domingo, 10 de abril de 2016
CAPITULO 6: (TERCERA PARTE)
A la mañana siguiente, Paula se encontraba mucho mejor.
La noche anterior, devorando unas hamburguesas monstruosas y una bandeja llena de patatas fritas, el atractivo pastor le había contado varias historias divertidas sobre su hermano y sobre él. Hizo que se sintiera mucho mejor y con ganas de tomarse un batido de fresa. Tras la cena, fueron a casa de Karen y, ante la insistencia de Paula, la dejó sola marchándose casi inmediatamente. Estaba ansiosa por bañarse y por ponerse ropa limpia que oliera bien.
La casa de Karen era preciosa, con sus muebles azules y blancos, y tenía todo cuanto necesitaba en aquel momento.
Se sumergió en una bañera de agua caliente, se lavó el pelo, utilizó un acondicionador que olía a melocotón y almendra, se enfundó un camisón de algodón y se metió en la cama a las nueve de la noche. Se durmió instantáneamente.
No se despertó hasta las siete de la mañana siguiente, y le encantó descubrir que el refrigerador estaba lleno de comida. Se preparó un buen almuerzo, saqueó el surtido armario ropero de Karen y se encaminó a la consulta del doctor Pedro. No quería llegar tarde el primer día de trabajo.
Cuando se disponía a salir de la casa, se sorprendió al ver que una mujer joven la esperaba sentada en el porche.
—Hola, soy Helena Davis. Trabajo para el doctor Pedro y he venido para llevarte en mi coche hasta la consulta.
—Oh, no me esperaba algo así —contestó una desconcertada Paula.
La mujer la miró de arriba abajo, estudiándola detenidamente.
—Lo que sea para ayudar a nuestro querido doctor. El pobre está tan solo, tan necesitado, que nos parte el corazón. Hemos estado buscando a alguien que lo rescate de tanta desdicha.
Durante un segundo, Paula solo pudo parpadear.
—¿Re-rescate? —logró articular por fin.
—Bueno, ya sabes lo que quiero decir. No literalmente, claro, porque ya es un héroe. Aunque si fuiste compañera de cuarto de Karen ya debes de saberlo. Seguramente habrás visto miles de fotos suyas.
—La verdad es que no —confesó Paula—. Karen estaba más interesada en encontrar... —Se frenó para no traicionar la confianza de su amiga—. No, nunca conocí al hermano de Karen. Supongo que me enseñó alguna foto, pero de eso hace mucho tiempo.
—¡Genial! —exclamó Helena—. Quiero decir que es algo bueno que ya lo conozcas.
La chica esperó hasta que Paula entró en el coche y después se situó en el asiento del conductor.
—Necesitaré mi propio coche —dijo Paula—. ¿Sabes lo que le ha pasado?
—Lo han tirado a la basura.
—¿Qué?
—Esta mañana el señor Frazier envió una grúa para remolcarlo, pero dijo que no valía la pena arreglarlo. De momento, yo te llevaré donde necesites ir y me aseguraré de que veas a las personas adecuadas.
Paula se quedó contemplando a la joven, que parecía muy nerviosa y hablaba muy deprisa.
—Necesitaré mi coche para...
—Pronto, pronto tendrás uno. Facundo y Clarissa se encargaron de todo anoche.
—¿Clarissa?
—La esposa de Facundo. Este es su segundo matrimonio, y tiene un hijo del primero, Juan. Facundo y Clarissa hace muy poco que se han casado y cuando la madre de Karen, supongo que eso ya lo sabes, le preguntó a nuestro viejo pastor... y no lo digo por su edad, sino porque ya llevaba mucho tiempo aquí, cuando le preguntó si iba a marcharse, dijo que sí, y Facundo fue uno de los candidatos para sustituirlo. Da buenos sermones, pero todo el mundo dice que las mujeres solo vamos a su iglesia para verlo a él, y que podría estar diciendo lo que quisiera y que no nos importaría. Ayer mismo anunciaron que su esposa y él se encargarían de la iglesia baptista. ¿Un chicle?
Paula se preguntó si la mujer hablaría siempre tan deprisa o si solo estaba nerviosa.
—¿Qué?
—Chicle. Que si quieres un chicle. Tengo muchos.
Helena entró en un aparcamiento para seis vehículos, situado en la parte trasera de un edificio de ladrillos, y ambas salieron del coche.
Paula se alisó el pelo y el vestido, deseando estar lo más presentable posible cuando conociera al «heroico» hermano de Karen. Helena la miró sonriente.
—El doctor no está. Esta mañana se marchó temprano por no sé qué problema con los turistas —informó, antes de dirigirse rápidamente hacia el edificio.
—¿Qué significa eso? ¿Qué problema tienen los turistas? —preguntó Paula, trotando tras ella.
—Uh, ya sabes. Incendian el bosque y se queman, se rompen brazos y piernas, se caen de los árboles, lanzan sus coches al lago... lo habitual.
—Dios mío —exclamó Paula, siguiendo a la joven al interior del edificio.
Entraron por la parte trasera de la consulta y dejaron atrás tres salas. En recepción se encontraron con dos mujeres más, que miraron a Paula como si necesitara pasar una inspección. Helena se situó junto a ellas, y el grupo estudió a Paula en silencio.
—La verdad es que no sé exactamente qué tengo que hacer —dijo Paula para romper el silencio—. Karen fue muy imprecisa sobre mis deberes. Dijo que solo sería algo temporal, así que...
—¡Oh, no! ¡Ni hablar! —protestó la mujer de mediana edad. Era agradablemente regordeta y tenía el aspecto de una persona que reía con facilidad—. Me llamo Bety, y ella es Alicia. Queremos darte la bienvenida a Edilean, y tu trabajo consistirá en darle al doctor Pedro...
—Nuestro apreciado doctor Pedro —precisó Alicia.
—Sí, nuestro querido doctor Pedro. Un hombre querido por todo el mundo, al que servimos en todo lo que necesite.
—O simplemente quiera —apuntó Helena.
—¿Qué significa eso exactamente? —preguntó Palula—. ¿Estamos hablando de limpiarle la casa, lavarle la ropa o llevarle las cuentas?
—Sí —confirmó Bety—. Es decir, no. No tendrás que limpiarle la casa, aunque ahora no tenga a nadie que lo haga.
—La tenía —precisó Alicia—. Pero... bueno, tuvo que marcharse y... y se marchó.
—Pero no fue por culpa del doctor Pedro —añadió rápidamente Helena.
—Tendría que haber visto las telarañas, pero no las vio y...
—Lo que Helena quiere decir es que eres su ayudante personal, así que harás todo lo que puedas —resumió Bety.
—¿Cuándo podré conocerlo? —se interesó Paula.
—¿A quién? —preguntó Alicia.
Bety le dio un codazo poco disimulado.
—Nuestro doctor trabaja muchas horas, y muchas veces se va muy temprano y regresa muy tarde. Podemos estar sin verlo varios días.
—Si tenemos suerte —susurró Helena entre dientes.
Bety la fulminó con la mirada.
—Lo que Helena quiere decir es que si tenemos suerte podemos organizar sus numerosas citas. Está siempre tan ocupado porque se desvive por los demás e intenta ayudar a todo el mundo. Solo piensa en sus pacientes.
—Vaya, parece un hombre extraordinario —silbó Paula.
Se acordó de que Karen solía comentar que su hermano era un coñazo y que su novia le caía fatal.
—Es la persona más aburrida de la Tierra —decía de ella—. No sé qué le ve.
Las tres mujeres contemplaban a Paula como si esperasen que dijera algo, pero ella no sabía qué.
—Quizá será mejor que vuelva más tarde, cuando él esté aquí. Así podrá decirme qué es lo que quiere que haga.
—¡Oh, no! —se apresuró a exclamar Bety—. No volverá hasta la tarde. Muy tarde.
—Pero ¿y sus pacientes? ¿No acaban de decirme que hasta tienen problemas para programar sus muchas citas?
—Las hemos cancelado —anunció Helena.
—Por la emergencia de los turistas —añadió Alicia.
—¿Por qué no va arriba y se instala como si fuera su casa? —sugirió Bety.
Paula no tenía ni idea de lo que estaban hablando. Aquello era su lugar de trabajo, no su hogar. Pero antes de que pudiera expresar sus dudas, las tres mujeres abrieron una puerta y prácticamente la empujaron hacia la escalera. En cuanto cruzó el umbral, la puerta se cerró tras ella y se encontró sola en un apartamento.
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Qué bolonqui se va a armar cuando se encuentren jajajajaja
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