miércoles, 30 de marzo de 2016
CAPITULO 5 (SEGUNDA PARTE)
—En fin, ¿cómo te va con tu nuevo novio? Se llama David, ¿no? —preguntó Sara Newland mientras tomaba asiento frente a Paula.
Cada mesa tenía un mantel de un color distinto, un diseño que la novia llamaba «colores de Pascua». La orquesta se había tomado un descanso, de modo que la enorme pista de baile estaba vacía. Sobre sus cabezas, colgaban hileras de lucecillas plateadas que lanzaban bonitas sombras en torno a la carpa.
Los gemelos de Sara tenían un año y estaban en casa con una canguro. La boda suponía una salida inusual para ella y su marido, Mario.
—Nos va genial —contestó Paula, que llevaba su vestido malva de dama de honor. Tenía un escote cuadrado y bajo, y falda de vuelo. Maria, la novia y la mejor amiga de Paula, lo había diseñado, y Lucia Cooper lo había confeccionado.
—¿Crees que la cosa va en serio? —le preguntó Sara.
—Todavía es pronto para saberlo, pero tengo esperanzas. ¿Cómo lo lleváis Mario y tú?
—Perfectamente. Pero todavía no he conseguido que se acostumbre a la vida doméstica. Quiero que me ayude con el jardín. ¿Sabes lo que ha hecho?
—Tratándose de Mario, cualquier cosa.
—Ha espantado al chico que maneja la retroexcavadora, ha aprendido él solo a manejar ese trasto tan grande y ha despejado casi una hectárea de terreno para colocar la valla nueva. Deberías haber escuchado la discusión a grito pelado que tuvo con el dueño de la retroexcavadora.
Paula sonrió.
—Me habría encantado estar allí. Me paso la mayor parte de mi vida con vendedores. Cada vez que me hablan, acabo comprando lo que me ofrecen.
Sara se inclinó hacia delante y le preguntó en voz baja:
—Dime, ¿qué tal lo de Lucia Cooper y tu vestido?
—No la he visto —contestó Paula—. Fue Maria la que se encargó de la única prueba que me han hecho.
—Pero la has visto bailar con el padre de Maria hace unos minutos, ¿verdad?
Sara y Paula eran primas, tenían la misma edad y habían jugado juntas desde que eran bebés. Durante los últimos cuatro años, habían comentado lo raro que resultaba que Lucia Cooper, una señora que se alojaba en la casa de la señora Wingate, se escabullera cada vez que Paula aparecía.
Otras personas la veían en el supermercado, en la farmacia o incluso en la tienda de la señora Wingate, situada en el centro de la ciudad, pero en cuanto Paula asomaba, Lucia se escondía. Uno de sus primos había logrado hacerle una foto para que Paula la viera, pero su cara no le pareció conocida.
No imaginaba por qué la mujer se empeñaba en evitarla.
—No podía perderme un acontecimiento semejante, ¿no crees? —replicó Paula—. Los he visto muy desinhibidos. Bastante calentitos, vamos. A su edad me resulta un poco vergonzoso.
—Pero ¿has visto la cara de Lucia?
—Sí y no. Es que la tenía enterrada en el padre de Maria, así que solo he visto un ojo y una oreja. Tendría que ponerme en contacto con uno de esos dibujantes que hacen retratos robots para la policía a ver si así consigo completar la cara entera.
Sara se echó a reír.
—A mí me ha parecido la mujer más feliz del mundo.
—No. Esa es Maria.
—Ha sido una boda preciosa. ¡Y el vestido es divino! Tomas y ella hacen una pareja estupenda, ¿verdad?
—Sí —contestó, orgullosa.
Paula y ella habían sido compañeras de habitación durante su etapa universitaria y su amistad perduraba desde entonces, aunque Maria se había trasladado a Nueva York y Paula seguía viviendo en Edilean. Unos cuantos meses antes, Maria había ido al pueblo para pasar una temporada pintando y había conocido al médico de la localidad, que era Tomas, un primo de Paula, con el que se acababa de casar.
—¿Cómo está Ruben? —le preguntó Sara, refiriéndose al hermano de Paula.
Ruben se había prestado a ayudar a Tomas mientras este se recuperaba de una fractura en un brazo, pero parecía que pensaba quedarse como responsable de la clínica de Tomas durante los próximos tres años.
—Mi hermano no es precisamente la alegría de la huerta —contestó—. No conozco a otra persona que se queje tanto como él. Está amenazando con llamar a un transportista y largarse del pueblo.
—¡Pero no puede hacer eso! Necesitamos un médico en Edilean.
—No creo que lo haga —la tranquilizó Paula—. Ruben es demasiado responsable como para cumplir su amenaza. Pero sería todo un detalle que se lo tomara de otra manera, y no como si fueran tres años de cárcel.
—Creo que todo el mundo se alegrará cuando Tomas vuelva y se haga cargo de la consulta otra vez.
—Sobre todo las mujeres —añadió Paula, y ambas se echaron a reír.
El doctor Tomas Chaves era un hombre guapísimo, de carácter afable y que se preocupaba de verdad por las personas.
—¿Quién es ese hombre que no te quita la vista de encima? —preguntó Sara, refiriéndose a alguien que se encontraba detrás de Paula.
Ella se volvió, pero solo vio a conocidos.
—Se ha ido antes de que te volvieras —le explicó Sara.
—¿Cómo era?
—El típico tío moreno, alto y guapo —contestó su prima, sonriendo—. Tiene pinta de que le han roto varias veces la nariz. O tal vez desde que conocí a Mario pienso lo mismo de todos los hombres. —Su marido era un experto en varias artes marciales.
—Supongo que será un admirador secreto —dijo Paula mientras se ponía en pie.
—¿Ha venido David?
—No. Han contratado su servicio de catering para una boda en Williamsburg.
—Debe de ser difícil para ti —comentó Sara—. Pasa fuera todos los fines de semana.
—Pero está en casa el resto de la semana —señaló Paula—. En su casa, no en la mía.
—Por cierto, ¿cómo va tu casa nueva? —le preguntó su prima, que también se puso en pie. Aunque no le había resultado fácil, había perdido todo el peso que ganó con el embarazo y volvía a estar tan delgada como siempre.
—Preciosa —dijo con un brillo emocionado en los ojos—. He convertido el antiguo garaje en un taller de trabajo. Maria me ha ayudado con la decoración. Todo muy colorido.
—¿A David le gusta?
—Le gusta mi cocina —respondió—. Cuando acabe de instalarme, os invitaré a ti y a tus tres niños. Pero dile a Mario que no podrá traer su nuevo juguete, la retroexcavadora.
—Lo haré. —Sara se despidió y se marchó. La orquesta había vuelto al estrado y prefería estar en una zona donde pudiera hablar.
Paula se demoró un instante en el sitio, observando a los amigos y familiares que la rodeaban. También había forasteros entre los invitados. Es decir, personas que no descendían de las siete familias fundadoras del pueblo y que habían asistido a la boda para ver cómo se casaba el doctor Tomas. Todo el mundo lo adoraba, y Paula se preguntó cuántos de los presentes habían aparecido sin invitación, solo porque querían ver de nuevo a Tomas. Había salvado muchas vidas en el pequeño pueblo.
La esperanza de Paula era que Maria se casara con su hermano, Ruben. Pero se había enamorado de Tomas prácticamente en cuanto lo vio. Por culpa de los traslados laborales, el sueño de Paula de tener a su mejor amiga viviendo en Edilean debía retrasarse unos cuantos años más.
No pudo evitar pensar que para entonces ya habría cumplido los treinta. Formaría parte de las estadísticas, había pensado en más de una ocasión, si bien no se lo había dicho a nadie.
Era una mujer con un negocio próspero, pero con una vida privada que no parecía llegar a buen puerto.
Los novios se habían marchado hacía rato (Paula no había cogido el ramo de la novia), pero algunos invitados seguían en la carpa para bailar mientras la orquesta siguiera tocando.
Mientras caminaba hacia un lateral, pensó de nuevo en lo mucho que le habría gustado contar con una pareja esa noche. Había conocido a David seis meses antes, cuando fue a Williamsburg para hablar con una novia nerviosa sobre los anillos que querían ella y su prometido. La indecisión de la chica le resultó desquiciante, y el novio demostró ser todavía peor. En un momento dado, Paula deseó empezar a darles órdenes, pero como mucho solo podía enfatizar algunas sugerencias.
Una hora después, y sin que hubieran llegado a una decisión, apareció el padre de la novia, se percató de la situación y le dijo a la chica qué anillos elegir. Paula lo miró, agradecida.
Cuando volvió a su coche, descubrió que tenía la salida bloqueada por una furgoneta blanca que rezaba: «Catering Borman.» Un chico bastante atractivo se acercó corriendo a ella.
—Lo siento —se disculpó mientras sacaba las llaves. Sin embargo, en ese momento se dio cuenta de que el padre de la novia lo había dejado encerrado.
Tras descubrir que el padre de la novia se encontraba en su despacho, ocupado con una llamada de negocios, Paula y el chico intercambiaron los saludos de rigor. Los primeros minutos los dedicaron a compartir su frustración por la incapacidad de la novia para tomar decisiones.
—Y la madre es igual —añadió David. Se llamaba David Borman y era el dueño de una elegante, pero modesta, empresa de catering.
Cuando el padre de la novia por fin colgó el teléfono y movió su coche, David y ella habían quedado para verse. Desde entonces, se veían dos veces por semana y las cosas iban bien. No había fuegos artificiales, pero era agradable. El sexo era bueno, nada del otro mundo, pero sí muy tierno. David siempre se mostraba respetuoso con ella, siempre era muy educado.
—¿Dónde están los chicos malos cuando se los necesita? —musitó Paula mientras cogía una copa de champán de una bandeja, tras lo cual abandonó la carpa.
Conocía la casa de Tomas y el jardín como si fueran suyos.
De modo que se dirigió al sendero que conducía a la casa de la señora Wingate. A su izquierda se encontraba la antigua casa de juegos. Había pasado mucho tiempo en ella cuando era pequeña. Su madre y la de Tomas eran buenas amigas, y cada vez que se encontraban, Paula jugaba en esa casa. A esas alturas, se encontraba en muy mal estado, pero Maria pensaba restaurarla.
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Qué linda empezó jaja
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