domingo, 10 de abril de 2016
CAPITULO 4: (TERCERA PARTE)
Se mantuvieron en silencio un buen rato, hasta que Facundo se atrevió a romperlo.
—¿Puedo preguntarte si eres Paula Chaves?
A Paula se le erizó el vello de la nuca. ¿Habría oído su nombre en algún telediario? ¿En la CNN quizá?
—Perdona, no quería sobresaltarte —añadió Facundo, al ver la expresión de la chica—. Karen me dijo que no querías ser la comidilla de toda la ciudad, solo me avisó de tu llegada porque somos parientes. Está casada con mi hermano.
Paula dejó escapar un suspiro de alivio.
—Y además eres el pastor baptista.
—El nuevo pastor, sí —admitió con una sonrisa—. De hecho, todo me resulta nuevo: nueva ciudad, nuevo trabajo, nuevo matrimonio y nueva paternidad.
Las dos últimas afirmaciones hicieron que Paula sintiera un cierto desencanto. Parecía que, al fin y al cabo, no estaba tan muerta como creía.
—Incluso tengo una nueva hermana, aunque sea política. —Cuando se dio cuenta de que aquello no despertaba el menor interés en Paula, cambió rápidamente de tema—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?
—En coche. Lo aparqué en la cuneta para descansar y ya no pude arrancarlo. Me sorprende que aguantase tanto.
—Avisaré al sheriff y...
La respiración de Paula se aceleró visiblemente y Facundo frunció el ceño.
—La familia del sheriff es la propietaria de Frazier Motors —explicó—. Ellos te arreglarán el coche, lo remolcarán o lo que sea necesario.
—He dejado allí toda mi ropa —dijo Paula, tras echarle un vistazo a su falda sucia. En su regazo llevaba fuertemente sujeto el maltratado sobre. Al darse cuenta de que sus nudillos estaban blancos, intentó relajarse.
—Paula —dijo Facundo con suavidad—, si necesitas hablar, quiero que sepas que puedes contar conmigo.
—Gracias, pero... —titubeó la chica. ¿Cómo podía decirle a un religioso que había robado algo que resultaba ser la columna vertebral sobre la que se sustentaba una importante compañía?
—Cuando sea, no importa —añadió él—. ¿Y si te llevo a casa de Karen en lugar de llevarte con la señora Wingate? Karen tiene armarios llenos de ropa y quizá te sientas más cómoda rodeada de sus cosas.
Lágrimas de gratitud brotaron de los ojos de Paula, pero las enjugó rápidamente.
—Sería estupendo —respondió ella.
La mera idea de sumergirse en una bañera llena de agua caliente y disponer de ropa limpia hizo que empezara a relajarse.
—¿Tienes planes para esta visita? —preguntó Facundo precavidamente, sin dejar de observar a Paula.
Le pareció extraordinariamente guapa, con una cabellera rubia natural, grandes ojos azules y una piel tan suave como un pétalo de camelia. En cuanto al resto, se había fijado en la forma en que todos los clientes del restaurante la habían mirado... y admirado. Tenía una figura capaz de hacer girar la cabeza a cualquiera. Pero, dejando aparte su aspecto físico, era consciente de que estaba muy alterada y que sujetaba el enorme sobre con marcas de neumático como si su vida dependiera de eso. Su vestido estaba desgarrado y sucio, tenía manchada la mandíbula de tierra y una de sus rodillas sangraba. Fuera lo que fuese lo que había pasado, el responsable parecía ser Pedro Alfonso.
Facundo tuvo que reprimir una sonrisa ante el recuerdo de aquella preciosa mujer vertiendo toda la jarra de cerveza sobre la cabeza de Pedro. Sabía que aquella imagen lo acompañaría hasta la tumba.
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