viernes, 22 de abril de 2016

CAPITULO 46: (TERCERA PARTE)





Al día siguiente, Paula estuvo demasiado ocupada para pensar en sus problemas. Parecía que media Virginia había dejado sus compras para el último minuto y decidido hacerlas en la preciosa, tranquila y adorable pequeña Edilean.


Gonzalo y Paula hacían los sándwiches, Kelli servía la sopa y Ramon se ocupaba de los pasteles. Su retumbante voz y sus modales persuasivos lograban que hasta la persona más delgada se animara a probar las tartas bañadas en crema.


De la caja se encargaba una mujer de unos treinta años que había respondido al anuncio de Ramon.


—No lo vi hasta que tuve que cambiarle el papel a la jaula del periquito —le dijo a Ramon cuando llegó aquella mañana—. Me llamo Daniela, pero puedes llamarme Dany. Creo que soy inteligente, dicen que bastante creativa y no me falta talento, pero no soy y nunca he sido una persona divertida, lo siento. Aunque sí he trabajado en un restaurante. —Sus ojos brillaban de contento mientras hablaba.


Era una mujer guapa, de pelo y ojos negros, con unas caderas algo excesivas que compensaban su voluminoso pecho. En conjunto, resultaba decididamente simpática.


Paula, que en aquel momento ayudaba con la sopa, dejó la decisión en manos de Ramon, pero cuando Gonzalo le dio un disimulado codazo, prestó más atención. Ramon, el enorme y gruñón Ramon, contemplaba a Dany completamente mudo, así que se limpió las manos con un trapo y dejó el mostrador.


—¿Sabes manejar una caja registradora? —preguntó a la mujer.


—Sí —respondió Dany con su tranquila y agradable voz.


—Estás contratada. Habla con Ramon de tu sueldo —decidió, mirando a Ramon, que seguía absorto, en silencio—. Despierta, ¿quieres? Tienes que encargarte de los pasteles.


Ramon siguió sin responder.


—¡Ramon! ¡Pasteles!


—Me gustan mucho —dijo él por fin.


Paula volvió a su sopa negando con la cabeza, mientras Gonzalo a duras penas conseguía reprimir la carcajada.


—El amor está en el aire... —canturreó él, burlonamente.


—Sí, Kelli y tú hacéis una buena pareja.


La cara de Gonzalo adquirió un tono decididamente rojizo.


—¿Tan obvio resulta? Quiero decir, ¿tanto se nota que me gusta?


Paula estuvo a punto de gastarle una broma, pero se contuvo.


—Tu padre no la aprobaría.


—Lo sé. —Y siguió cortando queso, pero un segundo después se detuvo—. ¿Sabes una cosa? Me importa un bledo. El miedo a perder el legado de Treeborne Foods hizo que cometiera un error que lamentaré toda mi vida. Y por culpa de ese error, te perdí.


Paula retrocedió un paso, alarmada.


—Gonzalo, si pretendes...


—No, no es eso lo que pretendía decir. Aunque mi padre no hubiera intervenido, creo que tú y yo no habríamos sido una buena pareja.


—¿Lo dices porque me tenías fascinada?


—Oh, no. Esa parte me gustaba.


Paula le dio un golpecito amistoso en el hombro, sin dejar de reír.


—¡Menudo príncipe estás hecho!


—¿Lo ves? Nunca hubiera podido vivir con alguien que me tenía en un pedestal. Podía verlo en tus ojos y, cuando estaba contigo, me sentía importante y poderoso.


—Nunca lo había mirado bajo ese punto de vista.


—Siempre temí que descubrieras lo cobarde que puedo llegar a ser. Mi padre me ha tenido aterrorizado toda mi vida.


—Bueno, tiene aterrorizada a toda una ciudad. ¿Por qué no a ti? —comentó ella.


—Pero se acabó.


—¿Gracias a Kelli?


—Sí y no —concedió Gonzalo—. Más bien no. Me he dado cuenta de que soy capaz de ganarme mi propio sueldo.


—Con lo que ganas aquí no podrías permitirte los lujos que llevas disfrutando toda tu vida.


—Mi madre me dejó algo de dinero y pienso invertirlo en la panadería. Además, intentaré conseguir algún patrocinador para crear una línea de pasteles congelados.


Paula se quedó mirándolo unos segundos.


—Mmm. La ambición de los Treeborne sigue vivita y coleando.


—Es posible.


—¿Y tu padre? ¿No tendrá nada que decir al respecto?


—¡Ja! —exclamó Gonzalo—. Vine aquí a buscarte sin dejar siquiera una nota. Cuando llamé a casa para preguntar por el libro de cocina, también quise saber si mi padre había preguntado por mí, y no lo hizo ni una sola vez. Para él, soy completamente prescindible. —Su tono era jovial, pero Paula sabía reconocer el dolor que intentaba ocultar.


—Puedes quedarte en Edilean con Kelli, y montar tu negocio aquí.


—Creo que lo haré. ¿Y tú? ¿Tu médico boxeador aún no te ha pedido que te cases con él?


—Yo...


Gonzalo dejó el queso y la miró.


—¿Tú, qué? —Pero Paula no respondió—. Te he abierto mi corazón, así que me parece justo que hagas lo mismo. Si ese doctor te la ha jugado, lo...


—¡No! —cortó Paula—. No es eso, es que...


No pudo seguir porque ya eran las ocho de la mañana y Kelli había abierto la puerta del restaurante. Un instante después, el pequeño local estaba lleno de clientes hambrientos.




1 comentario: