miércoles, 23 de marzo de 2016

CAPITULO 29 (PRIMERA PARTE)





Paula se despertó y se deleitó con la visión de Pedro, ya duchado y afeitado, vestido solo con unos Levi’s, con el torso desnudo y los pies descalzos.


Pedro le sonrió.


—No quería despertarte.


Ella se estiró de una manera deliciosa, el pecho apenas cubierto por la sábana.


—¿Qué hora es?


—Las once.


—¡Estás de broma! ¿Me he pasado la mañana durmiendo?


Él se sentó en el borde de la cama a su lado y le retiró un mechón de pelo hasta dejárselo detrás de la oreja.


—Me lo pasé muy bien anoche.


—Yo también. —Paula le besó en la palma de la mano. 


Todavía no se había acostumbrado a verle. Su voz le era familiar, y habría conocido sus manos en cualquier parte, pero su cara seguía siendo un misterio para ella—. Chanel.


—¿El perfume? Se me ha terminado.


—¿Sabes cuando entras en unos grandes almacenes y te encuentras con todos esos mostradores de cosméticos diferentes?


—No por experiencia personal, aunque los he visto.


Ella le puso la mano en el pecho desnudo.


—Cada marca tiene su propia imagen, y tú te pareces a los tíos de los carteles de los mostradores de Chanel.


Pedro tardó un instante en pillar lo que quería decir.


—¿Me estás diciendo que parezco un modelo?


—Bueno... —dijo ella—. Mayorcito, pero sí.


—¿Así que ahora soy un modelo mayorcito? —Se estaba inclinando hacia ella.


—Muy mayorcito.


Pedro le puso la cara en el cuello.


—Te informaré de que soy médico, no modelo, y ahora mismo me parece que tienes que pasar una revisión.


La respuesta de Paula fue una risilla tonta mientras se deslizaba hacia abajo en la cama.


Cuando terminaron de hacer el amor de nuevo, se metieron en la ducha —donde aprovecharon para hacerlo otra vez—, y se volvieron a duchar, era la una.


—Necesito comer —dijo Paula, secándose—. Y necesito algo que ponerme aparte de la seda.


—A mí me parece que le irías muy bien al mostrador de Chanel —dijo él, apartándose de ella.


—Ni lo pienses siquiera —respondió Paula—. Habría dicho que Noelia estaría ya por aquí.


—Y ha estado, pero la envié de vuelta con la señorita Livie.


—Por favor, dime que no van a estar allí todas ahora, esperando a que me haya levantado —dijo Paula.


—Lo siento, pero lo están.


—Y voy a aparecer llevando el vestido que me puse anoche. —Soltó un gemido—.Qué vergüenza tan grande.


—La señorita Livie jamás permitiría que eso ocurriera. —Salió de la habitación durante un momento, al cabo del cual regresó con una bolsa de supermercado de papel y se la entregó.


Dentro había unos vaqueros, unas sandalias, una camisa de lino rosa y ropa interior, todo de Paula.


—Noelia lo trajo a eso de las nueve de la mañana y le di el vestido de la señorita Livie. Estamos invitados a comer.


Paula se vistió en cuestión de minutos. Hasta había una bolsa de cosméticos en el fondo, y los amables cuidados de las dos mujeres le arrancaron una sonrisa. Se preguntó si tener una madre sería algo así.


Pedro pareció saber lo que estaba pensando.


—Son unas buenas mujeres.


—Muy buenas.


Cuando echaron a andar hacia la puerta, él la cogió del brazo.


—Paula, sobre lo de ir a la cabaña de Ramon... No tenemos que ir si no quieres.


Ella se volvió y le sonrió.


—Me muero de ganas de ir.


—¿Estás segura? Es una casa tosca, y además, tanto Noelia como Ramon estarán allí. Tal vez preferirías ir a otro sitio.


—¿A un sitio más lujoso? ¿Donde pueda pasarme la mañana en un spa?


—Sí —dijo él con cara seria—. Dado que vives en Nueva York y todo eso, estoy seguro de que tus gustos son más sofisticados que los nuestros. Puede que prefirieses algo más refinado.


—Estás olvidando donde crecí. Si Ramon tiene una motosierra, os enseñaré la manera adecuada de utilizarla.


Pedro se rio y la besó.


—Te estoy imaginando con el vestido de la señorita Livie y una motosierra. —Suspiró—. Debemos irnos. Noelia dijo que la señorita Livie y Lucia se habían pasado toda la mañana cocinando. Voy a llevarle a Ramon toda la comida que quepa en mi viejo coche.


—¿Así que conocen a Ramon?


—¿Estás de broma? Coquetea con ellas hasta que me hace sonrojar. Dice que ligar le mantiene unido a sus raíces sureñas, puesto que apenas se le permite mirar a sus alumnas de California.


—Me alegra oír eso —dijo Paula. 


Iban caminando por el sendero que conducía a la casa de la señora Wingate cogidos del brazo. A su izquierda salía el camino a la casa de muñecas. Durante la cena, Paula había puesto al corriente a Pedro y a Noelia de las ideas de la señora Wingate sobre el jardín.


—¿Crees que allí hay sol suficiente para que crezcan las plantas?


—Hay un olmo moribundo que se ha de talar —dijo Pedro—. En cuanto desaparezca, habrá luz de sobra. Quizá puedas utilizar una motosierra con el árbol.


—¿Yo? —preguntó, aparentemente horrorizada, apartándose de él—. ¡Pero si soy una chica!


—¿Ah, sí? —preguntó él en voz baja—. Eso es algo en lo que no había reparado. Mejor me dejas comprobarlo para asegurarme.


Cuando alargó la mano para tocarla, Paula retrocedió, pero entonces, dándose cuenta de que se estaba metiendo en el camino que llevaba a la casa de muñecas, se paró


—Buena idea —dijo él—. Creo que tenemos que echarle un vistazo a ese lugar juntos. Te enseñaré cómo se puede cerrar la puerta con llave.


—¡Ahí estáis! —dijo una voz inconfundible. Era Noelia, que estaba en el comienzo de la vereda, todavía en la propiedad Wingate. Los taladró con la mirada—. Llevamos esperando una eternidad —dijo—. Estamos todas hambrientas, y el tío Ramon no sabe dónde estamos. —Parecía una madre echándole un sofión a sus hijos, y Paula se sintió culpable por dormir tanto.


Pero Pedro se limitó a soltar una carcajada mientras echaba a correr hacia su sobrina, la levantaba en brazos y seguía adelante.


Mientras Paula se apresuraba a seguirlos, trató de pensar en alguna excusa —en una mentira, vamos— para explicar por qué llegaba tan tarde. Pero cuando entró en la casa supo que no tenía motivo para preocuparse. Las mujeres estaban demasiado ocupadas como para hacer preguntas.


La cocina era un alegre caos donde todas las superficies estaban cubiertas de utensilios o comida preparada. Parecía como si Lucia y la señora Wingate hubieran estado horas vigilando las cacerolas humeantes; o mejor dicho, que lo hubiera estado Lucia. El pelo le caía en unos ralos rizos sobre la cara, y tenía el delantal cubierto de manchas de fruta.


Paula pensó que tenía un aspecto fantástico y no pudo evitar utilizar su móvil para hacerle una foto. Mientras le daban a probar a Pedro todo lo que habían hecho, Paula envió la foto de Lucia a su padre. doMINGO EN LA CASA wiNGATE, escribió. Pensó en enviar también una foto de Pedro, pero al final decidió que no; eso haría que su padre se entregara a uno de sus interrogatorios sobre las intenciones del hombre.


Retrocedió y observó a Pedro con las dos mujeres, y se percató de la familiaridad que había entre ellos y lo mucho que las mujeres lo adoraban. Un príncipe de la realeza jamás habría sido tratado tan bien. Las mujeres sostenían cucharas y tenedores llenos de comida para que él los probase, pedazos de pan con mantequilla, lonchas de queso. Lucia cogió un plato y empezó a llenarlo para Pedro.


—Es el juguete favorito de las dos —apuntó Noelia, haciéndola reír—. ¿Podría ver tus dibujos de la casa de muñecas? Siempre que estés preparada —añadió. Parecía que le habían dicho que fuera educada.


—Pues claro —dijo Paula, aunque miró con deseo la comida que había por doquier. La mayoría había sido metida en envases y ya tenían las tapas cerradas. Nadie había mencionado cuándo iban a sentarse a comer.


Empezó a dirigirse hacia la puerta, pero Pedro le cogió el brazo.


—¿No quieres tu plato? —Pedro le tendió la comida que Paula había pensado iba destinada a él.


—¿Por qué no te la llevas arriba? —sugirió Lucia—. La pobre Noelia lleva horas esperando. Se muere por ver los dibujos que hiciste. No te olvides de llevarla a mi cuarto de costura y hablarle de las cortinas.


—Y de las fundas —dijo Paula, cogiendo el plato y sonriendo porque no se hubieran olvidado de ella.


La señora Wingate entregó a Noelia dos vasos de té helado.


—Avísanos cuando hayas hecho el equipaje para que llenemos la nevera.


Sonriendo, Paula se despidió de Pedro con la mano —estaba de pie junto a la cocina, comiendo—, y subió a toda prisa las escaleras con Noelia pisándole los talones.




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