este no pudo forzar una sonrisa. Intentó mantener una expresión neutra, pero le resultó imposible. Pedro era su primo, su amigo, y aquella mujer iba a destrozar su vida. Deseó que nunca se hubiera presentado en Edilean
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