martes, 5 de abril de 2016

CAPITULO 21 (SEGUNDA PARTE)




Facundo apartó la mano del brazo de Pedro y se alejó de él.


—¿Cuándo me lo ibas a contar? —preguntó Paula, con la vista clavada en Pedro. Si pensaba en todo lo que acababa de decirle a su hermano, y que Pedro había escuchado en su totalidad, se moriría de la vergüenza.


Pedro se tomó su tiempo para volverse y, cuando lo hizo, deseó haberse escabullido sin verla. Jamás había visto una mirada tan furiosa en una mujer. «Es la segunda persona que me odia», pensó. Facundo esa mañana y en ese momento Paula, que lo miraba como si fuera un engendro del infierno.


—He venido para contarte la verdad sobre mí.


—Qué conveniente —replicó Paula—. ¿Por qué no me la has contado antes? Me contaste que tu madre se escondía de tu padre, que quería casarse con Juan Layton, pero no se te ocurrió mencionar que eres abogado y que te apellidas Alfonso. ¿Creías que me convertiría en una arpía avariciosa y que iría tras la fortuna familiar?


—Claro que no —le aseguró Pedro. No sabía por dónde empezar—. Pero es que... Yo... Esto...


—Perdonadme, pero tengo un poco de hambre —terció Facundo—. ¿Te importa si...? —preguntó al tiempo que señalaba el frigorífico.


—Sírvete tú mismo —contestó Paula con la vista clavada en Pedro.


—Paula, preciosa —dijo él. Cuando se percató de que los ojos de Paula estaban a punto de echar chispas, cambió de táctica—. No era mi intención que...


—Le daba miedo que lo odiaras por la reputación de los Alfonso —explicó Facundo desde el otro lado de la puerta del frigorífico.


—Sí —convino Pedro—. El apellido Alfonso saca lo peor de mucha gente.


—A mí me pasa —aseguró Facundo—. ¿Hay mostaza? Ah, sí, ya la veo.


Paula se volvió hacia él.


—Eres el de la joyería. El que invitó a cenar a Carla.


—Facundo Pendergast —se presentó el aludido con una sonrisa—. Te daría la mano, pero... —Tenía los brazos llenos de comida y de pan—. ¿A alguien le apetece un sándwich?


—¡No! —exclamaron Pedro y Paula al unísono.


—Es el hijo de mi secretaria —dijo Pedro—. Lo he conocido esta misma mañana. Ni siquiera sabía de su existencia hasta hace un par de días, cuando Penny me dijo que su hijo me ayudaría. En aquel momento, me pareció que estaba hablando de un crío de seis años. Pero es su madre. Tú y yo hemos hablado de cómo nos ven nuestros padres. ¿Te acuerdas, Paula?


Ella seguía fulminándolo con la mirada.


—¿De qué forma te ha ayudado el hijo de tu secretaria y por qué tiene que ver con mi joyería y con mi empleada?


Pedro inspiró hondo. Parecía que su intento por distraerla no había funcionado.


Facundo no lo ayudó al echarse a reír.


—¿Te importa dejarnos solos? —le preguntó Pedro con el ceño fruncido.


—Pues la verdad es que sí me importa —contestó Facundo—. Ninguna obra de Broadway me ha gustado tanto, pero me iré si la señorita Chaves quiere que lo haga.


—No quiero volver a estar a solas con este hombre en la vida. Y, por favor, llámame Paula.


—Encantado —replicó al tiempo que la miraba con admiración.


—¡Facundo! —masculló Pedro—. Te juro que como se te ocurra...


—¿¡Que como se le ocurra qué!? —exclamó Paula—. Pedro, espero tu respuesta.


Jamás se había encontrado en una situación en la que no pudiera usar su piquito de oro para salir airoso. Sin embargo, había demasiadas cosas en juego y no podía pensar con coherencia.


—Yo... —titubeó, sin saber qué decir. Acto seguido, se metió una mano en el bolsillo del pantalón y sacó el enorme anillo de zafiros que Borman había robado.


»He recuperado esto —dijo con un deje esperanzado.


Al ver que Paula no hacía ademán de cogerlo, dejó el anillo en la encimera.


—Ya veo. El anillo desaparecido. —Paula meditó un momento—. Si tú tienes el anillo, eso quiere decir que hayáis hecho lo que hayáis hecho, tiene que ver con mi novio, David. Quiere decir que lo habéis conocido.


Pedro se puso serio.


—Sí, lo hemos conocido y, Paula, tú no lo conoces en absoluto. No es como crees que es. La verdad es que va detrás de...


—Quiere que extienda la joyería al ámbito nacional y llamarla Las joyas del pecado. Me lo tomé como el chiste que es. No lo de la expansión, sino lo del nombre.


Los dos se quedaron tan sorprendidos por sus palabras que Facundo dejó de comer y Pedro la miró boquiabierto.


Paula se dio la vuelta. Estaba tan furiosa que le costaba respirar. Su amiga Gemma era boxeadora. En ese preciso momento, si Paula supiera cómo, habría golpeado a Pedro tan fuerte que le habría arrancado la cabeza y la habría visto rodar por el suelo.


Lo miró de nuevo.


—¿Por qué diste por supuesto que no sabía qué quería David? ¿Te pareció un hombre sutil? ¿Misterioso?


—No —contestó Pedro—. Pero si sabías la verdad, ¿por qué estabas pensando en casarte con él?


Paula estaba casi segura de que si David le hubiera propuesto matrimonio, lo habría rechazado. Antes de que Pedro apareciera, tal vez lo hubiera aceptado, pero lo achacaba a la reciente boda de su amiga Maria. Por supuesto, una vez recuperado el buen juicio, no habría seguido adelante. ¡Pero de ninguna de las maneras se lo iba a decir a Pedro!


—¿Hay algún hombre sobre la faz de la tierra que no contempla el matrimonio con segundas intenciones? Al menos David fue sincero conmigo. Me dijo que estaba interesado en mi empresa y que tenía algunas ideas.


—Pero... —comenzó Pedro.


—Pero ¿qué? ¿Debería esperar a un hombre como tú? Comparado con todas las mentiras que me has contado y con lo que me has manipulado, David es casi un santo.


Paula quería concentrarse en el tema principal. Quería hablar de él, de Pedro, de lo que había hecho, no de David Borman. Porque eso no era asunto de Pedro.


—A ver si me entero bien. Eres un Alfonso, el hijo de uno de los hombres más ricos del mundo. —Como Pedro se limitó a guardar silencio, Paula miró a Facundo, que asintió con la cabeza para confirmar sus palabras—. Viniste a Edilean cuando tenías doce años, pasaste dos semanas conmigo y luego te marchaste sin dejarme una nota siquiera.


—Paula, por favor, tenía doce años —le recordó Pedro—. Hice lo que mi madre me dijo.


—Podrías haber escrito —comentó Facundo con la boca llena.


Pedro lo fulminó con la mirada.


—¿Sabes que llevo dieciocho años buscándote? Me colaba en el dormitorio de mi hermano para usar su conexión a Internet e intentar encontrarte.


—Pero no pudiste encontrarlo porque no sabías cómo se apellidaba de verdad —señaló Facundo—. ¿Te importa que coja una cerveza?


—Sírvete tú mismo —contestó Paula—. Dieciocho años sin noticias. Me olvidaste por completo.


—Eso no es del todo cierto. Siempre supe dónde... —comenzó Pedro, pero después cerró la boca.


Paula miró a Facundo con expresión interrogante.


—Mi madre me contó que nunca te perdía de vista. Me dijo que Pedro solía...


—Iba a tus exposiciones —se apresuró a confesar Pedro, antes de que Facundo le contara más cosas.


Paula puso los ojos como platos.


—¡Tú! ¡Eras tú! Maria te vio. Te puso el mote de Desconocido AMG. Incluso hizo un retrato tuyo, pero no tenía ni idea de quién eras.


—¿AMG? —preguntó Pedro.


—Alto, moreno y guapo —suplió Facundo—. La cerveza está buena. Nunca la había probado. —Miró a Pedro—. ¿Quieres una?


—Solo si no tiene cicuta —masculló Pedro mientras un sonriente Facundo sacaba otra cerveza, la abría y se la ofrecía.


Pedro se bebió media cerveza de un trago antes de dejarse caer en un taburete. Volvió a mirar a Paula como diciéndole que estaba preparado para recibir más pullas.


—Creía que te estaba vigilando —dijo.


—¡Vaya, qué galante! Me estabas vigilando. Me estabas cuidando... ¿Es eso?


—Eso creía —respondió Pedro, que dio otro sorbo.


Facundo empezó a hacerle un sándwich a Pedro. Ninguno de los dos había comido desde el desayuno.


—Y ahora has vuelto a Edilean, no por mí... desde luego que no has vuelto por mí. Has vuelto porque tu madre te ha llamado.


—En realidad, su madre llamó a mi madre para informarla de todo —precisó Facundo mientras cortaba el pan.


—Mejor me lo pones —dijo Paula—. Lucia Merritt, o Cooper, o Alfonso... llamó a... ¿Cómo se llama? —le preguntó a Facundo.


—Cooper y Merritt son pseudónimos. Se llama Lucia Travis Alfonso, de los Travis de Boston. Tiene el apellido y la educación, pero no el dinero de la familia. Mi madre se llama Barbara Pendergast, sin dinero y sin apellido deslumbrante. Solo trabajo duro.


—Gracias —dijo Paula. Volvió a mirar a Pedro mientras este le daba un bocado al sándwich que Facundo le había preparado. Parecía un hombre a punto de subir al cadalso—. Se llame como se llame, la cuestión es que no volviste por mí, sino por tu madre.


Pedro se puso en pie y sacó dos cervezas más.


—Me viste de casualidad en la boda de Maria y... y una cosa llevó a la otra.


Facundo miró a Pedro con expresión interrogante.


—Se refiere a que me invitó a quedarme aquí —explicó Pedro.


Facundo asintió con la cabeza y miró de nuevo a Paula, dejándole saber que ella volvía a tener la palabra.


—Te mudaste a mi casa de invitados y empezaste a hablarme tanto de amistad que temí que fueras homosexual. Y tú...


Facundo soltó una carcajada.


—Nunca fue mi intención... —comenzó Pedro.


—¿Cómo está Alejandro? —preguntó Paula, mostrándole toda la rabia que sentía.


Pedro clavó la mirada en su sándwich.


Paula cogió el anillo y miró a Facundo.


—Cuando le dije que tenía novio, tuvo un ataque de celos impresionante.


—No es verdad —la corrigió Pedro, defendiéndose. Pero todo lo que decía Paula era verdad—. Es que me sorprendiste, nada más —masculló.


—¿Te sorprendió que tuviera novio? —preguntó Paula—. Eres... —Puso los ojos como platos, sin dar crédito a lo que estaba oyendo—. Me has controlado... me has vigilado... lo bastante como para saber si tenía novio o no. —Era una afirmación, no una pregunta.


Pedro no habría replicado ni aunque le fuera la vida en ello. 


El hecho de que su madre se hubiera enterado de todos los cotilleos que circulaban por Edilean y le hubiera hablado de Paula en casi todas las llamadas telefónicas no era importante. De repente, se preguntó si era una coincidencia que lo hubiera llamado justo cuando parecía que Paula mantenía una relación seria con un hombre. Además, lo había llamado cuando se iba a celebrar una boda junto a la casa de Paula, una boda en la que ella era dama de honor. 


Su madre había llamado a Penny (a quien siempre había detestado) y fue su secretaria quien le dijo que fuera a Edilean lo antes posible. Si hubiera sido por él, habría pospuesto el viaje a Edilean, pero Penny lo había organizado todo. En ese preciso momento, tenía la sensación de que las dos mujeres se habían puesto de acuerdo para que Pedro llegara a Edilean en el momento clave a fin de que viera a Paula de nuevo. Claro que eso no podía ser. 


Seguro que solo era una coincidencia.


Paula tenía los puños apretados y les daba la espalda mientras intentaba recuperar el aliento.


—Creíste que... —dijo en voz baja—. Creíste que como eres un gran abogado de una gran ciudad y naciste con una cuchara de plata en la boca, sabrías más de la vida que yo.


—Paula, yo nunca he pensado eso —le aseguró Pedro al tiempo que soltaba el sándwich—. Nada más lejos de la realidad.


—Supusiste que era una pueblerina tonta e inocentona tan desesperada por casarse que no me daría cuenta de la verdadera personalidad del hombre con quien salía.


—Paula, estás siendo injusta —dijo Pedro, que se puso en pie—. Borman era un cabrón. Engañó a Carla para que le diera el anillo diciéndole que iba a regalártelo cuando te pidiera matrimonio. Pero después lo empeñó. Yo... nosotros creemos que iba a decirte que no sabía nada del anillo y que iba a dejar que Carla cargara con la culpa.


Paula no dejó que la sorpresa suscitada por esa información se reflejara en su rostro.


—¿Cómo lo conseguiste?


Pedro volvió a sentarse y clavó la vista en el plato.


—Ha comprado Catering Borman —explicó Facundo.


Pedro le lanzó una mirada asesina.


—¿Que has hecho qué? —preguntó Paula, alucinada.


—Ha pagado ciento setenta y cinco mil dólares por la empresa —continuó Facundo. Se había comido el sándwich y estaba a punto de terminar la segunda cerveza—. Iba a pagarle más, pero yo conseguí que Borman redujera la cifra. Y sigue siendo mucho dinero.


—Y tanto que lo es —repuso Paula—. Las furgonetas están para el arrastre y David ha perdido muchas comisiones porque no entrega lo que promete.


—Yo también pensé que era una cantidad excesiva —comentó Facundo—, pero teníamos una fecha tope muy justa.


Pedro le dirigió una mirada asqueada a Facundo por irse de la lengua.


—Paula, creo que nos estamos desviando del tema principal. Borman iba a proponerte matrimonio y yo temía que aceptaras.


—Y cuando me lo propusiera, ¡habría recuperado mi anillo! —replicó Paula. Levantó los brazos—. ¡Hombres! Me tenéis hasta la coronilla esta semana. Hoy he tenido que amenazar a Carla con despedirla por lo que ha hecho.


—Deberías despedirla —dijo Pedro con seriedad—. Lo que ha hecho es un delito.


—¡La engañó un hombre! Es uno de los peligros de ser mujer. Y para tu información, en Edilean no nos deshacemos de alguien por cometer un error.


—Eso es lo que me ha pasado a mí —replicó Pedro en voz baja mientras le suplicaba perdón con la mirada.


—Tú has cometido miles de errores. ¡Y no me mires con esa cara! Ya me la has enseñado, ¿recuerdas? La usaste para conseguir que la esposa de aquel viejo te enseñara a cocinar... entre otras cosas.


Facundo soltó una carcajada.


—Te tiene calado.


—Paula, nunca quise...


—¡Lo sé! —lo cortó a voz en grito—. Estoy segura de que desde tu punto de vista viniste a rescatarme montado a lomos de un blanco corcel. Pero yo no necesitaba que me rescatasen. No necesitaba que me hicieran sentir como una tonta, que me hicieran sentir como una imbécil incapaz de organizar su propia vida. Lo que necesito es... —Ya no aguantaba más—. ¡Fuera! Los dos. Quiero que salgáis de mi casa y de mi vida. No quiero volver a veros en la vida.


Los dos se pusieron en pie y echaron a andar hacia la puerta. Al pasar junto a ella, Paula le dijo:
—¿Nunca se te ha ocurrido pensar que no es el apellido Alfonso lo que saca lo peor de la gente? ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que eres tú?


Pedro no tenía respuesta.


Paula cerró de un portazo y echó la llave antes de apoyarse en la puerta.


—Para tu información, Pedro Alfonso, yo también quiero amor.


Dos minutos después, llamó a la persona con la que quería desahogarse. El hombre en cuestión contestó al primer tono y le dijo que estaba disponible para verla. Veinte minutos más tarde, Paula aparcaba en el estacionamiento de la tienda de Juan Layton.









No hay comentarios:

Publicar un comentario