lunes, 4 de abril de 2016
CAPITULO 20 (SEGUNDA PARTE)
Pedro corrió hacia la puerta trasera. Como siempre, estaba abierta. Entró con Facundo justo detrás.
Tan pronto como Pedro escuchó su nombre, supo que debía marcharse, pero fue incapaz de moverse. Sintió la presencia de Facundo tras él, que también estaba sorprendido y como si lo hubieran plantado en el suelo.
—¡Paula! ¿Estás loca? —gritaba el doctor Ruben Chaves, dirigiéndose a su hermana—. Ni siquiera sabes quién es ese tío.
—Vaya tontería. Lo conozco desde que tenía ocho años. Es Pedro... —No estaba segura de cuál era su apellido, si era Cooper o Merritt o algún otro.
—Es Pedro Alfonso y su padre es Salvador Alfonso.
—¿Y qué? Me suena ese nombre, pero...
—Deberías leer otra cosa aparte de revistas de joyería. Busca en la web de Forbes. Salvador Alfonso es uno de los hombres más ricos del mundo. Y su hijo Pedro es su mano derecha. Alfonso es un especialista en adquirir las empresas de otros. Cuando descubre que una empresa va mal, aparece y la compra por una minucia, y después envía a su equipo para levantarla de nuevo. Despide a miles de personas, las echa de su trabajo. ¿Y sabes quién lo hace posible? Su brillante hijo, Pedro, el abogado... el tío que vive en tu casa de invitados.
Paula apretó los dientes.
—Existen ciertas circunstancias atenuantes que tú ignoras.
—Pues habla.
—No puedo. Le prometí a Pedro que...
—¿Insinúas que soy incapaz de guardar un secreto? ¿Sabes cuántas intrigas y cuántos secretos conozco de la gente de este pueblo? Quiero saber qué hace este Pedro Alfonso en Edilean. Si está planeando comprar alguna empresa para su padre, creo que deberíamos avisar a la gente.
—No es eso —le aseguró Paula—. Pedro solo trabaja para su padre porque quiere proteger a su madre.
—Eso no tiene sentido. ¿Te ha estado contando esas tonterías?
Paula apretó los puños.
—Su madre es Lucia Cooper, la mujer que se ha estado escondiendo de mí durante cuatro años. Tenía miedo de que yo la reconociera, porque la vi cuando era pequeña.
Ruben respiró hondo para calmarse. Era consciente de que estaba enfadando a su hermana, y cuando Paula se enfadaba, no atendía a razones.
—Tal vez —replicó Ruben—. Quizás el tal Pedro ha venido por su madre. Pero ¿qué tiene eso que ver contigo?
—Nada, supongo —contestó Paula—. Salvo que lo estoy ayudando. Estamos planeando qué hacer. Estamos...
—¿Crees que lo estás ayudando a trazar un plan? —la interrumpió Ruben con voz desdeñosa—. Paula, no me gustaría romper tu burbuja, pero Pedro Alfonso es un reconocido playboy. Y ahora te está utilizando.
—¿Para qué?
—¡Pues para lo que quieren todos los hombres! —respondió, exasperado—. Ya te ha manipulado para que le des la casa de invitados que me prometiste a mí.
Paula lo miró un instante, sorprendida, y después no pudo evitar echarse a reír.
—Estás hablando de sexo, ¿verdad? Crees que Pedro me ha engañado para que le permita usar la casita de invitados que tú no quieres y solo para acostarse conmigo.
Ruben la miró furioso, pero guardó silencio.
—¿Sabes una cosa, Ruben? En la vida me he sentido tan halagada. Que un hombre llegue a tal extremo solo para llevarme a la cama es lo mejor que he escuchado jamás. Los hombres de hoy en día no se esfuerzan en absoluto para conquistar a una chica. Si te invitan a salir, se limitan a decirte la hora y el lugar. Siempre y cuando superes sus expectativas de belleza y ganes menos dinero que ellos, claro. De lo contrario, se largarán y te dejarán plantada. Ni siquiera te llevan a casa en coche porque para eso tienes el tuyo.
—No todos los hombres somos así —le dijo Ruben—. Y te has ido por las ramas. El tipo este con el que estás tonteando no es como Paul, el del catering. Alfonso es...
—¡David! —exclamó Paula—. Se llama David, llevo seis meses saliendo con él y no existe un hombre más aburrido que él en la cama. Alguien debería decirle a David Borman que hay más de una postura.
—Preferiría no escuchar...
—¿No escuchar que tu hermana pequeña no es virgen?
—Nunca he... —dijo Ruben, que acabó levantando las manos—. Sabía que no me escucharías. Nunca lo haces. Eres mi hermana y no quiero que te hagan daño. Sea cual sea el motivo por el que ha venido Alfonso, se irá cuando acabe y te abandonará. —Apartó la mirada un instante—. Paula, sé lo que se siente cuando te arrancan el corazón. No quiero verte pasar por eso.
Paula se percató del dolor de su mirada. Ruben se había pasado todos los años del instituto y gran parte de su periodo universitario enamorado de una chica del pueblo.
Nunca miró a otra mujer. Después, ella lo abandonó de repente y dijo que iba a casarse con otro. Ruben había tardado años en superarlo.
—Lo sé —susurró ella—. Entiendo que estés molesto. Pero, Ruben, sé lo que estoy haciendo. Sé que Pedro está muy por encima de la gente de Edilean. No ha venido para casarse, instalarse en una casa de tres dormitorios y dos cuartos de baño, y tener niños.
—Pero eso es lo que tú quieres —protestó Ruben—. Lo sé. Te pasaste llorando toda la boda de Maria y Tomas.
—Pues sí —reconoció Paula en voz baja—. Es lo que quiero. Lo deseo con toda mi alma. ¿Crees que compré esta casa tan grande solo por el dichoso garaje? La verdad... —Tuvo que contener las lágrimas porque lo que iba a decir era una verdad como un templo, pero admitirlo era doloroso—. A veces, creo que la compré como cebo. Para atraer a algún hombre agradable, para facilitarle la idea de mudarse...
Ruben la abrazó, pegó su cabeza contra su torso y le acarició el pelo.
—No digas esas cosas. Cualquier hombre estaría honrado de tenerte a su lado. Eres lista, graciosa, cariñosa y...
—¿Y dónde está ese hombre? —replicó Paula mientras abrazaba a su hermano—. ¿Dónde está ese hombre capaz de ver mis virtudes y de pasar por alto mis defectos? He pasado seis meses con David, el del catering, y no me he quejado ni una sola vez de lo aburrido que es. —Se apartó de su hermano y se limpió las lágrimas—. Al menos Pedro se esfuerza.
—Sí, pero ¿para qué? —le preguntó Ruben mientras le ofrecía un pañuelo de papel.
Ella se sonó la nariz.
—Espero que quiera una noche de sexo loco y salvaje.
—¡Paula! —exclamó su hermano, espantado como si fuera un padre del siglo XIX.
—A ver, sé que Pedro se irá algún día. Cuando de verdad compruebe que Juan Layton es un buen hombre que está coladito por Lucia, Pedro se irá tan inesperadamente como vino. Cuando éramos pequeños pasó eso, desapareció de un día para otro. Sin dejar una nota ni nada. Y ha vuelto de la misma manera, sin avisar. Sé que aparece y desaparece a su antojo, sin pensar en los demás.
—Estoy de acuerdo —dijo Ruben—. Volverá al imperio de su padre y... Paula, algún día Pedro Alfonso será igual que su padre. Y tú no querrás formar parte de eso, ¿verdad?
—No —contestó Paula, que miró a su hermano por encima del borde del pañuelo de papel—. Pero mientras esté aquí, quiero darme un atracón de sexo. Días enteros. O semanas. Si fueran meses, por mí genial.
—Eso es... —replicó Ruben con seriedad, pero acabó meneando la cabeza—. Es difícil para mí pensar en mi hermanita haciendo... —Ni siquiera fue capaz de encontrar las palabras que explicaran sus sentimientos. De modo que miró su reloj—. Tengo que irme. Ya voy tarde. Quiero que me prometas que buscarás en Internet a Pedro Alfonso para enterarte de cómo es ese tío. Ha estado saliendo con una modelo llamada Alejandra que es guapísima.
—No como yo, ¿verdad?
Ruben gimió al comprender que había metido la pata.
—Eso no es lo que quería decir y lo sabes muy bien. No quiero que te hagan daño. ¿Tan malo es eso por mi parte?
—Por supuesto que no. Es mejor que te vayas. Tus pacientes te necesitan.
—Luego te llamo —le dijo su hermano mientras la besaba en una mejilla.
—Te acompaño hasta el coche —se ofreció ella, que lo siguió al exterior.
Pedro siguió donde estaba incluso después de escuchar que se cerraba la puerta principal. Siguió quieto y con la vista clavada en la puerta del salón. No le había gustado lo que había escuchado sobre sí mismo.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Facundo en voz baja—. A ella no le sentará bien saber que has escuchado todo eso.
La mente de Pedro parecía trabajar a marchas forzadas, pero también parecía paralizada. Era incapaz de decidir qué hacer. ¿Hablar con ella? ¿Huir? ¿Quedarse para defenderse? ¿Convencerla de que no era el hombre que le habían asegurado que era?
Facundo le colocó una mano en un brazo y lo instó a volverse hacia la puerta.
—Es irónico, ¿verdad? —comentó Pedro—. Yo busco amor y ella quiere sexo.
Facundo soltó una carcajada y empujó a Pedro hacia la puerta. Sin embargo, se habían demorado demasiado.
—No os mováis de ahí —dijo Paula, que estaba detrás de ellos.
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Uyyyyyy, la que se va a armar ahora jajajajajaja.
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