lunes, 11 de abril de 2016
CAPITULO 7: (TERCERA PARTE)
Su primera impresión fue que no era un apartamento precisamente agradable. Tenía unas cuantas ventanas y unos cuantos muebles, aunque todo parecía de color gris.
Daba la impresión de que alguien le hubiera dado al doctor Pedro sus muebles sobrantes. Una fina capa de polvo lo cubría todo y, por lo que veía, no había nada personal en ninguna parte. Una habitación de motel tenía más personalidad.
La habitación más grande comprendía una zona habitable con una vieja mesa y tres sillas destartaladas, y una pequeña cocina muy básica. Al fondo de la sala vio una puerta abierta que daba a un dormitorio tan impersonal como todo el resto. La cama estaba deshecha, pero no era un revoltijo. El baño completaba el apartamento.
Paula volvió al salón y llamó a Karen por el teléfono fijo para confirmar que su amiga no tenía inconveniente en que se quedara en su casa.
—Como si fuera tuya —le aseguró Karen. Paual le explicó dónde se encontraba en aquel momento, y su amiga gruñó—. Horrible, ¿verdad? Solía ser el apartamento del sheriff. Su despacho está contiguo al apartamento.
—¿De dónde sacó los muebles?
—Del ático de la abuela.
—Lo suponía. No quisiera parecer una desagradecida, pero ¿qué se supone que hago aquí?
—Conseguir que se quede.
—¿Qué quieres decir?
—Pedro aceptó pasar tres años en Edilean mientras el médico titular, el doctor Tomas, se iba a Nueva York para estar cerca de Paula.
—¿El otro médico es el que se casó con Maria? ¿Ese tal doctor Tomas?
—Lo siento. Creí que sabías todo lo que pasó. Sí, Maria
a se casó con el doctor Tomas, pero después consiguió trabajo en Nueva York y Tomas se marchó con ella, lo que dejó a Edilean sin médico titular. Cuando vuelva, dentro de dos años y medio, mi hermano tendrá que cederle el puesto. Entretanto, vive en ese espantoso apartamento.
Paula intentó digerir tanta noticia junta, y su corazón sintió lástima por el doctor Pedro. ¿Cuántos hombres aceptarían dedicarse a tan noble tarea, con tanta dedicación, sabiendo que lo perdería poco tiempo después?
—¿Y no puede alquilar una casa aquí en Edilean? —preguntó.
—Apenas tiene tiempo de dormir, mucho menos para buscar casa. ¿Paula?
—Sí.
—Mi hermano no es feliz. Aceptó un trabajo que no quería y ahora está atrapado en él. Te agradecería que hicieras todo lo que puedas para que su vida sea un poco más cómoda. Tienes carta blanca para hacer los cambios que te apetezcan en ese horrible apartamento.
—No sé... —dudó Paula, mirando a su alrededor—. No estoy segura.
—Tú puedes —le aseguró Karen, y empezó a soltarle una arenga.
Paula no tuvo más remedio que sonreír. Karen era una persona dinámica, una emprendedora. Rebatirla era imposible y ni siquiera lo intentó. Parecía creer que los problemas de Paula se debían a falta de fe en sí misma, y no podía estar más equivocada. Ella se sintió tentada de interrumpir el discurso de Karen diciendo: «Mira, en estos momentos lo único que me preocupa es saber si me está buscando el FBI.»
Pero no lo hizo.
—¿Me estás diciendo que tengo que hacer de mujer de la limpieza, de secretaria, de cocinera y de decoradora de interiores? ¿En el trabajo también está incluido el sexo?
Paula lo había dicho en broma, pero Karen la cazó al vuelo.
—Supongo que una noche de sexo alucinante no os iría mal a ninguno de los dos. A mí me hace maravillas. Y ya que ha salido el tema, Pedro me está señalando el reloj, tengo que dejarte... Y Paula, elige la ropa que quieras de mi armario. Con todo lo que me he comprado en este viaje, necesitaré mucho espacio libre. —Entonces colgó, dejando a una Paula atónita mirando el teléfono.
—Una noche de sexo alucinante... —repitió en voz alta.
Eso hizo que pensara en Gonzalo. Karen no sabía nada de Sophie desde que se habían licenciado. La verdad es que ni ella ni Jecca sabían nada de su vida anterior a la universidad.
Dejó el teléfono sobre la encimera de la cocina y le echó otro vistazo al apartamento. La ayudante del doctor Pedro le había dicho que este volvería tarde, y Karen, que su misión era convencerlo de que se quedase en Edilean. Quizá solo tenía ese día antes de que la policía la encontrara y tuviera que afrontar las consecuencias de lo que había hecho, así que iba a tener que emplear todas sus habilidades.
Bajó las escaleras y preguntó que si hacía una lista de todo lo que necesitaba, alguien podría traérselo. Las tres mujeres accedieron al unísono.
—¿Incluidas mis cosas del montón de chatarra en que se ha convertido mi coche? —añadió, mirando significativamente a Helena.
El rostro de la mujer enrojeció. Paula sospechaba que el coche no estaba en condiciones tan deplorables como le habían contado pero, al parecer, las mujeres solo pretendían ayudar a su amado docor Pedro. Bueno, ¿por qué no? Era un médico con demasiado trabajo, que se preocupaba de los demás antes que de sí mismo. Se merecía lo mejor.
Con esa idea en la mente, volvió a subir al apartamento, se quitó el cárdigan y se puso a trabajar
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