lunes, 21 de marzo de 2016

CAPITULO 23 (PRIMERA PARTE)





Cuando colgó después de hablar con Pedro estaba tan impaciente por empezar a seleccionar los colores para la casa de muñecas que no quiso perder tiempo yendo en coche a ningún sitio. Llamó a la puerta de Lucia y le preguntó si podía utilizar su fotocopiadora.


—Por supuesto —dijo Lucia, sin apenas levantar la vista de lo que estaba cosiendo.


Paula se dirigió a la gran máquina y marcó que quería diez copias del primer dibujo. Mientras esperaba, sus ojos se vieron arrastrados hacia lo que había bautizado como la «cueva de los colores» de Lucia; el gran armario empotrado, lleno de cientos de metros de tela plegados en ordenados cuadrados, la invitaba seductoramente a entrar.


—¿Puedo?


—Por supuesto. Si estás pensando en empezar a hacer colchas, sé donde puedes conseguir tela. Barata.


Sabía que Lucia estaba de broma, pero comprársela a ella era una buena idea. Pasó la mano por las telas, pensando en los colores de Pascua, imaginando qué colores lisos y estampados irían con los que había pensando para el exterior.


—¿Te puedo ayudar a encontrar algo? —preguntó la mujer. 


Había abandonado la máquina para acercarse a Paula.


—¿Sabe cómo revestir cosas?


—¿Te refieres con martillo y tachuelas?


—No —le dijo—. Fundas.


—Probablemente necesitaría un patrón, pero creo que puedo hacerlo.


—¡Fantástico! —exclamó Paula cuando recogió las copias, y empezó a dirigirse a la puerta.


—¿Te veo a las tres? —le gritó Lucia cuando se marchaba.


—Venga a recogerme —respondió Paula, dirigiéndose a su habitación a toda prisa.


—Hoy vamos a hacer...


—No me lo diga, o saldré corriendo del espanto —le gritó Paula por encima del hombro, mientras se dirigía a la mesa de dibujo que había instalado. Utilizó unos puntos adhesivos para sujetar la primera fotocopia sobre el tablero y empezó a colorearlo.


Cuando Lucia llamó a su puerta, le pareció increíble que fuera la hora de ir a gimnasia. Se cambió de ropa a toda prisa y salió corriendo detrás de Lucia. La señora Wingate ya estaba esperando abajo. Una hora más tarde, estaban sudorosas de bailar la samba, o al menos Lucia y Paula transpiraban copiosamente; la frente de la señora Wingate tenía un ligero brillo, pero eso era todo.


Subieron a la cocina para poner a calentar el agua para el té. 


En los pocos días que Paula llevaba allí, las tres mujeres habían establecido una rutina. Paula sacaba los bocadillos mientras Lucia cortaba la fruta, y la señora Wingate procedía a realizar un elaborado ritual para hacer el té. En pocos minutos, la bandeja estaba cargada y Paula la transportaba al invernadero, seguidas por las dos mujeres.


Paula se estaba devanando la sesera sobre lo que quería hacer con la casa de muñecas. ¿Y si utilizaba un azul oscuro para las tejas? ¿Podría introducir ese color con las columnas rosas del porche? ¿O debía utilizar tejas de cedro de color natural? ¿Serían demasiado oscuras para los colores de Pascua que quería Noelia?


—Paula, querida —dijo la señora Wingate, trayéndola de vuelta al presente—, ¿cuándo nos vas a contar lo tuyo y lo de Pedro?


Paula estuvo a punto de atragantarse con el té.


—Yo, esto...


—Si se supone que tiene que ser un secreto, nos ocuparemos de nuestros asuntos —dijo Lucia, lanzando una mirada de reproche a la señora Wingate.


—En otras circunstancias, estaría de acuerdo, pero llevaba años sin ver a Pedro tan contento —aseveró la señora Wingate sin apartar la mirada de Paula.


—¿Les ha hablado él de nosotros?


—No —reconoció la señora Wingate—. Pero como es natural, he hablado con él y con Noelia por teléfono. Y con Andy.


—Y Pedro ha dejado de visitarnos —continuó Lucia—, y tú has estado fuera todas las noches hasta tarde. No fue un misterio muy difícil de resolver.


Paula no encontró ningún motivo para seguir guardando el secreto.


—Se tropezó conmigo. La noche que llegué, antes de conocerlas a ustedes, me quedé dormida en la tumbona, y Pedro chocó con ella y aterrizó encima de mí.


—¡Por Dios! —dijo Lucia.


—No ocurrió nada —las tranquilizó—. Se portó como un perfecto caballero, pero fue una circunstancia llamativa.


—Qué mala suerte —murmuró Lucia—. Con lo bonito que habría sido un arrebato de pasión a la luz de la luna.


—Esa noche no había luna —terció la señora Wingate, que miraba a Paula tratando de saber—. ¿Te parece guapo Pedro?


Paula trató de controlarlo, pero supo que se había puesto roja.


—No le he visto. Vi sus fotos, pero nada más.


Ni Lucia ni la señora Wingate dijeron esta boca es mía. Se limitaron a retreparse en los sillones, con las tazas del té en la mano, mirando a Paula con una expresión que decía que «tenía» que contarles la historia.


Al cabo de veinte minutos, la comida había desaparecido de los platos y Paula les había contado todo. O al menos, la mayor parte. Se ahorró las partes de los besos.


—¡Qué interesante! —dijo la señora Wingate.


—¡Qué romántico! —añadió Lucia.


—Así que ahora Andy me ha pedido que supervise la rehabilitación de la casa de muñecas. Me dijo que me va a ayudar un hombre. No recuerdo su nombre, pero su abuelo fue quien construyó la casa de muñecas.


—Bill Welsch —dijo la señora Wingate, que pareció quedarse pálida. Hasta dio la impresión de que podía perder el conocimiento.


—¿He dicho algo que no debía? —preguntó Paula.


—No, claro que no —dijo la señora Wingate cuando se levantó. Las manos le temblaban cuando empezó a recoger la mesa.


Paula miró a Lucia inquisitivamente, pero la mujer se limitó a encoger los hombros. Tampoco tenía la menor idea de lo que estaba pasando.


Cuando Lucia y Paula llegaron a la cocina, la señora Wingate parecía haberse recobrado lo suficiente para animarla a que aceptara la reparación de la casa de muñecas.


—Pedro lleva tiempo queriendo que se haga, pero no ha tenido tiempo. —Consultó su reloj—. Y hablando de tiempo, tengo que regresar a la tienda para sustituir a mi ayudante. 
—Se dirigió a la puerta a toda prisa.


Paula miró a Lucia.


—¿Han sido imaginaciones mías o se ha...?


—¿Alterado al mencionar a ese hombre?


Las dos mujeres intercambiaron miradas.


—Le preguntaré a Pedro —dijo Paula—, y luego se lo contaré.


—Vale —dijo Lucia—. Y yo te diré lo que averigüe.


Subieron la escalera y volvieron al trabajo.







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