martes, 12 de abril de 2016

CAPITULO 12: (TERCERA PARTE)




Pedro esperó en la enorme oficina de Frazier Motors a que lo atendiera uno de los vendedores, contemplando el exterior con las manos en los bolsillos, gracias al enorme ventanal que iba del suelo al techo. Bajo él se encontraba la extensa sala de exposición, llena de coches brillantes y vendedores dispuestos a eliminar hasta la más mínima mota de polvo que osara depositarse sobre las relucientes carrocerías.


Una puerta se abrió tras él.


—¿No hay un refrán que dice: «Médico, cúrate a ti mismo»?


Pedro se dio la vuelta para descubrir a su primo Colin Frazier bloqueando la entrada con su enorme figura. Se había casado hacía poco y su esposa estaba esperando un bebé.


—¿Qué tal está Gemma? —se interesó Pedro. Se hacía visitar por un obstreta-ginecólogo en Williamsburg.


—Estupenda. Tiene una salud de hierro —respondió Colin—. Come más que mi hermano pequeño, ¿eso es normal?


El hermano pequeño de Colin era un joven muy desarrollado para su edad.


—Absolutamente —lo tranquilizó Pedro—. ¿Qué haces aquí?


Colin era el sheriff de Edilean. Había sido toda una sorpresa para la familia, incluso para la ciudad en pleno, que Colin decidiera renunciar al negocio familiar de la compraventa de coches. Los Frazier tenían intereses sobre todo lo que se moviera sobre ruedas en Edilean.


—Tenían que alinear el tren delantero de mi camión —explicó Colin—. Los chicos dijeron que tenías mal aspecto, así que me han enviado para que te sostenga la mano.


Invitó a Pedro a sentarse con un ademán, mientras él acomodaba su voluminosa masa en el sofá. Los dos hombres habían crecido juntos y se conocían muy bien.


—¿Es por esa chica a la que casi arrollaste?


Pedro asintió con la cabeza.


—¿Qué piensas hacer?


—De momento, dar media vuelta y huir del problema. Mamá me ha echado una bronca, Karen me ha dejado varios mensajes de voz en el contestador automático de mi
teléfono, y esas tres mujeres que trabajan para mí... —Y agitó las manos exasperado.


—Deberías despedirlas —le aconsejó Colin—. Son empleadas de Tomas. Cuando Gemma andaba por aquí, se lo hacían pasar muy mal.


Un destello de luz brilló en los ojos de Pedro. Cuando la mujer que amaba era muy amiga de Tomas, Colin se había mostrado muy celoso.


—Lo mejor que puedes hacer —siguió Colin— es ser sincero con la chica y contarle la verdad. Discúlpate, humíllate si es preciso... y cómprale otro coche.


—Tienes razón —admitió Pedro, dejando la silla y plantándose ante el ventanal, con las manos profundamente hundidas en sus bolsillos—. ¿Qué habéis hecho con su coche? No ha quedado destrozado, ¿verdad?


—No. Se murió de viejo y de puro abandono. Creo que no le cambiaron el aceite en años. Papá le envió anoche una propuesta para alquilar otro.


—Enviadme la factura a mí, es lo menos que puedo hacer.


—¿A qué has venido? —preguntó Colin—. Papá me ha comentado que querías cambiar el BMW.


—Sí. No puedo andar por ahí con él, recordándole a Paula lo que pasó.


—De todas formas, ya era hora de que pasase por el taller. Entretanto, puedo prestarte un Jeep. —Colin estudió a su amigo. Sentía simpatía por Pedro, ya que había accedido a ayudar a su primo unas semanas mientras se le curaba el brazo; después, Tomas decidió irse a Nueva York y Pedro se encontró atrapado por un trabajo que no quería, con tres empleadas y unos pacientes que no dudaban en dejarle muy claro que deseaban que su amado doctor regresara a una consulta que consideraban de su exclusiva propiedad. Colin, como todo el pueblo, sabía que Pedro estaba más que harto de esa actitud.


—Esa chica te gusta, ¿no? —se interesó Colin.


—No lo sé —dudó Pedro, encogiéndose de hombros—. Solo he tenido una conversación telefónica con ella, pero...


—Pero ¿qué?


—Me preparó la cena, limpió mi apartamento, hablamos... Todo fue muy agradable.


Colin solía vivir en aquel apartamento, así que sabía lo deprimente que podía ser: poca luz, mal olor que nunca desaparecía, ruidos por la noche... Algunas veces, volver allí una vez terminada su jornada era más de lo que podía soportar. Por eso, el aroma de una buena comida, la limpieza... Sí, podía resultar hasta afrodisíaco.


Colin sabía lo que era desear algo, ya fuera un trabajo o la mujer que amas.


—Tiene que haber una forma de solucionar esto. Seguro que puede hacerse algo.


—No se me ocurre nada —confesó Pedro, regresando a su silla—. Le he pedido a mi madre que se encargue de cerrar la boca a la gente, pero lo de la cerveza fue demasiado público. El primer recién llegado que se encuentre con ella estará encantado de chismorrearle que el tipo que casi la atropella es el doctor Pedro.


Colin sabía que los residentes de Edilean eran capaces de guardar un secreto si no estaba involucrado un «recién llegado». Por desgracia, demasiada gente había presenciado el incidente del restaurante. Era un milagro que Paula no se hubiera enterado ya.


—Si pudiera llegar a conocerte bien antes de que se lo cuenten... —La voz de Colin se fue apagando porque era consciente de que el Pedro actual no era el mismo que conociera en el pasado. A lo largo de los años, Colin había viajado dos veces al extranjero para ayudar a Pedro en sus labores humanitarias. Por entonces, el médico era organizado, eficiente, dedicado y encantado de contribuir en la medida de sus posibilidades a esas labores. Ese hombre no era el que ahora vivía en Edilean. Y Colin estaba pensando en la forma de cambiar eso, Pedro siempre había sido capaz de afrontar un reto.


—De todas formas —terminó diciendo Colin—, esa chica y tú no habríais durado mucho. Siempre andas triste y de mal humor, así que hubieras terminado alejándola de tu lado. Estoy seguro de que es una chica normal y quiere lo mismo que todas las chicas normales: un hogar e hijos. De salir juntos, acabaría dejándote tirado como hizo Laura. Además, dicen que Ramon va a por ella, y probablemente él le gustará.


—Es un bocazas —escupió Pedro, bajando los ojos—. Puede que a Paula le guste viajar, a muchas mujeres les gusta, ¿sabes?


—Vaya. Estás pensando en casarte con ella, ¿no?


—¡Pero si apenas la conocí ayer! Bueno, la verdad es que ni siquiera la conozco. Solo disfruté hablando con ella, eso es todo.


—Hablaste con ella, comiste la cena que te preparó, dormiste en las sábanas que lavó... A mí me suena a matrimonio.


Pedro quiso protestar ante lo absurdo de la idea, pero terminó soltando una carcajada.


—De acuerdo, entiendo lo que quieres decir. Quizás he exagerado un poco todo esto, pero ha sido bonito tener esperanzas por un tiempo. Volveré a mi consulta y le diré la verdad. En este momento debe de estar... —Miró a Colin—. Debe de estar poniendo en orden mis cuentas. Le di el número de mi tarjeta de crédito para que abriera una cuenta on-line y se encargase de todo.


Colin sacudió la cabeza con tristeza.


—Lo tienes crudo. Quizá puedas retrasar un poco lo inevitable, pero...


—Le dije a mamá que me diera tres días. No sé en qué estaba pensando, quizás en que nos entendíamos tan bien hablando por teléfono que cuando descubriera la verdad diría: «Oh, no importa. Te perdono.»


—Las mujeres no perdonan, y puedes estar seguro de que tampoco olvidan. En cuanto lo descubra, estás muerto.


—Gracias —replicó Pedro, sin el menor asomo de agradecimiento.


—Quizá puedas...


Colin se interrumpió al abrirse la puerta y entrar una guapa secretaria, llevando en los brazos una aparatosa caja de cartón.


—Oh, perdón. No sabía que esta sala estuviera ocupada. —Dejó la caja sobre la mesa—. Tu padre quiere esto para mañana. Dice que será mejor que el equipo que ha conseguido unas ventas tan malas este trimestre se tape la cara.


—De acuerdo —aceptó Colin—. Déjalo ahí, yo me encargo de todo.


La chica se marchó, cerrando la puerta tras ella.


—¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Quizá puedas disculparte lo suficiente para que ella...


Pedro se había acercado a la caja y estaba removiendo su contenido.


—Es Halloween —dijo, sorprendido.


—Sí. Papá siempre da una fiesta para el personal en la que reparte los incentivos, pero las ventas de este año han sido tan malas que...


Volvió a interrumpirse porque Pedro había sacado una máscara de hombre lobo y se la estaba probando. Apenas tardó un segundo en exclamar:
—Una máscara ocultaría tu identidad.


—Sí, no podría reconocerme —admitió Pedro, devolviendo la máscara a la caja.


Los ojos de Colin brillaron excitados.


—Nos costará un poco, pero quizá podamos guardar el secreto esos tres días: viernes, sábado y domingo. Mañana por la noche se celebra la gran fiesta de Halloween y todo el mundo irá enmascarado. Mamá no faltará, está deseando contarle a todo el mundo que Rachel, la novia de Pere, está embarazada.


—Eso ya lo sabemos —dijo Pedro.


—Rachel ha comprado ropa de bebé para seis niños. Y me parece bien. Ariel también está preñada, y si contamos a Gemma, necesitarán toda esa ropa.


Pedro no pudo reprimir una sonrisa. Todo el mundo sabía que lo que más anhelaba Alea, la madre de Colin, era tener nietos. Ahora que su hija Ariel, su nuera Gemma y su futura nuera Rachel estaban embarazadas, su deseo iba a convertirse en realidad.


—¡Oye, tengo una idea! —exclamó Colin—. ¿Qué te parece si mañana por la noche preparamos una fiesta privada para Paula y para ti? ¿Conoces la vieja casa Haynes, junto a la carretera McTern?


—¿Qué? —Pedro contuvo un segundo el aliento—. Sí, claro. Es la casa que quería comprar para Laura y para mí. El estanque...


—Sí, vale, lo sé. Es igual que el de Alfonso House. —Años de camaradería cruzaron por sus cabezas—. El caso es que Frank y Ariel han comprado la casa. La semana pasada se marcharon y la cerraron. Seguirá cerrada y vacía hasta que vuelvan.


Ariel, la hermana de Colin, también era doctora y estaba en California terminando su año de residencia. El plan era volver a Edilean una vez acabase y compartir consulta con Tomas. De esa forma se repartirían el trabajo y ambos podrían tener tiempo libre para dedicarlo a sus familias.


—¿Y si consigo que mamá lo prepare todo para que vosotros dos tengáis una fiesta privada en esa casa? Como es Halloween, no le extrañará que lleves una máscara.


Pedro tuvo que parpadear unas cuantas veces mientras pensaba en el plan de Colin. Quizá funcionase. Era posible. 


Pero también era probable que no. Definitivamente no, no funcionaría. ¿Qué mujer aceptaría salir con un hombre que llevase siempre puesta una máscara? Entonces se acordó de que, según Tomas, Maria, la mujer con la que se había casado, era una artista, así que para ponerse a su altura había tenido que ser creativo.


—Soy un científico, así que no me resultó nada fácil —le explicó Tomas—, pero al final lo conseguí.


Paula también era artista, así que quizá la idea le gustase.


—¿Crees que Sara podría hacerme un disfraz para mañana? —le preguntó Pedro a Colin.


—Lo que creo es que si existe la más mínima opción de que dejes de ser tan melancólico y pesimista, toda la ciudad sacará aguja e hilo y te fabricará uno. ¡Rayos! Hasta yo te coseré los botones. —Colin sacó su teléfono móvil del bolsillo—. Tienes una última oportunidad para negarte. Una vez llame a mamá y le cuente nuestro plan, no habrá vuelta atrás.


—Entre ella y mi madre, quizá... —Pedro no quiso seguir dándole vueltas—. De acuerdo, ¿por qué no?


Colin pulsó la tecla que marcaba el teléfono de su madre.




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