miércoles, 6 de abril de 2016

CAPITULO 24 (SEGUNDA PARTE)





Paula estaba a punto de preguntarle por qué no se había puesto en contacto con ella mientras estaba en la universidad, pero en ese momento Pedro la besó en los labios y se le quedó la mente en blanco.


Al instante, comenzó a acariciarla por todos lados, por las piernas, entre los muslos. Y cuando la tocó en el lugar más sensible de todos, jadeó. La acarició con cuidado y Paula cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones, por el placer que le provocaban sus manos.


Se colocó despacio sobre ella. Su peso era maravilloso y le recordó su masculinidad.


La penetró despacio, llenándola por completo, y comenzó a moverse lentamente. Se tomó su tiempo mientras la observaba, sonriendo al ver el placer que se reflejaba en su cara.


Al cabo de unos minutos, Paula abrió los ojos y lo miró sorprendida. Sentía las oleadas de placer cada vez más intensas. Jamás había experimentado nada igual, jamás...


Pedro —susurró.


—Estoy contigo, nena —replicó él al tiempo que la hacía girar para dejarla sentada a horcajadas sobre su cuerpo. La aferró por las caderas.


Paula le colocó las manos en los hombros y le clavó los dedos mientras subía y bajaba con un ritmo frenético.


Cuando notó que ya no podía soportarlo más, Pedro giró sobre el colchón y la llevó consigo. Una vez sobre ella, siguió moviéndose con el mismo frenesí que lo había hecho ella. 


Paula le rodeó las caderas con las piernas y al cabo de un instante ambos yacían saciados, exhaustos y rebosantes de amor. Pedro la abrazó como si temiera que pudiese desaparecer.


Paula pensó por un minuto que estaba dormido, pero al mover un pie, él aflojó la fuerza de su abrazo.


—¿Te estoy haciendo daño?


—Todo lo contrario —contestó ella.


Pedro levantó el torso, apoyó el peso sobre un codo y la cabeza, sobre una mano. La miró en silencio un instante.


—Bueno, ¿qué quieres hacer? —le preguntó por fin.


—Preguntarte cosas sobre tus ex novias —respondió Kim con total seriedad.


Sus palabras fueron recompensadas con una expresión de puro terror que apenas duró una décima de segundo antes de que Pedro sonriera.


—Vas a castigarme, ¿verdad?


—Sí —contestó Paula al tiempo que levantaba una mano para acariciarle el pelo. Ansiaba acariciárselo desde que apareció en la boda de Maria, a la luz de la luna—. Voy a hacer que te arrepientas de haberme mentido.


—En realidad, no te he mentido.


—¿No hay alguna ley que dice que las evasivas son tan condenables como las mentiras?


—¿Qué voy a saber yo de leyes? —replicó él con un brillo alegre en los ojos al tiempo que se apartaba de ella y se tumbaba de espaldas en el colchón, con las manos detrás de la cabeza.


Paula hizo ademán de apartarse, pero él se lo impidió y la instó a colocar la cabeza en su hombro. En esa postura, ella empezó a acariciarle el vello del pecho.


—¿Le has echado un vistazo a este sitio? —le preguntó Pedro.


Su piel la tenía tan distraída que al principio no supo de qué estaba hablando. Se incorporó sobre una mano para mirarle el torso.


—¿De qué son todas estas cicatrices? —Tenía tres en las costillas y una en un costado.


—De mi trabajo en Hollywood —contestó él, que no parecía interesado en seguir hablando del tema—. El pueblo.


—¿Qué pasa con el pueblo?


Pedro se colocó de costado para mirarla.


—¿Lo has visto?


Paula se alzó un poco para invitarlo a que la besara, cosa que él hizo.


—No —contestó ella al final.


Pedro volvió a tumbarse de espaldas.


Al ver que no hablaba, Paula lo miró y le preguntó:
—¿Estás insinuando algo o qué?


—¿No has venido por un motivo concreto? Además de para comprometerte con un cerdo rastrero, quiero decir.


—No me habría... —No pensaba dejarse enzarzar en una discusión—. Menos mal que le pagaste para que me dejara, ¿eh? ¿No vas a aprender a cocinar para poder encargarte de tu nueva empresa de catering?


—Voy a regalársela a Facundo.


—Para haberos conocido hace dos días, os veo muy compenetrados —comentó ella.


—Verme hecho polvo parece alegrarle el día.


—¿Por qué estabas mal? —preguntó Paula antes de recordarlo.


Pedro la miró y ella le devolvió la mirada con los ojos entrecerrados.


—Si intentas que me apiade de ti, empezaré a preguntarte por qué aparecías en mis exposiciones a escondidas.


Pedro pareció ofendido un instante, pero acabó esbozando una sonrisa torcida.


—Estamos empatados. ¿Crees que habrá comida en esta habitación?


—Si no la hay, puedes comprar el establecimiento y usar tu propio catering. Podrías establecer una sucursal de Industrias Alfonso aquí en Janes Creek.


Pedro meneó la cabeza.


—Mi padre y tú os vais a llevar genial. De hecho, creo que incluso puede que lo asustes.


—¡Qué bien! —exclamó Paula, aunque estaba encantada por el comentario ya que insinuaba que pensaba presentársela a su padre. Quizás incluso a su madre. Otra vez.


Pedro rodó hacia el borde de la cama y se levantó, mientras Paula se colocaba las manos detrás de la cabeza y lo observaba. Se había arropado con la sábana y le parecía maravilloso, incluso erótico, estar cubierta cuando él estaba desnudo.


Todas las actividades deportivas que Pedro había realizado le habían dejado un cuerpo musculoso y proporcionado. Tenía unas cuantas cicatrices que añadían un toque aún más viril a su belleza.


—¿He pasado el examen? —le preguntó él con voz ronca mientras la miraba.


—Sí —respondió Paula con una sonrisa.


Él se la devolvió al tiempo que se ponía de nuevo los pantalones. Echó un vistazo por la habitación antes de entrar en la de Paula y volvió con la carpeta que Gemma le había entregado.


—¿Qué es esto?


—El motivo por el que estoy aquí.


—¿Te importa si...?


—En absoluto, mira lo que quieras. Yo no lo he leído.


Mientras Paula observaba cómo Pedro regresaba de nuevo a la cama y se tumbaba a su lado para empezar a leer, pensó en lo poco que sabía de él. Aunque tal vez también lo conociera por completo. El hombre que tenía cicatrices provocadas por los riesgos de su trabajo era el mismo niño que había aprendido a montar en bici y que una hora después ya estaba haciendo caballitos. El niño que se sentaba en un árbol para leer sobre Alicia y el Sombrerero era el mismo que leía en ese momento unos documentos históricos con total atención.


—¿De verdad no has leído esto? —le preguntó Pedro al tiempo que dejaba los papeles en su regazo y la pegaba a su costado.


—En cuanto vi la palabra «cementerio» cerré la carpeta. ¿Me he perdido algo?


—Veamos... ¿quieres los hechos como si fuera un cuento o como un alegato judicial?


La idea del alegato le resultó tentadora. Le encantaría verlo dirigiéndose a un jurado. Claro que en ese caso seguro que usaba su físico para engatusarlos a todos y eso no le gustaría ni un pelo.


—Como un cuento —respondió.


—Muy bien —dijo él con una sonrisa—. Érase una vez una joven que vivía en Edilean, un pueblo de Virginia, llamada Clarissa Chaves que quería pasar el verano de 1893 en un pueblo de Maryland, llamado Janes Creek.


—¿Por qué? —preguntó Paula—. ¿Por qué se fue de Edilean? —Sabía que su voz delataba algo más que la simple curiosidad.


Pedro la besó en la frente.


—No me cabe en la cabeza que quisiera irse de un pueblo donde todo el mundo lo sabe todo sobre los demás.


—Menos quién es la madre de quién —murmuró Paula.


—¿Vas a escucharme o a lanzarme pullas?


—Me lo pensaré —contestó. Al ver que Pedro seguía mirándola, le indicó que continuara.


—¿Por dónde iba? Ah, sí. La señorita Clarissa Chaves vino a Janes Creek, Maryland, durante el verano de 1893. Nadie sabe por qué lo hizo, pero supongo que tenía amigos en el pueblecito y quería pasar el verano con ellos. ¿Estás de acuerdo?


Paula asintió con la cabeza.


—Fuera cual fuese el motivo por el que abandonó Edilean, lo único que se sabe es que cuando volvió, en septiembre del mismo año, lo hizo embarazada. Jamás dijo nada sobre el padre, de modo que la gente del pueblo (que no hace asco a algún que otro cotilleo) supuso que se había casado. Clarissa jamás corrigió dicha suposición. Pero el problema era que cuando volvió, había cambiado. Estaba melancólica. Deprimida.


—Lógico —replicó Paula—. ¿Una mujer soltera y embarazada en 1893? Me extraña que no la lapidaran.


—Creo que eso se hacía en otra época bastante anterior a la que nos atañe. En todo caso, parece que la pobre Clarissa murió poco después de que su hijo naciera.


—¡Oh! —exclamó Paula—. Gemma y Joce no me lo habían dicho.


—Posiblemente para no entristecerte. En su lecho de muerte, Clarissa le dijo a su hermano Patrick: «Llámalo Tomas y reza para que sea un médico como su padre.» —Pedro soltó los documentos y miró a Paula—. ¿No siguen llamándose Tomas los médicos de la familia Chaves?


—Ese nombre se reserva para el heredero de Chaves Manor —lo corrigió ella, aunque era evidente que estaba distraída.


—¿Tú no perteneces a esa rama de la familia?


—No, por eso mi hermano se llama Ruben.


—Ah, sí, lo recuerdo —replicó Pedro mientras se tumbaba de espaldas, a su lado—. ¿Qué te pasa?


Paula no podía decirle lo que estaba pensando. Que Clarissa y ella tenían mucho en común. Entre ella y Pedro todo era temporal. Él había ido a Edilean para ayudar a su madre y pronto estaría envuelto en un polémico proceso de divorcio. Volvería a ser un abogado y retomaría su glamurosa vida neoyorquina. Paula y el aburrido pueblecito de Edilean serían solo un recuerdo. Cuando pasaran los años y Pedro rememorara su etapa con ella, ¿lo haría con una sonrisa? Intentó librarse de esos pensamientos. De momento, estaban juntos y eso era lo único que importaba. Volvió a prestarle atención a Pedro.


—Estoy bien —contestó—. Sigue con la historia.


—Creo que si Clarissa confesó que el padre era médico y que se llamaba Tomas, ¿no facilita eso la labor de investigación de tus amigas? ¿No podían haber buscado el nombre en Internet?


—En realidad, lo hicieron —respondió Paula—. Me dijeron que encontraron a un médico llamado Tomas Alfredo ...


—Como el nombre del pueblo.


—Sí. —Paula suspiró—. Murió en 1893.


—Entiendo —dijo Pedro, que comenzó a ensamblar la historia completa—. Clarissa viene a Janes Creek, se enamora del médico del pueblo y se dan un revolcón en el pajar, pero antes de que puedan casarse, ella se queda embarazada y él muere. Clarissa vuelve a Edilean, da a luz a su hijo, y después...


—Se reúne con Tomas —concluyó ella.


—Esperemos que la historia sea así. —Pedro guardó silencio un instante—. Si tus amigas sabían todo esto, ¿por qué te han hecho venir?


—Joce y Gemma son recién llegadas.


Pedro esperó a que le explicara el extraño comentario.


—No nacieron en Edilean. Quieren que averigüe si el doctor Tomas estaba casado y en caso de que fuera así, que descubra si tuvo otros hijos.


—Primos —dijo Pedro—. ¿Todo esto va de encontrar más parientes?


—Eso me temo —contestó Paula—. Si encuentro algún descendiente, seguro que Joce lo adopta y Gemma querrá investigar toda esa rama de la familia.


—¿Y tú diseñarás joyas para todos?


Paula gimió.


—Si se me ocurren ideas nuevas, sí. No he creado ni un solo diseño nuevo desde que te conocí. De hecho, ni siquiera recuerdo cómo me gano la vida.


Pedro la miró con seriedad.


—Paula, si querías que...


Ella desconocía lo que había estado a punto de decir, pero sospechaba que era algo relacionado con su capacidad monetaria para comprar cosas. Como no quiso escucharlo, lo interrumpió cambiando de tema.


—Bueno, ¿cuándo interrogamos a los vecinos y les preguntamos si hay alguien lo bastante mayor como para que recuerde qué sucedió en 1893?


—Si el doctor Tomas murió en el pueblo, deberíamos buscar su tumba y hacerle una foto. A lo mejor tiene alguna inscripción, o tal vez haya alguien más enterrado con él. Si estaba casado, su mujer estará con él.


—A lo mejor tenemos suerte y se llamaba Alejandra —dijo Paula sin pensar. En realidad, no tenía intención de hacer ese tipo de comentarios. Quería ser elegante y sofisticada. En cambio, parecía una... en fin, una pueblerina sureña—. Será mejor que me vista —dijo al tiempo que hacía ademán de levantarse de la cama.


Pedro se lo impidió aferrándole un brazo.


—Creo que debería decirte la verdad.


Paula se mantuvo de espaldas a él, con la sábana en el torso. 


Tenía la impresión de que no solo estaba desnuda físicamente, porque sus palabras habían sido muy reveladoras.


—Tu vida te pertenece. Yo solo estoy en ella por... —Paula quería decir «por el sexo», pero no fue capaz.


Con sus otras parejas, siempre había conseguido que las cosas parecieran poco serias. Uno de ellos le había comentado que lo convertía todo en una broma. Sin embargo, se trataba de Pedro. El día después de que él regresara al pueblo, Paula le había enviado un mensaje de correo electrónico a Maria diciéndole que el hombre del que estaba enamorada desde los ocho años había vuelto. 


Aunque fuera su amante, no podía hacer una broma sobre su guapísima ex.


Al ver que no se volvía para mirarlo, Pedro la soltó.


—He tardado tanto en volver a tu lado porque antes quería descubrir quién era —confesó en voz baja—. Siempre he sido el hijo de un multimillonario y necesitaba saber si era capaz de buscarme la vida yo solo. No quería ser uno de esos niños ricachones con un fondo fiduciario que viven a costa de sus padres. ¿Qué clase de hombre sería si me hubiera acercado a ti ofreciéndote eso? —Paula siguió sin moverse, de modo que continuó tras inspirar hondo—. Una vez que conseguí la licencia para ejercer de abogado en Nueva York, mi padre me ofreció un puesto de trabajo importante y muy bien remunerado, pero lo rechacé. ¡Se puso furioso! Canceló la mensualidad que recibía del fondo fiduciario y me dejó a dos velas. Me dijo que no sería capaz de buscarme la vida y, la verdad, me asustó que tuviera razón.


Paula se volvió para mirarlo.


—Quería alejarme de él todo lo posible, así que le pedí a una persona —dijo antes de esbozar una media sonrisa— que me llevara en su avión privado a Los Ángeles. Me quedé con un colega de la universidad mientras buscaba trabajo. Estaba tan enfadado que cuando oí que necesitaban dobles para las escenas de acción, me lancé de cabeza. Conseguí el trabajo porque tengo la misma altura y corpulencia que Ben Affleck. Me dispararon dos veces en su nombre. —Miró a Paula con una sonrisa—. Tuve éxito y demostré que era capaz de sobrevivir por mi cuenta. Pero mi trabajo consistía en arriesgar la vida en las escenas de acción. Se me daba bien, pero era consciente de que mi cuerpo no lo soportaría mucho, así que lo dejé. Además, no era una vida adecuada para... para ti.


—¿Para mí? —Paula parpadeó varias veces.


—Sí, claro, para ti. Te dije que mi vida siempre ha girado a tu alrededor.


—Pero... —En realidad, ella pensó que se trataba del típico comentario que hacían todos los hombres. No se lo había tomado al pie de la letra—. ¿Y qué hiciste?


—Mi plan era conseguir un puesto en algún bufete de abogados. Me contrataron en uno bastante decente y conservador, emplazado en el norte de California. Pensé que podía trabajar con ellos un par de años y después volver a Edilean para verte otra vez. Quería saber si podía haber algo... algo entre nosotros siendo adultos. Creí que con un par de años de experiencia en el mundo de la abogacía, podría encontrar algún trabajo en Edilean o en los alrededores.


Paula contuvo el aliento, pero guardó silencio.


—Todo iba según lo previsto, hasta que mi madre robó unos cuantos millones de una de las cuentas de mi padre, que vino a buscarme hecho una furia, diciendo que iba a matarla.
Paula jadeó.


—No lo dijo de forma literal, pero sabía que le haría la vida imposible hasta el punto de que ella deseara estar muerta. Yo tenía muy claro dónde estaba: en el pueblo donde habíamos pasado los días más felices de nuestras vidas.


—En Edilean.


—Exacto. Y eso echó por tierra mis esperanzas de verte de nuevo. Conozco muy bien a mi padre. Sé que me habría seguido y habría localizado a mi madre.


—Por eso empezaste a trabajar para él.


—Sí.


—No planeabas seguir en su empresa toda la vida, ¿verdad?


—No llegué a plantearme las cosas a tan largo plazo. Cuando estaba a punto de conseguir el sueño que me acompañaba desde los doce años, casi toda la vida, me encontré trabajando ochenta horas a la semana para mi padre. No tenía tiempo para dormir, mucho menos para pensar.


—Pero sí tuviste tiempo para visitar mis exposiciones —replicó Paula sin poder evitarlo, y lo hizo con un deje furioso en la voz—. Si tanto significaba para ti, ¿por qué no me hablaste jamás? Podías haberme saludado: «¡Hola, Paula! ¿Te acuerdas de mí?» Podrías haber hecho algo. Yo no sabía tu apellido y me pasé años buscándote en Internet.


Pedro extendió una mano y la pegó a él para abrazarla y acariciarle el pelo.


—¿Cómo me iba a acercar a ti? Lo estabas haciendo fenomenal. Eras una promesa en el mundo del diseño de joyas. Seguía tu carrera por Internet, y parecía que todos los días conseguías algo nuevo. Mientras que yo... yo solo era la marioneta de mi padre. Necesitaba demostrarme a mí mismo que era un hombre.


—¿En la cama también? —le soltó ella, con más veneno del que pretendía.


—Sí —reconoció Pedro—. También en ese terreno. Una cosa es que una chica te enseñe a montar en bici, y otra muy distinta que te enseñe qué hacer en la cama. ¿Y ahora dónde meto esta cosa tan grande? —dijo con voz aguda.


Paula fue incapaz de contener una carcajada. Después, se alejó de él para mirarlo a los ojos.


—¿Has intervenido para que mis otros novios cortaran conmigo?


—No, pero les eché un ojo a todos.


—¿Qué significa eso?


Pedro se encogió de hombros.


—¿Qué hiciste? —exigió saber Paula.


—Los investigué por encima. Nada ilegal. Cuando comprobaba que ganaban menos que tú, me tranquilizaba. Porque sabía que huirían de ti, aterrados.


—Muchas gracias —replicó ella—. Dicho así parece que llevo una espada y que monto a pelo a caballo.


—Me gusta esa imagen —dijo Pedro con una mirada risueña.


—¡Manda narices! —exclamó—. Me las has hecho pasar canutas durante años. Te he echado de menos, y no podía encontrarte y tú...


Pedro la interrumpió con un beso.


—Te compensaré. —La besó en la nariz—. Quiero pasar años y años compensándote.


Aunque le gustaba mucho lo que Pedro le estaba haciendo, Paula se apartó de él para mirarlo.


—¿Qué significa eso? Exactamente.


—Que te quiero y que quiero casarme contigo. Si me aceptas, claro.


Paula se quedó muda de repente.


—Pero...


—Pero ¿qué?


—Pero apenas nos conocemos. Hace solo una semana que has regresado y antes de eso...


Pedro la besó de nuevo.


—A ver qué te parece esta idea. Te daré todo el tiempo del mundo para que me conozcas y, entre tanto, te pediré todos los días que te cases conmigo. Cuando creas que me conoces lo suficiente, me dices que sí y vamos en busca de un cura. ¿Cómo lo ves? —Se volvió y puso los pies en el suelo—. Me muero de hambre. ¿Y tú? Penny dice que uno de sus tíos come tanto que va a arruinarme. Me gustaría verlo, ¿a ti no?


—Yo... bueno... —Paula seguía sin poder hilar dos pensamientos después de escuchar lo que él había dicho—. ¿Dónde vas a vivir? —logró preguntarle.


Pedro iba de camino al cuarto de baño.


—Contigo, si te parece bien. Me gusta tu casa, pero creo que deberías trasladar el taller de trabajo al local de Juan. ¿Quieres ducharte conmigo? De esa forma, el garaje quedará libre. Creo firmemente que hay que cuidar bien los automóviles. ¿Hay buenos mecánicos en el pueblo?


Mientras desaparecía detrás de la puerta del cuarto de baño, Paula siguió sentada en la cama. La sábana se deslizó, dejándola desnuda, pero no se dio cuenta.


Pedro asomó la cabeza.


—Si sigues así sentada, tendré que volver a la cama para hacerte el amor otra vez y resulta que tengo hambre. Ten un poco de compasión, ¿vale? —Regresó al cuarto de baño.


Paula siguió donde estaba. No sabía si lo había escuchado bien y tampoco sabía qué estaba sintiendo. Ese fin de semana esperaba recibir una proposición de matrimonio de un hombre al que conocía desde hacía meses. En cambio, acababa de recibir una de... de Pedro, pensó con una sonrisa. Lo recordó en la bicicleta, mientras se lanzaba por la pendiente del montón de tierra con las manos, la cara y los dientes sucios, pero más feliz que ninguna otra persona que ella conociera. ¡Ese niño le había pedido que se casara con él!


Escuchó el chorro de agua de la ducha. Se demoró unos segundos más y después corrió al cuarto de baño.


—Me gusta dónde está mi taller —dijo—. No necesito coche para ir al trabajo y puedo trabajar hasta tarde si me apetece. Así que no... —No dijo más porque Pedro sacó uno de sus largos brazos de la ducha y le rodeó la cintura. La cortina quedó atrapada entre sus cuerpos.


—Yo te llevaré en coche todos los días —se ofreció, y después la besó—. Soy un gran conductor.


—Sí, si te gustan las montañas rusas sin frenos.


—A ti te encantan —replicó él, que volvió a besarla.






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