miércoles, 20 de abril de 2016
CAPITULO 36: (TERCERA PARTE)
Hicieron el amor lenta, lánguida, sensualmente, acelerando o frenando el ritmo para que el placer durase el máximo tiempo posible, pero no tardaron en llegar a un punto que no tenía marcha atrás, y Pedro hizo que se tumbara de espaldas. Se colocó sobre ella y Paula le rodeó la cintura con sus piernas. Alcanzaron el orgasmo a la vez, en un estallido de éxtasis, y permanecieron abrazados, sin querer romper aquel contacto tan íntimo.
—Paula... —susurró él en su oído, y la forma en que pronunció el nombre lo decía todo. Se acurrucaron juntos, piel contra piel, disfrutando de la calidez y la intensidad del momento.
Fue el gruñido del estómago de Pedro lo que hizo que se separaran.
—La comida es lo único capaz de aplacar la lujuria de un hombre —rio Paula.
—¿Lujuria? —preguntó Pedro, sorprendido, rodando hasta el borde de la cama—. ¿Eso ha sido para ti?
Ella no se sentía preparada para responder a aquella pregunta.
—¿Quieres que te haga un sándwich?
—Por favor.
Pedro encendió la lámpara de la mesita de noche, y contempló cómo Paula se levantaba de la cama desnuda y empezaba a vestirse.
—Me siento como si fuera la protagonista de un espectáculo de striptease... solo que al revés.
—Siiií —respondió él con tanto énfasis que le arrancó una carcajada.
Cuando Paula estuvo vestida, se sentó en el borde de la cama.
—Tu turno.
Pedro salió de la cama, y ella lo contempló apreciativamente. Se mantenía en buena forma, y admiró el aspecto de sus pectorales, su estómago firme y liso.
—¿Apruebo? —quiso saber él.
—Mmm. Psché, no está mal —valoró Paula en tono burlón.
—No le digas eso a Mike o en la próxima sesión me machacará más de lo que ya lo hace. Ahora ya me obliga a hacer más de cincuenta abdominales seguidos.
—¿Y eso qué es?
—Ejercicios pensados por el diablo. ¿Qué tal un bocadillo de rosbif con salsa de rabanitos picantes?
—Me parece genial —aceptó ella, mientras bajaban la escalera.
Una vez en la cocina, Pedro sacó varias rebanadas de pan de molde de debajo del mostrador.
—¿Está todo preparado para la apertura de mañana?
—Ni de lejos.
—Ojalá pudiera ayudarte, pero voy retrasado con mis pacientes. He estado ocupado con otras cosas. —Y le dirigió una sonrisa cómplice.
Ella le habló de la visita de Facundo y de la nueva empleada que llegaría al día siguiente, pero no le comentó su oferta para dar clases de escultura.
—Creo que Ramon echa de menos la enseñanza.
—Me parece que nunca la ha abandonado, siempre está dando lecciones —comentó Pedro—. Pero hoy le habrá sentado bien tener todo un grupo de gente a la que entretener.
—¿Tan malo es el libro que está escribiendo?
—Realmente horrible —reconoció él, partiendo los sándwiches por el medio. Abrió el frigorífico y vio los limones y las zanahorias troceadas—. ¿No has hecho las sopas?
—No me ha dado tiempo. Además, no tenía sitio en la nevera donde conservarlas. Las haré por la mañana.
—Te ayudaré. —Sabía que el ofrecimiento implicaba pasar la noche allí, pero para ella era demasiado pronto. Pedro lo leyó en sus ojos—. De acuerdo, lo entiendo. Cuando empecé a practicar la medicina, tenía que demostrarme que podía hacerlo. Necesitaba creer en mí mismo.
—¿Y lo conseguiste?
—Sí, hasta que vine a Edilean —respondió en tono de broma, pero no lo era. Terminó su bocadillo y se levantó.
—Paula, ¿por qué no vienes a vivir conmigo? No tengo muchos muebles, pero podemos comprar algunos. Elige tú, compra lo que quieras.
La oferta era tentadora, y una parte de la chica quería dejar que Pedro se encargara de ella, que la cuidara, que formara un todo con él. Pero, al mismo tiempo, necesitaba saber si podía hacer algo por sí misma.
—Está bien, pero cuando estés preparada, aquí me encontrarás. Cierra la puerta en cuanto salga, yo vendré por la mañana para ayudarte. No sé mucho de cocina, pero acato bien las órdenes.
—Por lo que he visto, lo dudo —replicó Paula con un mohín—. Anda, vete. Necesito dormir un poco.
—En eso también puedo ayudarte.
—¡Vete de una vez! —le ordenó riendo, mientras lo empujaba hacia la puerta. En cuanto Pedro salió, cerró con llave.
Una vez sola, su intención era ir directa a la cama, pero pensó que antes de hacerlo podía exprimir los limones. Ramon había comprado un exprimidor industrial y quería probarlo.
Horas después, a medianoche, había exprimido hasta el último limón, había cortado más vegetales y preparado todo lo necesario para hacer las sopas en cuanto se levantara.
Mientras subía la escalera, se tambaleó un poco a causa del cansancio. Puso el despertador a las cuatro de la madrugada y se dejó caer en la cama. Antes de apoyar la cabeza en la almohada, ya estaba dormida.
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